T R E C E
1/3 Maratón ♥
"Se avecina cambio, querida, un cambio ligado al destino que no podrás eludir fácilmente y ese cambio tendrá lugar en este viaje. Te pasará algo importante, algo grande que podrá ponerte el mundo de cabeza". Las palabras de la señora Althea me revolotean alrededor de la cabeza y casi puedo escuchar su voz cerca de mis oídos mientras mantengo los ojos cerrados en el avión de regreso a casa.
En esta ocasión no obtengo vecinos de asiento muy afables, solo dos jóvenes que al parecer son pareja pero van enojados uno con el otro y se sentaron a ambos de mis lados enfurruñados, él a escuchar música y ella a dormir. Recordatorio: pedir a la próxima un asiento en un extremo.
Entre la bruma fastidiosa de las palabras de Althea, está Luka, ocupando buena parte de mis pensamientos. "Cambio ligado al destino", pfff; quizás debió especificar que solo era al destino cercano, es decir a esos cinco días y que luego de eso solo me montaría en el avión con la cabeza ilógicamente revuelta. Prácticamente me convenció de que iba a hallar al amor de mi vida y solo resultó la decepción de que mi encuentro fue con Luka.
Ojalá coincidiera de nuevo en este vuelo con la señora para tener la satisfacción de decirle que se equivocó con creces al respecto, que ese destino ya me visitó cinco años atrás, que no funcionó y que avancé con mi vida, y de paso le diría con insistencia y con un aire de sentirme estafada, que no soy de las que creen que la vida te junta dos veces con el mismo destino. Es absurdo.
Tener tres horas largas de obligada quietud y sin poder dormir por el pánico propio de volar, no son muy convenientes cuando quieres apartar las ideas de algún lugar. O de alguna persona. O de una escena en específico, en este caso, el momento de hace dos madrugadas cuando abracé a Luka y estaba dispuesta a dejar que me besara.
¿En qué demonios saltarines estaba pensando? Afortunadamente, Luka se retractó y solo me besó la mejilla, pero no hice nada para detenerlo en caso tal de que la trayectoria de sus labios hubiera tenido como meta los míos. Dios, soy tan tonta; hubiera podido estar en este momento cargando con esa culpa estúpida por no poder relacionar del todo mis pensamientos con mis actos. En ese momento estaba segura de querer besarlo y admito que me decepcionó un poco que no lo hiciera, pero luego estuve feliz y quise agradecerle por no haberlo hecho. Quizás ese punto fue lo que dividió el "cambio ligado al destino" del "simple encuentro vacacional" entre nosotros; después de todo, el azar no puede controlar completamente mi vida.
Otra de las imágenes que más me pica en las neuronas es el gesto que puso Luka cuando le dije de mi compromiso, y es peor aún cuando me pongo la mano en el corazón y reconozco que mi estúpido motivo de no decírselo antes fue el deseo de ver su rostro cuando lo supiera, porque mi lado salvaje y malvado quería que Luka me viera feliz, satisfecha y alegre con mi vida, una vida que me alegra decir que no lo incluye.
Pero lamentablemente no puedo alardear de haber sentido placer alguno cuando vi esa diminuta fisura en sus ojos con la noticia y eso se debe a su propuesta de unos segundos antes. Pensándolo ahora, él prácticamente me estaba invitando a salir, a "empezar de cero", como él dijo; a conocernos y eso solo significa que contra todo pronóstico, sintió un algo por mí al reencontrarnos de esta manera. Fue esa propuesta la que me quitó mi momento de gloria y no solo porque siento un temblorsito desagradable al ver a cualquier persona afectada por algo que yo hago, sino porque tuve el "sí" en la punta de la lengua haciéndome cosquillas; porque cuarenta horas en auto con él al volante, escuchando a Cristina Aguilera, parando a comer y a dormir nada más, se me antojó, solo por unos segundos, como el mejor de los planes que me han propuesto en mis casi veinticinco años de vida.
