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V E I N T I Ú N O

Maratón 3/4

LUKA

La preparatoria Leimmar es de las más grandes de la ciudad. Compuesta por dos edificios frontales y cuatro posteriores de dos y tres pisos cada uno, es una institución que impone sobre las demás. Fue una osadía de sacar turno y esperar como cinco horas para poder inscribir a Mateo, pero creo que lo vale, tiene uno de los mejores planes de estudio a nivel nacional.

Es imposible pasar por los pasillos y no recordar mis épocas de preparatoria y notar las diferencias; especialmente las estructurales, en Crismain, donde yo estudié, ninguna pared era de un color vivo mientras que el Leimmar parece que entre más adentro estoy, más fuerte es el tono que me rodea; el panel que informa de qué clase es cada salón no está hecho en madera como en mis adolescencia, sino que es digital y de luz neon. Y eso, sumado a que cada casillero —y que a propósito en Crismain no había ni uno— está decorado y personalizado, me hacen sentir medio viejo.

Pero no tengo muchas ganas de pensar en eso precisamente. La directora de Leimmar me ha llamado porque quiere hablar conmigo de algo que involucra a Mateo.

Dado que antes de este año había estado en internados casi toda su vida, nunca tuve quejas respecto a nada, ni a comportamiento ni a responsabilidad, por eso cuando me llamaron ayer en la tarde citándome, me asusté. Esperé a ver si Mateo me decía algo en la noche, quizás que me confesara que había hecho algo malo, mas no dijo nada ni se mostró diferente, así que preferí venir antes de esperar a que me mienta o suponer lo peor.

Luego de preguntar un par de veces y de haber entrado a lo más alejado del portón principal, doy con el bloque que reza "Oficinas administrativas". Entro y un secretario de poco más de cincuenta años me recibe.

—Buenos días, tengo una cita con la directora Mathews. Mi nombre es Luka Greisnar.

—Por supuesto, señor, permítame ya lo anuncio. —Sus gafas de marco metálico y gruesos lentes le hacen ver los ojos algo reducidos, se las cala bien arriba y añade—: Puede tomar asiento.
Al menos la incomodidad de las sillas de plástico destinadas a quienes esperan a la directora o un veredicto luego de meterse en problemas, no cambian con el paso de los años ni con la calidad de la institución. Espero por más de cinco minutos y una mujer de unos cuarenta y tantos se asoma a la puerta y me invita a pasar.

—Buenos días, señor Greisnar —saluda y camina hasta su silla tras su escritorio negro de madera—. Puede cerrar la puerta y tome asiento.

Hago lo que me pide y tomo una silla mucho más cómoda que la de afuera, quedando frente a ella. Su escritorio está lleno de carpetas, dos portaretratos ubicados frente a ella, una lámpara apagada y un computador. La persiana de su amplia ventana está abierta dejando que el sol entre y me dé de lleno en la cara.

—Buenos días.

—Mi nombre es Brianna Mathews —se presenta, pese a que en la primera reunión de padres y acudientes lo dijo frente a todos—. Me alegra que haya podido asistir. Antes que nada le pido que no se preocupe, no lo he llamado por algo malo con Mateo.

Un suspiro de evidente alivio se me escapa y me encorvo un poco en la silla, ya más tranquilo. La luz del sol frente a mí recorta la silueta de la silla de la directora y apenas y la veo como una sombra opaca, pero su voz resuena a la perfección.

—Sí me alivia bastante.

—Mateo es un joven brillante —comienza—. Es muy aplicado para matemáticas y para física especialmente, sin embargo, en lo que más destaca, según sus maestros, es en literatura. Lleva tan solo unos meses con nosotros pero ha sabido sobresalir cuando se le pide que redacte sobre algún libro o sobre algún tema dado.

Sonreír se me hace inevitable; supongo que esta es la sensación de orgullo de la que tanto presumen los padres. No obstante, no es solo orgullo sino sorpresa; no sabía eso de él. Le pregunto con frecuencia a mi hermano sobre sus clases y me aseguro de que recuerde siempre hacer sus deberes, pero no al punto de revisar todo lo que hace como si fuera un niño pequeño. Aunque sí debo recalcar que sabiendo o no con precisión lo que hace en el colegio desde pequeño, siempre llega con menciones de honor al final de cada periodo académico.

—Es muy juicioso, siempre lo ha sido.

—De antemano le pido una amplia disculpa si mi siguiente pregunta es irrespetuosa, señor Greisnar. —Aguarda un segundo, midiendo mi reacción. Asiento de inmediato dándole el permiso de que siga—. ¿Dónde están sus padres?

