S E I S
La energía en definitiva se me apaga lentamente mientras más calor tengo. El sol de las dos de la tarde es como estar en un bendito horno; ya me he tomado dos botellas de agua helada y he recogido mi cabello porque no lo aguanté suelto a mi espalda.
Saltándome el desayuno, he almorzado en un lindo restaurante que Francis me recomendó (asegurando que mi desayuno de cortesía seguía vigente para cualquiera de las mañanas que durase mi estadía) y probé un plato típico de la región, que si bien no tengo muy claro qué era todo lo que traía, estaba delicioso. Decidí con optimismo caminar por ahí tanto para bajar la llenura de la comida como para conocer.
Alguna vez que estuvimos con Santi en una ciudad costera y por cosas de la vida me perdí la primera mañana cuando me salí del hotel antes que ellos con la idea de conocer un poco (Rose duerme hasta tarde y él estaba cansado de conducir el dia anterior así que no lo desperté), llamé asustada a su teléfono porque era una ciudad mucho más grande que este pueblo. Él tampoco conocía mucho pero me dijo que tomara un taxi y le diera el nombre del hotel, y eso hice luego de preguntarme por qué no se me ocurrió a mí. Desde ese día aprendí que no importa si me pierdo pues sabiendo de dónde vengo, puedo llegar a la de vuelta y por eso le pedí a Francis una tarjeta con la dirección y según mis cuentas ya estoy a muchas calles lejos del hotel.
Las calles son coloridas y en su mayoría antiguas; sus suelos son empedrados y no pavimentados, luciendo una paleta de grises a marrones gastados. En muchos de los balcones hay abuelas en una mecedora solo recibiendo el aire y he visto en dos que hay una jaula colgando con varios pajaritos coloridos dentro.
Hay pocos autos en comparación a las motos, medio de transporte que es más cómodo y asequible pues muchas de las calles son angostas. Los jeans son casi inexistentes en los habitantes, igual que las chaquetas y las botas; todo es más reducido a ropa ligera, gafas de sol y sandalias o chanclas.
He entrado a un par de tiendas, una de ropa y otra de artesanías; en la de ropa compré un vestido amarillo corto y ligero que se veía divino en el maniquí, además de ser muy económico y en la de artesanías compré un par de llaveros con figuritas de animales locales.
Es lindo pensar en que caminando sola por un lugar desconocido, las horas pasan rápido a la vez que con calma. No sé cuántas horas llevo caminando pero con el paso de los minutos se siente el cambio de aire y de paso, la cantidad mayor de gente por las calles.
Solo me he detenido un par de veces en dos parques que he encontrado para sentarme en una sombra bajo un árbol y comer helado. Siento la cara colorada por el calor aunque el sol ya ha descendido significativamente. De hecho, ha descendido bastante, ya apenas y se posa en las partes altas de las casas y de una iglesia con campanario a la que también entré para tomar dos fotos.
Llevo ya tres bolsas en mis manos más el bolso; cuando se me ocurre mirar mi reloj de la muñeca noto que ya faltan quince minutos para las cinco de la tarde y recuerdo que a las cinco quedé de estar en la recepción.
Tomo lo que me queda de mi tercer helado y salgo a una vía principal donde no me es tan difícil tomar un taxi.
—Al Hotel Le Milles, por favor. —El conductor asiente y arranca. Cuando termino de acomodarme en el asiento, pregunto—. ¿Qué tan lejos estamos?
—No mucho, son unos diez minutos.
Asiento, sintiéndome desde ya que voy tarde. Una maestra de la universidad, a punta de regaños en frente de todos cuando llegaba tarde, me acostumbró a siempre llegar con tiempo hasta que se volvió una necesidad de mi mente el ser puntual como antes nunca fui. No es que Luka me vaya a regañar frente a Francis por llegar tarde, pero no me gusta hacer esperar a la gente... y menos cuando esperaba poder subir y descansar un ratico antes de salir.
Cuando me bajo del taxi son las cinco con quince minutos porque según el conductor tuvo que desviar un poco pues en la vía principal estaban haciendo una arreglo. Ingreso a la recepción y una mirada rápida me confirma que Luka no está. Sin embargo, camino hasta Francis que hoy luce más calmado.
—Hola, ¿cómo va el sistema?
