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C U A T R O

De acuerdo al diccionario, la palabra "optimista" define al que quiere verle el lado favorable a toda situación, y según Theo, la palabra me define completamente a mí. Si bien he notado que esa cualidad con el paso del tiempo va disminuyendo para aterrizar un poco más en la realidad, lo intento lo más que puedo, pero me jode que con frecuencia el lado positivo sea tan diminuto al lado del negativo; soy consciente de que a veces exagero con mi percepción de los problemas y me hundo en una mota de algodón cuando en realidad no es tan importante, pero en este momento sé que no exagero.

—¿Cómo que la reserva no está hecha? —reclamo al recepcionista del hotel en el que, según mi padre, me dejó la reservación—. Tengo un correo electrónico que dice todo lo contrario.

—Mil disculpas, señorita Anderson. —Su gesto se torna complaciente y respiro hondo; sea cierto o no que no tengo habitación, el pobre hombre no tiene la culpa—. Regáleme unos minutos y le puedo solucionar algo.

—De acuerdo.

Mi marcador mental está así: lado positivo 10% y es que estoy en un pueblo que he deseado conocer por mucho tiempo; lado negativo 90%, estoy sin habitación, cargando mi maleta que ya me pesa, me duele la espalda, tengo un calor infernal y hace un momento pasé frente a un cristal y mi aspecto es el de alguien que claramente ha viajado por más de cuatro horas de un clima frío a uno cálido y eso sumado a que mi ropa es excesiva para la temperatura, me irrita.

Estamos en Allington, no hay que desesperar.

Tomo asiento en un amplio sillón a un par de metros de la recepción y de forma algo grosera me quedo mirando al recepcionista porque si no le quito la mirada, a él no se le irá la urgencia de darme una respuesta. Lo veo teclear en su computador y lucir preocupado; mira un momento a su alrededor como si estuviera buscando a algún compañero que le ayude, ¿será nuevo? Empiezo a compadecerme un poco de él y desvío la mirada.

Afuera del hotel, tras el gran vidrio tintado de la entrada (que solo deja ver de adentro hacia afuera), hay varias casas de dos y tres pisos, todas con una fachada colorida e irregular, todas con un amplio balcón con sus barrotes llenos de florituras y puertas dobles de madera oscura, todas características de esas casas de varias décadas y generaciones de permanencia, hechas casi en su totalidad con piedras por los bisabuelos y que solo se pueden hallar intactas en los pueblitos pequeños.

Bien, no está tan mal. Estoy en la práctica sin techo pero en un pueblo mágico.

—Señorita Anderson —me llama el recepcionista. Me levanto y llego a él con mirada esperanzada—. El día de hoy hemos tenido algunos problemas del sistema, por lo que la actualización de las nuevas llegadas está un poco retrasada. El correo efectivamente confirma su reserva, por lo que es seguro que la tiene. —Mi sonrisa se amplía, aunque flaquea cuando continúa—. Sin embargo, me temo que la habitación aún no está lista. Falta que la ordenen para que otro huésped ingrese pues ha sido desocupada hace solo una hora.

Respiro hondo, resignándome.

—Bien, ¿y cuánto tarda eso?

—Una hora.

—¡¿Una hora?! —Me sale en un grito que lo sobresalta. Demonios. No importa, no voy a dejar que se me dañe lo que queda del día—. Entiendo. Solo para confirmar, ¿sí tengo la reserva?

—Sí, señorita. Lamento mucho no poder agilizar las cosas, por el momento puedo ofrecerle el desayuno de mañana por cuenta del hotel y si gusta en este momento, puede guardar acá su maleta y salir si así lo desea.

Como si mi estómago me respondiera desde mi interior, las tripas me crujen. Desde que salí de casa hace más de siete horas no he tomado más que el agua y el bocadillo que compré en la estación de tren y estoy muy hambrienta. Tal vez ir a almorzar y que sea algo delicioso, me mejore la mala noticia.

—Me parece bien, quiero ir a almorzar. ¿Algún lugar recomendado?

—Acá en el hotel tenemos restaurante en la parte de atrás.

—De acuerdo. Muchas gracias —Miro en la plaquita de su camisa su nombre—... Francis.

—Con gusto, señorita Anderson.

El Hotel pese a que visto desde afuera luce angosto, es hondo hacia adentro, así que paso por un pequeño gimnasio, un bar y una improvisada capilla que anuncia misas de domingo, antes de llegar al restaurante. Son cerca de las cuatro de la tarde y al ver el lugar, deduzco que ya no hay nada que pueda pedir como almuerzo; las empleadas están recogiendo los manteles y ya ni siquiera me quedan ganas de ir a reclamarle a Francis, total y está demasiado enredado con todo y por eso no miró la hora antes de mandarme a este restaurante.