Al menos fue solo en esos segundos; en este momento, en el avión de regreso, luego de una hora en tren y con un poco de cansancio encima, sé que hubiera sido una locura total un plan así, que sería una gran y enorme estupidez innecesaria para complicarme la existencia.
Si bien todos esos asuntos me llenan la cabeza, me alegra saber que no me siento sumamente afectada del corazón. Me parece terrible el punto en el que quedé con Luka, pero a la vez no me molestaría no volver a saber nada de él... o eso creo ahora.
Antes de salir del hotel le pregunté a Francis si le había dado a Luka mi nota con la esperanza de que la respuesta fuera no, pues la urgencia que tuve de disculparme en su momento se había esfumado con unas horas de sueño, pero al parecer, el recepcionista hizo bien el mandado y ahora Luka tiene mi número telefónico, sumado a lo que yo menos quería: una disculpa de mi parte.
Prefiero no pensar en el tema de "le pedí a Luka disculpas prácticamente por estar comprometida" porque me siento estúpida. Tengo confianza en que él no se contactará conmigo próximamente; quizás lo haga dentro de muchos meses o años y de nuevo, ya no importará.
Siento una ligera sacudida que me hace abrir los ojos saliendo de mi trance y el pulso se me acelera. Veo con alivio que solamente es una suave turbulencia en descenso porque ya vamos a aterrizar. Respiro pausadamente mientras el vuelo concluye y busco con apuro mi maleta para no ser de las últimas en salir; los aviones me ponen un poquito claustrofóbica.
Recorro el pasillo para salir de la sala de abordaje con prisas y olvidándome por completo de cualquier cosa que me inquiete. Al menos la parte —parafraseada— de "deja lo que pasó donde pasó" que me dijo la señora Althea, se me hace sencilla. No hay nada por lo que preocuparme al respecto.
Me detengo en la cinta que dispensa las maletas para esperar la que tuve que pagar extra —y comprar en Allington— para poder traer todo lo que compré de obsequios y recordatorios. Cuando la veo salir por la pequeña cortina, la tomo para rodarla hacia afuera, lejos de las pantallas que anuncian vuelos, gente corriendo de acá a allá, ruido por doquier y los letreros fluorescentes que promocionan los almacenes y restaurantes que hay dentro del aeropuerto y que me dan la bienvenida de nuevo a la ciudad.
Al cruzar la puerta de mi aerolínea, calo mi bolso de mano y reacomodo las dos que van rodando; al dar solo unos pasos, escucho un grito que me devuelve la vida al cuerpo en dos segundos:
—¡Caro!
Giro a mirar de donde provino y veo apenas una silueta de cabellos claros corriendo en mi dirección; en pocos segundos se estampa conmigo y la alzo en mis brazos. Rose me da varios besos en las mejillas.
—Te extrañé tanto, cariño —murmuro en su oído.
—¡¿Qué me trajiste?! ¿Es un dulce? ¿es un juguete? ¿es... un juguete?
La dejo en el suelo y le sonrío ampliamente. No me ha extrañado, solo quiere su regalo, igual que todo niño. Por fortuna, en el aeropuerto de Khast hay tienda de regalos y allí conseguí una muñeca grande hecha de tela —porque todo lo que compré en Allington se reduce a ropa y accesorios que una niña pequeña no aprecia tanto como los juguetes—. Saco de mi bolso de mano la bolsa de papel que me dieron allí y se la tiendo. Se olvida de mí para tomar la bolsa y sentarse junto a mi maleta en el suelo a abrirla.
No pasan ni diez segundos y dos brazos me envuelven por la cintura. Aspirar el aroma de Santiago me sabe a gloria, siento que no estuve lejos de ellos cinco días, sino un par de años.
—Hola —susurra sin soltarme—. ¿Qué tal el vuelo?
—Horrible, odio volar —admito—. Pero ya estoy acá y no morí, así que estoy bien.
