N U E V E
De antemano les cuento que este capítulo es el más largo que he hecho hasta el momento de cualquier de mis novelas. Intenté cortarlo en dos, pero sentía que se iba la onda si lo fragmentaba jaja. Así que se lo aguantan, he dicho ♥ No te olvides de votar y comentar ♥
Guardo mis gafas —porque uno nunca sabe qué puede pasar con los lentes de contacto— y mi cosmetiquera en el bolso; rebusco mi celular para ponerlo también adentro y suspiro para luego salir. No sé si es porque estoy nerviosa o es que acaban de hacerle aseo al suelo de este piso, pero cada pisada de mis sandalias me hace eco en el tímpano, fastidiándome a cada paso. Mientras me estaba vistiendo todo fue normal, pero al dar un paso puerta afuera de la habitación fue como si el arrepentimiento de algo que no he hecho me pesara en la espalda.
Hace un ratito me llamó Francis desde recepción al teléfono de la habitación y me dijo que "El señor Greisnar la espera a las seis, si no le molesta". La formalidad de su voz solo me dejó de opción decirle que sí, además de que ya me parece bastante abuso usarlo de mensajero; me pregunté por qué no habíamos pensado en intercambiar nuestros números celulares con Luka como gente normal.
Cuando pulso el botón para llamar al elevador, sacudo la cabeza, sintiéndome tonta por tener nervios. No debo tenerlos. Salgo con frecuencia con amigos a solas o en grupo o con amigas, no debería ser raro en absoluto. No es raro en absoluto.
Aliso el pliegue frontal de mi blusa y reacomodo mi bolso sobre mi hombro una vez entro en el elevador. Así como los nervios llegaron hace un rato, desaparecen cuando me convenzo de que es absurdo tenerlos. Me permito sonreír ante la expectativa de ir a la feria; independientemente de con quién vaya, las ferias de pueblo son lo más lindo que hay y me emociona mucho conocer la de Toska.
En la recepción, hablando con Francis, se encuentra Luka. Lleva un jean un poco holgado pero su camisa le calza como un guante y el blanco le resalta en la piel canela; debe estar bronceado por el sol de Allington. Cuando nota mi presencia se endereza pues estaba reclinado sobre el mesón de piedra para hablar más cómodamente. Lo miro a los ojos y elevo mi mano a modo de saludo.
—Creo que ya tengo claro cómo llegar —me dice Luka luego de saludarme.
—Es el único camino disponible, así que dudo que se pierdan —bromea Francis. Luego me mira a mí—. Que disfrute mucho la noche, Señorita.
Asiento agradecida y una vez salimos, siento el peso caliente del aire; el aire acondicionado de adentro nos mantiene frescos y al salir la densidad es aplastante mientras me acostumbro.
—¿Por qué nos perderíamos? Vamos en taxi.
—Yo pensaba llevar mi auto —admite. Me abstengo de preguntar un estúpido "¿tienes auto?" al recordar que ya no es el Luka universitario de hace unos años, no. Ya es todo un señor—. Si te parece. A mí me parece más cómodo pero si quieres un taxi, lo tomamos.
—No, está bien ir en auto. ¿Dónde está?
—A solo una calle, vamos.
Toma por el lado izquierdo y camino a su lado en silencio aunque he de recalcar que sin que sea raro. Me cuestiono mi drama antes de subir al elevador pero no me doy respuesta alguna, lo único que sé es que caminar junto a Luka no me produce nada en realidad.
Luka saca el control de su auto y desactiva la alarma a la vez que los seguros se abren. Es una camioneta algo... grande, de dos puertas, alta y de color rojo.
—Cuando dijiste auto, me imaginaba uno pequeñito, un Volvo tal vez —comento.
—Suena pretencioso cuando digo "camioneta". No me gusta. —Suelta una risa y me abre la puerta del copiloto. Señala el delgado soporte que está bajo el marco—. Apoya el pie ahí para subir. Es un poco alta.
—¿Me estás dando un tutorial para subir a una camioneta? ¿qué tan de cueva crees que soy?
Su gesto se balancea entre reírse o disculparse. No le quito la mirada, fingiendo seriedad con mi pregunta aunque ganas de reírme no me faltan.
—Lo decía porque cuando Mateo subió por primera vez se complicó a sí mismo porque no vio el apoyo de allí —defiende, señalando el soporte de nuevo.
—Solo bromeo... a medias. No soy tan de cueva, aunque no suelo subir con frecuencia a una camioneta.
No me responde, pero al devolverme la mirada pule una sonrisa ladeada y ese choque de la miel de sus ojos con el chocolate de los míos dura varios segundos hasta que una moto pasando del otro lado, me distrae con su ruido y me apuro a subirme —admito que con un poco de dificultad, pero no se lo digo a Luka—para luego verlo rodear la camioneta y subirse en su lado.
—Está muy bonita, por cierto —halago—. Te confieso que si alguna vez me lo hubiera preguntado a mí misma, no apostaría a que conducías una camioneta.
El moderado rugido del motor al ser encendido nivela el ambiente dentro del pequeño espacio. A esta hora no es que queme el calor, pero el bochorno sí es suficiente como para abrir ambas ventanas.
