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•|•D•|• TRECE

—No es tu culpa.

Pude respirar cuando escuché la voz de Franco. Tenía sus manos en mis hombros y su mirada buscaba la mía. La respiración estaba a nada de irse, pero él estaba ahí para sostenerme. No me di cuenta de que necesitaba su comprensión hasta que pude suspirar algo tranquilo una vez la recibí.

—¿Por eso no puedes conducir?

Sí, era una de las consecuencias del trauma. Encender un auto me aterraba. Los recuerdos volvían con fuerza y perdía la respiración. Sufría un ataque de pánico al instante. Me gustaba pensar que por esa razón es que no escapaba del lugar por mi cuenta.

Si no estuviera traumado, ya estaría en otro país.

Franco se alzaba fuerte frente a mí. Su ancho cuerpo de pronto se me hizo como un imán, quería acercarme y abrazarlo. Y el intento de sonrisa que me dio rompió todo.

Estallé en risas.

Franco siempre tenía el semblante serio. Era estoico y podía contar con las manos las veces que lo vi reír. La mayoría por reacción automática. Suponía que esa vez intentaba darme consuelo. Intentó relajar el rostro y mostrar una sonrisa. Sin embargo, al no estar acostumbrado, lo que vi fue una mueca extraña.

Tenía la cabeza levemente ladeada y mostraba los dientes en una incómoda sonrisa cuadrada. Parecía más un gruñido.

Como sea, eso no impidió que apoyara mi frente en su pecho. Sus fuertes brazos sostuvieron mis hombros y solo ahí me di cuenta que seguía temblando.

—Puedes darme tus temores —alegó—, también inseguridades y todo lo que te haga daño, yo te ayudaré a eliminarlas.

—¿Cómo? —No quise mostrarle la cara.

—Hare todo lo posible para reemplazar esos recuerdos por solo felicidad.

Bufé. Me parecía absurdo. Sin embargo, el tono seguro de su voz me indicaba que lo decía en serio. Aquel hombre grande y fuerte me prometía felicidad.

Di un leve salto cuando su mano tomó mi quijada.

—¿Puedo besarte? —me preguntó.

Podría hacerlo. Si ese sujeto que era el doble de mi masa corporal quisiese solo lo haría. Pero preguntó porque no conocía que ya en ese punto solo me sentía seguro a su lado.

Y estaba bien. Me daba por vencido. Quería quedarme con Franco, porque a pesar de todo seguía teniendo cariño en sus ojos para mí. No le importaba en absoluto todos mis errores. No le importaba no tener experiencia en el amor, ni él ni yo. Solo parecía querer regalarme el mundo en cada roce de sus manos con mi piel.

Asentí.

Se inclinó para besarme. Sus ojos dorados brillaron y se hicieron rojos unos segundos.

Podría haber profundizado más. Volverlo un beso francés. Él no me lo negaría lo sé. Sin embargo, caí en cuenta de algo. Nunca antes besé a alguien.

Por eso me separé y di dos pasos atrás. Franco me observó con una ceja levantada. Quizá quiso levantar las dos, pero la cicatriz en la otra mitad no lo dejó.

—Debo ir a patrullar ¿Me acompañas?

Asentí. Tranquilo hasta que tomó mi mano y me jaló fuera de casa.

Éramos dos señores cerca de los cuarenta actuando como dos adolescentes tímidos. Incluso cuando las personas a nuestro alrededor volteaba a vernos yo solo podía bajar la cabeza para esconder la leve sonrisita que quería escapar.

El día se puso incluso más loco.

Franco patrullaba en forma de lobo. En cuanto llegamos al bosque se quitó la ropa.

Esas cosas se avisan.

Me voltee a ver lo bonito de los árboles. La maleza había sido recortada por lo que podía caminar con tranquilidad hasta escuchar el crujido de huesos.