Plan A: llegar sin problemas y tomar una ducha, descartado. Plan B: almorzar y luego tomar una ducha, descartado. Voy con el Plan C: resignarme a la mala fortuna de este par de horas y tomarme un trago mientras Francis me avisa que mi maldita habitación ya está lista.

Entro al bar por el que pasé hace unos minutos y me siento en la última butaca de la barra, la chica que atiende me sonríe y le pido un trago de vodka que no tarda en servirme. Cuando doy el primer trago y empiezo a sentirme más fatigada, entra una llamada en mi celular.

Hola, Carito.

—Hola, Santi. —La voz me sale involuntariamente mimada, creo que nunca lo he extrañado tanto. Me encorvo en mi silla y hablo con un poco de desgano—. Perdón por no haber llamado. Llegué hace como una hora al pueblo y hace poco al hotel.

Nos tenías preocupados, pero bueno, ya sé que al menos estás viva. ¿Qué pasa? Te oyes desanimada. ¿Estuvo mal el vuelo?

Pienso en la señora Althea y no puedo evitar sonreír, creo que la animada charla con ella en el avión ha sido lo mejor de mi día.

No, estuvo bien, tuve buena compañía de una señora muy gentil. Es que acá en el hotel me dicen que la habitación se demora al menos una hora y estoy cansada, hambrienta y si me tomo otro trago, embriagada.

¿Embriagada? ¿Cuánto has bebido?

—Medio trago —respondo riendo—. Pero no he comido nada, así que con el estómago vacío, pues...

Y explícame por qué pimientos no has comido —exige.

Lo imagino blanqueando los ojos al hacerme el mismo reclamo que me ha hecho por los últimos años cuando las tareas me ocupaban toda la mente y no me quedaba espacio para acordarme de cenar.

—Está tardísimo para el almuerzo y tempranísimo para la cena. Y quiero descansar primero un poquito y tomar una ducha y eso solo se podrá en un buen rato. No te preocupes.

Mi trabajo es preocuparme, Carito. —Su tono se hace más conciliador y dulce—. Ya me haces falta.

—Te juro que estoy bien. Solo es un pequeño percance, ya sabes, de los que tanto me persiguen. Mi segundo nombre debería ser Percance.

No digas tonterías, Carolina es divino —bromea—. Puede que menos apropiado, pero divino. Oye, Rose te manda saludos.

—Mándale un abrazo enorme de mi parte y dile que le llevaré algún detalle cuando vuelva. O menor no le digas, o no dejará de insistir en saber qué es.

Rose te extraña más a ti de lo que me extrañaría a mí, no sé si ofenderme o enamorarme más de cada una.

—Un poco de ambas, pero más de la segunda opción. —Lo escucho reírse y al parpadear puedo visualizar sus ojos verdes mirándome con cariño—. Estaré bien, Santi. Los quiero mucho a ambos, ¿vale? Ya te mandaré fotos.

Sonríe en todas las que te tomes para tener acá tu presencia. Te llamo más tarde, Carito. No te emborraches, por Dios bendito.

No prometo nada. —Niego para mí misma con la cabeza, contagiada ya con un mejor humor—. Desearía que estuvieras acá, el clima te encantaría y estaríamos bebiendo cerveza fría en algún lugar abierto.

Se oye de maravilla. Quizás para la luna de miel podamos ir a un lugar así.

—Amén. A Rose también le encantaría, se llenaría de helado mientra tú la reprendes por ello.

Hace una pausa y me quedo esperando su respuesta; soy sincera al decir que me encantaría tenerlo acá conmigo, hemos viajado los tres en varias ocasiones y dos veces los dos solos y ha sido genial; todo a su lado es genial.

Mejor colgaré ya o me tentaré de dejar todo botado y agarrar a Rose para montarnos en un avión y llegarte allá a la puerta de la habitación.

—Ojalá fueras irresponsable para que hicieras eso.

La responsabilidad es mi mayor defecto.

—Es una cualidad maravillosa —corrijo, siguiendo el tono burlón—. Hablamos luego, Santi. Un beso para ti y uno para Rose.

Bendición, Carito.

Mi gesto serio pre-llamada es ahora una sonrisa de oreja a oreja.

Pasan los minutos y voy por el último sorbo del tercer trago. Siento la garganta caliente pero ya estoy más relajada y menos pendiente de que Francis aparezca a darme buenas noticias; de hecho, él no vendrá a darme ninguna, debo ir yo a preguntar. Miro la hora en mi teléfono y faltan diez minutos para las seis, así que es de esperar que ya mi habitación esté lista. Pago mis tragos y me despido de la señorita de la barra.

