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«¿Rosas? Mi condena.»


»✿«

- Bajaré al mundo mortal a recoger flores para la cena de hoy. - avisó a su padre. Zeus o también conocido como
Naraku asintió.

- Te dejaré ir si vas acompañada de 100 ninfas. - dijo aún sin apartar su mirada carmesí de los escritos.

- Padre, ya soy mayor, puedo cuidarme sola. - comentó cruzando de brazos y haciendo un puchero. Su padre la miró por el rabillo del ojo y sonrió.

- Cuatro ninfas o sino no puedes bajar. - se puso de pie y le acarició la mejilla a su hija menor. Era su único tesoro. La amaba y a pesar de tener 19 años aún la sobre-protegía y mimama sin descanso.

- Bieeeen. - alargó la pronunciación de la E y dio media vuelta para salir en busca de sus cuatro acompañantes. Su padre la detuvo sosteniendo su antebrazo. - ¿Ahora qué?. - murmuró ya cansada de la actitud protectora de su padre. - No me iré muy lejos, lo prometo.

- Compórtate como la princesa y diosa que eres, Kagome. No hagas travesuras, recuerda, el mundo mortal... -

- No es para hacer juegos de niños. Es un mundo muy serio y muy peligroso. Lo sé. - interrumpió a su padre y continuó su frase. Milésimas fueron las veces que escuchó esa frase. Desde que era una niña de cuatro años siempre lo había escuchado y respetado con el mismo tema del mundo de abajo. Ese día no sería la excepción... ¿Tal vez?.

- Muy bien. Puedes irte y diviértete. - la abrazó y la dejó ir. Algo en el fondo de su alma le decía que no la dejara bajar al mundo humano. Pero cuando se trataba de la actitud mimada y tierna de Kagome, siempre caía.

•••

- ¿Te vas? ¿A dónde?. - preguntó su madre. Naomi la miraba con intriga.

- Iré a recoger flores, Deméter. No iré a cavar tumbas de ángeles o meter los pies en el excremento de los caballos de papá. - dijo con algo de ironía. La diosa contraria frunció el seño y sonrió.

- Te cuidas. ¿Puedes traerme algún ramo de flores especial para mí? Desde que eras una niña no me regalas uno. Recuerdo que las últimas flores que me regalaste fueron orquídeas.

- Lo haré, mamá. ¿Puedo irme?.

- Puedes irte, Kagome.

La joven corrió rápido y al salir por el portón del gran palacio encontró a sus cuatro ninfas. Sonrió pero por dentro estaba molesta por la desconfianza de sus padres en ella. Sabía defenderse, era adulta y muy responsable. No se metería en problemas. ¿Por qué aún debía llevar como acompañantes a las ninfas cada vez que bajaba al mundo mortal? Esa pregunta siempre la intrigaba pero no le importaba. La compañía de esas mujeres siempre era grata.

•••

La deidad y las cuatro mujeres después de bajar las escaleras de cristal que conectaban el mundo inmortal con el mortal llegaron a las praderas repletas de flores, árboles y muchos animales. Eran meses de primavera así que todo estaba muy feliz y colorido. Sonrió y dejó caer la cesta que traía en sus manos y, como si fuera una pequeña niña, comenzó a correr por todos lados.

Las ninfas sonrieron al ver a su ama tan feliz.

- Hace mucho tiempo que la ama Kagome no se veía tan feliz. - comentó una de las mujeres mientras recogía la canasta del suelo.

- Estar encerrada en el castillo y cumplir con sus obligaciones como princesa y diosa de la agricultura y del grano siempre la han mantenido muy seria y poco feliz. - dijo otra en un tono de voz triste y apagado.

- Pero ahora la señorita disfruta de su libertad, deberíamos dejarla ser y disfrutar sin interrupción. - prosiguió hablando la tercera y más joven de las ninfas.

- Tienes razón pero debemos cumplir nuestro deber. - las cuatro miraron a Kagome tratando de hacer ángeles en un campo lleno de margaritas. Algunos conejos, servatillos y gorriones estaban a su alrededor. - Debemos protegerla de todo peligro. - las demás asintieron en aprobación y continuaron mirando a su ama y señora.

- ¡Ninfas!. - las llamo la chica de ojos azules. - Vengan, comenzaremos a recolectar flores. Empecemos por las margaritas, luego las violetas, los jazmines, claveles y todas las demás. No me iré sin tener al menos una flor de cada uno de estos campos.

- ¡Sí, ama!. - gritaron las cuatro a unísono y trotaron hasta donde estaba la joven. La muchacha sonrió y comenzó a recolectar cada flor que se había propuesto a llevarse a su palacio.


»✿«

La muchacha de cabellos azabache por fin había terminado su labor de recojer las flores de cada uno de los campos de estas. Sin embargo, su interior le decía que algo le faltaba... Su canasta aún estaba vacía sin ese "algo". Fue entonces cuando miró a lo lejos, un gran círculo carmesí rodeado de árboles gigantes. Obligó a sus ojos a tratar de deducir que era ese gigantesco disco color rojo. Se dio cuenta de que podían tratarse de rosas. Sí. Definitivamente era un gran campo de rosas.

