•|•G•|• DIEZ
Lápiz y papel para esta lección.
Si quieren insultar a alguien les traigo insultos sofisticados.
Primero: Come torta, esa nunca falla.
Aunque el que más me gustaba era: Cara de coliflor. Solía decirlo en la infancia por que a mis padres les aterraba que dijera palabras fuertes. Lo seguí en la adolescencia porque era divertido ver su cara confundida, ya en la juventud dejé de hacerlo porque no era muy maduro de mi parte. Lo había olvidado hasta hace poco. Hace algunos segundos se lo dije gritando a Franco.
Era una discusión algo molesta, yo exigía salir de la casa porque si seguía encerrado empezaría a hablar con una papa frita, un centavo y un pañuelo usado. Quería conocer el lugar, sacarle fotos quizá, pero sentir que no era secuestrado por una especie de culto de hombres lobo.
En toda la discusión la única respuesta fue “No”.
Así que del enfado solté tremendo insulto infantil que logró un silencio sepulcral en el lugar. Franco me observaba entre divertido y enfadado desde el sillón verde de la sala. Desde hace poco ya sonreía un poco más y aquello aligeraba un poco su semblante. Por eso creía que tenía una oportunidad.
Estaba por rendirme, ya hasta había soltado un suspiro de rendición.
—Solo podrás visitar los lugares que te permitiré —dijo él ya agotado por aquella discusión que nos había tomado menos de una hora.
Yo festejé a lo grande, levantando los brazos y gritando como un niño con exceso de dulce. Ire a por dulces dentro de un momento.
—Genial, regresaré en dos horas, no hablaré con nadie así que no tienes que preocuparte —alegué mientras tomaba las llaves de la casa que había visto siempre dejaban en un perchero a lado de la puerta.
—¿No estás olvidando algo?
Volteé para buscar lo que me había olvidado, pero solo encontré a Franco de pie con los brazos cruzados, un tanto inclinado hacia adelante y observándome fijamente. Yo volví la vista a la puerta una vez más y regresé en mi acción para asegurarme de que no fue una ilusión. El sujeto no se había movido así que yo solo retrocedí.
Había escuchado esa clase de conversaciones en la que el macho decía la misma frase esperando que la hembra le diera un beso de despedida. Muchas veces solía ser al revés. Nunca lo viví, ni siquiera llegué a tener pareja a lo largo de mi vida.
Por eso empecé a acercarme con cuidado, de costado y avanzando un paso a la vez. Cada ciertos segundos carraspeaba y cuando ya estaba a su lado, muy cerca de él sentía mi rostro arder por la vergüenza.
—¿Y bien? —preguntó.
Fue la acción más rápida que hice en mi vida. Giré la cabeza de golpe y le di un beso en la mejilla para después correr a la puerta una vez más. Mis manos temblaban por lo que abrir la puerta me tomó algunos segundos más de los que quería.
—Me refería. —Franco empezó a acercarse a mí, desde mi espalda, escuchaba sus pasos y ya estaba sudando de los nervios—. A que te estabas olvidando de mí, solo te dejaré salir si te acompaño.
—¿Con quién se queda el gato?
—Con cielo.
—¿Con quien se queda Cielo?
—Una vieja conocida vendrá dentro de unos minutos.
—Ah.
Podría jurar que estaba rojo, me ardía las orejas por el calor y mis manos no sabían donde acomodarse, como si fuera un enorme pulpo deforme y con lentes. No quise voltear a verlo porque algo me decía que se estaba burlando de mí o no, quien sabe no lo vi.
La ciudad no difería tanto de cualquier otra. Tenía algunos puestos de venta, algunos parques, calle pavimentadas, uno que otro monumento, colegios, hospitales, una universidad. Era como cualquier otra. ¿Ese era un niño transformándose en lobo? Bueno, sí, como cualquier otra ciudad.
