D I E C I N U E V E
Maratón 1/4
—Dime qué piensas —pido, al notar que ya lleva varios minutos en silencio—. Lo que sea.
Theo pasa su mano por su mentón y su gesto se mantiene neutro y distante, como si estuviera discutiendo con distintas partes de sí mismo para saber qué decir ahora.
—Creo que necesito más información que eso —dice finalmente.
—Cuando llegué al aeropuerto la semana pasada, me besó y no sé... solo pasó —titubeo un poco—. Llegar acá y vivir con él ha sido maravilloso, Theo. No estamos en la misma posición que hace un año, creo que ya estamos en un mejor lugar y que podemos intentar que lo nuestro funcione como debe ser.
—Ya lo intentaron antes, Cinthya y mira que terminó. Yo... —Calla de repente, como si no pudiera ponerse de acuerdo ni consigo mismo en el lado que quiere estar.
—Dime lo que piensas, Theo. Solo dilo.
—Cuando propusiste la boda no estuve de acuerdo, lo sabes. —Asiento, recordando el sermón lleno de consejos que me dio hace unos meses—. Luego me dijiste los motivos y consideré que era un gesto muy Cinthya, porque tú eres así, dadora de bondad y todo.
—¿Pero?
—Pero no puedes pretender formar un matrimonio real en cuatro meses.
—Ya nos íbamos a casar de todas maneras, ¿qué diferencia hay?
—Que el plan era casarse, aparentar un año y luego firmar un divorcio. Si empieza a haber un romance como la primera vez, y no resulta, ¿no crees que será más complicado?
—¿Y si resulta? —objeto con terquedad—. ¿Y si de acá a veinte años sigo casada con Santiago y estoy feliz? Puede que de todo esto salga mi cuento de hadas después de todo.
—Cinthya, ponte la mano en el corazón, ¿estás enamorada de Santiago?
Cuando la respuesta no me sale inmediata como debería,empiezo a entender su punto.
—Sabes que es difícil. Santiago me encanta, Theo, me hace feliz, me apoya, adoro a su hija, me gusta mi vida acá, nos vamos a casar, por Dios santo.
—La gente no llega al altar porque el prometido "le encanta", sino porque lo ama.
—Creo que estoy a mitad de camino —respondo sincera—. De nuevo. Digo... si ya me enamoré una vez de él, puedo hacerlo de nuevo. Quizás siempre lo he estado y solo me lo confirmo.
—¿Y si no? —sigue con su negatividad—. Supongamos que inician en este momento pero de acá a noviembre las cosas se complican, ¿le rechazarás el matrimonio a una semana o a un mes de la ceremonia?, o en peor de los casos, empiezan ahora y al momento de la boda estás enamoradísima, pero unos meses después vuelven a lo de antes y se separan ya teniendo la argolla atándolos. Es más doloroso, Cinthya... para todos.
—La vida ha estado siempre llena de divorcios —comento, medio en broma—, uno más, uno menos.
—Yo te quiero tanto, que no tienes idea de lo que me inquieta pensar en que esto no te resulte. Sé que lo sabes, pero te lo repito: tú tiendes a querer de la manera más pura que existe y eso te puede jugar en contra, de hecho, siempre lo hace. Santiago es un muy buen hombre y cuando están juntos hay chispa, no te lo niego.
—¿Entonces cuál es el problema?
—Que de la chispa al amor hay un mundo de distancia. ¿Puedo aconsejarte? —asiento, pese a que es una pregunta que no espera respuesta—. Primero, habla con él. Asegúrate de que están en la misma página, y si alguno de los dos tiene al menos una mínima duda, esperen. Piensen primero en el motivo real de la boda y luego analicen si vale la pena iniciar algo real en este momento. Y segundo, tómalo con calma, por favor; no les des todo a Santiago en bandeja de plata.
—Mi segundo nombre es calma —respondo risueña, aunque desvío la mirada, avergonzada.
Theo encuentra mis ojos y luego una sonrisa culposa que se me sale aunque sin mucho arrepentimiento real.