Finalmente afloja su agarre para mirarme a los ojos; las esmeraldas de sus iris están brillantes y su sonrisa le forma un par de casi imperceptibles bolsas bajo sus ojos, son solo esas arruguitas que todos tenemos cuando sonreímos con el corazón.
Se acerca y me roba un beso que me toma por sorpresa pero que al mismo tiempo me hace suspirar. Lo siento como si fuera una novedad, como si no lo hubiera besado nunca y este fuera el mejor de los primeros besos. Tiene un sabor a vainilla que supongo es de algún helado y un toque de amor, que supongo que es por mi ausencia. Sonrío sobre sus labios entre extrañada con su arrebato y complacida a partes iguales; ya me siento de vuelta en casa.
Siento la manito de Rose halándome con fuerza del pantalón y mis labios deben por fuerza mayor alejarse de los suyos.
—Qué aaaaasco. No la babosées, papá.
Pule una mueca de desagrado total y ambos nos reímos. Santi se agacha y toma a Rose en sus brazos, mira la muñeca que tiene alzada y le sonríe.
—Está linda.
—¡Lo sé! La llamaré Clarissa.
—¿Cómo tu amiga de la escuela? —adivino.
—¡Sí! Tiene los cabellos rojos como ella.
—Es preciosa —apunta Santiago—. Dile gracias a Caro.
—Graaaacias, Caro —repite con diligencia.
Rose vuelve al suelo y Santi se inclina a su vez para tomar las manijas de mis maletas. Tomo la mano desocupada de Rose y acomodo mi cabello. Antes de avanzar, y con la nena distraída con Clarissa, Santi y yo compartimos una mirada picara tan llena de todo, que le sobran más gestos. Besarlo luego de este tiempo me ha sentado de maravilla, sentir en la textura de su boca el rumbo de mi vida y lo que él puede ofrecerme, ha sido la mejor de las bienvenidas y mejor aún, el mayor esclarecimiento a cualquier neblina que pudiera traer en la cabeza.
Bien, me he equivocado. La mejor de las bienvenidas del mundo mundial es la que me da Luna nada más cruzo la puerta. Se pone en dos patas y queda casi igual de alta a mí, me lame toda la piel disponible que encuentra y emite una serie de jadeos y lloriqueos que me hacen aguar los ojos también.
—¡Hola, princesa! —digo por décima vez mientras ella se mueve de todas las maneras posibles. Me he arrodillado y así Luna tiene más comodidad—. ¿Quién es hermosa? ¿quién es preciosa? Te amo, Luna, te eché mucho de menos. Eres lo más dulce que tengo, mi bebé hermosa...
—Intentaré no sentirme ofendido al recibir menos amor que la perra, gracias.
Santi va cruzando la puerta de su casa —ahora también mi casa— arrastrando las maletas. Rose camina directamente a su habitación mientras le hace mimos a Clarissa. Al cerrarse la puerta, y sintiendo que ya llevo mucho rato arrodillada, me levanto para aterrizar en el sofá azul de la sala. Luna no espera y se sienta conmigo, ocupando las otras dos plazas.
Mi vuelo salió bastante más tarde de lo que esperaba, por lo que ya está de noche, son cerca de las ocho y aunque habría deseado llegar más temprano, me complace pensar que estoy más cerca de poder acostarme a dormir.
—¿Y Dante? —pregunto, al echar en falta al perro de Santi—. ¿Ya me olvidó?
—Claro que no. Lo están paseando. Estos días he estado muy atareado y le he pagado a un chico de acá cerca para que lo saque. Hay días en que debo o bien cuidar de mi hija o bien de mi perro o bien de mi trabajo...
—No digas eso, tú puedes con todo y lo haces de maravilla.
—Cuando no estás todo es más complicado.
—Lo dices como si yo hiciera gran cosa.
—Con tu mera presencia haces mucho. Dios, te extrañé tanto.