—Mi abuela dice que me luce, que me veo bien manejando esto. —Su retintín infantil se delata con una sonrisa pícara. Mientras espera a que el motor caliente unos segundos, me observa—. ¿Qué opinas tú?
—Creo que no hay un auto en el planeta en el que te puedas ver mal.
Lo digo con sinceridad y seguridad, así que tomo como buena respuesta la sonrisa satisfecha que recibo. Nos colocamos los cinturones de seguridad y finalmente arrancamos; Luka toma un camino poco transitado luego de atravesar la calle principal.
Lo examino de reojo; su perfil apenas es discernible en la noche que ya ha entrado y más en carretera abierta, donde no hay muchas luces, pero se nota un poco ahora el espesor de su barba que si bien no es mucho, sí es lo suficiente para que su sombra la defina. Su cabello sigue con ese aire de desorden ordenado que lo caracteriza y sus pobladas cejas le sombrean el párpado. Lleva su camisa con los dos primeros botones sueltos igual que ayer y la pregunta insignificante de si viste siempre así o si solo es por el clima cálido, se me atraviesa en el pensamiento.
—A ver —dice de repente—. Si otra de esas preguntas hipotéticas que podrías haberte hecho a ti misma sobre mí fuera mi gusto musical actual, ¿qué te habrías respondido? —Con una mano saca un porta CD's de debajo del asiento y lo menea un segundo junto a mí para luego ponerlo en su regazo bajo el manubrio, siempre con los ojos en la vía—. Si aciertas, te debo una bebida en la feria.
Medito la pregunta un momento.
—Bueno, eres alguien tranquilo y extrovertido al mismo tiempo —empiezo a decir en una mofa de un análisis mediocre—. Eres muy del rollo cero estrés, supongo, pero no eres tan de reinas pop. Y eres rubio, así que le apuesto a Nirvana.
—Qué superficial. —Pasa una de sus manos despreocupadamente por su cabello—. Me gusta Nirvana, sí, pero no en exceso. Me gustaba más en mi adolescencia, pero de eso hace mucho. Otra oportunidad.
—Bien. No te veo como alguien que tenga gusto por rapear en el auto o echarte gritos de Vicente Fernandez pero sí te imagino meneando la cabeza al ritmo de System of a down.
Luka suelta una carcajada que retumba en la cabina.
—Te daré medio punto por eso, porque es medio cierto.
—¿Qué mitad es falsa?
—Que meneo la cabeza.
—¿O sea que sí rapeas y te cantas las de Vicente? —inquiero.
—Tal vez. Pero no tengo a ninguno en este porta CD específico. —Omite seguir el tema de él mismo y las rancheras—. Tercer intento . Pista: son voces femeninas icónicas.
—Sinceramente sería gracioso verte cantando unas de Miley Cyrus o de Katy Perry.
—De más atrás en los años.
—¡Britney Spears! —chillo entre risas—. ¿Upps, lo hice otra vez? Eso sí es una sorpresota... y una muy graciosa.
Es curioso pensar que el primer contacto físico amistoso que compartimos es el medio empujón que me da en defensa a mi burla.
—Cerca. Pero en orden de que no te burles más, te diré que son Christina Aguilera, Cher y Amy Winehouse.
—Oh, por Dios, tienes los gustos de una fangirl de corazón roto de los noventa.
Mi risa se podría oír en varios metros a la redonda si estuviéramos en la calle charlando. Mis mejillas duelen de tanto que mis labios se han estirado hacia los lados y al vislumbrar a Luka veo que el buen humor también hace parada en su rostro.
—Caras vemos...
—Gustos musicales no sabemos —completo. Luka me tiende el porta CD's; empiezo a buscar entre sus páginas de felpa luego de encender la lucecita sobre el espejo retrovisor. En efecto hay CD's de Amy, Christina y Cher aunque también de Coldplay, de 5SOS e incluso uno de Harry Styles—. Con el temor de que suene machista, te informo que tus gustos son de mujer.
—Mis gustos de hombre los tengo en otro porta CD.
—¿Y esos incluyen a...?
—A System of a Down, a Green Day, a Kiss y entre otros, a Lady Gaga.
—¿Desde cuándo Lady Gaga entra en "gustos de hombre"?
—Lady Gaga debe ser amada por todo el mundo y entra en todas las categorías —justifica.
—Te lo concedo porque es cierto. —Reacomodo mi cabello hacia el lado derecho para poder acercar los CD's a la lucecita del centro—. Y me gusta... el contenido de tu porta CD's, me refiero. De hombre o de mujer, la música que cargas es maravillosa. Algo viejita, pero maravillosa.
—Dile eso a Mateo cuando lo veas.
Me abstengo de responder al sentir que lo más probable es que nunca lo vea pues a menos que Mateo llegue a Allington por obra de la magia negra, mi camino se separa del de Luka definitivamente una vez el viaje termine.
Tras girar varias veces por la carretera oscura, entramos en una poco pavimentada rodeada de solo montañas y árboles a un lado y un vacío al otro, hasta que finalmente llegamos a la vereda de Toska. Sus casitas, todas de uno o dos pisos, tienen al menos una luz prendida, como anunciando al que llegue que ya hay señal de vida y no pase de largo. Con un par de indicaciones que Luka pidió por la ventana, llegamos al otro extremo de la vereda —que en realidad es muy cerquita, menos de tres kilómetros—y la visión preciosa de luces, carpas, humo de puestos de comida y bullicio, nos indican que ya llegamos.