Tampoco es que pude ver bien todo. Cada que me acercaba a un lugar para explorar, alguien intentaba explicarme y Franco solo me alejaba del sitio. Aseguraba que se sabía toda la historia de su pueblo así que él me explicaría todo.
No me explicó nada. Solo daba detalles históricos comunes, nada de chisme. Pésimo servicio. Me quejaría si es que el hombvre no me diera tanto miedo. El único espacio en el que me permitió entrar fue a un bar donde sus centinelas estaban tomando alguna clase de jugo. Les voy a ser sincero. No me dejó entrar, yo le seguí después de que me haya ordenado volver a casa.
Soy Piscis, nosotros fluimos con nuestras propias creencia. No somos del orden. Me lo acabo de inventar, pero de seguro habra otro piscis así.
Cuando entré al bar detrás de mi licenciado todos asumieron que veníamos juntos y un silencio algo incómodo se formó. Todos los pares de ojos se centraron en mí, me acechaban y uno que otro susurraba algo que no podía escuchar. No me gustaba ser el centro de atención por lo que cuando choqué miradas con un hombre de metro ochenta cubierto de músculos mis piernas temblaron más que antes y choqué contra una silla.
Solo entonces Franco volteó a verme. No lucía sorprendido. Seguro ya sabía que lo seguía. Algo así como su instinto arácnido.
Me sentí un poco más seguro cuando noté un rostro conocido. Mi buen amigo Miguel estaba acercándose a nosotros con su usual rostro serio. Parecía como si quisiera parecerse a Franco. No entendía la razón de que ser hombre lobo y no tener emociones esté tan entrelazado.
—Supongo que el lazo ya está hecho, jefe —dijo Miguel mientras alzaba una silla y la ponía al lado de Franco.
Varios imitaron su acción e incluso arrastraron una mesa. En poco tiempo todo el bar se reunió en esa enorme mesa inventada. Franco estaba a mi lado, tenía su mano en mi cuello y no dejaba que me moviera ni un poco. No era doloroso, pero sí un tanto incómodo. Sentía su agarre hacerse tenso cuando alguien se acercaba a preguntarme cómo me parecía la ciudad.
Miguel trajo algunas bebidas de la barra y todos la tomaron con tranquilidad. Por su nulo estado etílico supuse que no tenía grado alcóholico así que alcé una copa mientras Franco se distraía ordenando a uno de sus subordinados que debían reforzar la vigilancia en la frontera norte. Después de dar a cada uno su bebida Miguel se sentó a mi lado y me sonrió, tenía las mejillas algo rojas. Era la primera sonrisa directa que me daba y sentí que había ganado su confianza.
Me tomé el jugo de un trago y esa cosa era del diablo.
Parecía alcohol con saborizante de uva. Demasiado fuerte y quemó mi garganta. Tosí bastante hasta llamar la atención de Franco que en cuanto bajó la mirada hasta mis manos abrió los ojos asustado. Tuvo la intención de levantarse, pero no lo hizo. Miguel se disculpo, seguro ni sabía porqué lo hacía.
—Soy Ryzer —dijo Miguel extendiéndome la mano, yo la tomé, ya sentí mis piernas más ligeras. Mi mundo estaba girando—. Lo lamento, olvidé que los humanos no toleran nuestra cerveza.
Hola, por motivos de embriaguez severa Kwami no podrá seguir relatando esta parte de la historia.
Voy a relatarles yo por esta fracción. Hasta que nuestro protagonista vuelva a sus sentidos.
Y recuerden: Ella era bella, frágil como una rosa.
El inexperto Kwami solo tomó cerveza dos veces en su vida. Cuando se equivocó de vaso en el colegio y cuando se graduó de la universidad. Fueron pequeñas porciones por lo que no estaba listo para tolerar una alta cantidad como en ese momento. Por eso cayó con tal rapidez.
Cayó, literalmente, porque en cuanto se levantó, sintió el piso bajo sus pies moverse como si estuviera sobre una tela y sus rodillas fallaron. El sonido de su esquelético cuerpo chocando contra el suelo llamó la atención de todos e incluso la música se detuvo. Todos voltearon de inmediato hasta su alfa quien se levantó de golpe.
