«¿De regreso a casa? Me quedaré con mi amado señor.
Kagome regresó a su -supuesta- habitación. Obviamente había tardado un poco en llegar ya que los laberínticos pasillos pintados del color negro con cuadros que sólo eran carabelas y otras cosas que representan la muerte parecían interminables; pero lo consiguió después de andar caminando en círculos por un tiempo. Se encerró en el cuarto y se dejó caer sobre la cama boca abajo. Se puso a llorar ¿Por qué? Ni ella misma lo sabía.
Al lado sur del gran castillo negro; en la sala de reuniones, se encontraban tío y sobrino, éste último le traía un mensaje de su desquiciable hermano menor. Se asqueó de sólo recordar el reluciente rostro de su querido hermano Zeus.
—Eso es lo que desea que haga mi padre, dios Hades. ¿Qué hará?. — preguntó el muchacho de cabellos negros iguales a los de su estúpido padre. Susurró una maldición apenas audible.
—Dile a Naraku que si quiere a su hija que venga por ella, pero, sólo podrá llevársela si Kagome no consume ningún alimento en el Tártaro. Si lo hace será maldecida y según la cantidad que halla comido pasará esa cifra en mi hogar. Retírate. — ordenó. El muchacho se retiró con gran velocidad a trasmitirle el mensaje a su padre.
Salió de la sala y fue directo a la habitación de Kagome. No era de ella, más bien era su habitación, pero la pelinegra se había acomodado tan bien en la morada que no tuvo más remedio que mover sus cosas a otra. Abrió la puerta y la encontró llorando.
—Lo sabía... — pensó. El corazón sentía como se le comprimía por la tristeza de la joven. Se sentó en la cama y le acaricio la espalda desnuda de la muchacha, ella pegó un repingo y lo miró. —Ella sólo sufrirá aquí. No pues hacerle eso... Tengo que dejarla ir. Además... Ella es mi propia sobrina.
—¿Por qué te fuiste?. — preguntó con esa bonita voz. Limpió sus lágrimas y le dedicó una sonrisa radiante. —Estabamos tan felices. ¿Por qué te fuiste, Hades?.
—Recordé que tenía a alguien esperándome, lamenho haberte dejado sola. — se disculpó acariciando el sedoso cabello negro de la joven.
—Mi señor... — murmuró apenada.
—No debes decirme así, Perséfone. Yo no soy tu señor.
—Quiero que lo sea, mi señor. Deseo ser tu esposa, Sesshomaru. Por favor, ámame de la misma manera que te estoy amando ahora. — tomó las mejillas pálidas del albino y lo besó. El dios, un poco impresionado al principio, aceptó el suave beso que le daba la joven. Lo aceptó. Ella aceptaba vivir con él en su mundo lleno de oscuridad y dolor.
—¿Estás segura? Tu padre vendrá a buscarte pronto. — le dijo. Ella negó con su cabeza y le sonrió.
—No me iré. Deseo quedarme con usted, mi señor. — entonces Sesshomaru la abrazó. Le dio un abrazo fuerte, casi temiendo que ella se arrepintiera y se fuera corriendo. Dejó de abrazarla para luego darle un beso en la coronilla y decirle que más tarde irían de nuevo al jardín. Ella aceptó encantada.
~•~
Pasadas las doce de la noche, el inalcanzable Zeus junto a su esposa Deméter entraron al mundo de los muertos en busca de su hija. Los guardianes del límite de la vida y la muerte informaron lo ocurrido a su señor, el cual también le informaba a Kagome. Ella entristeció.
—No quiero irme. No podré vivir sin ti. — abrazó a su señor entre lágrimas. Su padre y madre no la entenderían y mucho menos la dejarían quedarse con un dios tan tétrico y, supuestamente, malvado como Sesshomaru. El albino la abrazó y luego la apartó de su cuerpo. La miró con dulzura y le dijo:
—Sólo hay una manera de que te quedes aquí conmigo... Pero no decirte cómo, eso incumpliría una importante ley. Debes descubrir esa manera, Kagome. Si deseas quedarte conmigo sólo así podrás vivir en éste mundo junto a mí. — volvió a abrazarla y se apartó de ella. Salió melancólico de ese jardín tan hermoso dejándola a ella en lágrimas.
Ella se levantó, secó sus lágrimas y se fue a la biblioteca que justamente se encontraba al lado de su habitación. Allí estuvo un tiempo leyendo libros; buscando la única manera de poder quedara al lado de su amado. Abrió un gigante libro rojo que al cargarlo en brazos lo tuvo que tirar al suelo. Leyó hasta encontrar una oración que le llamó mucho la atención.
"Sólo comer lo mantendrá a salvo del poderoso peligro en el Inframundo. Comer del mismo platillo por una cantidad indefinida equivale al la misma cantidad de tiempo que pasará en el Averno."
Dudosa comprendió lo que quería decir: debía comer algo y así se quedaría en el mundo de los muertos. Cerró el libro y corrió en busca de alguna cosa que comer. En una habitación con mucha luz vio una gran mesa con varias frutas sobre ella, corrió hasta allí para encontrarse a su señor y a sus padres.
