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«¿Siento algo? Me late muy fuerte el corazón. »


Despertó con un dolor de cabeza tremendo. Frotó sus ojos al estar sentada en la cama y vio aún el desastre de vidrios rotos por toda la habitación. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas y antes de que pudiera derramarlas él atravesó la puerta y los critasles, como por arte de magia, desaparecieron.

- Veo que ya despertaste. Ven conmigo. - le ordenó como si ella fuera una criada más. ¿Quién se creía que era? Ella era una hija del gran rey de los Dioses. Debía tratarla con respeto.

Resopló y se levantó siguiéndolo a zancadas. Atrapó su brazo y lo obligó a voltear hasta encararse. Su cuerpo tembló ante tal belleza pero no se doblegó. Al contrario, mantuvo su cara seria y furiosa.

- ¿Por qué me has encerrado aquí, Dios desquiciado? ¿Acaso no te das cuenta de quién soy? Por si no lo sabías yo soy hija del gran Zeus. Mí padre ya debe de estar enviando sus tropas para pelear en caso de que tú no me dejes en libertad muy pronto. - le dijo con enojo. Sesshomaru rodó los ojos y dejó caer su kimono hasta su cintura. Kagome abrió la boca impresionada.

- Y yo soy tú tío, mocosa estúpida. - murmuró apenas audible. Kagome aún miraba su abdomen babeando. Ni siquiera escuchó lo que le había dicho antes el dios de los muertos. - Aquí en el Infierno hace demasiado calor, no te sorprendas si me ves caminando completamente desnudo por ahí. - volvió a cubrir su cuerpo y continuó caminando. La pequeña diosa sacudió su cabeza y apretó los puños. Se había desviado de su objetivo.

- ¡Oye tú! Vuelve aquí como quieras que te llames.

- Sesshomaru. Desde un principio te dije mí nombre. - habló sin ánimos.

- ¿Quién te preguntó tú estúpido nombre? No se para que me secuestraste pero te ordeno que libe...res. - llegaron a un gran salón con una mesa rectangular en el centro y allí estaban varios platillos preparados. Sesshomaru se sentó en una de las sillas y comenzó comiendo una pera.

El jugo de la fruta se escurrió cual riachuelo por la comisura de sus labios. Kagome aún luchaba para no imitar la acción que había hecho el de ojos ámbar pero le era imposible. Los variados olores la estaban atrayendo. Su boca se derretía y su estómago gruñía. Decidió acompañarlo. Sesshomaru observó cuando la muchacha se sentó en la mesa junto a él y entre su mano derecha agarró un ramillete de uvas. Desprendió una y cuando estuvo a punto de meterla en su boca desapareció la mesa. Si ella comía algo en ese lugar, su condena estaría marcada para la eternidad.

- Nos vamos. - la llamó con voz grave y se levantó para volver a caminar.

- Ni siquiera probé un... Ahh - y él volvió a hacer lo mismo de antes. Dejó caer sus ropas hasta su cintura y ella lo vio embelesada. Supo que esa niña podía controlarla de esa misma manera mil veces y ella nunca dejaría de asombrarse.

- ¿Acaso nunca viste un hombre semi-desnudo? - preguntó incrédulo. Ella lo miró un un reve sonrojo.

- N-no. Aún soy pura.

- ¿Acaso te pregunté si lo eras, Kagome? Me estás dando datos personales tuyos sin siquiera pedírtelos.

- ¡Mierda! Ahora seguro que se aprovecha de virginidad. - pensó.

- Ven conmigo.

Continuó caminando con paso elegante, aún con el pecho y el abdomen desnudos. Kagome lo seguía hasta llegar a una enorme puerta que aparentaba estar hecha de plata con espirales y líneas sin ningún sentido en color rojo y amarillo. Hades con ambas manos abrió la puerta y dejó ver un enorme jardín lleno de flores, árboles, arbustos... Un gran espacio lleno de vida. La vida que tanto le gustaba.

- Es hermoso. - susurró. Sesshomaru hizo una media sonrisa que al momento fue borrada.

- Es un jardín artificial. Sólo usé un poco de mí poder para mantenerlo vivo y que no muriera.

- ¿Por qué lo mantienes vivo? ¿No se supone que eres el dios de los muertos, la deidad que aborrece la vida?.

- Es cierto. No hay más nada que deteste que la vida, y más si es la del ser humano. Sin embargo, vivir en una eterna oscuridad desde que te proclaman dios y sólo controlar el equilibrio y plazos de vida es muy triste y aburrido. Por eso decidí tener esto en mí castillo. Algo hermoso que puedo observar sin tener ningún odio. Éste lugar fue hecho por mí y con la ayuda de algunas hadas del mundo de arriba. Creo que tú puedes ayudar un poco a éste pequeño espacio. - la miró. Kagome se sonrojó y miró al suelo, pateando una roca invisible.

- ¿Quieres que lo cuide? No estaré para siempre en éste lugar.

- Tal vez. Pero sé que puedes entretenerte cuidándolo y enseñándome a hacerlo yo mismo. Así me ahorras tener que raptarte una y otra vez. - Kagome sonrió y se adentró al pequeño jardín. No se contuvo y se pudo a correr de un lugar a otro. Estaba feliz y su gigante sonrisa lo mostraba.

- Señor. - llamó un sirviente con una capucha negra puesta. - El dios mensajero quiere hablarle. Trae un mensaje de Zeus.