No me había acostumbrado, pero tampoco le temía. Su forma de lobo era del tamaño de un caballo. Podía rodear su abultado cuello repleto de pelo negro con ambos brazos. Lo confirmé cuando acercó su hocico a mi cuello. Su respiración era fuerte. Y al bajar la vista hasta sus patas las garras estaban manchadas con barro, pero incluso así se notaba la fuerza en cada una.

Se volteó a un costado y con su hocico señaló su lomo para después tomar mi mano entre sus dientes, sin presionar, solo un toque. Lo entendí de inmediato.

Fue difícil. Era bastante alto y ni con saltos podía llegar. Me di cuenta que se estaba burlando de mi cuando resopló dos veces. Su forma de reír en forma de lobo. Me enfadé.

Le di una palmada en la cola y me sentí mejor cuando se sobresalto de golpe. Sí, era mejor que recordara quien estaba a cargo.

Dio una vuelta en su lugar y cuando su lomo estuvo una vez más frente a mí, dobló las patas para agacharse. Cuando vio que incluso así era difícil para mí, decidió echarse por completo en el suelo.

Me sostuve de su pelo cuando se puso de pie y recordé que en algún punto me daban miedo las alturas. Tal parece que ya no.

Empezó a caminar con tranquilidad. Si el movía la cabeza a la derecha yo lo seguía. Se detenía cada ciertos minutos para dejar un zarpazo en el suelo. Su cuerpo se tensaba cuando lo hacía lo podía sentir en mis muslos.

Era poderoso.

La vista era espectacular. El bosque era virgen. Ninguna mano humana había demolido árboles. Algunos animales correteaban cuando veían al imponente lobo negro acercarse a sus hogares. En más de una ocasión dio un salto queriendo perseguir conejos. Ninguna se dio. Al recordar que estaba en su lomo negaba con la cabeza y continuaba su trayecto.

Todo superó mis espectativas al llegar al lago. ¡Dios! La naturaleza sin mano humana era completamente diferente. El agua era cristalina. Las plantas estaban dispersas a su gusto al igual que algunas grandes piedras. La tierra era húmeda por lo que en cada paso la pata del lobo se hundía levemente. Sin embargo, estaba seguro, las raíces de los árboles evitaban que se hundiera.

Me agarré fuerte de su cuello cuando Franco bajó la cabeza para beber agua. Pude ver nuestro reflejo. El fuerte lobo negro tenía los ojos cerrados mientras sus orejas se movían a los lados cada tanto al escuchar pisadas de animales. Yo lucía aterrado. Mis lentes estaban a nada de caerse, pero no los arrectaría porque necesitaba las dos manos para sujetarme.

El lobo se echó en el suelo y yo bajé de su lomo. Me observó unos segundos antes de cerrar los ojos y asentir hacia el lago.

—¿Estás loco? Está contaminada, podría darme diarrea —reclamé al entender sus gestos—. Es peligroso que tú también la tomes.

El lobo entornó los ojos. Era la primera vez que veía a un animal hacer eso. Se arrastró por el suelo y volvió a beber.

—Lo haré, pero ten en cuenta que si me da alguna enfermedad será tu culpa.

Junté dos de mis manos para poder sostener un poco de agua y lo acerqué a mi rostro para beber. Casi vómito al ver el cadáver de una araña más allá. Bebí de mi mano, esperé unos segundos a qué mi garganta se dignara a tragar y cuando lo hizo voltee hacia el lobo, esperando su aprobación.

Franco tenía los ojos cerrados, parecía dormir.

Quise enfadarme, pero el día estaba hermoso y el lugar donde estaba Franco lucía refrescante. Me eché a su lado y luego sobre él.

Mala idea. El negro atraía el calor. Unos segundos después me estaba muriendo deshidratado y me vi obligado a beber una vez más del lago de dudosa procedencia.

Franco soltó un bostezo y yo corrí hasta subirme a su lomo y así volver al pueblo.  Volvimos en nuestros pasos y en el camino un lobo pardo inclinó la cabeza frente a su alfa para tomar su lugar en el patrullaje. Así el trabajo no se hacía tan pesado.

—No saqué ninguna foto.