—Ya funcionando, gracias a Dios. —Sonríe y me dedica toda la atención, quitando las manos del computador—. ¿Cómo le ha ido, señorita?
—Super. He conocido dos plazas y varias tiendas. Disculpa, ¿recuerdas al hombre que nos encontramos ayer en el elevador?
—Sí... —Ojea la pantalla de su computador y hace click un par de veces—. El señor Greisnar.
—Sí, ese. ¿No ha entrado hace poco o ya entró y fue a su habitación?
—No ha ingresado mientras he estado acá, señorita.
Asiento para mí misma. Total y fue él quien lo olvidó o viene tarde, quién sabe.
—Entiendo. Bueno, si de pronto pregunta por mí, ¿podría avisarme?
—Claro que sí, la llamaré a su habitación.
—Gracias, Francis.
—Con gusto, señorita.
Sintiendo un poco de alivio por poder descansar un poco, giro a la izquierda para dirigirme al elevador y oprimo el botón. Ya que la recepción solo está a un par de metros, logro escuchar la voz de Francis cuando dice:
—Acaba de irse a su habitación.
Y en unos segundos, Luka aparece en mi campo de visión. Luce agitado y ya sin estar cansada ni con vodka en el organismo, puedo verlo mejor y admitir que sigue siendo igual de atractivo a como era antes.
—Hola —dice en un suspiro para recuperar el aire—. Lamento llegar tarde, casi que no logro salir.
—Yo acabo de llegar también. Se me pasó la tarde volando. —La puerta del elevador se abre e ingreso; Luka hace lo mismo—. Voy a dejar estas bolsas en la habitación y a cambiarme.
—¿Cambiarte?
Río para mí misma y señalo con un poco de vergüenza mi blusa azul.
—El helado acá se derrite más rápido. —Luka repara en la mancha de helado donde tengo mi dedo y suelta una risita—. Y ya me cansé con estos zapatos. Además el cabello... no quiero salir como una loca cansada y acalorada.
—¿Y el cabello tiene que ver con eso?
—Claro. Si me arreglo un poquito solo luciré loca, pero no cansada ni acalorada.
Al reírse, se queda mirándome. Reparo, como si fuera la primera vez, en lo alto que es. Mi vista baja a mis pies involuntariamente al sentirme observada sin motivo ni razón. El elevador se detiene en el piso 3 (el que Luka oprimió) y él sale.
—Entonces te veo abajo en quince minutos. También voy a cambiarme.
—No luces loco ni acalorado —recalco en broma—. ¿Para qué?
—Tengo una cita con una mujer hermosa, debo verme bien.
La puerta se cierra y no me da tiempo de responderle, solo de ver su sonrisa ladeada. Si bien me hace reír mientras subo los otros dos pisos, me es extraño que crea que es una cita porque a leguas se sabe que no lo es. Verme con un viejo amigo no puede contar como cita ni acá ni en China. De todas maneras recuerdo que él es bastante bromista y coqueto por naturaleza, así que lo más probable es que no lo dijera tan literal.
Recordatorio mental: asegurarle que esto no es una cita... por si las moscas.
Al mirarme en el espejo de la habitación confirmo que sí luzco loca y acalorada; el moño mal hecho que me hice hace unas horas ya tiene muchos cabellos sueltos y algunos levantados completamente enrulados, incluso tengo unos pegados a la frente. El labial que me apliqué en la mañana se ha borrado con todo lo que he comido y luzco algo pálida, además de la mancha de helado en la blusa... luzco más como una niña pequeña luego de un día en la calle que como una adulta de vacaciones.
Me quito la blusa y abro sobre la cama mi maleta para elegir qué ponerme, pero al mirar un poco a la izquierda, la bolsa en la que traje el vestido nuevo resalta y lo saco; me planto en el espejo poniéndolo por encimita y lo veo mucho más bonito de lo que lo vi en la tienda, por lo que con emoción me lo coloco, quitándome la falda que traía.
Me observo desde todos los ángulos que puedo y definitivamente me encanta; antaño odiaba usar vestidos y luego mirarme al espejo porque odiaba como todos me lucían, a mis ojos nunca era yo suficientemente linda como para estar satisfecha, pero con el tiempo y de a poco me fui queriendo tal como soy y ahora logro hacerme cumplidos de vez en cuando al tener mi reflejo en frente y aunque no luzco precisamente estilizada como el maniquí, me gusta mucho este vestido y me sonrío a mí misma. Mi cuerpo no ha cambiado mucho desde mis veinte años, pero sí los ojos con los que lo veía.