- ... - pensó. No tenía ganas de escuchar las estúpidas palabras que su hermano le había enviado. Quería estar a solas con Kagome. Conocerla, entenderla y, si podía lograrlo, enterrar sus sentimientos a esa pobre niña. Ella no merecía vivir con un ser tan despiadado y negro como él. - Puede esperar. Dile a Byakuya que haga lo que quiera mientras espera. - conocía a su otro sobrino. Sabía que lo mucho que haría para entretenerse era competir con algunos demonios del inframundo haciendo carreras y peleas.

El sirviente se fue y él también se adentró a su pequeño espacio. Cerró detrás de él las puertas y caminó hasta la joven que recogía pequeños botones de oro del arbusto. Se veía tierna e inosente recogiendo las pequeñas flores amarillas. Su corazón latió aún más fuerte que nunca. Se obligó a sentarse junto a ella y recoger las florecillas amarillentas.

- Son botones de oro. - dijo. - Son flores muy pequeñas pero huelen muy bien y su color es muy llamativo. ¿Quieres oler?. - le ofreció una pequeña flor y la olió. Su nariz picó y no tardó en estornudar. - Supongo que te hacen estornudar los botones. - sonrió otra vez. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces la había visto sonreír.

- Esas de allá... - señaló unas flores blancas alrededor del tronco de un árbol. - ¿Cómo de llaman? Son...bonitas.

- Margaritas. Son bonitas, tienes razón. - se acercó al tronco y cogió un gran puñado de las flores blancas. Las trenzó hasta formar una pequeña laureola de flores. También le agregó pequeños botones de oro que combinaban muy bien con sus ojos dorados. - Ten.

- ¿Para qué?. - tomó la pequeña corona floral en su mano derecha. Ella rodó los ojos. ¿Acaso no sabía para que se usaba eso?.

- Es para ponértela en el cabello. - tomó de nuevo la corona y la colocó en el cabello albino. - ¿Ves? Pega muy bien con tú cabello y ojos.

- Mmm. No está mal.

- ¿Hacemos más?. - preguntó juntando sus palmas en forma de reso. Él asintió.

- Sí.

- ¡Bien! Ven, vamos. - lo agarró de la mano y fue obligándolo a caminar hasta donde se le ocurría.

- El corazón... Que se detenga, por favor. Esto no puede pasar entre nosotros. - pensó. Kagome sin querer había caído y él, en un torpe movimiento evitando que ella se lastimara, la abrazó y calló sobre ella. Pudo evitar que se hiciera daño. - Me está gustando demasiado. - suavemente colocó su fría mano sobre la mejilla de la pequeña diosa. Sus ojos se encharcaron en diminutas lágrimas. Kagome acarició la mano del de ojos dorados. - Es una niña que aún no sabe lo que significa el dolor... - pensó. Se apartó de ella y se alejó. Salió del jardín dejando a la pequeña azabache confundida.

[Época Moderna]

- ¡Se están enamorando! ¿Mamá tú crees que Perséfone se enamore de Hades?. - preguntó la pequeña de ojos zafiro levantó sus bracitos al aire. Kagome sonrió y dejó el libro sobre la mesita de noche.

- Lo veremos pronto, Hitomi. - sonrió y le besó la frente a su hija.

- Dímelo, por favor. No podré dormir bien.

- Sí se enamoran. - dijo Sesshomaru con el nuevo integrante de la familia en brazos. Kaito era un pequeño niño con cabellos blancos un poco más oscuros que los de su padre y hermana. Sus ojos aún no rebelaban su verdadero color.

- ¡Sí! - chilló con alegría.

- Se suponía que no debíamos adelantarle la historia, señor Sesshomaru Taisho. - miró enojada a su marido. El sonrió.

- Si no le decía no iba a poder dormir.

- Ni modo. Buenas noches, cariño. Duerme bien, ¿ok?. - besó las mejillas de su niña.

- Sí, mamita.

- ¿Me das un beso? No puedo acercarme. - pidió el albino. La pequeña se acercó a su padre y le depositó un suave beso en la mejilla.

- Y uno también para Kaito. - susurró, dejando marcado un beso en la frente de su hermano menor.

- Duerme bien, cariño. - desearon ambos padres antes de cerrar la puerta.

Los dos se dirigieron a su habitación. Kagome encendió las luces de las lámparas en las mesas mientras que Sesshomaru acostaba a su pequeño hijo en su cuna; luego ambos se dejaron caer pesadamente en la cama de sábanas rojas con almohadas y cogines blancos. Se miraron un rato para luego hablar.

- Eres malo. - empezó Kagome. Sesshomaru sonrió admitiendo su culpa. - No tenías que decírcelo. Se suponía que cuando compramos en libro no debíamos adelantarle la historia. Lo prometimos. - hizo un puchero. Su esposo le acarició la mejilla con dulzura.

- No lo volveré a hacer, lo prometo. - le volvió a sonreír. Kagome se acercó y lo besó.

- Ok. Que no se te olvide esta vez.

- Sí. - estampó un beso en su frente y la abrazó a su pecho. - Duerme bien, amor mío.

- Mmh. Duerme bien, cariño.

Y en ese momento que cerraron los ojos, que creyeron que iban a dormir con los supuestos angelitos; el llanto de su propio hijo interrumpió sus planes de dormir tranquilos.

- No puede ser... Siempre hace lo mismo. - se quja el albino. Kagome se levanta y toma a su hijo en brazos.

- Es un bebé y además es su hora de comer otra vez. - mencionó. Se sentó en la cama, apollada con el respaldo y se sacó un pecho para darle de comer a su bebé, el padre los miró feliz.

- Cierto. Es un bebé. - se acercó a su esposa y recostó si cabeza en el hombro izquierdo de ella. - Un bebé y una madre muy hermosos.

- Su padre también. - elogió ella.

- Hmp...

Continuara...

by: Mary__🌸

( ˘ ³˘)♥

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