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C I N C U E N T A Y S I E T E


LUKA

El dolor es un paraje brumoso. Eso o ya me morí y estoy en el otro mundo; nada se siente real pero a la vez todo lo percibo en carne viva. Temo abrir los ojos y que ese dolor me detenga el corazón, pero más temo que primero se me detenga el corazón y luego no poder abrirlos.

Así que lo intento.

Al principio todo es una imagen blancuzca sin forma, luego empiezan a llegar las definiciones una a una. Veo un monitor, escucho un pitido constante, observo un techo beige. Quiero tomar una bocanada de aire solo para asegurarme de que sigo en este mundo y percibo entonces dos tubos en mis fosas nasales. Intento levantar solo un poco la cabeza pero ese movimientos se me antoja imposible así que desisto y me esfuerzo solo en el acto simple de despertar del todo.

A los pocos segundos escucho una voz:

—Despertaste. —El alivio palpable en esa conocida voz me termina de confirmar que no he muerto y tomo medio segundo para agradecer en silencio por eso—. Hola.

Denny se levanta de su silla y se acerca a mí. Me observa de arriba a abajo como si no me hubiera visto nunca, como si no supiera que era yo el que estaba en esta camilla. Cuando intento responder a su saludo no encuentro la voz porque la garganta duele más.

—No hables —pide—. Estás débil. Solo asiente tanto como puedas o niega, ¿vale? —Obedezco y muevo muy suavemente la cabeza de arriba abajo—. Estás en el hospital, aunque es obvio. ¿Tienes lagunas sobre lo que pasó?

Al oír su pregunta noto que si bien mucho en mi mente es confusión, recuerdo lo que pasó, especialmente con quien estaba cuando pasó. Escucho cómo el monitor a mi lado indica que se me acelera el corazón y hago un esfuerzo demasiado doloroso por hablar:

—Caro...

Mi voz tiene la consistencia del hueco de una cueva jamás explorada pero es suficiente para que Denny me entienda. Alza una de sus manos para calmarme al notar que me he alterado y responde pronto:

—Está bien, está bien, cálmate. Le dieron de alta hace un par de días, está perfectamente... ya se ha ido.

Tengo más preguntas sobre ella pero ya con saber eso encuentro calma. Denny espera con paciencia a que el pitido vuelva a ser regular antes de hablar de nuevo:

—Gabriel, tu abuela, tu hermano y yo estamos pendientes de ti. Gaby se ha ido hace menos de una hora para tomar una ducha y cambiarse de ropa, nos estamos turnando. Tu abuela se fue con él; Mateo está acá afuera.

Otro recuerdo: Mateo. Lo que le dije antes del accidente. Maldita sea.

—Voy a darte un resumen breve para evitar que hables, ¿vale? —pregunta Denny, poniendo su mano sobre la mía antes de suspirar con el alivio que trasluce su voz—. Nunca antes he llamado tanto a Dios como estos días orando por ti. Debe estar cansado de mi insistencia y la de tu familia y por eso no te mató. —Intenta sonar bromista pero el brillo de lágrimas en sus ojos es genuino.

Toma aire para recuperar la firmeza antes de retomar:

»—Un bus se estrelló con tu auto porque no frenaste. Nadie salió gravemente herido del bus. Salieron en televisión, en el noticiero de mediodía. —Una leve sonrisa se atraviesa en su rostro—. Tú quedaste inconsciente en el acto, Cinthya estaba medio consciente. Sin tener una versión fiable, los doctores han especulado: te rompiste una pierna porque no la quitaste del freno y la posición fue poco favorecedora al momento del choque. Te rompiste un brazo y como ha sido el derecho, creen que fue porque te abalanzaste sobre Carolina que iba a tu lado. Dicen que eso te salvo porque tenías el torso algo alejado de la puerta, de otro modo quizás sería peor.