Estaba perdiendo mis poderes de periodista porque se me había olvidado documentar todo a mi alrededor. Franco caminó hasta donde estaba su ropa. Sin embargo, se detuvo cuando ambos escuchamos a lo lejos ramas romperse.

Franco se puso frente a mí y rodeó mi cuerpo con su cola. Si yo caminaba a un lado él me seguía para evitar que saliera de su protección. Segundos después se relajó y me dejó a un lado para ir por su ropa.

De entre las ramas salió un pequeño cachorro de lobo. Tenía el pelaje gris y saltaba de un lado a otro. Sabía que los niños tenían energía atómica, pero ese cachorro era otro mundo. Corrió hasta el alfa y le arrebató las ropas del hocico.

Aparte de hiperactivo, el pequeño era suicida.

El lobo negro soltó un bufido y volteó a verme. Como si buscara mi ayuda. Yo encogí los hombros y me senté en el pasto.

El cachorro empezó a rodear al gran lobo, dio tres vueltas antes de que Franco se sentará en sus cuartos traseros. Se quedó quieto solo moviendo las orejas de vez en cuando. Sin embargo, sus ojos seguían los rápidos movimientos del pequeño.

El cachorro no se dio por vencido. Quería jugar por lo que empezó a morder las patas de su alfa. Mordía y luego se alejaba. Al ver que no era perseguido, regresaba en sus pasos y repetía la acción.

Lo intentó varias veces hasta que me aburrí y me levanté. El cachorro quería jugar.

Me acerqué por detrás y piqué su cuello con suavidad. Reaccionó de golpe y quiso morder mi dedo. Fue mi turno de escapar y el pequeño empezó a perseguir.

Rodeamos árboles. Cuando me atrapaba yo lo sostenía del torso para levantarlo, lo tumbaba al suelo con suavidad, le hacía cosquillas y volvía a correr. Fue divertido hasta que sus mordidas empezaron a ser más fuertes.

Ya no era divertido, era de miedo.

Me estaba riendo, pero le decía que se detenga.

Sise de dolor cuando el cachorro mordió mi tobillo. Fue una punzada dolorosa. Tampoco se detuvo y siguió queriendo jugar. Franco apareció a mi lado y lanzó un gruñido, sus ojos brillaron levemente. Lo vi hacer aquello anteriormente, así ponía orden. Lo usaba con sus centinelas para mantenerlos tranquilos. Infundía miedo.

Al parecer con el cachorro no funcionó porque siguió. Empezó a morder las patas del inmenso lobo negro.

Franco bajó la cabeza y sujetó con el hocico al cachorro del cuello para levantarlo. El pequeño movió las patas, pero seguía buscando morder algo. Hasta el punto de tener su pata dentro de su diminuto hocico.

Me acerqué para acariciarlo, pero Franco volteó la cabeza para alejarlo. Negó una vez y entonces decidí observarlos sentado en el suelo.

Faltaron algunos minutos antes de que el cachorro se cansará de luchar y bostezara, solo entonces Franco lo dejó en el suelo con cuidado. Ambos se sentaron en sus cuartos traseros para observar los árboles. Mientras el tamaño de Franco sentado superaba mi cabeza, la del cachorro apenas llegaba a mis muslos. Por lo que era un gran espectáculo ver a ambos.

Ya era hora del almuerzo. Lo supe cuando mi estómago sonó. Franco volteó de golpe a verme y pareció asustado por alguna razón. Pensé que nos iríamos a casa, pero el gran lobo negro empezó a correr por cada árbol. Parecía buscar algo. El cachorro lo siguió, una vez más entusiasmado.

Ambos se inclinaron hacia abajo con las patas delanteras abiertas cuando vieron una ardilla. El cachorro la espantó al querer acercarse demasiado pronto, eso enfureció a Franco quien sujeto, igual que antes, al pequeño y lo dejó a mis pies. Soltó un gruñido, parecía una advertencia y entonces decidí evitar que el cachorro siguiera molestando.