Amarme es un placer que luego de que lo descubrí, no pude dejar de lado.
Es imposible pasarle un peine a mi cabello, pero lo suelto y hago un moñito mejor arreglado, dejando la mitad suelto y poniéndome una cinta negra para atarlo —no tengo nada amarillo acá—. Me retoco el maquillaje luego de pasarme un pañito sobre el rostro y tomo solo mi bolso pequeñito (traje dos y el pequeñito solo tiene espacio para el teléfono y la billetera). Me observo una vez más y asiento con aprobación; antes de salir me aplico un poco de perfume.
Cuando llego a recepción veo a Luka sentado en uno de los sillones. Al notarme se levanta y sin mucho disimulo que digamos me mira de pies a cabeza. Blanqueo los ojos sin que lo note, aunque a decir verdad no me molesta.
—Algo te salió mal —dice.
Miro de inmediato hacia abajo, esperando no haber olvidado algo importante como combinar las sandalias, pero no veo nada malo.
—¿Qué?
—No solo te quitaste lo acalorada sino también lo loca, luces bastante cuerda y de paso, hermosa.
—¿Practicaste eso antes de bajar? —pregunto a la vez que salimos a la calle.
—No, me sale espontáneo.
—¿En serio? ¿y por eso rimó?
—Afortunadas coincidencias —repone riendo—. Entonces, ¿un café?
—¿Con este calor? —replico. Pese a que ya es casi de noche, el aire es pesado—. No, gracias. Prefiero una cerveza fría.
Una ventisca nos envuelve y esta me trae el aroma de Luka directamente, más bien el de su perfume que tal como pensé ayer, en un espacio abierto no es sofocante, es delicioso. Ladeo la cara y lo veo pulir un disimulado gesto de asombro, como si no esperase que yo le pidiera una cerveza.
—De acuerdo, me parece bien.
Nos basta caminar media calle para hallar un café-bar que resalta por tener unas mesas al aire libre en el balcón grande del segundo piso. Nos desviamos allí e ingresamos para tomar una de las mesas; por la hora temprana y el hecho de que es martes, no hay mucha gente así que la música es baja y el ambiente tranquilo. Nos traen las dos cervezas y me quedo viéndolo mientras da un largo trago que acaba con la mitad del vaso; debe estar muy sediento.
No presté mucha atención hace un rato en el color de su camisa, pero ahora lleva una azul cielo que le resalta con el caramelo oscuro de su cabello. Luce unas muy tenues ojeras pero sinceramente, para cualquiera que le observe el rostro por vez primera, ese es el último detalle que notaría. Está sentado con la espalda recta y los hombros relajados, sus manos se me antojan grandes aunque no ubico si así las percibía en el pasado. Su peinado refleja que solo le pasó la mano y así quedó, y tiene los tres primeros botones de la camisa atractivamente sueltos.
Solo me doy cuenta de que me quedé mirándolo fijamente por mucho rato cuando al llegar a sus ojos, estos traen burla en la mirada. Sonrío y desvío la mirada sin agachar la cabeza para dar un sorbo más corto que el suyo a mi vaso. La cerveza no ha sido nunca mi favorita, pero si está tan fría en este clima tan cálido, cae de maravilla.
—¿Qué? —cuestiona, refiriéndose a mi manera de mirarlo.
Oculto la risita con el vaso.
—Nada.
—Dime lo que piensas —insiste.
Dejo el vaso de vidrio sobre la mesa y muerdo mis labios, preguntándome en un lugar muy remoto de mi cabeza qué hago acá con él. No sé, lo veo un poco sin sentido, como un evento demasiado aleatorio como para que sea real.
—Solo pensaba que luces mucho mayor —verbalizo mis pensamientos.
—¿Me estás diciendo viejo?
—No. Me refiero a comparación de hace cinco años. Luces... adulto.
—¿Antes no lucía como adulto? —inquiere, con un tono algo burlón—. Solo son cinco años, no medio siglo.