Me remuevo incómodo en mi silla, haciendo rechinar un poco el cuero del asiento.

—Desde que Mateo tiene memoria ha estado solo conmigo y con mi abuela, señora Mathews. Mi abuela estuvo por años en hogares de adultos mayores pero desde este año ya estamos los tres en casa permanentemente, y le aseguro que a Mateo nunca le han hecho falta padres.

Se me forma un cúmulo de nervios en el estómago de tocar el tema; la señora Mathews asiente en silencio, cruzando sus manos bajo su mentón. Tras lo que me parecen muchos minutos, continúa, en un tono meramente académico.

—Verá, señor Greisnar, todos los niños y adolescentes en algún momento necesitan padres. No busco contradecirlo en absoluto y no estoy en posición de averiguar por temas personales, solo le comento esto porque su maestro de literatura nos ha informado de la posibilidad de que Mateo requiera un psicólogo.

—¿Para qué? —respondo a la defensiva.

—Su hermano está en una edad en que todo se complica, la búsqueda de su personalidad depende ahora de los apegos emocionales que tiene pero también de los que carece. El señor Graden durante las primeras clases de mayo les colocó de tarea escribir seis cartas hacia quien desearan sobre lo que quisieran. El trabajo se supone debía entregarse seis semanas después, con una carta por semana y fue recibido hace unos días. El propósito es que los estudiantes se expresen con su puño y letra pues hoy en día parece que esa costumbre de escribir con bolígrafo está perdida y él piensa que escribir a mano los hace pensar más detenidamente cada cosa que ponen pues en sus mentes está claro que no tienen ni auto corrector ni predictor de palabras como en sus teléfonos y computadoras.

Su tono es firme y profesional. Comenta todo como si estuviera leyendo un anuncio en el periódico o como si hubiera ensayado esas líneas frente al espejo por horas; no vacila, no titubea y no se detiene pese a que, a mi parecer, está alargando mucho el asunto.

—Eso lo entiendo, pero sigo sin comprender la necesidad de un psicólogo.

—Las seis cartas iban dirigidas a su madre —suelta.

Siento un corrientazo en el cuerpo de sorpresa y vértigo que me hace exhalar con fuerza, como si llevara varios minutos conteniendo el aire en mis pulmones.

—Él nunca la conoció. Se fue cuando él tenía poco menos de un año, no puede recordarla.

—Las cartas hablan de eso, señor Greisnar. No son precisamente cartas de amor a una madre, sino cartas de reclamo por el abandono. La propuesta de que sea llevado al psicólogo no es porque pensemos que tiene algo mal, es solo que es perjudicial guardar mucho tiempo el rencor y por las palabras de las cartas, parece que Mateo quiere explotar en cualquier momento y puede sacar todos esos sentimientos a modo de rebeldía; si no ahora, más adelante. Un joven no suele contarle ese tipo de cosas a su familia, en este caso a usted y por eso las ha desahogado en las cartas de literatura. No tiene problemas ni de convivencia ni de comprensión ni déficit en ningún área, no se preocupe por eso, pero un psicólogo es una buena opción. Nunca perjudica y puede que él se sienta mejor con sí mismo.

Siento que es una sobrecarga de información demasiado amplia para captarla en los dos minutos que ha tardado en decirla. Mi hermano nunca ha dado señales de que algo le moleste o le incomode o le entristezca.

—Nunca hablamos del tema —respondo, siguiendo el hilo de mis apresurados pensamientos—. Desde hace muchos años no pregunta por nuestros padres. Siempre pensé que no los necesitó, que teniéndonos a mí y a mi abuela...

—Ese es otro punto. En sus cartas también habla del papel de su abuela y con lo que me ha dicho, puede que el hecho de volver a vivir con ella, le haya reforzado la idea de que su madre no está, pero eso no puedo saberlo yo con certeza, por eso nuestro consejo.

—¿Su maestro ha hablado con él sobre el tema?

—No. Quise discutirlo primero con usted porque su caso es peculiar; son pocos los estudiantes que carecen de ambos padres. Particularmente nos interesa Mateo porque es brillante, como ya le he dicho, tememos que tal vez pueda perder o disminuir esa responsabilidad que tiene por temas que no se atreve a hablar en voz alta con usted.

—Hablaré con él...

