Q U I N C E
Maratón 3/3 ♥
Suspiro al mirar de reojo y fugazmente a Santi que va en el asiento del copiloto, a mi lado. Voy atravesando la autopista 52 con camino a casa y aunque el velocímetro dice que vamos a sesenta kilómetros por hora, se sienten como diez porque la voz de la señora Eliana ralentiza los minutos y alarga el viaje que debería ser de veinte minutos... bien, arrancamos hace cinco minutos nada más, pero se sienten como dos horas.
En este momento habla de mi vestido de novia, que gratamente iré a ver con ella mañana.
—Tiene que ser conservador, sin velo porque ya no tienes el derecho de usarlo y de preferencia no blanco.
—¡Mamá! —replica Santi—. Si quiere, irá de blanco y con velo.
—No es apropiado. El blanco y el velo se usan cuando la mujer sale de la casa de sus padres al matrimonio y cuando conserva su virtud para la noche de bodas.
—¡Mamá! —repite Santiago.
Río por lo bajo. Las palabras de la señora Eliana no son con mala intención, lo sé, así que no me siento atacada de modo alguno... especialmente porque tiene razón... y porque imagino en medio segundo que mi mamá me dirá lo mismo.
—¿Qué? No estoy siendo grosera en absoluto, solo comento.
—Los comentarios también pueden ser groseros aunque no se digan con esa intención.
—¿Qué es la virtud, abue? —pregunta Rose a su lado.
Tengo que toser para disimular la risa y miro por el espejo retrovisor a mi suegra que titubea, posiblemente buscando las palabras. Santi ríe también y se calla, sin intención de ayudar a dar una respuesta.
—Es... algo muy valioso que una mujer debería proteger muy bien.
—Mi profe dice que la amabilidad y el respeto son valiosos.
—Es cierto.
—¿O sea que la virtud es como la amabilidad y el respeto?
—Puede decirse que sí.
—¿Puedo darle mi virtud a mis amigos?
—¡No! —Se escandaliza la señora y Santiago y yo rompemos a reír sin disimulo—. No puedes darla hasta que seas adulta.
—¿Y dónde está? No la he visto.
—Está en tu —vacila—... interior.
—¿En mi corazón?
—Sí, algo así.
—Carolina le dio su virtud a mi papá.
Abro mucho mis ojos y me sonrojo, agradecida de que al ir de conductora, no tengo que mirar a nadie a los ojos. Ojeo a Santiago que pone sus manos sobre su cara, un poco abrumado.
—¿Qué? —replica mi suegra, mal mirándome.
—Y a mí también. Ella dice que su corazón es para nosotros.
—Okay, suficiente de hablar de virtudes y corazones —corta Santi y luego cambia el tema—. Y mamá, eso del vestido blanco o no, ya no es de este siglo.
—Se han perdido los valores —rezonga.
Por primera vez, respondo yo sin pensarlo:
—Y no vamos a encontrarlos nosotros, así que me vestiré de blanco y con velo.
La señora Eliana suelta una risa forzada y por compromiso, aunque Santi sí ríe sinceramente. Me palmea suavemente la mano que tengo sobre la palanca de cambios, dándome apoyo.
Mi suegra sigue hablando; ya ha incluído las flores, las invitaciones, el tipo de pastel, el menú para la recepción, el color del decorado y un sinfín de cosas más que me hacen pensar fugazmente si la gente le pone más empeño a la boda y su ceremonia que al matrimonio y a los novios en sí. Esos sí son los valores que necesitamos conservar.
Finalmente estaciono y Santiago abre la puerta que da a la casa; la señora Eliana ingresa primero con Rose y él me espera mientras apago el auto y saco mis cosas. Antes de entrar, me atrae y me abraza con fuerza; sonrío sobre su hombro.
—Tu madre es un encanto —murmuro con sarcasmo.
—No puedo esperar a conocer a la tuya.
Su tono es igual al mío. Dios, le he hablado tanto de ella que se debe estar preparando psicológicamente para verla. Desde que me fui de casa he ido a visitar a mis padres solo un par de veces, me quedo un fin de semana y vuelvo, pero he omitido llevar a Santiago porque a estas alturas de la vida no me importa mucho que mis padres sean parte activa de mis decisiones, sin embargo no puedo no invitarlos a mi boda. Al menos papá ya lo conoció en mi graduación y al parecer le agradó.