—Ya te acostaste con él, ¿cierto? —Al notar mi silencio, blanquea los ojos, como si se lo estuviera esperando—. Eres increíble, buscas opiniones luego de que ya hiciste lo que te cantó la gana.
—Tú preguntaste, yo no pedí opinión.
—Terca, muy, muy terca —refunfuña—. Dios, si me llego a enterar que Santiago o tú están sufriendo por esto, vendré a jalarles las orejas a ambos.
—Vaya, y yo pensando que lo ibas a tomar a mal —ironizo.
—No lo estoy tomando mal. No hay un mejor hombre para ti que Santiago, nunca he dudado de eso, solo digo que se están complicando en el momento equivocado.
—Iré a mi cita hoy —manifiesto—, te juro que hablaré con él y nos pondremos en la misma página, sea cual sea. Luego te llamaré, te contaré y estarás orgulloso.
—No necesitas mi orgullo.
—Correcto, no lo necesito, pero intento ser gentil.
—Lo eres, gracias —responde con sarcasmo.
Theo vuelve a su lugar en el mueble pues ha dicho que se quedará hasta que falte solo una hora para irse, así que solo enciende el televisor y me echa ocasionales vistazos mientras batallo con mi cabello y el rizador.
Pese a que mantengo mi optimismo con todo el asunto de Santiago, las palabras de Theo no me pasan precisamente desapercibidas, dejándome ahora con la inseguridad de si las cosas no nos funcionan, qué pasará.
Conocí a Santiago más o menos unos ocho meses luego de haberme mudado con Theo; luego de varios meses de estar lejos de mi mamá, y cuando empecé a reconciliarme a mí misma en todos los aspectos que había tenido en guerra —con ayuda de charlas de mejor amigo y de charlas profesionales con psicología—, decidí ir a misa y empecé a ir una vez al mes, luego cada tres semanas y así, hasta que volví a mi rutina de ir a misa cada domingo sin falta.
Cuando me volví regular en la eucaristía de las doce del mediodía, vi que Santiago y Rose, de brazos aún, iban también cada domingo; yo llegaba temprano cada semana por lo que podía escoger el lugar de sentarme y siempre tomaba el mismo: en la columna derecha, la segunda banca, cerca del pequeño espacio que había para que los dos adolescentes que tocaban la guitarra estuvieran. Santiago también tenía su lugar escogido, en la misma segunda fila, pero de la columna de la mitad de la iglesia.
Por varios domingos en que ya inconscientemente lo buscaba al entrar en la parroquia, no le hablé ni él me habló, así que se volvió un choque de miradas fugaces en los diez o quince minutos que tardaba la misa en empezar luego de llegar.
Desde mi silla pensaba en lo bonito de sus ojos porque sin conocerlo, era lo único que podía distinguir de él, eso y su sonrisa que me dedicaba de vez en cuando. Fue como un flechazo que tuve y procuraba llegar un poco más temprano cada vez solo para verlo entrando con Rose. Tal fue ese encantamiento que tuve con él, que le conté a Theo del "hombre apuesto de la iglesia" al que no me atrevía a hablarle.
Theo se rió de mi cobardía y yo alegué pobremente que si él no me hablaba a mí era porque posiblemente no me encontraba atractiva, así que no iba a hacer el ridículo, además de que tenía una presunta hija así que podía haber una presunta esposa, no iba a hacer el doble del ridículo. Entonces mi gran amigo decidió que no iba a dejar que cuando viejita contara sobre el hombre de la misa que no volví a ver por miedo y al siguiente domingo fue conmigo a la iglesia.
Por su culpa, no llegué antes que Santiago a la iglesia, así que cuando le señalé donde estaba, Theo ni se lo pensó y me haló para que nos sentáramos en la misma banca.
Estaba sonrojada como nunca y nerviosa, como si nunca se me hubiera acercado un hombre en la vida; Theo, reluciendo una amabilidad que en realidad no tiene, le sacó conversación y entre frases llegó la presentación, donde oficialmente supe que se llamaba Santiago y la nena, Rose. El tonto de Theo se excusó cuando el Padre llegó, así que nos dejó solos en la misa, pero su intervención de tres minutos sirvió para que tuviésemos motivo para hablar una vez terminada la ceremonia.