Cuando salgo a la recepción, me encuentro con la sorpresa de que, uno, ya ha anochecido por lo que puedo ver, y dos, hay más gente de la que esperaría ver. Mi ojos buscan por instinto al recepcionista que está detrás de la pantalla con un gesto que parece decir que está a nada de un ataque de ansiedad. Al parecer aún hay problemas.

Mirando de reojo, veo los dos sillones llenos de gente con maletas en su mano, no sé si saliendo o entrando, una fila de tres personas de pie y un par de niños por ahí jugando entre ellos. Confirmo que los tragos se han asentado un poco al no lograr enfocar muy bien el rostro de nadie estando tan lejos. Dios, debo comer algo y pronto.

Me acerco lentamente a donde se conglomera la gente, mirando el piso y no al frente por precaución. Estando a unos pasos, logro escuchar el reclamo irritado de la mujer que está siendo atendida en este momento.

—La señorita por el teléfono me dijo que podía hacer el check in a las cinco y diez de la tarde, ha pasado casi una hora y sigo acá sin habitación.

—Sí, señora, entiendo, le ruego me tenga un poco de paciencia.

—¡¿Paciencia?! Llevo ocho horas conduciendo, llamé antes de llegar para asegurar mi habitación y ¿usted me pide paciencia?

Me siento terriblemente mal por Francis; soy consciente de lo agotador que puede llegar a ser el servicio al cliente y lo incómodo que es cuando algo está mal y es algo que se te sale de las manos. Los clientes nunca entienden eso, solo quieren las cosas bien y ahora.

—Hemos tenido problemas con el sistema y...

—¡Qué falta de seriedad de parte del hotel!

En este caso, el problema es esa señora, no el pobre Francis. Parece que todos los que estamos observando y oyendo logramos entender lo que "problemas en el sistema" significa, pero ella no, ella solo escucha "no somos capaces de tener la habitación lista".

No he dejado de acercarme aunque he estado en silencio porque esa señora tiene cara de que no desea que la interrumpan. Cuando el recepcionista cruza la mirada conmigo, me pule una sonrisa amable y algo cansada y se desvía de su silla para buscar en la parte de atrás mi maleta.

—Señorita Anderson, su habitación ya está lista y...

—¡Ella acaba de llegar! —chilla la cuarentona al verme recibir la llave—. ¿Necesito tener veinte años y sonrisa coqueta para obtener pronto la habitación? Porque llevo ya una hora acá...

—Y ocho horas conduciendo —interrumpo en voz alta, dando un paso hacia adelante—. Sí, todos la oímos. Creo que hasta en la calle la han oído. —Su falta total de cortesía me exaspera además de que está implicando que tuve que coquetearle al hombre para obtener mi habitación; tanto me fastidia que no logro quedarme callada. En situaciones así, el único con la oportunidad de replicarle algo a un cliente, es otro cliente, uno que no arriesga el trabajo por alzar la voz, y la suma de mi cansancio, de su acusación y de la cara afectada de Francis, me hacen hablar—: Y no, no acabo de llegar, yo llegué hace casi dos horas, pero mi sentido común me hace comprender que las fallas del sistema no son culpa del personal.

—Pues el servicio es malísimo —replica.

—Malísimo o no, no es obligatorio hospedarse acá y si tan inconforme se encuentra, estoy segura de que este no es único hotel del pueblo. No sé cómo están los demás presentes, pero así como usted, yo también me encuentro cansada y vengo de un largo viaje y aún así, como ve, es usted la única gritando, así que el problema no es del recepcionista, yo sí entiendo que el hombre no tiene la culpa y usted debería también. No necesita veinte años para que la atiendan bien, señora, pero sí un poco de educación y comprensión.

El silencio en la recepción se me hace asfixiante. Tengo la cara colorada y el pulso acelerado por lo que he dicho y por la incomodidad propia de ser el centro de atención, pero no me retracto tampoco. Sé que si Santi estuviera a mi lado, hubiera agregado algo a mis palabras para no dejarme discutiendo sola... pero no está y me siento sofocada. Sé que no está bien meterme en lo que no me interesa, pero bueno, impulsiva he sido desde hace mucho.

La señora gritona también se pone colorada y parece que su rostro va a explotar. Mira a su alrededor, como si esperara que alguien diera un paso para responderme en su defensa, pero todos le desvían la mirada.

—De todas maneras usted no debería meterse en lo que no le importa —grita de nuevo—. Yo soy cliente de siempre de este hotel y no voy a tolerar que una turista me trate de esa manera.

—Bueno, sí, como quiera. —Mi tono sosegado y sin ganas de discutir la enfurece más; juro que discutir no ha sido mi intención, es solo que estoy cansada—. De todas maneras el hombre no tiene la culpa, tranquilícese.