—Te va a amar —respondo.
Hoy estuvimos en otro lado de la ciudad visitando una reserva natural con la excusa de que la señora Eliana —y de paso yo— conociera un poco. Lleva ya dos días con nosotros pero estas horas fueron el mayor tiempo que hemos estado todos juntos y por eso descargó todas las cosas e inquietudes sobre la boda en el auto y en pocos minutos. Son cerca de las siete y me siento exhausta, solo quiero caer en mi cama y entrar en coma hasta mañana a mediodía.
—Así que... te casarás de blanco.
—Por supuesto. Una desvirtuada y sin valores como yo debe romper las reglas. Vivo al límite.
—Siempre quise quedarme con la chica mala.
—Yo soy mala en todo, la llevamos ganando —bromeo.
Entramos a la casa riendo y la señora Eliana nos observa; mira el abrazo de Santi con un poco de seriedad pero no comenta nada. Rose está recostada en el otro sofá, frente a su abuela, con el teléfono de Santi en la mano y un video infantil en reproducción.
—¿Qué quieres cenar, mamá?
—Lo que sea que hagan está bien.
—Pediremos a domicilio.
—¿Por qué? —La señora Eliana me mira, como si me acusara por no cocinar la cena.
—Estuvimos afuera todo el día, estamos cansados.
—Puedes ir a descansar y Carolina...
Antes de que diga lo obvio: que yo sí puedo quedarme cocinando, Santiago me toma de la mano y empieza a caminar por el pasillo a la vez que la interrumpe:
—Y Carolina se irá a poner pantuflas y ropa cómoda. Ya no vamos a salir más hoy, ¿verdad, cariño?
—Cierto. Piense en qué desea cenar, señora Eliana, y en un rato lo pedimos.
La dejamos con la palabra en la boca y entramos en la habitación. Me dejo caer boca arriba en la cama y Santi se mete al baño; escucho la llave del agua correr y el tintineo de la plata de sus anillos cuando se los quita sobre la cerámica del lavabo; le gusta ponerse esas argollas en cada dedo índice y solo se los quita para bañarse y dormir. Cuando sale, se seca las manos con la toalla sobre la puerta y se recuesta por el otro lado de la cama, quitándose los zapatos.
—¿Te digo algo gracioso? Tu mamá debe estar pensando que no te merezco.
—No le veo lo gracioso.
—"Irónico" entonces.
—Sigo sin ver la ironía, explícame.
—Mi madre siempre pensó que yo no merecía... bueno, a nadie en realidad. Y ahora la tuya cree que no te merezco.
—Lo veo más como injusto y más falso que un unicornio, que irónico o gracioso.
—Tú ves las cosas diferentes.
—No; ellas te ven a ti diferente. No hay hombre en la tierra que te merezca, por eso la vida te pone de conformista conmigo.
—¿Será por eso? ¿crees que puedo conseguir a alguien mejor que tú si sigo buscando?
Ladeo la cara y lo veo sonreírme de lado. El color de sus ojos resaltan con el blanco del bombillo sobre su cabeza y su cabello luce brillante. Muerdo mi labio intentando no reírme. Santi se pone boca abajo y acerca su cara a la mía.
—Claro que sí. Por eso te estoy amarrando con nuestra boda.
—Según yo, teníamos otros motivos.
Esa mirada coqueta y juguetona que me dedica me hace desviar la mirada al techo de nuevo. A ratos me siento como si apenas nos estuviéramos conociendo y como si él coqueteara descaradamente conmigo solo con el fin de hacerme sentir dichosa y avergonzada. Desde que volví del viaje ha estado mucho más atento y tierno que antes; o puede ser que ahora que vivo con él lo noto más porque antes nos veíamos cada semana o cada mes cuando él viajaba con Rose a mi casa o yo venía aquí en vacaciones. Sea como sea, él siempre ha sido un caramelo conmigo y en estos días ha sido mejor.
—¿Y si quiero cambiar mis motivos?
—¿A qué te...?
Nuestra puerta —que solo estaba a medio cerrar— es abierta y Rose salta a la cama en medio de ambos. Le acaricio el cabello un momento y ella usa su encanto natural para hablarme:
—Oye, Caro, ¿podemos comer pizza? Por favoooooooor.