Su madre corrió con lágrimas en los ojos hasta ella, la abrazó fuertemente mientras expresaba lo mucho que la había extrañado. Ella sólo se quedaba estática en su lugar. ¡Debía comer algo antes de que sus padres la arrastraran al mundo exterior!
—Nos vamos, Kagome. — informó su padre. Observó la cara triste de Sesshomaru. Su madre la jaló por el brazo. Se obligó a reaccionar.
Se sacó el brazo de su madre enrredado al suyo y corrió atrapando una granada entre sus manos, la apretó hasta partirla y consumió seis granos de la jugosa fruta roja. Sus padres la miraron atónitos mientras en su cabeza algo comenzaba a brillar. De la nada una corona negra decorada con perlas de oro apareció adornando su cabello. Naraku estalló en enojo y Naomi sólo lloraba tirada en el piso. Ahora su pequeña estaría con el hombre al que amaba por seis meses.
—Lo lamento, hermano. Pero la maldición se cumplió. Perséfone ahora se ha convertido en reina del Infierno y eso también la convierte en mi esposa. Comió seis granos así que pueden venir a rescatarla después de que se cumpla ese plazo. Sólo advierto: si Kagome no regresa después de estar seis meses con ustedes juro que yo mismo iré por ella y haré la maldición indefinida de tiempo. — el dios de los muertos mostraba una sonriente cara. Kagome se abrazaba a su brazo con una expresión fría.
Zeus comprendió. Se largó de ese lugar junto a su esposa llorando a mares. Se juró internamente que mataría a Hades por hacerle eso a su pequeña. ¡Como si pudiera lograrlo!.
Kagome y Sesshomaru se besaron con pasión. Su nueva vida juntos recién empezaba. Ella como nueva reina y diosa de los muertos y él como un ser recién experimentaría ser amado por ella.
[Época Moderna]
Kagome cerró el libro, finalizando el cuenta de ambos dioses olímpicos. Su hija daba saltitos en su cama junto a su hermano de un año de edad, su esposo estaba al lado de ella abrazándola con fuerza mientras veía a sus pequeños saltar de alegría. Sonrieron.
—Hitomi, a dormir. — ordenó con voz suave el albino. La pequeña niña hizo un puchero y obedeció. Se metió bajo las cobijas rosas y bostezó. —Dulces sueños, cariño. Pronto compraremos otro libro para leerte.
—¿Qué quieres leer para la próxima vez?. — preguntó la pelinegra, tomando a su hijo menor en brazos y acercándose a la frente de su pequeña para depositarle un beso.
—Dioses egipcios. — murmuró adormilada.
—Hmp, dioses egipcios será. — le susurró sonriente el albino.
Los progenitores salieron de la habitación rosa para adentrarse en la pequeña habitación de color azul. Su pequeño Kaito ya dormía plácidamente después de que su madre lo cargara en brazos. Kagome lo colocó en la cuna y lo cubrió con la mantita azul con patas de perro en blanco. El matrimonio sonrió. Salieron y se detuvieron en medio del pasillo pintado en color rojo vino que conducía a su morada. Se miraron y sonrieron.
—Mi señor, soy feliz a su lado. — murmuró Kagome abrazándose de su marido.
—Yo también, querida Perséfone. ¿Me concederías otro hijo?. — le preguntó. La muchacha de ojos azules lo miró atónita para luego sonreír.
—Tal vez. Debo pensármelo. ¿No le basta con dos pequeños revoltosos y curiosos por saber de nuestras vidas pasadas?. — acarició su mejilla. El roce de su dedo pulgar en su pómulo hizo descubrir dos marcas de un bonito rojo rubí. Con el índice dibujo la medialuna púrpura. Sonrió, contagiándole la sonrisa a su marido quien al sonreír mostró los colmillos un poco más grandes de lo normal. —Demonio travieso. — susurró.
Sesshomaru, imitándola, retiró el flequillo negro y le tocó la frente a su mujer, al retirar los dedos una pequeña y hermosa rosa color granate apareció. Ella sonrió, sus labios se pintaron de un hermoso color carmín por arte de magia; ella también era un demonio.
Miraron el cuadro en donde estaban retratados pero de otra manera. Él en ese tiempo no poseía sus poderes demoníacos y mucho menos las marcas y colmillos, ella tampoco era una demonesa con una rosa tintada en la frente y mucho menos tenía el poder de viajar por las dimensiones y alterar el tiempo. Todo lo que tenían ahora era gracias al loco padre de Kagome, quien los maldijo al los dos hacía ya unos millones de años. Al final ambos amantes salieron ganadores.
Volvieron a su forma natural. La forma en la que sus hijos, familiares, amigos y conocidos estaban convencidos de que era la real y no su otra forma maldita. Entraron en el amplio cuarto matrimonial y sin decirse nada, sólo unos besos y las buenas noches, se acostaron en el lecho y durmieron plácidamente.
Final.
Holi holi!!!!! Por aquí finalizando ésta "obra maestra" no sé, creo q me salio bastante bien. Comenten que les pareció.
Sólo falta el epílogo. Nada más que decir.
Bye bye!
By: Mary__🌸
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