Nos bajamos al tiempo de la camioneta una vez que Luka halla donde estacionarla y nos juntamos adelante para caminar hacia allí. El perímetro rectangular de la feria está delimitado con una extensión de luces blancas en faroles redondos que adornan a unos cinco o seis metros del suelo; parece un collar de perlas iluminando la noche, llamando a que todos asistan.
Según una pancarta que precede la entrada donde está el cronograma, las actividades oficiales de la feria que dura cinco días empezando hace dos, se hacen de día; hoy al menos hubo muestra gastronómica de la región, premió a la vaca más grande y algo llamado El reinado de la hortaliza. Cuando la imagen de una zanahoria con corona llega a mi mente, sacudo la cabeza riendo.
En las noches, según dice, se hacen más que nada fiestas informales: una tarima con un grupo de música popular, neveras y neveras de cerveza y comida asada... muchísima comida asada.
Cuando miro a Luka, este está barriendo con la mirada el lugar y dibujando una sonrisa. Lo codeo suavemente, solo para que recuerde que sigo a su lado.
—¿Sabes conducir? —pregunta de repente.
—Depende, ¿por qué?
—Solo para saber si en caso de que me embriague puedes llevarnos de vuelta al hotel.
Suelta una risa que deja claro que no lo dice en serio... al menos no tan en serio. Hace más de dos años hice un curso de conducción porque Santi lo sugirió y ya que me gustaba la idea de usar su auto sin necesidad de pedirle que me llevara a todas partes, accedí y fue genial y es muy útil, aunque es muy esporádica la vez que conduzco porque no tengo auto.
—¿Me trajiste para que pudiera llevarte de vuelta? —digo con fingida indignación.
—O sea que sí sabes conducir.
—Si te embriagas, me aseguraré de dejarte en tu auto y con seguro, pero tomaré un taxi y nos vemos mañana —afirmo.
Niega con la cabeza y nos adentramos en medio de las carpas. La mayoría de personas deben ser de acá porque se nota en su manera de vestir y de hablar; también se nota quiénes son turistas y nosotros estamos en ese saco. Pero no importa; el aire está impregnado por el olor del humo de los asadores y no tardamos con Luka en comprar una brocheta de tres carnes que me cautivó cuando la vi.
—Debe ser muy bueno venir de día —comento, a medida que seguimos caminando, solo conociendo qué otros puestos hay—. Al menos eso del Reinado de la hortaliza suena divertido.
—¿Crees que premien hortalizas o personas que siembran hortalizas y son bonitas?
—Pues de nombre, me imaginé a una zanahoria con corona —confieso—. Pero por lógica, supongo que es un reinado de la región, es decir, de mujeres bellas. Quizás la corona está hecha de zanahoria.
—Qué elegante.
Cada uno llevamos una cerveza en lata en la mano; independientemente de cómo vamos a volver, es pecado estar en una feria de pueblo, ser mayor de edad, y no tomarse unas cuantas cervezas. Hemos caminado alejados de la tarima de música adrede porque es allí donde más gente y ruido se congregan, tanto mirando a los músicos como bailando, y eso dificulta una conversación.
—¿Cómo te fue en la reunión de hoy? —pregunto.
—Bien. Parece que sí vamos a concretar algo, al menos se ven interesados.
—Tu poder de convencimiento debe ser maravilloso.
—No todo se consigue a punta de sonrisas y carisma —reconoce—. Pero verme imponente en traje sí ayuda, no lo negaré.
Botamos las latas a la caneca de reciclaje más cercana y compro otras dos; le tiendo una a Luka.
—Pues yo sí he conseguido muchas cosas a punta de sonrisas y carisma —presumo, medio en broma—. Como poder entrar un poco tarde a un par de clases, o poder quedar debiendo algún centavo cuando no me alcanzaba para el café, o evitarme varios regaños de jefes.
—No me extraña eso —comenta—. Alguna vez te dije que podías enamorar personas con la sonrisa y eso sigue siendo cierto.
Esa sola mención que involucra nuestra amistad previa me resulta un poco amarga. Creo que no se me ha olvidado nada de lo que me dijo entonces, cada palabra y frase bonita que yo tomaba como coqueteo pero que para él solo era amabilidad, todo, sin falta, está guardado en mi memoria; en mis recuerdos ya había perdido el sonido de su voz pero no el significado de lo que expresaba.
—También dijiste que si no dejaba de sonreír nunca, seguirías a mi lado —recalco. Mi tono no sale para nada afilado aunque me pica la lengua de pronunciarlo—. Supongo que todos pasamos por la edad en que decir mentiras se vuelve cosa de cada día.
Cállate, Cinthya, ¿no se supone que cero rencores?
Ya no me duele decir o pensar en todo eso, pero es obvio que mencionarlo cuando no viene al caso solo deja claro un erróneo "no lo he superado". A veces extraño mi capacidad de antes de guardarme lo que quería decir por miedo o por vergüenza.
—No mentía con eso... —murmura un poco dolido, y repentinamente serio.
Solo me queda usar la vieja excusa confiable acompañada de una risa.
—Solo bromeo, Luka.