—¿Qué dice tu abuela?
—Ella come cualquier cosa.
Miro a Santiago. Él me responde lo que no alcancé a preguntar el voz alta:
—No es cierto. Mamá es quisquillosa con la comida.
—Paaaaapi, pero a todos nos gusta la pizza.
—También es cierto —concede—. Pidamos pizza y adicional lo que quiera tu abuela.
Así como se subió, asimismo Rose se baja saltando y la escuchamos gritar alegre de camino a la sala. Me incorporo para quedar sentada en el filo de la cama con los pies en la alfombra; percibo el desnivel del otro lado del colchón cuando Santi se mueve y luego se acerca para besarme la mejilla estando totalmente a mi espalda.
—Me está empezando a parecer un poco sospechoso el que estés tan tierno estos días —admito—. Dime la verdad, ¿vienen más malas noticias?
Cuando ríe, su aliento me choca con la base del cuello y casi puedo ver cómo se me eriza la piel.
—Qué desconfianza tan terrible la tuya.
—Solo dime si tengo razón.
Pasa sus brazos bajo los míos y con su mano busca la mía. La entrelaza y la levanta un poco, lo suficiente para que mi anillo quede a la vista.
—A veces siento que te debo la vida por todo lo que haces por mí —susurra—. No creo que haya en el mundo otra mujer como tú.
—Deja de hacer eso.
—¿Hacer qué?
—Llenarme de halagos como si fuera la gran cosa.
—Es la gran cosa, el que tú...
—Lo hago con todo el amor del mundo. Sé que harías lo mismo por mí, Santi. —Suspiro, sintiendo su mentón en mi hombro. El corazón me late con fuerza cuando muchos pensamientos con respecto a él se me arremolinan; quisiera preguntarle algunas cosas, confesarle otras, pero los nervios me ganan un poco. Aunque sé que es un buen momento—. ¿Te puedo preguntar algo?
—Lo que quieras.
—¿Algo... algo entre nosotros ha cambiado?
—¿Aparte del hecho de que empezamos a vivir juntos? —ironiza.
—Aparte de ese detalle.
—Tal vez sí. Sabes que...
La respuesta queda en vilo cuando Rose entra de nuevo y nos provoca un leve sobresalto.
—Vaaaaamos a pedir ya.
—Sí, cariño —respondo y me levanto. Santi queda arrodillado sobre la cama—. Me debes la conversación.
Salgo de la habitación con un par de dudas pero con una sonrisa de oreja a oreja.
A dream bride es una tienda de vestidos de novia que Maleen, la secretaria/contadora/amiga de Santi, nos recomendó para mirar opciones. Queda a media hora de mi casa y afortunadamente, la señora Eliana no me hizo el trayecto lento pues se quedó callada todo el rato.
Nada más entrar, encontramos una pequeña y diáfana recepción; una dependienta se nos acerca y nos sonríe ampliamente, revelando unos hoyuelos en las mejillas y amabilidad en la mirada.
—Bienvenidas.
—Muchas gracias —respondo—. Vinimos a mirar opciones para mi vestido.
—¡Claro! ¿Cómo es su nombre, señorita?
—Carolina, y ella es mi suegra, la señora Eliana. —La señalo.
—Mucho gusto, mi nombre es Abby. Dígame, ¿ya han mirado opciones antes o tienen algo en mente?
—Es la primera vez que vengo.
La señora Eliana interviene como si fuera ella la novia:
—Queremos algo sencillo y no muy decorado y...
—Y blanco —atajo, antes de que me lo niegue.
Abby asiente e imagino que notó el claro choque de opiniones de puede encontrar con nosotras dos. Admiro a las que venden ropa por la paciencia que deben tener, y más con señoras como mi suegra. Presiento que esto será complicado.
Abby nos conduce a la parte interior de la tienda, donde hay muchos espejos por todas partes y percheros llenos de vestidos de blancos y cremas bien cubiertos para evitar el polvo. Hablamos del presupuesto, de mi talla y brevemente de lo que definitivamente no quiero —algo muy ajustado o estilo sirena; no me gusta eso—; tras evaluarlo todo, la chica saca de sus percheros tres vestidos que me muestra fugazmente; todos pomposos y blancos. Solamente uno le gusta a la señora Eliana y justo es el que a mí no me gusta, así que tomamos las tres opciones como posibles.