Charlamos poco, lo suficiente para que yo le dijera qué estudiaba y para que él me dijera que la princesa de menos de un añito que siempre lo acompañaba, era en efecto su hija y que su esposa había fallecido un par de meses atrás.
Intercambiamos números y empezamos a hablar por mensajes; trabajaba en un gimnasio como instructor de Zumba y entrenador y fue muy franco al decirme que no buscaba una relación de ningún tipo porque aún mantenía el duelo por Mónica. No me importó, le ofrecí mi amistad porque luego de conocerlo un poco vi que no solo era una cara bonita, sino que era una gran persona.
Yo seguía sintiendo esa atracción boba por él pero jamás lo forcé ni le insinué lo que sentía porque lo último que quería era orillarlo a un momento incómodo. Además, la verdad me había enamorado de Rose de forma automática y a ella le gustaba mucho estar conmigo por lo que Santi y yo empezamos a pasar más y más tiempo juntos.
En una noche que salimos y bebimos, me contó todo sobre Mónica —pues no había querido ahondar en el tema antes— y yo le conté de Luka y del par de chicos con quienes salí antes de conocerlo. Hubo besos, hubo risas y luego hubo resaca y confusión. Fingimos que nada había pasado; al menos Santil lo hizo, porque a mí me seguía palpitando desenfrenadamente el corazón cuando él estaba cerca; tomé su actitud como que no me quería más que como amiga y me resigné a eso, sin embargo, unas semanas después me confesó que yo le gustaba mucho pero que se sentía mal hombre por no respetar a su difunta esposa.
Cuando eso pasó, ya nos conocíamos desde hacía medio año. Le di su espacio, le dije que entendía, pero también me dije a mí misma que no me iba a alejar por eso. Por aquellas épocas tuve lo que Theo llama mi "crisis de creer que el amor no es para mí" en la que me lamentaba porque Santi no quisiera nada conmigo y repetía que si ya eran varios con los que me pasaba eso de que "las cosas no se dieran" era porque nos novios no eran para mí.
Un año y poco más después de conocerlo y de haber compartido infinidad de tiempo juntos —como amigos—, me invitó a salir, diciendo que quería tomar todo con calma pero que quería empezar algo conmigo.
Nunca antes tuve unas primeras citas tan maravillosas. Me sentía en las nubes cuando lo besaba y luego me sentía feliz cuando estábamos con Rose. Su forma de siempre darme los buenos días estuviera o no en la misma cama conmigo, de preocuparse por mi bienestar, por mis estudios, por Theo incluso... a ratos sentía que solo era una relación iniciando y que debían tomarlo con calma, pero luego lo veía durmiendo a mi lado y me decía que en realidad estaba enamorada de él. Pensaba con frecuencia que Santiago era un conjunto de todo lo que siempre esperé en un hombre.
Él me decía con el corazón en la mano que me quería demasiado, pero nunca me dijo que me amaba. No me importó en ese entonces, porque me bastaba con todo lo que me brindaba como novio; la forma en que me quiso en ese entonces era todo lo que necesitaba para terminar de amarme a mí misma.
Santi me dio de su fortaleza, de su amor y me llenó de tantos cumplidos inusuales que terminé creyéndolos todos; él no decía que yo era hermosa, él decía que yo era muy inteligente. No me llamaba sexy, me llamaba guerrera. Dejó de lado los cumplidos superficiales de todo el mundo, para halagar las partes internas de mi alma hasta que yo me convencí de que todo era cierto, y aún sé que todo es cierto.
Cuando Rose tenía casi tres años, se le presentó la oportunidad de comprar el gimnasio del que hoy es dueño. Varias cosas se le pusieron como contras, y la más compleja era la distancia que íbamos a tomar ya que nos habíamos vuelto de esas parejas que procuran hacer todo juntos, éramos casi dependientes uno del otro.