Franco colocó al castaño sobre sus hombros y se dispuso a volver a casa, pero antes de llegar a la puerta se detuvo, momento exacto donde los clientes se tensaron. Todos podían sentir la molestia de su líder por lo que se esperaban lo peor. Franco no era nada amable con sus castigos y suponían que todo empeoraría al haber involucrado a su pareja en ello. Ryzer era el que ya temblaba porque sería conocido como el que emborrachó al novio del alfa.
—Mañana van a correr todo el límite de la ciudad. Ryzer encabezará todo.
Cuando Franco salió del bar todos lanzaron lo que tenían a su alcance al culpable de todo ello. Ryzer a sus cortos veinte años escondió su cabeza entre sus brazos.
Kwami soltaba idioteces cuando estaba ebrio, bueno, siempre soltaba idioteces, pero ebrio eran más frecuentes. Franco había olvidado su enojo en la primera cuadra, después de que Kwami se haya enderezado un poco para verle a la cara y decirle que sus ojos eran bonitos.
Así de fácil era.
Lo que restó de camino se limitó a reír por las ocurrencias de su ebrio compañero. Como : ¿A que clan te gustaría pertenecer en Naruto? Yo creo que a ese clan que tienen perros, tú serías dos en un ¿me entiendes? O “¿Sería mucho más épico que brilaran como los vampiros? Esta es la piel de un lobo, Kwami. Esa frase era muy buena.
Lo último fue: Si no me hubieras soltado cada puto instante que era tu maldición no separarme de ti, quizá me habrías gustado.
Cielo los esperaba en la puerta de la casa, los había oído llegar. Tenía su pijama de moñitos y estaba sentada en las gradas de la entrada. La niñera que la cuidó la vigilaba desde la puerta cruzada de brazos y con una pijama similar. La chica era una vieja amiga de la familia. No se llevaba muy bien con Valery por lo que la única condición que puso para cuidar de la nena fue que la otra chica no se acerque a la casa por ningún motivo.
Para ese punto Kwami estaba cantando algún opening. Su cabeza se movía al ritmo de su propio canto. Al observarle Cielo empezó a mover la cabeza al mismo tiempo haciendo que Franco sonriera algo conmovido.
—Estás tan enamorado, amigo —soltó Silvia con una sonrisa de lado. Ella tenía el cabello negro y sus ojos celestes eran una belleza a cualquiera que se le acerque.
—Es por la luna —alegó Franco subiendo las gradas para dejarlo en su habitación. Las dos lo siguieron sonriendo entre ellas, como complices.
—La luna no hace que te enamores.
—Hace que lo necesite hasta la locura.
—Son dos cosas completamente similares.
—A mí me gusta Kwami —gritó la niña animada y sonriente por la actitud del castaño.
Franco se detuvo de golpe logrando que las dos mujeres tras él chocaran con su espalda. Se dio la vuelta lento, sus huesos crujieron por el esfuerzo que estaba haciendo al contenerse. Cielo mantenía una sonrisa enorme al ver a Kwami moviendo la cabeza, todavía perdido en sus canciones en japones. Silvia se percató de todo y soltó una gran carcajada que bien pudo haber despertado a los vecinos.
—Tan pequeña y ya tiene más ventaja que tú con Kwami.
—Cállate —ordenó Franco volviendo a avanzar.
—¿Por qué? Mentira no es. Cielo me comentó que admira a Kwami porque puede hacerle frente a muchas cosas que a ella le atemorizan.
—Silencio.
—También me confesó que le gustan los ojos de Kwami. Dicen que son tan negros que puede verse en ellos con tranquilidad. Son atrayentes.
—No malgastes su nombre.
—¿Cuál? Kwami.
—Sí, solo yo puedo llamarle por su nombre.