—Señora Eliana, puede tomar asiento mientras ella se lo prueba —comenta Abby—, yo la ayudaré y luego saldrá para que usted lo vea.
—De acuerdo.
La veo acomodarse en un sofá blanco que está desocupado y otra de las elegantes empleadas se acerca y le ofrece café. Abby me conduce por un corto pasillo que da a un vestidor grande, parece más una habitación; tiene dos ganchos en la pared, un perchero de un metro, una corta banca en la parte derecha y una mesa delgada donde me deja poner el bolso y mi chaqueta.
—¿Cuál desea probarse primero?
—Cualquiera menos el que ella dijo —murmuro—. Ese no me gusta.
—Suegra difícil, ¿eh? —Su tono risueño suena encantador para mí; tiene esa voz que es capaz de desestresar a alguien en el peor de los momentos.
—Sí, un poco.
—No se preocupe, eso es de lo más frecuente. Recuerde que al final del día es su boda y su vestido, así que debe escoger el que más le guste.
—Hubiera preferido que mi mejor amigo estuviera acá y no ella.
—Es solo la primera prueba de vestidos —alienta—. No es obligatorio que lo compre hoy, señorita. Puede mirar un par de modelos y luego venir con otro acompañante. Hay novias que vienen hasta cuatro o cinco veces antes de escoger, especialmente cuando tienen muchas amigas o familiares y no pueden venir todos al tiempo.
—Eso debe ser tedioso para ustedes.
Obviamente no me va a decir que sí porque es su trabajo y sería grosero que lo hiciera, pero de todas maneras ríe suavemente. Al menos le concedo que o bien ama su trabajo o bien sabe disimular muy bien lo que pueda o no gustarle.
—Rara vez lo es. Este es uno de los trabajos menos tediosos en cuanto a vender refiere, ¿sabe? He trabajado vendiendo zapatos y ropa normal, pero nunca será mejor que vender vestidos de novia; acá todas llegan felices y con la mejor disposición.
A medida que habla, va sacando el primer vestido de su funda y soltando la hilera de botones en la espalda para que pueda ponérmelo. Ya que es una chica muy amable y que claramente lleva mucho tiempo trabajando acá, no siento grandes reparos en que me ayude a colocármelo y que por ende, me vea en ropa interior.
—¿Ah, sí?
—Todas las clientas de acá llegan enamoradas y esperanzadas; no es como vender un jean y ya, es EL vestido de novia —hace énfasis en eso—. Cuando se miran al espejo a veces lloran, o sus madres lloran mientras sonríen. Piensan en su futuro esposo o esposa y lo mencionan en voz alta. O sus amigas les dicen "solo espera a que él te vea vestida así". Me gusta pensar que más que vestidos, les vendemos un pedacito del día más especial de sus vidas y por eso es necesario que vengan varias veces.
—Qué linda —respondo sincera—. Y sí, creo que independiente de si me enamoro o no de algún vestido hoy, vendré después con mi amigo.
—Ya está —anuncia luego de una pausa, alzando el vestido y mostrando que ya está desabrochado totalmente.
Termino de quitarme la blusa y Abby abre la parte de la falda para que me meta por ahí. Una vez sobre mí, empieza a poner ganchos en mi espalda para sujetarlo mientras lo acomodo en la parte del busto. Es de un blanco impecable, sin tiras ni cuello, con varios apliques brillantes en el corsé y algunas flores blancas en la cola larga.
Cuando termina, me siento sumamente extraña. No tuve fiesta de quince años o algo similar, así que es la primera vez que me pongo un vestido pomposo, me siento como una niña pequeña disfrazada de princesa de cuento.
Acá adentro no hay espejos de cuerpo completo aunque con solo mirar hacia abajo lo noto un poco raro; creo que el escote recto me hace ver como una tabla gruesa con falda ancha.
Me recojo el cabello con un ganchito y con Abby sosteniendo la cola, salimos hacia donde está mi suegra.