Como era correcto, le pedí que no pensara en eso, que la oportunidad de empezar siendo dueño era imperdible, que ya veríamos qué solución hallábamos. Se juntó con un hombre que había conocido en mi universidad para una supuesta sociedad para comprar el gimnasio. Nunca fue amigo mío, pero sí de Santi y su voz amable y sonrisa angelical no daban motivo alguno de desconfianza.
Jack Rendón estudiaba administración de empresas y ese fue un motivo más para darle la confianza que se requiere para empezar a emprender un sueño. Él fue quien hizo los documentos para gestionar un préstamo millonario al banco, que según dijo, iba a sacar a su nombre, pero en realidad fue a nombre de Santiago y de un monto mayor al que pensamos, mucho mayor.
Ya que fue sencillo para él, a través de Santiago, ponerme a mí y a mi casa propia como garantía frente al banco, el préstamo no fue negado. Total que cuando el dinero debía estar en la cuenta para el pago de la compra del gimnasio —solo dos días después—, ya no estaba y Jack había desaparecido.
Luego de descubrir lo que había pasado, Santiago corrió a las autoridades a poner la denuncia, pero pasó todo un mes sin que localizaran a Jack y una vez lo hicieron, ya no había dinero así que nada pudimos hacer sino quedarnos con una deuda en el banco, sin gimnasio y nada de sueños.
Santiago estuvo en crisis por varios meses en los que su trabajo no le daba abasto para vivir con Rose además de cancelar la deuda a su nombre para evitar que mi casa fuera embargada. Nuestra relación empezaba a debilitarse, pero no por mi parte, sino por la suya, que sentía un constante dejo de culpa por la situación. El dinero que yo tenía de mi trabajo más lo que Adam me había dejado, no cubría la deuda del banco en su totalidad así que empecé a pensar seriamente en vender la casa antes de que la embargaran para saldar esa deuda e iniciar de cero.
Santiago se negó rotundamente, claro. Mis ahorros solos no eran suficientes para la deuda exagerada, pero sumados a los de Theo (que fue sumamente comprensivo y generoso con la situación) y a un pequeño préstamo que mi amigo sacó, era suficiente para comprar el gimnasio, así que acordamos que le prestaríamos el dinero para el gimnasio, él lo trabajaría y empezaría a pagar el préstamo en el banco y al terminar, nos empezaría a pagar a nosotros. Deudas a larguísimo plazo, pero no nos molestó.
De eso hace casi dos años; luego de que se mudó a Norgilliam, ambos sabíamos, sin hablarlo directamente, que un noviazgo entre ambos iba a ser demasiado complicado. Yo estaba demasiado ensimismada en la universidad y él estaba al tope emocional con la crianza de Rose, el nuevo gasto que significaba empezar a pagarle escuela pues ya tenía casi cuatro años, la administración total del gimnasio y el estrés de tener más deudas que ingresos. Una noche y por medio de mensajes simplemente lo hablamos y concluímos que lo mejor era terminar lo nuestro pero mantener la amistad y sé que si la mantuvimos realmente fue por Rose, ella fue el puente que no dejó que nos volviéramos solo conocidos con una deuda monetaria en común.
Así que nuestra relación volvió a sus inicios: éramos como novios, pero no lo éramos y con el tiempo, acepté eso hasta que pude solo tener sentimientos de amistad por él... me resigné, más bien, y dejé de verlo como un amor. Salí, a recomendación de Theo, con un chico de mi trabajo por unos meses; no funcionó, luego salí con un hombre que conocí en una página de citas —momento oscuro de mi expediente amoroso, no quiero entrar en tema— por unas semanas y tampoco funcionó, así que me dediqué a villa friendzone con Santiago, aunque ya no me lastimaba tanto nuestro estatus. Santi, que yo sepa, no salió con nadie más desde que estuvo conmigo.
Nunca dejó de estar pendiente o de quererme así fuera a la distancia, así que nunca tuve mi desencanto con él, solo se congeló sin alejarse; no tuve el corazón roto por su culpa, pero tampoco estábamos juntos.