Es evidente que no me cree mucho lo de que es un chiste, pero no saca más el tema.
De lata en lata ya llevamos ocho cada uno y casi tres horas. Nos hemos sentado en unas sillas de plástico que estás dispuestas sin orden alguno alrededor de todo el terreno de la feria. El alcohol no se ha asentado en ninguno porque hemos estado comiendo también de cada cosa que ofrecen, desde carnes rojas y blancas en distintas preparaciones, hasta los postres de natas, fresas y arequipe.
Son cerca de las once de la noche y a cada hora llegan más y más personas hasta que ya resulta mera suerte el hallar donde sentarse; de todas maneras no parece que eso sea molestia para nadie. Ya se han ido un par de hombres tambaleantes de la borrachera que supongo vienen acumulando desde por la mañana e incluso vimos un pequeño pleito entre dos ebrios que al final se fueron abrazados como buenos amigos.
Estamos un poco más cerca de la tarima de la música que antes y por eso es más notorio cuando la música cesa y solo quedan voces y risas y algún reclamo. No ha terminado nada porque los músicos siguen allí, pero un hombre bien vestido y completamente sobrio toma la palabra en el micrófono y comienza a anunciar un concurso al que no le presto demasiada atención hasta que veo cómo la gente le pone suma atención.
—... acá en frente para nuestro concurso de baile. La pareja ganadora se llevará un vale de Todo lo que puedan comer para el día de mañana y además, ¡la posibilidad de ser jueces en la última etapa del reinado de la hortaliza!
Supongo que eso debe ser algo muy prestigioso por acá porque los vítores no se hacen esperar a la vez que un buen porcentaje de gente deja lo que están haciendo para caminar hacia la tarima. Con la euforia contagiada, me levanto de mi silla con la cerveza en la mano y halo a Luka tomándolo del antebrazo.
—Solo vamos a mirar —aclaro, al ver la pregunta en su gesto.
Cuando llegamos al lugar, hay un encargado repartiendo hojas con números detrás; reparte uno por pareja y es colocado en la espalda de cada hombre participante. No hay muchos adolescentes o jóvenes de veintipocos en los concursantes; en su mayoría son señores y señoras, incluso abuelitas que posiblemente o viven en Toska o han venido de otros pueblos y veredas cercanas.
Justo en el pavimento frente a la tarima ya hay más parejas de las que puedo contar; Luka se aleja un par de minutos para traerme otra cerveza y luego se posiciona a mi lado; desde donde quedamos alcanzamos a ver el baile sin interferir.
—Oye, Caro... —Se acerca un poco más de la cuenta a mi oído y en tono confidencial, dice—: Mira a ese de allí —Señala con su índice al otro lado del lugar donde hay un hombre claramente ebrio pero con el cartel del número 15 en su espalda—, te apuesto a que no dura de ni cinco minutos bailando antes de caerse.
Siento el cuerpo de Luka detrás de mi hombro y pienso fugazmente que de querer abrazarme, podría hacerlo sin problemas desde allí, solo le bastaría estirar el brazo.
—Yo le doy más de cinco minutos entonces —respondo—. ¿Qué apostamos?
—¿Qué quieres apostar? —pregunta.
Su aliento me alcanza el cuello y suelto una risita entre dientes... puede que ya se haya asentado un poco la cerveza. Doy un cauteloso paso adelante para dejar más espacio entre ambos y me giro un poco para encararlo; su sonrisa traviesa le combina con el brillo algo ido de sus ojos.
—Apostemos quién conduce a la de vuelta.
—No creo que sea muy prudente que ninguno de los dos conduzca en este momento —objeta. Enarco una de mis cejas—. Creo que tendremos que pasar la noche acá.
Mete la mano en el bolsillo delantero de su jean y me reta con la mirada. Parece que la prudencia y formalidad relativa que ha usado desde que lo vi hace ya dos días, desaparece de a poco mientras se embriaga. Afortunadamente, puedo presumir de que ni siquiera con tragos encima he cometido errores terribles últimamente... antes sí que cometí muchísimos pero lo he aprendido a controlar. Si mi yo de hace cuatro años estuviera acá un poco mareada y con Luka, ya habría aprovechado sus evidentes coqueteos para besarlo así fuera solo porque sí.
—Bien, si tenemos que pasar la noche acá, entonces apostemos el lugar de dormir en tu auto. El premio es el puesto de atrás, el cómodo.
Ríe echando su cabeza para atrás y se nota cómo muerde su mejilla, sin embargo asiente, como si esperara algo así de mi parte.
—Trato. El que pierda duerme adelante en la incomodidad.
Volvemos al tiempo la vista a la pista donde el mismo borracho ríe en completa felicidad a la vez que se tambalea mientras sostiene la mano de su pareja que a juzgar por la confianza con que se tocan —decentemente—, es la esposa.
—¡Vaaaamos! —Escuchamos a nuestras espaldas.
Giramos en reflejo para observar y viene una pareja tomada de la mano; ambos sobrepasan ya los cincuenta y tantos años, ella es alta y desgarbada mientras él es un poco más bajito y regordete. Ella niega con la cabeza mientras se ríe y se abre paso para llegar a donde estamos, que es lado más cómodo para observar.
—No, yo estoy muy cansada —responde ella.
