U N O
JULIO
La humanidad se divide entre los que le tienen miedo al cambio y los que han aprendido que una variación en la rutina no cae mal de vez en cuando.
Y luego está un tercer grupo, en el que estamos los que sentimos mitad y mitad, los que sabemos que una alteración sea repentina o planeada es buena y puede traer grandes beneficios pero al mismo tiempo nos aterra pensar que las cosas serán diferentes, que nos comemos las uñas pensando en el qué será.
Así me siento hoy cuando uno de los pasos más grandes de mi vida va finalmente a concluir —con éxito, gracias a Dios—: el graduarme de la universidad. Siento que los cambios que se avecinan son tremendos y que me dejarán en el otro lado del círculo de la vida, en un cambio de ciento ochenta grados.
Me llega un sabor agridulce a los labios al pensar que al final de tantos años que he pasado estudiando, trasnochando, amando y odiando mi elección de carrera, no corono como esperaba: totalmente segura, confiada y con el aire de triunfo en la frente, sino con las manos temblorosas, una sonrisa incómoda imborrable y un pulso exagerado en el pecho. Pero eso sí, con orgullo en el corazón.
Con el recibimiento de mi diploma llegan unos cambios ya planeados con tiempo, como el cambio de vivienda por motivos laborales y el cambio de mi estado civil de soltera a mujer casada, entre otros.
Sin embargo, en el momento justo de la ceremonia, no puedo pensar en nada de eso porque sé que de hacerlo me voy a ahogar en mis propios temores. Prefiero limitarme a solo sonreír y asentir para mí misma, diciéndome que lo merezco y que este diploma es como un recordatorio de todas mis horas invertidas en aprender y que lo voy a colgar de una pared que pueda ver a diario para que me recuerde siempre que lo que tanto esfuerzo requirió es mi sueño desde la niñez, que el ser maestra ha dejado de estar en mi imaginación para ser una linda realidad en la actualidad.
Pienso en ese momento a Adam, mi abuelo de otra sangre que me vio crecer desde mi adolescencia y que me acompañó hasta su último suspiro, ese que no solo me dejó los recursos económicos para salir adelante, sino que también me heredó sus valores, sus principios, su valentía y más importante, todas las memorias de los buenos momentos que compartió conmigo.
De mi cuello hoy cuelga una fina cadena dorada con un dije de mariposa, una cadena que él me regaló y que me hace recordar con frecuencia que yo estoy floreciendo gracias a él, que si salí de mi crisálida para al fin volar con la libertad de la que tanto carecía de más joven, es en gran parte gracias a él.
Llevo ya cuatro años —casi cinco— siendo relativamente independiente, pero la llegada de mi graduación la recibo como otro inicio de todo, como si antes de hoy mi independencia no fuera gran cosa y que algo tan simbólico como recibir el cartón, representa que ya soy una mujer adulta, una que ha logrado dar este paso en honor a Adam y cerrando la boca de mis padres que me dijeron que no iba a ser capaz sin ellos.
Me gusta pensar que desde el cielo, Adam está muy orgulloso de mí.
Afortunadamente, no tengo que dar ningún discurso motivacional, ni siquiera tengo honores especiales por ser destacada en alguna materia, no, solo soy una graduada más de veintiocho que lo logramos en esta promoción; pero gracias a la alegría inmensa de mi corazón, siento que yo soy única y me permito aflorar ese orgullo y amor propio que se siente al lograr algo.
—Maestra Carolina Anderson. —Es el saludo de Theo cuando la entrega formal termina y todos nos dispersamos al encuentro con los familiares. Luego me abre los brazos y sin dudar, nos fundimos en un apretón—. Felicidades.
Lo tomo tan fuerte, que mi birrete se cae al suelo, pero no me importa; nada ni nadie me va a quitar la sonrisa de este momento, y el nudo que tengo en la garganta es uno de felicidad del que no me avergonzaría soltar lágrimas después. Cuando me separo de él, inmediatamente otros brazos me roban el aire.
—Quiero que sepas que nunca dudé de que recibieras el diploma. —Kevin, con su usual sonrisa contagiosa, me palmea la espalda—. No le creas a nadie si te dicen que hice apuesta alguna de lo contrario. Felicidades.