Tengo un déjà vu mitad gracioso mitad fastidiado cuando veo su cara y encuentro en su gesto el mismo desprecio que siempre ponía mi madre cuando me iba a probar ropa en los almacenes; ese gesto que dice "divino el vestido, pero a ti no te luce".
Sonrío de todas maneras como si no lo hubiera notado y me subo en una pequeña plataforma frente a los espejos para poderme mirar desde varios ángulos.
—Se ve hermosa —dice Abby, aunque es claro que es más por compromiso. Pero se aprecia su amabilidad—. Podríamos ajustar un poco acá —Toca a la altura de mi cintura— para que se le resalte más la figura.
—No me gusta —dice la señora Eliana sin reparos. Se levanta y se acerca, como si estando sentada no pudiera opinar lo suficiente—. La espalda descubierta se ve vulgar.
—No se me ve nada inapropiado —mascullo, sin quitar mi sonrisa—. Solo es parte de la espalda, y la falda está preciosa.
—Mónica nunca se habría puesto algo así.
En la media semana que ha estado con nosotros, sorprendentemente ha logrado evitar alguna comparación con la mamá de Rose, por grande o pequeña que sea, y sé que esa se le ha salido sin querer porque la dijo casi en susurros y al mirarla por el espejo la noto sonrojada y cabizbaja. Pese a que el lugar está lleno de brillo blanco desde las paredes hasta los sillones y la ropa de los empleados, ese comentario hace que se oscurezca un poco la atmósfera.
Abby agacha la mirada, claramente incómoda y la señora Eliana vuelve a su silla sin decir más. Aprieto los dientes evitando decir algo más; no la culpo de decir esas cosas, y así la culpase no voy a hacerle un reclamo que acabe con la poca paz de la que gozamos juntas, aunque sí me fastidia muchísimo que piense así. Mónica no está desde hace casi cuatro años y lo mínimo que esperaría de su parte sería respeto ya que Santi ha decidido estar conmigo y ella no es nadie para cuestionarlo.
El silencio se extiende por varios minutos en los que me dedico solamente a mirarme de pies a cabeza, tocando la falda y el escote, fingiendo que analizo mi imagen aunque tengo la mente en mil cosas que no tienen que ver con el vestido. Sin decir nada, me bajo de la plataforma y camino por el mismo pasillo para entrar en el vestidor. En dos segundos, Abby ingresa también. Exhalo con fuerza, como si la tensión de allí afuera se hubiera aglomerado en mis pulmones a las malas y quisiera sacarla también a las malas.
—¿Quiere probarse otro, señorita?
—Sí, pero no el que ella escogió —manifiesto—, sino el otro. Ya luego de ese, no más por hoy. Si pregunta por el que a ella le gustó, le dices que no era mi talla y que no tienes más, por favor.
—Con mucho gusto. —Se acerca con las manos extendidas—. Vamos a quitar este entonces.
Me dejo hacer aunque el excelente humor con el que llegué, se ha agotado. Solo quiero irme a casa o a donde sea pero sin la señora Eliana y eso es imposible así que sí, es un momento asqueroso. Mientras Abby empieza a sacar el segundo vestido, me recuesto contra la pared y escucho entonces el timbre de mensajes de mi teléfono.
Aún en ropa interior —gracias al cielo hay aire acondicionado y no muero de frío—, me agacho y lo busco dentro de mi bolso; Abby hace caso omiso a todo. No imagino la cantidad de escenas familiares incómodas ha visto la pobre chica. Cuando miro la pantalla, el ícono de whatsapp está en la parte superior. Abro la aplicación y es un número desconocido. Sin abrir la ventana, aparece el "escribiendo..." en verde pese a que ya hay un mensaje. Siguen llegando y cuando ya dice "4" en el mismo verde, abro la ventana. No sale foto de perfil.
Hola.
Dudé mucho sobre si escribirte o no, pero no le veo nada de malo.
Así que hola.
Ah, y soy Luka
¡Y hasta aquí el Maratón!
Gracias por su apoyo, Mazorcas, por sus comentarios y votos.
Muero de risa con sus comentarios xD me alegra mucho ver que logro volver parciales todos y que hay dos bandos definidos, los pro-Luka y los pro-Santi. Es bonito saber que puedo hacerlos sentir así con mis personajes muajaja ♥
Yo soy pro-Thyfh v:
Loviu, n o s leemos ♥
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