—Usé la palabra incorrecta —matizo—. No es "adulto", es maduro. Luces maduro.
Me dedica una bonita sonrisa.
—Lo tomaré como un halago.
—Solo dije que luces maduro, no que lo seas.
Mi respuesta parece tomarlo un poco desprevenido pues arruga la frente un segundo, posiblemente debatiéndose si realmente debe tomarlo como un halago o como una broma. Río internamente y me siento satisfecha de mis palabras, no como antes que nunca sabía qué rayos responderle y terminaba diciendo una estupidez. Me pregunto si se debe a la cerveza, a la lejanía en la que me encuentro de mi realidad o al deseo de no quedar como boba ante Luka.
También he de mencionar que le he perdido el miedo a mirar a alguien a los ojos por mucho tiempo gracias a una profesora que nos hacía siempre énfasis en que debíamos lucir seguras al momento de, por ejemplo, hablar con los padres de algún niño al que le diéramos clases y que desviando siempre los ojos, no se lograba. Para mí eso es una habilidad de la que carecí siempre y agradezco de tenerla ahora cuando Luka me sostiene la mirada y no tengo la necesidad de mirar a otro lado. No, ya esas miradas no me intimidan. Al menos no las suyas.
—Entonces, háblame del Luka actual —pido—. ¿En dónde estás trabajando?
—En una constructora, se llama Buster.
—Así que finalmente te graduaste. —Asiente orgulloso, con esa misma mirada que supongo que tengo yo al hablar de que ya soy oficialmente una maestra—. Arquitecto Greisnar.
Suelta una risa.
—Para ti, solo Luka.
—Arquitecto Greisnar suena bien.
—Cualquier nombre al lado de la palabra arquitecto suena bien.
—Es cierto. ¿Y por cuánto tiempo estarás acá?
—Unos días. Estoy haciéndoles cotizaciones a unos hermanos que quieren construir un hotel. La cosa es que son varios hermanos y no pueden estar juntos casi nunca, así que debo hacer lo mismo con cada uno cada día.
El mesero pasa y recoge los dos vasos ya desocupados para a los quince segundos, traer otros dos. Con la ingesta de cerveza, la conversación se hace más amena y luego de tres rondas me veo capaz de seguir charlando por mucho rato sin percances.
—¿Cómo está tu hermano? Debe tener ¿qué? ¿quince, dieciséis años?
—Quince, cumple años pronto, en octubre. Está casi igual de alto a mí.
—Los genes de tu familia hacen hombres altísimos —bromeo. Cuando me muestra rápidamente una foto de él en su celular, me abstengo de agregar algún "y también apuestos"—. Ya es todo un hombre.
—Sigue siendo niño —objeta con tinte paternal—. Aunque parece que tiene novia.
—No pierde el tiempo. Otra cosa que ha sacado de familia, al parecer. —Acompaño mis palabras con una sonrisita sin humor, pero él luce algo incómodo, así que continúo—: Dale mis saludos. Si es que se acuerda de mí.
—Claro que se acuerda. Tuvo un flechazo por ti, ¿ya lo olvidaste?
Suelto una risa entre dientes, arrugando la frente al mismo tiempo. Bebo otro poco de mi vaso y muevo un mechón que se me ha atravesado en el ojo, hacia atrás. Es la tercera vez que se me viene para adelante.
—Ni me digas. Me sentí mal por rechazarlo entonces —sigo, con el mismo tono burlón—, aunque bueno, por ley tuve que rechazarlo. Habría sido ilegal que fuera de otra manera.
—Si tienes novio hoy en día, se sentirá decepcionado.
No soy tan ingenua como para no notar que esa frase es una de las tantas muletillas que existen para preguntar con disimulo si la otra persona está soltera o comprometida. Me tomo un par de segundos para responder, mas lo que me sale no es precisamente un "estoy a punto de casarme" como debería; al contrario, desvío el tema.
—No estaría decepcionado si tiene novia como dices.
—Así tenga novia, los amores del pasado pueden resurgir en un suspiro.
Si no lo considerase grosero, blanquearía los ojos. No estoy completamente segura de si seguimos hablando de su hermano pequeño, pero tampoco me apetece mucho seguirle el juego de palabras coquetas.
—Dudo que un amor de un niño de diez años sea considerado un amor de esos memorables.
—Nunca se sabe.