Antes de que pueda darle respuesta, se acerca y se sienta en el brazo del mueble junto a mí. Pasa su mano por mi hombro, atrayéndome a él; me dejo hacer y mi cabeza aterriza en su costado. Santi me acaricia el cabello a la vez que masajea mi cabeza; suspiro de placer a la vez que le hago lo mismo a Luna, rascando su pelaje.
—Me encanta que hagas eso.
—Lo sé —responde risueño—. Si lo miras bien, busco manipularte haciéndote cosas que te gusten para evitar que te vuelvas a ir por tantos días.
—Creo que la manipulación no funciona si me lo confiesas así. —Pasa con más delicadeza sus yemas sobre mi cabeza, haciéndome suspirar nuevamente—. Olvídalo, sí funciona.
Ya que él está a una altura mayor al estar en el brazo del mueble, me basta ladearme un poquito para reacomodar mi mentón sobre su muslo. El silencio de la casa solo se llena con las voces lejanas del televisor de Rose y la suya propia al hablarle a la muñeca.
—¿Qué tal estuvo el viaje? —pregunta—. ¿Te gustó la Catedral?
—Es preciosa —exclamo, incorporándome para poder mirarlo a los ojos. Muevo a Luna para pasarme a su lugar y que Santi pueda sentarse a mi lado. La perra se recuesta a mis pies—. La hubieras amado, tiene unas esculturas... no tienes idea. Y el techo y las paredes. Todo maravilloso.
—Estuve mirando fotos en internet, además de las que me enviaste —confiesa—. Sí luce muy bonita. Tal vez más adelante podamos ir todos.
—Sería genial. Y el clima es tan acogedor.
—¿Y qué tal el hotel?
Con Santiago hemos aprendido a leernos los ojos y los gestos a un nivel un poquito más alto de una pareja promedio. Casi siempre sé cuando algo le inquieta y él lo sabe cuando me pasa a mí. En este momento hay cierta angustia y curiosidad en sus ojos y sé que está pensando en mi encuentro con Luka. Las veces que hablamos mientras estuve en Allington luego de confesarle de que él estaba allí, procuré no sacar el tema; acaparé la conversación para hablarle de todo lo que vi y lo que compré, pero intenté no dejar lugar para que me hiciera preguntas que pudieran llevar a lo mismo que me dijo Theo de "¿y ya le dijiste que estás a punto de casarte?", a sabiendas de que mi respuesta era no y que no tenía excusa para eso.
—Cómodo. No es el mejor de mundo, pero como pasé poco tiempo allí estuvo justo. Además gracias a lo que mi papá ya había abonado, pagué menos de un tercio de la estadía.
Guarda silencio por el suficiente tiempo como para que volteé a mirarlo y lo encuentro analizándome con una expresión no de molestia sino de pesar; sé que para él es más complicado preguntarlo que para mí responderlo. Su capacidad de querer incondicionalmente y de ser bondadoso es incluso mayor que la mía y odia tener que ponerse en cualquier situación o conversación que tenga la posibilidad de desencadenar en una discusión por grande o pequeña que sea. Al igual que yo, a veces prefiere quedarse con las espinas en la garganta con tal de no discutir.
—Tú y Rose son todo para mí, ¿sabes eso? —Su voz se torna más dulce, sincera.
—Sí. —Tomo aire y agarro su mano, acariciándola con mis pulgares—. Perdona por no haber sacado el tema de Luka por teléfono.
Suspira con pesadez, casi agradecido de que le toque el tema.
—No quise preguntarlo tampoco por dos motivos. Uno: supuse que si no me lo decías por ti misma, tus buenos motivos tendrías. Y dos: me temblaban las manos de pensar en mil respuestas distintas.
—Lo entiendo.
—Y confío plenamente en ti, Carito, eso no lo dudes. Imagino que no fue cosa de nula importancia haber visto a ese hombre; sé lo mucho que significa para ti...
