Dante.

El chico había sido más estúpido, o más inteligente, al no dudar de mis dones. Ahora Delilah estaba aterrada con las manos aferradas a su taza.

—¿De verdad lo cumplirás?

—Te aseguro que cuando cruces esa puerta —señalé detrás de ella. De entre las tinieblas apareció una puerta con pomo dorado, Delilah la contempló atónita— él ya estará gozará de salud, completamente curado.

Delilah abrió más los ojos, ensanché mi sonrisa.

—¿Es acaso eso lo que deseas? —muda, asintió con la cabeza—. ¿Estás segura? ¿No te gustaría cambiar tu deseo?

Le estaba dando la oportunidad de cambiar su deseo, algo que realizaba una vez cada mil años, ¿por qué? Bueno... así el resultado sería más jugoso.

—Sí.

—¿Empezamos?

***

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Okay, no tengo fuerza para esperar más. Ya van los siguientes.