—¡El premio es un vale para comer! —insiste él—. Vamos, amor.
—Intenta tú bailar con tacones luego de llevarlos todo el día.
—Si me pongo los tacones, ¿bailas conmigo?
—¡No!
Entre risas llegan a nuestra altura y nos pillan mirándolos y riendo; lo bueno de la gente de pueblo es que no se toman las cosas tan apecho tan rápido, y supongo que menos en una feria que debe tener humor festivo. Luka y yo sincronizamos el mirarnos solo para disimular que estábamos de chismosos.
—¿Van a bailar? —Nos pregunta ella, poniéndose a nuestro lado.
Así de sencillo se hacen amigos en lugares pequeños.
—No, solo miramos —responde Luka.
—¿Pueden creer que tenga que rogarle a mi propia esposa que baile conmigo? —refunfuña el señor haciendo una mueca extraña, es evidente que no está realmente molesto—. Y lo peor es que de todas maneras no me acepta. —Se dirige a Luka—. Deberías sacarla a bailar ahora que son jóvenes, porque después ya no quieren bailar...
—¿Me estás diciendo vieja? —replica ella.
—... ya no quieren bailar porque son tan preciosas que no quieren opacar a la juventud —se defiende él.
Miro a Luka de reojo y veo unos ojos maliciosos y burlones.
—Puede bailar con Caro. Ella ama bailar —alarga la palabra "amar" mientras mi sonrisa flaquea—. Yo ya estoy cansado, pero ella tiene energía para unas dos horas de baile.
—¡Entonces vamos! —casi grita el hombre con una mueca de extrema felicidad en su rostro. Luego mira a su esposa—. No te molesta, amor, ¿verdad?
—No, adelante.
El señor me tiende la mano.
—¿Me permite?
—Qué más da —respondo y le entrego a Luka mi cerveza para tomar la mano del señor. Cuando nos dirigimos al encargado para que le de el número a él, digo—: Seré sincera, nunca he bailado esta música.
—No te preocupes, acá nadie mira a nadie para ver si es experto o no.
Pienso en Luka que sí estará mirando al borracho para nuestra apuesta. Dios, la gente de ciudad a veces es malvada.
—Bueno, cumplí con avisar.
—Solo mira a los demás y sigue al que se vea menos ebrio. Acá entre nos, yo tampoco sé bailar de maravilla, pero me las he apañado toda la vida.
—¿Cuál es entonces nuestra posibilidad de ganar?
—El concurso no es por la pareja que mejor baile sino la que dure más sin detenerse.
Omito decirle que no es que tenga las energías por los cielos como Luka dijo; no pierdo nada participando y considerando que estoy al otro lado de mi mundo, no temo de la vergüenza que pueda pasar.
Tras un par de parejas más (que son dieciocho de acuerdo al número más alto que pusieron en la camisa de un joven), la música empieza; una mezcla de guitarra, maracas, arpa e incluso hay una gaita en la esquina de la tarima. Lo bueno es que tal como dijo el hombre, no es complicado bailarla y sin ánimo de ser presumida, no soy la que peor baila.
Con la mirada busco al borracho de la apuesta que solo está a dos parejas de distancia y sigue en pie y animado. Miro luego a Luka que se contiene de echarse a reír y que al cruzar sus ojos con los míos, eleva las dos cervezas como si estuviera brindando.
—¿Cuánto llevan juntos? —pregunta el hombre en medio de un jadeo, supongo que para que no sea incómodo solo bailar sin ni siquiera compartir unas palabras o una mirada.
—Solo somos amigos, de hecho hace años no lo veía y lo vine a encontrar por acá, al otro lado del mundo.
—¿De dónde eres acaso?
—Del norte; estoy en mudanza, de hecho. —Hago una corta pausa para tomar aire—. Viviré en Norgiliam desde esta semana.
—¡Uf, vienes de lejísimos!
—Sí. Tres horas en avión y casi una en tren.
—Apuesto a que no esperabas terminar en una vereda bailando Maytel con un señor.
—¿Así se llama la música?
—Sí. Similar a la popular del norte —Jadea—, pero con gaita y arpa.
Mientras hablamos, ya han pasado unos cinco minutos y ya tres parejas han salido. Reviso y no, el borracho no se ha ido; he ganado la apuesta.
Admito que me duele un poco el pecho y que ya estoy sudando por la actividad pero si el hombre que me dobla en edad, que tiene barriga, bigote y menos vitalidad (esto es cuestionable) no se detiene, no lo haré yo. Es bien sabido que hablar no es precisamente conveniente si el plan es mantener la resistencia de los pulmones en actividad física pero me gusta hablar y ser chismosa.
—¿Cuánto lleva con su esposa? —pregunto.
—Cuarenta años de conocerla, pero treinta y siete de casados. —El hombre aminora el paso unos segundos, con cara de que quiere tirarse al piso, pero no se detiene. Para tapar esa medio detenida, me toma de la mano y me da una vuelta—. La conocí a los diecisiete, ella tenía quince. Nos casamos tres años después pero nos separaron por varios años luego de eso...
—¿Por qué?