—Puede hacerlo, por supuesto y tenga en cuenta que nosotros contamos con el servicio gratuito de psicología y que puede acceder a una cita cuando quiera. Nos interesa mucho el bienestar de nuestros estudiantes.

—Le agradezco que haya hablado conmigo —digo, con la intención de irme pronto, me siento abrumado—. ¿Algo más?

—Solo un par de cosas. Uno, informarle, aunque ya debe saberlo, que Mateo lo quiere mucho a usted y a otra figura... podríamos llamarla "paterna". En sus cartas los menciona; a su hermano mayor y a un ¿hermano político? llamado Gabriel; ambos son parte importante de él; los ve como ídolos.

Sonrío.

—Gracias. ¿Y la otra?

—Tengo acá las cartas del trabajo de literatura —informa— . Si gusta, puede llevárselas y leerlas; puede que eso le ayude a decidirse o a ver otra perspectiva. O también puede dejarlas, hay acudientes que pueden sentir que violan la privacidad de sus jóvenes.

Lo medito unos segundos y muerdo mi labio. Finalmente me levanto de mi silla y la señora Mathews sigue mi movimiento con la mirada. Le tiendo la mano.

—Me las llevo.

Al llegar a casa, casi en la noche, tengo las neuronas tan enredadas como es posible, casi rozando en lo insano; de hecho, me duele la cabeza.

En el trabajo me cambiaron la fecha de entrega de un proyecto y al parecer es necesario presentarlo a más tardar mañana a las cinco de la tarde; me han quitado una semana de plazo y aunque lo tenía adelantado y lo que me falta es relativamente poco, siento que hoy no es el día para hacer nada, siento que lo que sea que haga me va a quedar mal.

Ni modo, al mal tiempo, buena cara. No gano nada estresándome por eso, solo debo hacerlo y ya.

Cuando me quito el saco y aflojo la corbata, siento como si me estuviera liberando de una soga al cuello y me permito respirar hondo. De la habitación contigua al recibidor, sale mi abuela caminando a paso lento pero seguro, con la velocidad que delata su edad.

—Hola, Nani.

—¿Cómo te fue, señor arquitecto?

—Llevo mucho tiempo trabajando en la empresa, ¿hasta cuándo me seguirás diciendo señor arquitecto? —pregunto, en medio de una risa.

Me acerco y me agacho mucho para dejarle un beso en la mejilla. Ella palmea mi hombro.

—¿Cuándo dejarás de ser arquitecto?

—Espero que nunca.

—Entonces nunca —resuelve—. Cada vez que te diga así, recuerda que en realidad te estoy diciendo que estoy orgullosa, mi niño.

—Yo no te digo "señora abuela" —objeto.

Antes de que me responda, igual que cada noche con algún mal chiste, los pasos de Mateo se acercan y a la vez, habla sin saludar:

—Ya está la cena.

—Ese tipo de bienvenidas me encantan —ironizo.

Caminamos hacia el comedor donde ya están los tres platos dispuestos con la cena hecha por él en ellos. Tomo asiento en la cabeza de la mesa y Nani y Mateo cada uno a mis lados. La charla rutinaria de la cena, empieza a tener lugar:

—¿Qué tal el estudio hoy?

Mateo, sin levantar la mirada, responde:

—Bien. Christoph se fue de cara en gimnasia por mirar correr a Ally. Fue divertidísimo. —Suelta una corta pero fuerte y mi abuela le da un manotazo—. Ya, perdón.

—No es correcto burlarse de los demás —regaña ella.

Me río entre dientes de ver a Mateo agachar la mirada sumiso aunque sin dejar de burlarse.

—¿Y qué tal el trabajo? —pregunta Mateo de vuelta.

—Me adelantaron una fecha de entrega, debo quedarme hoy en eso.

—Estás viviendo el sueño, no lo olvides —contesta Mateo medio en mofa—. Repítelo: este es mi sueño, este es mi sueño, este es mi sueño.

—Pues lo es. —Mi tono a la defensiva lo hace reír más—. Ya te veré cuando persigas los tuyos; verás que no es tan sencillo.

—Cuando tenías ocho años querías ser ingeniero eléctrico porque pensaste que siéndolo, no dejarías que se fuera nunca la luz. Lo dijiste en un apagón —cuenta mi abuela, refiriéndose a Mateo y empiezan un cruce de palabras risueñas del que me desconecto.