Hace unos meses y revisando su contabilidad, Santiago se dio cuenta de que el negocio no iba muy bien y que las cuotas de la deuda en el banco —que según papeleo se extienden a ocho años luego del desembolso y apenas vamos con dos— eran muy altas para él y sus ingresos.
Ofrecí nuevamente vender la casa para hacer más tiempo y cubrir la deuda en parte mayoritaria, pero se negó rotundamente por segunda vez, así que hizo lo que menos quería: pedir ayuda a su madre.
La señora Eliana siempre ha sido una mujer acomodada y un poco más económicamente, pero orgullosa, prepotente y terca también; desde que Mónica falleció le había dicho a Santiago que se fuera con ella y que allá no le faltaría nada, que iniciara de cero en su país natal, del cual se había ido solamente impulsado por el amor a su esposa, a quien conoció en una vacaciones y por quien decidió cambiar de vida.
La señora Eliana le dio su esperado sermón de que "no puedes estar solo con una niña en un país extraño, yo te lo dije" y le ofreció, como medida desesperada, darle todo el dinero de la deuda del banco con la condición de que se iba a vivir con ella, a muchísimas horas de mí y de su actual vida. Le hizo énfasis en que le iba a tender la mano para que se levantara pero no para que siguiera caminando por el mismo camino del "soltero que juega a ser independiente cuando es mucho más difícil de lo que parece", sino para que abriera los ojos y viera que su estabilidad no estaba en este país y sin Mónica.
A la señora Eliana, en medio de su largo discurso sobre su capacidad de aliviarlo de los problemas económicos, se le salió decir "sería muy diferente si tuvieras una esposa con la cual seguir, pero así como estás, de padre soltero, no señor". Sé que lo dijo de modo irónico y con el único fin de hacer sentir a Santiago como que tomaba las peores decisiones para influenciar su decisión agarrándose de la inseguridad de él de poder triunfar en la vida.
Una estrategia que mi madre usó muchas veces conmigo.
Santiago terminó colgando esa llamada, harto de sus palabras y resignado a la única solución. Me llamó un par de días después, a las cinco de la madrugada y me contó sus planes. Sonaba exhausto, fastidiado, triste, frustrado, desesperado y todos sus sinónimos.
Empecé a llorar en la línea porque sentía a Santiago ya como una parte de mí y solo pensar en que él y Rose se irían a otro país y que lo más probable fuera que no iba a volver a verlos, me aterró. Ni siquiera perder la familiaridad con mis padres me había dolido tanto como imaginar mi vida sin Santiago, así que yo misma le dije por teléfono mientras caminaba por toda la casa en medio de lágrimas y en pijama, que se casara conmigo.
Santiago se rió al otro lado de la línea y Theo, que estaba conmigo en su apartamento —pues amanecí con él luego de una noche de películas—, me abrió los ojos entre interrogante y acusador, casi se leía el "no cometas la mayor estupidez de tu vida" en la mirada.
Luego de diez segundos en que me quedé helada de mis propias palabras, repetí y esta vez expliqué mi apresurado plan de que nos podíamos casar para que su madre nos diera el dinero y luego de tener todo solucionado, divorciarnos y seguir con nuestras vidas; disfracé el plan como beneficio para él aunque muy dentro de mí, sabía que lo hacía por la idea egoísta de no perderlo y quedarme con ellos, no en una forma posesiva y enferma, sino de quedarme a su lado porque no hay otro hombre como él en la tierra.
Obviamente su madre no le creyó cuando le dijo por primera vez que estaba comprometido de un momento a otro, pero nuestra convincente historia de que llevamos casi cuatro años de relación sin decirle, pareció surtir efecto... a medias. La señora Eliana ya me conocía, pero como "la amiga", así que no fue fácil convencerla de que empezara a verme como su nuera.
Le pidió a Santiago que jurase sobre la Biblia que todo era cierto y pidiéndole perdón a Dios desde el fondo del corazón, él lo hizo. Su madre estaba reticente pero Santiago volteó las cartas, diciéndole que ella misma había dejado claro que el tener una esposa cambiaba las cosas, y ella, por orgullosa, no se pudo retractar.