—Su familia no me quería. —Ríe con ganas, como si se alegrase de que con o sin aprobación, han llegado hasta hoy. Le sonrío—. Nos casamos en secreto y cuando lo supieron se la llevaron lejos... —El hombre tose un poco pero no para—. Imagínate no saber nada de ella cuando no había celulares ni internet a nuestro alcance.
—Pero se reencontraron...
—Sí... tres eternos años después. Yo le seguí la pista con la ayuda del único de sus hermanos que me aprecia y tuve que trabajar para poder pagar mi viaje pero finalmente la encontré... —Me da otra vuelta y él da una por sí solo, intentando resistir más—. Le pedí que nos fugáramos porque aún no me iban a aceptar y ella dijo que sí... Ya estábamos legalmente casados, así que era algo que debía pasar. Nos subimos al primer transporte que encontramos y cuando pensamos que ya estábamos suficientemente lejos, nos detuvimos. Llegamos acá, a este rincón perdido del planeta.
—Qué romántico —respondo involuntariamente. Paso mi mano por mi frente secando el sudor—. ¿La familia de ella lo aceptó?.
—Tuvieron que hacerlo. —El señor toma una honda bocanada de aire—. Nos perdimos por cinco años acá en Toska; yo trabajé y nos conseguí un techo, y cuando ella quiso ir a visitar a su familia, llegó conmigo y tres de nuestros hijos, ya no podían pedirle que se alejara de mí.
Quisiera soltar un "awww" pero dada la agitación de mi pecho me resulta imposible. Solo atino a decir cortas palabras jadeantes:
—Felicidades, tienen... una historia... muy bonita.
—Mis hijos dicen lo mismo... y siempre les respondo que cuando hay amor, el tiempo y la distancia pasan a ser una nimiedad... —Su rostro está tan colorado como puede y creo que bien puede ser reflejo del mío. Ya han pasado casi quince minutos que bailando se sienten como horas. A nuestro alrededor solo quedan cuatro parejas pero entonces el señor se detiene e inclina el cuerpo hacia adelante, poniendo las manos en sus rodillas—. No puedo más.
Gracias a Dios.
—Tampoco yo —admito y caminando, nos salimos de la pista.
Llegamos a donde Luka y la esposa del señor están charlando entre risas también. La mujer le tiende la mano a su esposo y le soba la espalda como intentando darle un poco de oxígeno extra.
—Llegaron a los últimos cinco, amor —lo consuela—. Eso es bueno.
—¿Cuánto tiempo fue? —dice exhausto.
Su esposa mira el reloj pequeñito que cuelga de su cuello.
—Poco menos de veinte minutos.
Miro a los que quedan en la pista y mi sonrisa se expande.
—¡Ese hombre sigue ahí! —casi chillo a Luka. Este blanquea los ojos—. ¡Gané!
—Creo que nos iremos a casa ya —informa la señora—. Dudo que podamos festejar más.
—Ah, pero cuando teníamos menos de treinta bailábamos hasta el amanecer y teniendo a los niños aquí cerca dormidos en dos sillas juntas —alega el hombre. Luego nos mira y sonríe—. Fue un gusto.
—Igualmente —respondemos al tiempo.
Se toman de la mano y a paso lento, se alejan de nosotros. Sin preguntar nada, camino hasta dos sillas que veo desocupadas a varios metros de la tarima y caigo sin finura en una de ellas. Luka toma la otra y me tiende una cerveza nueva cuyo frío de la lata quema placenteramente en mis manos.
—Ese tipo debe de estar haciéndose pasar por borracho y por eso no se ha caído.
—No me interesan sus motivos, yo gané.
Tomo una bocanada gigantesca de aire y siento cómo mis pulmones lo agradecen. Hace mucho no bailaba tanto... bueno, no hace mucho realmente, la última fue hace como tres semanas que salí con unas compañeras de la universidad celebrando que ya teníamos la carrera y el diploma prácticamente en el bolsillo, pero es diferente una discoteca a este lugar.
Luka me codea, igual que yo hice hace ya varias horas, solo llamando mi atención. Luego de una pausa que uso para beber y recuperar el aliento, él habla:
—De todas las cosas que pude haber imaginado que me pasarían en este viaje, estar acá contigo es la más inverosímil de todas.
—Yo prefiero no pensar en lo que me pueda pasar cuando viajo —contesto—. Es mejor que la vida me sorprenda.
—¿Y te ha sorprendido gratamente en esta ocasión?
Lo miro a los ojos; su aspecto de por sí —al igual que el mío—ya está más desprolijo del que lucía cuando llegamos. Tiene la camisa por fuera del pantalón, está algo torcida en el cuello y sus zapatos dejaron de ser negros para ser grises por el polvo. Se le nota el licor en las pupilas y el calor en la frente perlada con unas pocas gotas de sudor. Ni quiero mirarme en un espejo para saber cómo estoy yo, pero desde mi lugar veo mis sandalias igualmente sin brillo y mucho polvo y siento el cabello hecho un lío. Muerdo mi labio mientras le examino el rostro, pensando.
—Estoy un poco indecisa al respecto —admito finalmente.
—¿Por?
—No le veo el lado malo, pero tampoco el bueno. No hay lados y me pregunto por qué.
—Yo le veo muchos lados positivos y muy pocos negativos.
—¿Y...?