Sus palabras me dibujan el recuerdo en la mente confusa y sé que tienen razón parcialmente. Sí recuerdo que estiré mi mano hacia el pecho de Carolina y sé que como no pude moverme mucho, me desabroché el cinturón de seguridad. Pensé en ese justo momento que debía protegerla como si yo no fuera también en el auto hacia el choque; fue un instinto, no una reacción coherente.

»—Te golpeaste la cabeza con fuerza y temían que tuvieras una lesión que te dejara en coma. No pasó, al parecer. Te han hecho exámenes de todo tipo y relativamente, todo está bien, faltaba que despertaras. Ya te han operado por las fracturas. Llevas acá casi cuatro días sedado, el doctor decidió bajarte un poco los sedantes para que despertaras. En resumen: sigues molido pero estás vivo y consciente.

Intento mover alguna de mis extremidades y solo ahora soy consciente de lo pesadas y dolorosas que están. Logro levantar una mano y ahí tengo una aguja prendida a la muñeca, pero puedo moverla lo suficiente para tocar el yeso que me rodea el otro brazo.

»—La policía ha estado investigando —prosigue Denny, con cautela— y han dicho que en efecto los frenos no funcionaban pero porque los manipularon, no porque se hubieran dañado. Cinthy habló con ellos, nosotros también y aunque no hay muchas pruebas aún, yo personalmente creo que ha sido Dennise.

Si bien no puedo hablar demasiado, abro mucho los ojos a Denny y de nuevo se acelera el pitido de mi corazón. Recuerdo entonces lo que le hizo a Caro y a su esposo, lo que me hizo a mí anoche —bueno, hace cuatro días, al parecer— dejándome inconsciente y casi puedo ver cómo todo encaja.

»—Tu abuela ha tramitado una orden de restricción sobre ella. Legalmente no puede estar a quinientos metros cerca de ti, de Mateo o de ella. Igual no te hemos dejado solo y a Mateo tampoco. La policía iba a interrogarla pero... no aparece. No está en su casa y ha dejado su auto allí. La están buscando por sospechosa. Le hemos dicho todo al esposo de Cinthya y ellos también están pendientes porque no se sabe qué pueda pasar.

No sé qué tipo de calmantes tengo en el cuerpo pero con la sobrecarga de energía siento que se desvanecen y de nuevo el cuerpo me grita que todo le duele. Denny luce algo preocupado por todo en general así que decide finalmente llamar a la enfermera que en medio minuto aparece. Revisa mi monitor, anota los datos, me saluda con gentileza y me informa que me va a poner -no-sé-qué-cosa en la intravenosa. Le regala una sonrisa gentil a Denny antes de salir; comienzo a sentir un mareo general.

»—Estás bien, ¿de acuerdo? Acá no te va a pasar nada. Aún es un proceso largo, el doctor nos ha dicho que estarás muy medicado por varios días mientras te siguen haciendo estudios porque aunque estés vivo, tu cuerpo está muy magullado. Demasiado, de hecho. El doctor asegura que tienes una suerte de una en medio millón, que tienes una resistencia muy grande. Yo le he dicho que tu vida es muy valiosa para nosotros y no tanto para Dios y por eso sigues acá —Denny se ríe, de nuevo con los ojos aguados—. Además, Gabriel me dijo que si te morías, él se moría contigo y yo redoblé mis plegarias. Así que aguanta el dolor, Luka, porque te queda una vida más larga que la mía y no es tu momento aún. Estamos contigo.

Quisiera decirle que le diga a Mateo que no me odie, que le diga a mi abuela que no llore —porque sé que todo esto puede descompensarla de formas enormes por mi culpa—, a Gabriel que lo amo y a él darle las gracias por ser tan buen amigo, pero siento la lengua dormida y lentamente una somnolencia cruda me aplasta la mente.

*****

Los días siguientes son una sucesión de dolores, medicamentos, exámenes corporales y el regreso total de mi capacidad mental. Ya no requiero la cantidad de medicina como para mantenerme medio inconsciente todo el día así que según dicen, solo necesito unos chequeos más y puedo irme a terminar la recuperación en mi casa.