Mi hermano come animadamente, le responde todo a Nani, le sonríe incluso con la boca llena. Le toca el antebrazo frecuentemente, como si necesitara decirse que realmente está en la cena. Cualquier persona que vea a Mateo a la hora de la comer o cualquier actividad en familia, no pensaría ni por asomo que tiene alguna carencia emocional; mi mente viaja unas horas a la conversación con su directora y aunque tengo en mi maletín las cartas de Mateo —sin abrir porque no tuve tiempo— no puedo sino pensar que ella o bien mentía o bien se equivocó de Mateo, por absurdo que suene.

Mateo es un joven siempre alegre, carismático, gracioso y caballeroso; nunca lo he visto maldiciendo a alguien directamente o decir que siente odio por una persona, nunca se queja de ningún maestro —como todos los chicos de su edad hacen alguna vez—, no es desobediente con nosotros y nos respeta incondicionalmente. No me cabe en la cabeza lo que la directora ha dicho. Tengo las pruebas, tengo las cartas pero también tengo a Mateo en frente y me gusta como se ve ahora por lo que me atemoriza mucho siquiera abrir las cartas y ver otra parte de él que no deseo conocer.

Por ahora no las abriré; primero porque tengo mucho que hacer, y segundo porque quisiera estar completamente solo cuando las lea; no sé qué pueda haber en ellas y prefiero no tener a Mateo cerca.

*****

Luego de la tercera taza de café, de un par de seguras ojeras y de un dolor lumbar por estar tanto tiempo encorvado, me recuesto en el sofá de la sala, donde estoy terminando el proyecto.

Son cerca de las once de la noche pero ya que Mateo madruga y que Nani ya no está para trasnochar, estoy solo. El silencio me ha ayudado a avanzar sin distracciones aunque luego de un rato la misma quietud me sobrecarga los oídos.

Tomo el celular para mirar los mensajes que al parecer se han acumulado en varios chats. Hay uno de Mateo de más temprano preguntando si ya iba a llegar, otro de Gabriel contándome que compró una pecera a lo que respondo que mañana lo llamaré, uno del grupo de chat del trabajo haciendo chistes indecorosos sobre el jefe y uno de Denisse que ni siquiera me tomo la molestia de abrir.

Luego de la última ventana activa, está el chat de Carolina, cuya última conversación fue hace un par de días, cuando le pedí que nos viéramos esta semana que viene pues debo viajar a la ciudad donde vive.

Aparte de las mil inquietudes que me han llenado la mente estos días, el nombre de Carolina se ha quedado siempre por ahí como una inquietud más, revoloteando entre otras brumas, específicamente me ha rondado la última conversación que tuvimos en Allington; sus palabras "estoy comprometida" me han zumbado sin que yo lo quiera por los oídos.

A decir verdad, el que me dijera eso aparte de sorprenderme, me resolvió las varias dudas que habían nacido en mí mientras compartí tiempo con ella, como su evidente recelo, sus evasivas a las pocas veces que saqué el tema y sus ganas principales de no verme.

He de admitir que en sí no tengo para mí mismo una respuesta fija de mi reacción a su compromiso. No puedo decir que me alegro por ella porque realmente verla luego de años fue como conocerla de cero y uno no se alegra cuando un desconocido se va a casar, pero tampoco me ha afectado en un modo negativo completamente. Vale, que me molestó un poco recién me enteré pero más que por lo que dijo fue porque me sentí estúpido de prácticamente invitarla a salir, fue algo más de orgullo propio que de otra cosa, esa sensación humillante de que ella de modo alguno se estaba burlando de mí al no decírmelo desde el comienzo.

No voy a negar que antes de saber de su compromiso, y gracias a las horas en que estuvimos juntos, sentí una atracción fuerte por ella. La primera noche en que la vi estuve todo el rato preguntándome si la había imaginado porque se me hacía inverosímil tenerla a un par de pisos de distancia, luego recapitulé un poco esa misma noche sobre lo que Carolina había significado para mí y solo pude hallar cosas buenas, cosas positivas que me enseñó, pasos que me ayudó a dar y pensé con ironía que gran parte de lo que hizo tomó lugar cuando más la amé, o sea, luego de que se fuera.

La Carolina que me encontré en el hotel era una versión mejorada y feliz de la que me dejó; la vi más alta aunque puede ser que ahora camina sin encorvarse como si supiera que el suelo por el que camina le pertenece; su voz es más cálida, más fuerte, más feliz, más genuina; su caminar es confiado y su mirada es capaz de retar a cualquiera, cualidades que en el pasado no tenía. Su sonrisa sigue enamorando, sigue cautivando y al igual que la primera vez que nuestras vidas se cruzaron, fue esa mueca de su cara al estirar las comisuras de su boca, lo que me atrajo hacia ella. Si antes su personalidad seducía, la confianza de ahora engatusa cualquier corazón.