—Nunca se sabe —repito, repentinamente risueña de toda la situación en general. Sin pensarlo, continúo—. Sigo sin creerme que estés acá.
—¿Pensabas que había muerto? —bromea.
—Hace tanto que no pensaba en ti —admito—. Ni muerto ni vivo.
—Yo sí pienso en ti de vez en cuando.
Su confesión me borra un poco el tono festivo, a cambio de eso me siento un poco halagada. Debe ser la cerveza.
—¿En serio?
—Tan en serio como se puede. —Nuestras voces han bajado paulatinamente a la par que la distancia entre nosotros se encoge al inclinarnos sobre la mesa con los vasos en la mitad—. Solo me preguntaba ocasionalmente qué era de tu vida.
—¿Y qué concluías?
—Te imaginaba en Miami o Hawaii o algún lugar muy soleado, descansando.
—¿En tu imaginación me gané la lotería?
Ríe a la vez que muerde su labio, sopesando su respuesta.
—Al parecer sí. —Río con él y muevo el mismo maldito mechón de mi cabello hacia atrás—. En realidad es que te relaciono con ese tipo de lugares, con el sol, la calidez, lo brillante. Un sitio como este, en una terraza, bebiendo cerveza fría y solo de vez en cuando, en mi imaginación estabas conmigo, como ahora.
—Tienes una imaginación muy elevada entonces.
—Sin embargo, acá estás, en la realidad. ¿No has escuchado que los pensamientos atraen las cosas positivas? Quizás te imaginé tanto tiempo que logré tenerte acá en este momento.
—No confundas las casualidades con el poder del pensamiento —bromeo.
Al momento de terminar mi frase, estamos ya demasiado cerca pero no lo suficiente como para tentar a la prudencia o al alcohol. El bendito mechón salvaje se me atraviesa de nuevo y lo devuelvo, lamentando no tener un ganchito para dejarlo en su lugar sin preocuparme. Al ponerlo en su lugar, Luka alarga la mano y roza sus dedos con mi oreja para devolverlo al frente pero cuando lo hace, en lugar de retirarla, la deja allí y luego la mueve a mi mejilla.
La comodidad en la que me he sentido en su compañía se diluye en la mirada que compartimos; la suya cariñosa, la mía sorprendida y no precisamente una sorpresa agradable.
—Se te ve lindo ese mechón atravesado.
Escuchar su voz me saca de mi propio pasmo y me envaro en mi lugar, rompiendo así todo contacto. Como prueba de lo incorrecto que eso me parece, devuelvo con terquedad el mechón tras mi oreja.
—Pues no me gusta, me incomoda. —Mi tono cortante le deja claro que me ha molestado ese movimiento que sé que en su mente lucía coqueto—. Y lamento decepcionarte, pero vivo en una ciudad fría, con poco sol y con una rutina de lo más normal y tranquila.
Termino el último sorbo de mi cerveza y me levanto ante la mirada desconcertada de Luka. Tomo mi pequeño bolso del espaldar de la silla y me dispongo a sacar mi billetera para pagar mi parte, es entonces cuando Luka se levanta también.
—Yo invito.
—No es necesario.
Camino hasta la barra y luego de pedirle al chico la cuenta y dividirla en dos, cancelo mi parte y salgo; por el rabillo del ojo veo que Luka hace lo mismo en la barra y al salir al aire cálido de la calle, llega también él detrás mío.
—¡Espera! Lo siento.
—No sientas nada porque no pasó nada.
Camino con calma hacia el hotel; no pretendo huir tampoco cual princesa con toque de queda, solo que ese acercamiento me quitó el humor festivo.
—No quería hacerte sentir incómoda.
—Déjalo así, solo estoy cansada.
Lo vislumbro caminando a mi lado y ya que el hotel está a un paso, no hay tiempo de que diga más. Al entrar le sonrío a Francis y le deseo buenas noches, en el reloj tras su recepción dice que faltan unos minutos para las nueve. En el silencio incómodo que se ha tejido, tomamos ambos el elevador; yo misma oprimo los botones 3 y 5.
—¿Puedo verte mañana? —pregunta sin mirarme. Ambos tenemos la mirada en la puerta.
—Nadie te va a tapar los ojos para que no me veas.
—No me refiero a eso. Sal conmigo mañana.