Las ninfas aún recogían flores para su señora y por ello no pudieron darse cuenta que Kagome corría en dirección al campo un poco más lejos de lo que ella calculaba. Según su visión estaba a pocos metros pero realmente el campo estaba bastante apartado del lugar en donde estaban las ninfas.


- ¡No vallas!. - le susurró una pequeña voz en su cabeza. La ignoró y continuó corriendo al amplio campo de flores rojas. Se dejó caer sobre las flores perfumadas y comenzó a recogerlas y colocarlas en una pequeña canasta.

Al terminar de recoger las rosas y levantarse se dio cuenta de que las cuatro ninfas que la acompañaban ya no estaban. Entonces se escuchó un estruendo y un carruaje negro con dos corceles blanco apareció.

- Perséfone. - se escuchó decir dentro del coche una voz fría y grave. - Eres mía ahora. - y sin poder defenderse la pobre joven de cabellos negros y ojos zafiro ya se adentraba al mundo de los muertos... Junto a Hades o también conocido como: Sesshomaru.


[Época Moderna]

- Mamá, ¿Perséfone morirá?. - preguntó una pequeña de cabellos blancos y ojos zafiro. Su madre cerró el libro y lo dejó sobre la mesa de noche que se encontraba al lado de cama. La mujer sonrió y le dio un beso en la frente a su hija.

- Lo sabremos cuando sea el momento. Descansa, Hitomi. - besó las pequeñas manos de su hija y encendió la lámpara de noche. Figuritas de ángeles y estrellas se vieron reflejadas en toda la habitación color rosa después de que las luces de la habitación fueran apagadas.

La azabache sonrió y se encaminó a la cocina. Allí estaba su esposo bebiendo una tasa de té. Un hombre alto, de espalda ancha, músculos bien trabajados y un característico color de cabello y ojos: melena blanca con un casi notable brillo grisáceo y unos bellos ojos color oro. La muchacha abrazó al hombre por la espalda y este abrazo los delgados y suaves brazos níveos de su mujer.

Dejó el recipiente el el fregadero y se puso de frente a la mujer de cabello negro, sonrió y le besó los labios con dulzura.

- ¿Sigues levantado? Ya te imaginaba en nuestra habitación durmiendo como un cachorrito. - acarició su espalda con sus dedos. El hombre besaba suavemente su cuello y mejillas.

- A eso iba hasta que tú llegaste. ¿Hitomi duerme?. - preguntó.

- Recién acaba de dormirse, señor Hades. - sonrió con picardía y poco a poco fue desabotonando la camisa que conformaba el pijama de su marido.

- ¿Así que jugaremos a esto? Me parece bien, Perséfone. - sonrió de la misma manera y esta vez dejaba plasmados delicados besos mojados en el delgado cuello de su esposa mientras que con sus manos acariciaba los costados de la figura femenina. La fémina gimió suave.

- Aquí no... Podemos despertarla. - susurró cerca de su oído. Sesshomaru se detuvo y tomó una de sus manos, guiándola a la recámara de ambos.

Al llegar a la habitación ambos comenzaron una danza de besos lujuriosos y llenos de deseo. Se separaron por la falta de aire y en rápidos movimientos ambos ya estaban desnudos acostados en la cama.

- Ya es hora de darle un hermanito a Hitomi, ¿no crees?. - lamió uno de los pezones y Kagome gimió. Abrazó al peliplata por la espalda y por cada caricia o lamida dada en su cuerpo ella lo apretaba más por la espalda; clavándole algunas veces las uñas.

- S-sí ¡Ahhh!. - gimió con más fuerza. Sesshomaru había dejado el pezón y se dirigió darle atención a la intimidad de la chica. Se encontraba demasiado lubricada por sus propias mieles y eso le había hecho un poco más fácil el trabajo al ambarino.

Succionó, lamió, acarició y profanó cada parte de aquella zona sensible hasta escuchar a su mujer gemir con fuerza y verla retorcerce. Su orgasmo ya había llegado de manera exitosa. Él fue subiendo hasta estar su rostro sobre el de su mujer. Acostado con delicadeza sobre ella. Manteniendo su peso sobre sus brazos posicionados en ambos lados de los hombros de la muchacha. La vio a los ojos buscando algún tipo de aprobación de ella para adentrarse a su intimidad. Ella sonrió y con eso le fue suficiente.

Un nuevo baile volvía a comenzar. El miembro de Sesshomaru dentro de la vagina de Kagome realizaba una danza de arriba abajo. Sintió su propio orgasmo llegar y después de él Kagome.

Su semilla había sido depocitada en el interior de Kagome. Ahora con un poco de: espera, paciencia y tiempo sabría si ella estaba o no embarazada.

[Continuará]
1580 palabras.

by: Mary__🌸

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