Y recibo también un abrazo de mi padre que alcanzó a llegar —tarde— a la ceremonia, algo muy informal y no muy cálido, más protocolario que sentimental. Mamá no pudo estar por problemas de salud y mi hermano, Alexander, se ha quedado con ella cuidándola.
De último, pero no menos importante que todos, los brazos de Santiago me reciben; no es un abrazo tan efusivo como con Theo y Kevin, pero sí más significativo. Él no me felicita con palabras como los demás, y no hace falta, la verdad. Mi diploma es en un buen porcentaje gracias a él, gracias a la fuerza que me dio cuando quise renunciar, las tardes en su compañía, las noches en que me abrazaba hasta que me daban ganas de seguir estudiando y las veces que tuvo que estar pendiente incluso de si yo estaba comiendo bien porque la universidad me consumía, así que de algún modo, este diploma también le pertenece y debo estar yo agradecida con él de haberlo logrado.
Nos separamos y compartimos una mirada en la que nos decimos todo sin pronunciar nada; nos recalcamos el apoyo incondicional y nos susurramos con las pupilas lo que sentímos el uno por el otro. Acaricia mi mejilla y me sonríe, lleno de orgullo.
Detrás de él, sale un pequeño terremoto de cabellos acaramelados, ojos esmeralda como los de Santiago y con un vestido pomposo que la hace sonreír solo por tenerlo puesto y de sentir el ondeo sobre sus piernas; no espera para ofrecerme sus bracitos ni yo espero para levantarla y dejar que me dé besos en las mejillas.
—Apá me dijo que te felicitara —confiesa, mirando a Santi— porque hoy ibas a dejar de estudiar. Así que felicidades.
—Gracias, princesa.
—¿Y tu vestido rojo, Caro? Ese es igual que el de todos...—Se queja.
—Lo tengo debajo, cariño. Este vestido que es igual a todos, se llama toga y solo me lo debo poner para recibir mi boleto para dejar de estudiar. Ya me lo quito y vamos todos a almorzar, ¿te parece?
—¿Me darán helado?
—¿De vainilla con chocolate? —propongo, meneando las cejas.
—¡Sí! ¡Y chispitas de colores!
Pongo a Rose en el suelo y ella se abalanza a Theo para contarle que vamos a comer helado. Es impresionante la cantidad de corazones que Rose se gana siendo una nena de menos de cinco años.
Oigo un carraspeo a mis espaldas y al girar veo que es mi padre. Nos hace un gesto de que quiere hablar conmigo y con un poco de reparo, Santi y mis amigos se alejan unos pasos. Mi padre me jala un poco en la otra dirección para guardar más distancia y sin poder sostenerme la mirada, habla:
—Tu madre te manda saludos.
—Gracias, pa.
—Hubiera deseado poder estar acá.
—No es necesario que me mientas, no hay problema.
—No te miento, Cinthya. Ella tiene sus problemas, sí, pero de vez en cuando habla de ti y te recuerda con alegría. Y Alexander también lamenta no poder estar.
Eso último sí lo creo; mi relación con mi hermano adolescente en la distancia ha mejorado proporcionalmente a como me distancio de mi mamá; ya estoy bien con eso y no me afecta.
—Me alegra que tú hayas venido, vamos a ir a almorzar, tal vez si tú...
—Debo irme ya —ataja. Suspiro—. No puedo estar mucho tiempo lejos de casa, lo sabes.
—Sí, lo sé.
—Estamos orgullosos, Cinthya. —Su voz baja un par de tonos y dice eso a medias, como si tuviera una piedra enorme en la garganta que le dificulta el expulsar las palabras. Lo agradezco de corazón, eso es mucho más de lo que esperaba—. Sé que me dijiste que no querías obsequios, pero te traje algo. No es mucho, creo que es tan poco que no cuenta como obsequio.
—No debiste, pa. Era en serio al decir que no era necesario...
—No te lo doy por necesidad, hija, sino a modo de felicitación y... de disculpa. Sé que ya es demasiado tarde, muchos años tarde, pero tu madre y yo te debemos una disculpa por todo lo que quisimos hacer contigo antes y...