—¿Cómo debo llamarlo entonces? ¿Angiru?
Franco sintió un escalofrío agradable, que refrescó su alma a un nivel que no sabía que necesitaba.
Angiru era un título en una lengua distinta. Se le daba a cada compañero o compañera del alfa. El segundo título con más importancia dentro de una manada. Mantenían las tradiciones porque estas los representaban.
Esa noche a parte de Franco descubriendo lo que quería también se enteró de algo importante en cierta medida. A Kwami no le gustaba la ropa cuando estaba ebrio. En cuanto lo dejó en la cama este empezó a sacarse la camisa dejando a la vista su pálido pecho y algo delgado, sin tonificación, ni un solo músculo, muy delgado.
Franco abrió los ojos sorprendidos y empujó a las dos chicas fuera de la habitación mientras él cerró la puerta con fuerza, quedándose a solas con un Kwami que lanzaba algunas maldiciones mientras bajaba sus pantalones hasta las rodillas y hubiera seguido de no ser por unas enormes manos que lo sujetaron de los hombros e impidieron que siguiera en lo suyo.
—¿Teodoro?
Franco se quedó quieto, estaba seguro que Kwami no lo veía muy bien, la oscuridad lo impedia. Tampoco se separó de él, temía que al dejarlo libre este seguiría quitándose la ropa frente a él. Sin embargo, la razón por la que no contestó aquella pregunta nunca lo sabría. Celos tal vez o quizá curiosidad.
—Kwami —susurró él.
—¿Dónde te metiste, malnacido? ¿Sabes lo que estoy viviendo? Siento que si te cuento todo me meterás en un psiquiátrico.
Despues todo fue silencioso. Kwami no dijo nada más.
Franco quiso alejarse al pensar que el otro ya se encontraba dormido, sin embargo el agarre en sus muñecas le demostró lo contrario. Kwami lo jaló hasta abrazarlo e hizo que se acostara a su lado. Franco podía separarse con facilidad, le superaba en fuerza, pero no quería hacerlo, en lugar de ello alcanzó una pequeña manta a su lado y cubrió a ambos con ella.
Por esa noche sería Teodoro y le tuvo envidia.
—¿Kwami?
—¿Sí, Teo?
—Voy a hacer algo, pero no te asustes.
—Cada idiotez que haces me asusta, como cuando tomaste este caso.
Franco quería ser Teo hoy. Necesitaba una justificación para ello. Porque estar cerca de Kwami por tanto tiempo hacia que su cuerpo temblara bastante e incluso sus brazos estaban entumeciéndose por contener aquellos impulsos de abrazar a su compañero.
Tomando la identidad de alguien más Franco abrazó a ese pequeño humano. No fue correspondido porque Kwami ni siquiera pareció importarle, seguía tarareando alguna canción.
Quería un poco más.
Ser solo un poco más atrevido.
Su especie podía ver en la oscuridad por lo que tenía clara la imagen frente a él. Kwami estaba echado con los labios ligeramente abiertos mientras sus ojos cerrados lucían cansados.
—No dolerá, lo juro —susurró Franco, para sí mismo, porque sabía que después de aquello su lobo tomaría el control y su deber era contenerlo.
Siendo cubierto por la identidad de alguien más tomó la cabeza de Kwami entre sus manos y lo acercó para darle un suave y ligero beso en los labios.
Cuando sintió el roce, todos sus sentidos se agudizaron, podía escuchar cada paso de la ciudad, fue como si hubiera encontrado la pieza que le faltaba para ser todo lo que se esperaba de él. Se sentía con la fuerza de llegar a la ciudad humana solo corriendo. Incluso cargando a Kwami a sus espaldas.
Supo que no habría marcha atrás cuando quiso repetir el roce una y otra y otra vez. Sabía que no podía controlarse así que se levantó de la cama y corrió escaleras abajo.
Eso es todo por mi parte, Kwami volverá a relatarles desde esta parte. Mi trabajo fue hecho. Un gusto.
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