Franco volvió a otro árbol y se hizo más pequeño, casi echándose en el suelo. Sus patas estaban tensas y sus orejas atentas a cualquier movimiento.

De golpe, la ardilla salió de su escondite y Franco saltó sobre ella hasta apretarla solo con una pata en el suelo. El pequeño animal chilló y...

—No me gustan las ardillas —grité. Incluso el cachorro de lobo en mis brazos saltó.

La ardilla volvió a esconderse y Franco me observó con la cabeza ladeada. Un ruido a lo lejos lo alertó y se preparó para correr.

—Tampoco me gustan los osos —advertí.

Entornó los ojos. Ladeó la cabeza una vez más, una de sus orejas se mantenía erguida mientras la otra se dejaba caer por la gravedad. Su mirada roja me observó unos segundos antes de asentir. Su pregunta era clara "¿Entonces que te gusta?"

—El pollo frito.

Pareció pensárselo unos segundos y luego se dejó caer en el suelo. Iba a acercarme hasta que escuché sus huesos quebrarse. Cambió a humano otra vez y se puso la ropa algo roída por el pequeño cachorro pardo.

El niño era hijo de una mujer que vivía en la orilla del pueblo. Ella nos agradeció haber cuidado a su hijo y se inclinó hacia el alfa en muestra de respeto. El pequeño me dio una mordida suave antes de entrar a su casa. Era una ternura.

—¿Te sabes el camino a casa? —preguntó Franco. Su voz hizo que saltara.

Observaba una casa a lo lejos y yo entrecerré los ojos cuestionándome si valía la pena preguntar. No lo hice. Tampoco es que desconfiara. Sabía que tenía obligaciones. Por eso asentí.

—Bien, te veo allá.

Franco me sujetó del cuello y me acercó a él para darme un beso en la frente. No pude hacer mucho porque en cuanto nos separamos él corrió en otra dirección.

Llegar a casa fue sencillo. Era la más grande entre todas, además la pintura guinda la hacía lucir entre todo el negro o blanco. Me agradaba el color, pero si yo iba a vivir ahí le pintaría una línea amarilla. Para que tenga un toque mío. Y quizá poner un listón rosa en la puerta, por Cielo. Sería un lindo hogar.

Al entrar, la pequeña estaba sentada en la sala de estar, en la pequeña mesa estaba un cuaderno con tarea. Era adorable porque balanceaba sus piecitos cada tanto.

—¿Hace cuánto llegaste? —pregunté. No me agradaba la idea de que se haya quedado sola.

—Llegó hace media hora —Ya me sorprendía no haberla visto. Valery tomaba un vaso con agua en la cocina.

—Gracias por cuidarla —Porque podría caerme mal, pero debía agradecer.

—Lo hice por Franco.

—Creí que solo le llamabas alfa.

—Lo conozco más que tú, puedo llamarlo por su nombre.

—¿Con su autorización?

Me observó unos segundos. El ambiente fue tenso, por suerte Cielo seguía en sus deberes.

No respondió, solo me dijo que era su hora de patrullar y salió de casa. Cielo agitó la mano para despedirse, yo hice lo mismo.

Tuve paz dos minutos porque de inmediato la puerta volvió a abrirse y Franco me saludó con esa sonrisa incómoda. Pude haberme reído, pero estaba aterrado por la gallina viva que agitaba las alas en sus manos.

Como todo un hombre, me escondí tras Cielo que aplaudía emocionada.

—Puedes hacer mucho pollo frito con esto —dijo Franco, había orgullo en su voz—. Si necesitas más puedo traértelo.

—Creo que dejaré de comer carne.

Me daba un poquito de náuseas pensar en matar a la gallina.

—No puedes hacer eso —Franco caminó hacia la cocina con la gallina en su mano. Se veía orgulloso—. Si dejas de comer entonces no podré proveerte, ni cazar para demostrarte que puedo cuidarte.

—Podría ser la primera pareja vegetariana del alfa.

—Podrías ser mi pareja.

—Podría serlo.

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