Pero con todo lo bueno que me hizo recordar, también recordé lo malo y que fue en gran parte lo que vino de mi actitud y mis acciones. No sé hasta qué punto fue trascendente para ella el lapso que estuve en su vida más allá de su drama familiar, del que siempre nos agradeció la ayuda, pero por mi parte, Carolina fue un punto definitivo de esos que solo pasan una vez en la vida.

Cuando se fue le dije que iba a pedirle a Dios que me la cruzara de nuevo en el camino, y lo cumplí, lo hice, pedí deseos, elevé oraciones, anhelé de todo corazón volver a tenerla conmigo y poder ofrecerle algo mejor de lo que le había dado antes, pero en ese entonces gracias a varios sucesos supe que sin importar lo que sucediera, yo no estaba listo para merecerla.

El tiempo pasó y se fue llevando de a poco la esperanza de poder amarla hasta que finalmente Carolina y mi amor por ella quedaron relegados a un cajoncito en lo oscuro y oculto del corazón; cuando la vida la puso de nuevo en frente hace un par de semanas fue como si mi plegaria hubiera sido escuchada con muchísimo retraso, como si el mismo destino en lugar de complacerme, se vengara de mí y me dijera "al fin tendrás lo que quieres, pero ella ya tendrá lo que quiere, y no serás tú, púdrete".

Su vida y mi vida ya están completamente hechas en caminos separados y sé que de nada sirve seguirme molestando con lo que pudo haber sido y que por mis errores se fue por el caño, sin embargo siento injusto olvidarla de nuevo. Sería un desperdicio muy grande haberla reencontrado para perder para siempre contacto con ella otra vez; ya no hay posibilidad de nada entre nosotros y a decir verdad no me molesta. Si la hubiera encontrado medio o un año luego de que se fue, cuando aún la amaba hasta lo doloroso, saberla casi casada habría sido devastador, pero no hoy. A como están las cosas, si pudiera tener algo en este momento, sería su amistad.

No quiero ser ajeno a ella, quiero ser su amigo y aunque sí me deja un regusto desagradable saber que el amor más grande que he tenido se va a casar, de corazón deseo que quien le haya dado el anillo la merezca.

Mi motivo de escribirle es demostrarle que realmente me siento feliz de su compromiso, quiero que sepa que puede confiar en mí, que pese a los años que pasaron, no la olvidé y que nunca la voy a dejar de querer como una buena amiga. Quiero que de algún modo deje de guardar el mal recuerdo de lo que pasó entre nosotros —si es que lo tiene— y que mejor conserve un buen presente conmigo como un aliado.

Cuando me dispongo a continuar con mi labor, inclino el cuello para mirar la mesa y en el camino, veo una foto que hay en la pared de Gabriel con nosotros; recuerdo de repente la conversación casi discusión con respecto a Carolina que tuve con él ayer por whatsapp, donde él no está de acuerdo con nada de mis argumentos y mi plan de verla, dice que estoy engañando a todo el mundo al decir que quiero ser su amigo.

Sacudo la cabeza, rindiéndome con retraso a las palabras de mi mejor amigo; paso la mano sobre mi cabello, exhausto por mil motivos, entre ellos, el mentirle a él y mentirme a mí.

No, todo eso es pura mierda.

La verdad quiero verla y saber más del hombre que está a su lado, saber si es suficiente y si me da una pequeñísima pista de que no lo es, voy a medir mis posibilidades de recuperarla. 

A que no se esperaban un capítulo de Luka 😏

Uno de los motivos por lo que siento que esta novela me está quedando tan larga es porque también me estoy encargando de cerrar muchos hilos que tengo de la vida de los personajes más allá del ámbito amoroso, hilos que han quedado en otras novelas y demás, en este caso, el hilo nunca abierto de los padres de Luka pues siempre se sabe que no están y en DV se dice que hubo abandono pero nunca se dijo más, so, acá pretendo sacar eso. También se cerrarán definitivamente historias como las de Gabriel o más adelante la de Luciana o la de Tamara. 

En fin, siempre estoy con el pensamiento de si lo estoy alargando más de la cuenta pues al menos en LNPDUHDA el romance fue muy centrado y acá pos va más allá. 

Quisiera saber sus opiniones, no sean tímidos, comenten qué piensan de la novela y del desarrollo hasta el momento ♥


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