—Ya está olvidado, pa —interrumpo.
Estoy feliz y tranquila hoy y no quiero negrear mi humor con recuerdos malos, de cosas que a decir verdad ya no importan. Mi pasado es pasado y solo deseo enfocarme en lo bonito del presente.
Mi padre suspira y asiente, como si el no mencionar más el tema sea un alivio tremendo para él también... y tal vez lo es.
—Bueno, toma... —Me tiende un sobre amarillo cerrado, está un poco grueso y al parecer contiene papeles. Antes de abrirlo, lo miro a él, interrogante—. Tu madre recordó que alguna vez le dijiste que querías conocer la Catedral de Santa Lucía, en el sur, así que queremos que tengas eso...
No comprendo de inmediato qué es el obsequio en sí. Lo de la Catedral es cierto, desde pequeña vi fotos de esa antigua edificación y me parece preciosa, pero queda tan lejos que nunca hice el intento ni siquiera de averiguar cómo llegar o algo parecido.
—No entiendo... —murmuro para mí misma, abriendo el sobre con cuidado por uno de los extremos.
—Es un boleto de avión hasta el aeropuerto de Khast, desde allí debes tomar el tren para llegar al pueblo de Allintong, donde queda Santa Lucía. Ahí también está ese boleto y una reserva para un pequeño hotel, se supone que es para cinco días pero puedes alargar o acortar el viaje. Acabas de graduarte, y tal vez de ahora en adelante el trabajo te consuma, así que toma esto como un pre-descanso del trabajo. Además lo mereces.
Sus palabras son monótonas, como si las hubiera estado practicando de camino a mi graduación en el espejo del auto; son algo incómodas e impersonales, pero así es él, no puedo hacer nada al respecto.
—Esto es mucho, pa...
—No lo es. Pudiste sacar tu carrera sin nosotros, eso sí es mucho.
—No lo hice sola, yo...
—Pero lo hiciste sin nosotros —agrega en voz baja, contenida. Puede que a él le afecte más que a mí el sacar el tema, así que prefiero no discutirle más—. Disfrútalo.
Durante unos segundos me imagino las posibilidades y los escenarios desde mi ciudad hasta Santa Lucía. Bien, por mucho, está a un par de horas en avión y si acaso una en tren, pero siento el panorama como una excursión a la luna. Es emocionante.
—Muchas gracias, pa. Es genial.
—No hay problema. —Mira un momento a donde se quedaron mis acompañantes—. Me alegra saber que no estás sola.
Algo me dice que su insinuación trae una pregunta en medio, y es sobre mi relación con Santi pues no sabe que estamos juntos —apenas hoy se lo presenté— y mucho menos que nos vamos a casar. Creo que mi graduación es suficiente emoción para un día, y no quiero soltarle en este momento lo de mi reciente compromiso y futuro matrimonio, así que solo aprieto los labios y asiento, dándole la razón y negándole detalles. Sé que se lo tengo que decir a él y a mi madre, pero tengo tiempo aún.
—Nunca lo he estado.
Me da otro seco y escuálido abrazo y se despide con formalidad de todos, apenas y les hace un ademán a mis amigos y se pierde por la puerta de salida. Cuando me ven sola, todos se acercan, Rose incluida.
—¿Qué te dijo? —curiosea Kevin—. Espero que su visita no haya sido para aguar la celebración.
—No, de hecho me felicitó. Y me regaló esto... —elevo el sobre y luego explico—. Es un... viaje de unos días.
—¿A dónde? —dice Theo.
—A Allington, voy a conocer...
—¿Santa Lucía? —deduce Kevin. A él sí le dije en pasado que quería conocer esa Catedral. Arruga la frente, como si fuera una locura que mi padre me diera un detalle tan personal.
—Sí, allá...
—¿Qué es Santa Lucía? —pregunta Santi.
—Una catedral que Caro quiere conocer desde hace mucho.
—¿Ah, sí? —Santi me mira.
—Pues más o menos. O sea, de niña quería conocerla aunque con el tiempo dejé de pensar en eso. Aunque me emociona pensar en visitarla.