La señora Eliana no se echó para atrás, pero sí condicionó, para estar segura de que nuestra relación era tan real como para rechazar a su madre, que el matrimonio debe durar mínimo un año. Ella le dará a Santiago el dinero que le había prometido —ya están en esos trámites en este momento— pero si nuestro matrimonio resulta una mentira (como yo creo que ella piensa aunque diga lo contrario y me haya dado su bendición), Santiago debe volver con ella o bien devolverle el dinero, lo que nos dejaría donde empezamos.
No me siento sumamente orgullosa de todo lo que pasa, especialmente cuando Santiago me repitió casi a diario durante las primeras semanas que estaba completamente agradecido y que podía retractarme en cualquier momento; a veces siento que manipulé su debilidad y la maldad camuflada de amor de su madre para dejarlo conmigo porque lo necesito, porque aunque me gusta ponerme en la cabeza el letrero de independiente, solo es una fachada, no lo soy. Dependo emocionalmente de Theo y de Santiago con Rose, dependo de ellos tanto como dependía antaño de mi mamá y mi papá: de forma absurda e infantil.
Sé que he aprendido mucho en estos años, que he crecido de muchas maneras, pero una cualidad que no he podido nunca adquirir es la de abrazar la soledad totalmente y de hecho poder conmigo misma.
No me habría ido de la casa hace cinco años si Luka no me hubiera casi empujado a hacerlo con sus palabras y apoyo, habría vuelto a casa al otro día si Adam, Denny, Gabriel y Luka no me hubieran sostenido esa noche con su comprensión, no me habría ido de la ciudad si Theo no me hubiera llevado con él a Hudrey, no conocería a Santiago si Theo no me hubiera empujado a iniciar una conversación, no habría terminado en limpio mis estudios si Santiago no hubiera estado allí alentándome porque muchas veces quise abandonar y solo dedicarme a disfrutar del dinero que Adam me dejó; no puedo realmente alardear de valentía personal hacia la vida como me gustaría, porque no la tengo.
Hoy en día yo doy el salto, doy el paso, pero solo si sé que alguien está fijo para recibirme al otro lado; no soy capaz de arriesgar todavía por mí misma. Escapé de la jaula de mis padres pero no para volar sin miedo, sino para anidar mis inseguridades en otro nido que se formó por Theo, por Kevin, y tiempo después por Santi y Rose. Mi zona de confort son ellos y no puedo salir de allí, me produce ansiedad solo imaginarlo.
No me es fácil aceptar que no soy tan admirable como Santiago cree que soy, que no soy tan bondadosa y caritativa como él o Theo creen, porque hago todo esto porque lo quiero de muchas maneras conmigo, porque sé que él haría lo mismo conmigo, porque quiero evitar que él y Rose sufran, pero también y mayormente lo hago por mí, por mi propio bienestar, porque no quiero sufrir yo su partida.
No hay una mujer que sienta más dicha que yo en estos momentos porque Santiago al parecer quiere iniciar algo conmigo de nuevo, pero no me abandona la espinita de que esto lo he conseguido con egoísmo, si no completo, sí parcial, y con la sensación de deuda que Santi debe sentir por mí
No soy capaz de formular la pregunta aún en voz alta porque temo a las respuestas que puedan darme, pero sí me la hago con frecuencia a mí misma: ¿realmente soy mala persona por siquiera considerar pensar en mí misma antes que en los demás... o incluso pasando por encima de los demás?
Al final, concluyo que sí y entonces los pensamientos brumosos vuelven porque aunque me encanta amarme y estar cómoda con mi vida, a veces siento que me paso de la cuenta, y entonces llega otra pregunta, ¿en qué punto se divide el amor propio y la arrogancia o la felicidad del egocentrismo?
Aún no tengo respuesta para eso.
La Carolina siempre tóxica, nunca intóxica... antecreas, yo la sigo amando.
No olviden dejar su opinión ♥
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