—Significó —corrijo. Santi alza su mirada y esboza una suave sonrisa—. Antes significó mucho, hoy en día no. Te diré: verlo sí me estremeció bastante porque fue demasiado coincidencial, ¿sabes? pero hasta ahí, fue solo sorpresa. Salí con él al otro día y charlamos, eso ya te lo había contado; estuve con él unas horas en una feria, participé en un concurso de baile con un señor mayor cuya esposa no quería bailar. —Suelto una risita sin dejar de mirarlo a los ojos—. No gané, a propósito. Luego me lo encontré en Santa Lucía y estuvimos juntos en la misa; eso fue ayer y ya por la noche él se fue del hotel y eso fue todo.
Considero que eso es un buen resumen de mis vacaciones en lo que a Luka respecta y es lo justo y suficiente que Santi debe y necesita saber. No voy a darle una exposición oral de cada cosa que cruzó por mi mente; tengo en mi corazón que no le he faltado ni me he faltado de modo alguno así que con la conciencia limpia me siento tranquila de no relatar más.
—Gracias por contarme.
Miro a mi alrededor distraídamente y veo varias cajas con mi nombre, un par de bolsas, mi escritorio y muchas cosas más en una esquina... Dios, olvidé que tenía que llegar a desempacar. Ya Santi se ha encargado de los muebles y las cosas grandes, pero le dije que no tocara mi ropa o cosas personales porque me gusta ordenarlos por mí misma.
—Mañana tengo mucho que hacer con todo esto. —Señalo todo el rededor, resoplando de cansancio adelantado y Santi suelta una corta carcajada—. No te burles.
—Lo triste de las vacaciones es que cuando llegas ya no quieres hacer nada.
—Por ahora hagamos la cena —propongo, levantándome del sofá. Santi se levanta también pero me detiene y me abraza; su rostro queda muy cerca al mío—. ¿Qué?
—Yo ya la tengo lista, no te preocupes por eso.
Se queda solo allí, mirándome a los ojos y viendo cómo paulatinamente mis mejillas comienzan a sonrojarse por su mirada para luego sonreír burlón.
—Eres hermosa
—Detesto que me mires así —respondo en una risita.
—No es cierto. Si lo detestaras ya me habrías dejado porque llevo admirándote así varios años.
—Olvidaba que el señor Santiago tiene complejo de psicólogo y cree leerme la mente —replico. Subo mis manos a sus mejillas y las acaricio con delicadeza, admirando al tiempo el precioso verdor de sus ojos—. ¿Te he dicho cuánto amo tus ojos?
—Unas dos veces al día desde que te conozco, gracias.
—Puede que no sea suficiente.
Me sonríe de lado, dejando más en evidencia la redondez de sus pómulos. Su cabello negro está recién cortado, por lo que luce pulcro y ordenado.
—¿Tú crees?
—De hecho, estoy casi segura.
—Te pido con amor que recuerdes cuánto me quieres en los próximos minutos.
Mi expresión se enseria de inmediato, alzando mis cejas y templando la mandíbula.
—¿Qué me vas a decir? —Me suelto de su abrazo a la vez que suelta una risa de disculpa—. Así que por eso es tu melosería —acuso. Santi se muerde el labio—. ¿Qué pasa? ¿cuál es la mala noticia?
—Pues no es lo que se dice "mala" —tantea.
—Andrés Santiago Haydee, no juegues conmigo.
Él se divierte con la situación, pero yo, imaginándome la posibilidad más cercana, arrugo con sinceridad la frente. Intenta tomar mi mano pero doy un paso atrás, intentando mantenerme algo enojada. Santi toma aire y lo suelta:
—Mi madre nos visitará dentro de dos días.
Lo sabía.
El horror...
Hola, amores Mazorcos ♥
Hoy tenemos maratón de 3 capítulos gracias a una dinámica que hicimos ayer en el grupo de facebook, así que espero que disfruten las tres actualizaciones.
No olviden dejarme su opinión y su estrellita ♥ Loviu ♥
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