—¡La número 15 es la ganadora! —gritan por el micrófono. Ya que los más cercanos a la tarima empiezan a aplaudir y algunos cerca a nosotros también, aplaudimos con ellos en reflejo mientras la pareja sube casi a rastras a la tarima y reciben un talonario del tamaño de un cheque. Es el borracho y su esposa; que pulmonazos y riñonazos debe tener—. ¡Su pase de Todo lo que puedan comer! ¡Es increíble que...!
Dejo de prestar atención.
Cuando vuelvo la vista al frente, siento los ojos de Luka sobre mí. Lo enfrento y entre risitas leves, bebo de mi cerveza hasta que se desocupa la lata. Mirando alrededor veo que aún hay algunos puestos de comida aunque ya son pocos en comparación a cuando llegamos. Según mi reloj es la una y veinte de la mañana y al parecer la música oficial se termina porque todos empiezan a bajar de la tarima a la vez que muchos de los asistentes empiezan a buscar la salida, excepto varios grupitos que no están ni por la música ni por la comida sino por el licor; estos permanecen en sus sillas y uno de ellos va hasta un auto y pone música allí, abriendo el maletero y revelando tres parlantes enormes que pueden igualar el ruido de la música en vivo y de paso, alargar la celebración. Vivan las ferias.
—Disculpen, estamos recogiendo este lado del lugar —nos dice de repente una señora y al alzar la vista, noto que la carpa frente a la que estamos, está siendo desarmada—. Pero a la parte de allá no recogerán —informa, señalando a un lado y básicamente sacándonos de aquí.
Nos encogemos de hombros y desocupamos las sillas, llegando a otras donde nos indicó ella.
Varias cervezas después y cuando Luka se tambalea al levantarse de la silla y dar dos pasos y yo me río como tonta, es que noto que ya nos pasamos con la bebida.
—Claro, búrlate —reclama con voz arrastrada.
—Es lo que hago. —Me acerco con un poco más de equilibrio y le doy un suave empujón que lo hace gruñir porque casi cae de culo. Digo la más tonta obviedad en tono burlón—: Estás eeeeebrio.
—También tú.
—Yo no me voy tambaleaaaaando —el tono cantarín me sale sin ser solicitado. Creo que he llegado a ese estado de la embriaguez lleno de paz mental y felicidad, con el amor a la vida incluído—, ni hablo raaaaaaaaro.
—Lo estás cantaaaaando —me imita con voz chillona—. Sí estás eeeebria.
—Solo un poquito —Junto mis dedos índice y pulgar, ubicándolos frente a mi cara, soltando risas entre dientes—poquitón, poquitín.
Mi cuerpo me hace quedar mal cuando tropiezo con una piedra diminuta y me tambaleo hacia atrás. Luka estira la mano y toma la mía, halándome con fuerza para no dejarme caer. Suelto una carcajada.
—Ahí está tu poquitín.
—Creo que debemos irnos ya —reconozco, luego miro alrededor—, pero primero busquemos un baño.
—Estando ebria haces propuestas indecentes —murmura—. Eso sí me interesa.
Le doy un puño en el hombro, blanqueando los ojos.
—Idiota.
—Solo un poquitón, poquitín. —Entre ofendida y divertida, doy media vuelta con la intención de buscar el baño sola y escucho la risa de Luka a mis espaldas—. Ya, perdón... —Me toma de la mano, obligándome a detenerme—. Los baños están en la otra dirección.
Intento enfocar a lo lejos y sinceramente veo poco; la cabeza me da vueltas pero confío en lo que sea que Luka me diga en este momento, así que luego de soltarme de su mano llegamos a la hilera de cuatro baños públicos que están dispuestos para la feria.
—Si te caes dentro del retrete, grita y voy y te saco —ofrece.
—Estoy un poquito ebria, no torpe y ciega.
Doy dos pasos para entrar a uno que está desocupado y lo oigo susurrar:
—Como si hubiera gran diferencia.
Tras usar el poco higiénico baño —cosa que no pienso describir ni relatar con detalle porque eeuugg—, salgo y Luka me está esperando.
—¿No vas a usar el baño?
—Ya lo usé.
—¿En qué momento?
—No tardo tanto como tú.
Una ventisca pasa y la siento como una bofetada; pese a que el clima de por sí es cálido, un escalofrío me recorre. Yo creo que ya estamos cerca del amanecer pero es imposible poner a Luka a conducir tan ebrio como está, así que debemos apegarnos al primer plan.
—Vamos al auto —pido.
Caminamos un poco y en círculo buscándolo pues parece que no nos grabamos muy bien dónde quedó estacionado y ahora parece que las calles cambiaron de lugar.
—Creo que está por allí —dice luego de varias vueltas, alargando el cuello.
Nos dirigimos a donde indicó y sí es la camioneta roja. Suspiro de alivio. Ando hacia la puerta del copiloto y Luka, detrás de mí, le saca el seguro con el control. Antes de que abra la puerta, me llama:
—Caro.
—Dime.
Hay duda en su mirada, quizás confusión, como si quisiera preguntarme la solución a algún misterio universal; puede ser solo borrachera. Muerde su labio y titubea sin mirarme a los ojos.
—¿Puedo pedirte algo?