—Pues fue un lindo detalle —concede Theo—. Viniendo de él hasta su mera asistencia es un detalle.
No lo menciona como si fuera un halago a mi padre, es más un reproche fastidiado. Todos asentimos de acuerdo, especialmente Kevin que sí conoce a mi padre de casi toda la vida.
—¿Y cuándo es?
Miro el boleto de avión.
—Dice que sale en tres... no, cuatro días. Aunque es solo de ida, tendré que buscar el de vuelta y...
—Espera, ¿te vas a ir así sin más? —interrumpe Kevin—. ¿Cinthya va tomar una decisión apresurada así no más? Oh, por Dios, los mitos son ciertos, el diploma universitario sí cambia a las personas.
Todos reímos entre dientes mientras yo le doy un codazo.
—Pues sí. Fue un gran detalle de mi padre como para desperdiciarlo.
—¿Y te irás sola? —inquiere Theo.
—Bueno, ¿alguno puede viajar dentro de cuatro días? —pregunto de vuelta, sabiendo que ninguno puede. Y en efecto, las excusas vuelan:
—Solo tengo permiso hasta mañana. —Los permisos del ejército no son muy extensos y Kevin tuvo que lucharse este de dos días para al menos asistir a mi ceremonia.
—Yo iré al pueblo de los padres de Alisha —dice Theo, hablando de su novia—, y nos quedaremos unos días.
—Yo debo trabajar porque Maleen está incapacitada —concluye Santi. Se muerde el labio inferior—. ¿No puedes aplazarlo un poco?
—Voy a estar bien —argumento, notando que ellos solo buscaban la manera de no dejarme ir sola y eso solo hace que mis ganas de ir sola a un retiro social sean mayores—. No voy al fin del mundo.
—Pues Allington está más cerca del fin del mundo que nosotros —objeta Kevin—. Solo digo.
—No es cierto, el mundo es redondo, ¿cuál sería el fin?
—No sé, pero estamos más lejos que Santa Lucía —replica, terco.
—Pues no pienso desperdiciar el vuelo, el tren, el hotel y...
—¡Ven, Caro!
Una de mis compañeras de clases me ondea la mano con fervor para que me acerque a lo que parece la sesión de fotos informal de todos con todos y con cada uno para las redes sociales. Le sonrío ampliamente y levanto mi mano, indicando que me espere un momento. Miro a mis chicos de nuevo.
—No me tardo. Y sí, iré sola. Podemos discutirlo más tarde pero les adelanto que yo ganaré ese debate.
Kevin me tiende el birrete que ha recogido hace un rato y antes de alejarme para encontrarme con Michelle, escucho a Theo:
—¿Cómo es posible que quieras tener a esa mujer a diario en tu casa? Es terca. —Se dirige a Santi—. Y además casarte con ella. Estás demente.
Aunque no volteo para verificar, sé que los tres sueltan una genuina carcajada.
Holaaaaaa, Mazorcas bellas.
AHHHHHHHHH tengo tantas cosas que decir en esta novela que me tiemblan los dedos cuando pienso en seguir actualizando, así que si no lo hago, fue que me morí de ansiedad :)
¿Qué les ha parecido?
Lamento las decepciones para quienes esperaban a Theo y a Caro juntos como pareja jaja, pero bueno, conoceremos de a poco a Santi y les adelanto que yo lo amo, no es malo y Rose es divina *o*
Creo que es muy temprano para pedirles que saquen teorías, pero si las tienen, son bienvenidas 7u7
Sé que en un primer capítulo de cinco años después del fin anterior, genera MUUUUUUUUUCHAS preguntas, pero tranquilos, que con el paso de los capítulos se irán resolviendo. Aunque les aconsejo dejar esa imagen que tienen de todos los personajes, rezagada pues todos han cambiado.
Ya no charlo más, jaja, nos leemos ♥
*pd: los lugares en los que viven los personajes y las ciudades/pueblos/nombres de estaciones o aeropuertos que se mencionan, son inventados y si llega a existir un lugar con esos nombres, es mera coincidencia*
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