—No es él quien siempre me atiende. Apuesto a que es nuevo y por eso el sistema no le sirve. —Toma con rabia su maleta del suelo y sin dejar de hablar, empieza a caminar hacia la salida—. Ni que este fuera el mejor hotel del pueblo, tras de que me trata mal el personal, también lo hace una niña grosera, yo siempre...

Y la puerta se cierra a sus espaldas, aunque un ligero eco revela que sigue hablando y hablando y hablando. Siento los ojos del resto de gente sobre mí y me abochorno tremendamente.

—Mil disculpas si he incomodado a alguien.

No escucho respuesta ni negativa ni positiva de nadie y evito levantar la mirada, así que solo me queda sacarle la manija a mi maleta y la dispongo a rodar hacia mi habitación. Las voces vuelven de nuevo a arremolinarse en el ambiente y parece que la escena pasa a tercer o quinto plano en la velada de todos.

—Permítame un momento, señorita —pide Francis. Aguardo y veo que él vuelve tras el mesón de recepción y hace una llamada cortísima. En un minuto, un señor ya entrado en años llega para quedarse encargado del lugar y Francis vuelve a mí—. La acompañaré a su habitación.

Toma mi maleta y empieza a caminar.

—¿No hay problema de que lo dejes a él ahí? Puedo llegar sola.

—No tardaré más de cinco minutos y lo del sistema es cierto, así que la nada que yo puedo hacer, él puede hacerla también. El internet ha estado molestando desde ayer, así que me temo que no puedo ofrecerle wi-fi por esta noche. Ya llamé a mi superior y vendrá dentro de poco a colaborar con la situación.

En la entrada dice que es un hotel de tres estrellas, pero parece más uno estrellado. Admito que es lindo y todo, pero no sé si el servicio en general es malo —hablando de lo técnico— o si solo es un fallo de un día y es justo el día en que estoy yo, y que quede constancia de que no tomo responsabilidad por este tipo de percances. Sí, tengo mala suerte a veces pero usualmente solo me afecta a mí.

Camino tras Francis, siempre mirando el suelo porque ahora sí me siento un poquito mareada y no creo que sea solo por los tragos; debo comer o realmente me sentiré débil o algo peor. Entramos en un elevador vacío y me recuesto en una de sus paredes.

—¿En qué piso estaré?

—En el quinto, señorita Anderson. Habitación 502. —Miro de reojo la llave que aún tengo en la mano y en su placa dice 502—. Gracias por lo que hizo allá, señorita. Me disculpo con usted por el mal rato de todas maneras y es cierto que soy nuevo, llevo solo dos semanas acá. Pero lo del sistema no es culpa mía, es mera casualidad.

—No tienes que disculparte por nada, no hice gran cosa. Y entiendo, las computadoras fallan, está bien.

El ascensor se detiene en el piso tres pues ha sido solicitado y sin levantar la mirada, veo que una persona ingresa. De reojo noto que es un hombre que va concentrado en su teléfono y lo escucho responder en un susurro el "buenas noches" que Francis le ha dado. El perfume del desconocido llena el pequeño espacio cuando las puertas se cierran, es un poco hostigante el aroma, huele muy bien, pero en exceso es agobiante.

—¿Puedo pedirte un favor? —murmuro en tono bajito sin levantar la vista, pero ladeando la cara hacia él. Francis responde un efusivo pero susurrante "sí"—. ¿Hay manera de que me traigan a la habitación algo dulce o algo? No he comido en un buen rato y el azúcar se me va a bajar.

—La habitación cuenta con una mini nevera y varios dulces a su disposición.

—Ah, bueno, mejor así. Gracias.

—No hay problema. Y me encargaré de que tengan una atención especial con usted si decide desayunar mañana acá en el hotel, señorita Anderson.

—Gracias. Y si es posible, díme solo Carolina, ese "señorita Anderson" me hace pensar en un maestro amargado de mi universidad que jamás me llamó por el nombre y es algo...

Por el rabillo del ojo noto que la persona que se ha subido en el piso de abajo sufre un pequeño sobresalto, como si le hubiera picado un bicho en una nalga que lo hizo enderezarse de repente. Por reflejo me callo y ambos lo miramos fijamente; tardo un latido en llegar a su cara y siento cómo mi gesto queda petrificado, el mareo se me acentúa más y dudo que ahora me pase el efecto con un simple dulce.

—¿Carolina Anderson? —Me sonríe—. No puedo creerlo.

Yo tampoco puedo creerlo. La mención de su nombre me sale en un susurro apagadísimo: 

—Luka... 


Y... hasta acá llegaron las actualizaciones diarias. 

Nos leemos en una semana 😏 

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🌻Los amo🌻

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