Todo mi cuerpo se pone en alerta e instintivamente, a la defensiva. Puede que el licor haga que mis reacciones seas más bruscas, porque el acelere de mi corazón es tan fuerte y precavido como si me hubiera pedido que enterremos un cadáver o algo igual de grave.
—Depende.
Me rezago más contra la puerta del copiloto, como si temiera que de acercarme mucho me hará daño pese a que sé que eso es imposible.
—¿Puedo abrazarte? —dice tras una pausa—. No tienes idea de lo mucho que he querido abrazarte en el último par de días.
Relajo los hombros; bien, no fue para tanto. Qué mente tan exagerada.
—¿Sabes qué es curioso? —respondo—. A ratos parece que derramas confianza y que haces lo que quieres cuando quieres, pero luego pides permiso para un abrazo.
Esboza una ligera sonrisa. Me pregunto si él tiene el mismo mareo persistente en la cabeza, o si todo lo que habla le suena un poco irreal como a mí.
—Mi confianza se estanca un poco cuando percibo un poco de recelo de tu parte.
—No lo hago a propósito.
—Lo sé, y eso es peor.
—¿Por qué?
—Porque es tu subconsciente el que es receloso conmigo.
Coloco unos cabellos que logro ver por el rabillo del ojo, tras mi oreja. Sin estar totalmente en sano juicio, vuelven a mí las ganas de hacerle reclamos pero el sentido común me da un par de puntos de ventaja. Amago un intento de sonrisa que al menos en mi mente luce aceptable y no incómoda. La música festiva sigue sonando un poco a lo lejos y las risas de los borrachos que siguen en plan amigos y fiesta nos llegan en ecos amortiguados.
Luka está a dos pasos de distancia, y los acorto cuando avanzo y alzo mis brazos, cediéndole el permiso a lo que ha pedido. Pensé que yo era la única que había notado la aversión a tener cualquier contacto físico, pero por la manera en que Luka me abraza, dudo de eso.
Tiene que agacharse un poco pero no se queja por ello, junta sus manos a mi espalda media y aprieta tanto como puede sin llegar a incomodarme mientras enrollo las mías en su cuello. Mi mentón halla apoyo en su hombro y al aspirar, el aroma de su colonia se mezcla con el de la cerveza y el del humo de asador. La mezcla no es un aroma precisamente deseable pero su contacto me resulta reconfortante.
Sin aminorar su agarre, sube una de sus manos a mi cabeza y me acaricia el cabello repetidas veces, como quien encuentra a una persona luego de creerla desaparecida en la selva. Su nariz hace contacto inintencionado con la parte alta de mi cuello y se me eriza la piel en ese lugar; siento que me abraza más fuerte y percibo un suspiro suyo.
Puede ser por la suma de la hora, la ebriedad, el lugar y la música de taberna a mis espaldas, pero los ojos se me cristalizan y solo ahora siento esa emoción de haberlo encontrado, esa sensación de plenitud que invade el corazón cuando ves a un ser querido luego de una larga ausencia.
—Me alegra estar acá contigo —murmuro con sinceridad.
Se separa solo un poco, lo suficiente para mirarme a los ojos. La cercanía entre los dos me sabe a nostalgia, a deseo, pero más que nada a peligro. A esta distancia puedo ver sus pestañas y los vellitos desordenados de sus cejas. Se inclina solo un poco y aunque veo la intención en sus ojos y siento la reticencia en mi mente, no me muevo; a cambio de eso y queriendo pensar que si no lo veo puedo convencerme de que no es real, cierro los ojos.
Sus labios aterrizan en mi mejilla con dulzura y se quedan allí tres segundos completos.
Luego se aleja pero no me suelta.
—Lo siento por todo.
Sus brazos finalmente me liberan y me dejan el espacio para respirar hondo. Lo veo rodear la camioneta y abrir su puerta para subir; hago lo mismo y me ubico en la parte trasera, donde puedo recostarme sin tanto problema.
Cuando el portazo de Luka se escucha, quedamos encerrados en el pequeño espacio pero la camaradería que acumulamos en todo este tiempo, se ha diluido en ese momento que acabamos de compartir, dejándonos en un silencio blanco y brumoso.
Sé que su disculpa no es solo por el beso que él puede considerar que tomaré como abusivo, no, su disculpa va más allá, más atrás en el tiempo, cinco años atrás para ser más exacta y acabo de obtener lo que según Theo me hacía falta para tener paz en el corazón de nuevo. Su disculpa sincera debería darme un calorsito de alivio en el interior, pero no es del todo así.
Definitivamente sí tenía rencor guardado y lo sé porque escuchar sus palabras me ha quitado un peso de encima que no sabía que tenía; sin embargo, siento de todo excepto felicidad.
Send nudes 7u7...
digo, send love ♥
Solicito opiniones de capítulo acá, por fis 😏 ►
Y mientras vuelvo a actualizar, y aprovechando para spamear como Dios manda, les cuento que entre el final de La no protagonista de una historia de amor y esta novela, escribí varias que incluyen una adolescente invisible por un trato con una bruja, un loco que quiere construír mujeres porque las de verdad no le hacen caso, un cliché con badboys buenotes, un Cupido real intentando ayudar a enamorarse a una chica que llora como magdalena y varias cosillas más, por si quieren ir a leer algo diferente- Todas están en mi perfil ♥
b y e
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