IX
Hay peligros que acechan de noche, hay otros que acechan de día, pero Dante... Dante no tiene hora. El sol se ocultaba y las aves cantaban en sus vuelos de regreso a casa. Las personas presurosas alzaban la vista, unos en el intento de ocultarse de la amenaza, otros encantados con la vista de esos pájaros azabache.
En un lugar, no muy lejano al bullicio de las calles, imperaba el tic tac del reloj Bahnhäusle en la pared. Apenas se alcanzaba a distinguir reloj entre tanta penumbra, la única fuente de luz natural provenía de una ventana que dejaba pasar los últimos rayos de sol. Salvo unas lámparas de gas prendidas, no había fuentes artificiales.
Dante apreciaba la tenue oscuridad y el frío que iba con ella, aunado al piano de cola, la araña de cristal y los muebles aterciopelados, daban una sensación de misterio y cierto grado de elegancia. Tenía todo medido para verse guay. Para ser un demonio, Dante es todo un personaje.
—¿Qué darías por un deseo? Cualquiera, el que tu corazón más añore. —Dijo Dante señalando con el dedo el órgano mencionado.
Estaba sentado en una silla con la pierna cruzada sobre la otra y una copa con líquido rojo en su interior, lucía relajado sin perder la elegancia o la imponencia. Tenía unos mares de profundo azul, salpicados de amarillo y plata. Su rostro había sido dibujado con cuidado para convertirlo en una belleza peligrosa. Incluso un joven como el que tenía más allá de la mesa se sentía atraído y en peligro.
—¿Qué es lo que quieres? —Devolvió la pregunta el joven, su voz no dejó ver su nerviosismo. Dante sólo se percató por cómo estaba aferrado a la copa que le había servido al llegar, era un simple formalismo.
«Interesante», pensó Dante afilando la mirada. Entonces, el joven se delató moviéndose incómodo en la silla.
—Quiero tu historia de vida. —Soltó con una sonrisa maliciosa.
—¿Mi historia? Pero si no tiene nada...
—¿De importante? No para ti, pero yo podría darle un mejor uso —Dante le dio un sorbo a su copa—. ¿Aceptas el intercambio? Tu historia por un deseo.
El joven afirmó con la cabeza.
—De hoy al amanecer y durante siete días a la misma hora.
—¿Qué?
—Yo pongo las condiciones, humano. ¿Aceptas?
El joven tragó fuerte y volvió a asentir.
—¿Cuándo veré que mi deseo se cumplió?
—Te aseguro que cuando cruces esa puerta —señaló aquella por donde había entrado— estarás curado de todo mal que cargues. ¿Empezamos?
Durante esa noche, y siete más, el joven narró su historia desde los primeros recuerdos hasta que puso un pie en la morada del demonio. Dante escuchaba, asentía con la cabeza, pedía que repitiera, cuestionaba y adelantaba al muchacho. Incluso se tomó ciertas libertades, como continuar el encuentro caminando por los alrededores.
Por lo pronto, durante la primera noche, el joven contó hasta el primer rayo de sol y cuando cruzó la puerta, de regreso al mundo, no sintió ningún cambio. Sin embargo, Dante había hecho honor a su palabra.
***
Dante, ¡wi!
¿Qué tal? ¿Les gustaría saber qué sucedió durante esos siete días?
¡Último del día! Mañana empezamos con otra tanda (2 o 3)
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