—Luka, sinceramente, no creo que sea buena idea. Y solo para tener los puntos claros, hoy no "salí" de salir contigo, no fue una cita o algo parecido, solo fue por la vieja amistad.
Guarda silencio y llegamos al tercer piso. Espero con paciencia a que se baje pero no lo hace y sigue subiendo conmigo. Al llegar al quinto, salgo del elevador y él también baja.
—Bueno, podemos vernos mañana nuevamente por la vieja amistad.
Pondero su propuesta buscando en dos segundos los pros y contras y recuerdo la sensación de hace un rato de no saber por qué estaba con él y no sola, haciéndolas de turista como era el plan principal. Sacudo lentamente la cabeza.
—No creo. Tengo varios sitios a los que quiero ir... sola —recalco—. Te agradezco el rato compartido hoy, en serio me alegró verte luego de tanto tiempo.
Luka suspira.
—¿Hay algo que pueda decir para convencerte?
—No ahora. No veo motivo, la verdad. Ya adelantamos cuaderno sobre nuestras vidas, ¿qué más queda?
Como si tuviera la respuesta preparada en su mente, responde de inmediato.
—Solo hablamos de Mateo y de mi abuela y de nuestras carreras. Te queda saber de Gabriel y de Denny, seguro que les agrada saber que estás viva. Ellos tampoco saben de ti desde hace mucho. ¿Ya los olvidaste?
Omito decir que a Denny lo vi por mucho más tiempo que a él y que formé una amistad con él y su familia... aunque de eso ya hace mucho.
—Si no te olvidé a ti, mucho menos a ellos —de quienes me llevé un mejor recuerdo, añado en mi mente—. Voy a descansar. Buenas noches, Luka.
Me retiro hacia mi pasillo y afortunadamente no escucho ni siento sus pasos detrás. Me apuro para entrar y al cerrar la puerta a mis espaldas me permito tomar una bocanada de aire.
Cuando logro recuperarme de ese bombeo alocado del corazón, tomo mi teléfono y sin mirar los demás chats, abro la ventana del chat de Theo, con quien no hablo desde antes de ayer.
No creerás lo que me está pasando.
Solo tarda un par de segundos en salir el visto y el escribiendo... en la parte superior. Antes de recibir el primer mensaje, veo en la otra ventana, la de Santi, la respuesta a una foto que le envié de mí sonriendo frente a una de las dos iglesias pequeñas que visité hoy, tomada por una señora que iba pasando a quien le pedí el favor.
Te ves preciosa cuando te pones esa felicidad en la cara, es tu maquillaje más lindo.
Te extrañamos, te queremos mucho.
Cuando siento un algo amargo subiéndome desde el estómago, sé que no puedo dejar de ocultarme que el motivo de mi recelo con Luka es Santi y esa desagradable sensación de que lo estoy engañando al no contarle de nuestro insignificante encuentro.
Omito contestarle por ahora y vuelvo al chat de Theo, que ya tiene respuesta:
¿Qué desastres has hecho ya?
A propósito, hola, me alegra saber que estás viva.
Ahórrate tus sarcasmos ahora, Theo
No lo creerás
Luka está en este mismo hotel
Luka? El Luka del pasado? El Luka que te tuvo en la miseria por meses? Ese Luka?
No, el gobernador Luka.
Claro que sí, tonto
Ese Luka
El rubio.
El escribiendo... sale parpadeando por demasiado tiempo y al final desaparece. En este par de minutos que he estado en expectativa de su respuesta me he sentido un poco ansiosa y de paso, arrepentida por decírselo así no más. Theo cuando quiere es un padre que no duda en regañarme si cree que estoy haciendo algo mal, y tengo una espinita en la cabeza que me dice que lo que me va a decir no es precisamente bueno.
Y se confirma cuando en lugar del mensaje, mi teléfono vibra con una llamada. Trago saliva y me dispongo a contestar, su saludo es una especie de grito.
—¡¿Qué carajos crees que estás haciendo con ese tipejo allá?!
Dios, debí no contarle nada.
Así Caro con los coqueteos de Luka:
Estos capítulos me están saliendo considerablemente largos en comparación con los de LNPDUHDA. xD
Espero de todas maneras que los estén disfrutando mucho ♥
b y e
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