Denny y Gabriel han estado acá turnándose cada día en los horarios de visita, mi abuela ha venido también y entre la preocupación de su rostro y lo difíciles que parecen ser a ratos sus andares, me he tentado de decirle que no venga y que me espere en la casa mejor. Mateo no ha entrado ni una sola vez.

Mis amigos dicen que está pendiente, que a veces está afuera esperando algo de valor para entrar pero que al final siempre se arrepiente y termina yéndose. No le ha dicho a ninguno de ellos sobre la discusión que tuvimos antes del accidente pero yo se lo conté a Gabriel: él es el único que sabía la realidad sobre Sabrina y el único que puede entender mis acciones. Le pedí no sacarle el tema a Mateo así que al menos en cuanto a mi hermano, tengo todos los problemas pendientes.

Según mi conteo mental, al quinto día luego de que hablé con Denny —es decir a más de una semana de llegar acá—, me dan el alta del hospital con orden de venir a revisión en dos semanas y de acudir a urgencias si algo terrible sucede o si me siento muy mal. Gabriel me ayuda a empacar las pocas cosas que ya había acumulado acá durante mi estancia —el cepillo de dientes, una camiseta, varios calcetines...— y luego se planta frente a mí.

—Te ves tan terrible que ni siquiera me siento bien de burlarme de tus yesos.

—Qué considerado, te lo agradezco.

Ya me he vestido —con una dificultad tremenda y siendo creativo para que algo de mi ropa quepa con los yesos en un brazo y una pierna— y solo estamos esperando a que venga la enfermera a darme el paz y salvo y una silla de ruedas para poder llegar afuera. Gabriel se sienta a mi lado en la camilla e intenta sonreírme.

—Me has dado el susto de la vida, ¿sí lo sabes?

—Si te hace sentir mejor, yo también tuve miedo de morir —murmuro. Gabriel sonríe—. Bueno, son cosas que pasan.

—Hablando de cosas que pasan, encontraron ayer a Dennise.

Un sabor agrio atraviesa sus labios cuando dice su nombre y siento que por dentro se me revuelve todo también.

—¿Qué ha pasado? Mi denuncia ya está puesta, solo falta que la policía...

—Investigue, sí... —interrumpe—. Pero la justicia es un asco. No tenemos pruebas de que te haya drogado esa noche, no hay nada que la vincule con el envío del sobre a Carolina porque no lo hizo ella, dejó a alguien que lo hiciera. No hay nada que la vincule al daño del auto, tampoco lo hizo ella directamente. Y por si fuera poco, investiguen bien o no, su padre tiene dinero. No le va a pasar nada. La policía te recomienda buscar un abogado pero, ¿realmente servirá de algo?

Su pregunta es más bien retórica y lo entiendo perfectamente. Dennise está loca pero no es tonta y sabe perfectamente cómo librarse de ese tipo de cosas. En luchas contra personas como ella a veces lo más útil es alejarse por cuenta propia y a la vez, por desgracia, darse por vencido. Su padre tiene los medios para que salga impune de lo que sea y tengo todas las de perder.

—No lo creo.

—Ya pensaremos en algo, Luka. Por ahora el caso sigue abierto, así que dejemos que fluya y esperemos lo mejor. De todas formas, no es momento de enfocarse en eso: debes recuperarte primero.

—Sí, supongo. Cuando pasé toda la infancia sin romperme nada, daba por sentado que ya jamás pasaría —comento, más animado—, y ahora no solo me partí una extremidad, sino dos. Es incómodo.

—Los huesos se reparan. —Gabriel se encoge de hombros y casi a la vez, entra la enfermera que le da a él varios documentos (prescripciones, recomendaciones, el paz y salvo para dar a la salida y la cita dentro de dos semanas para control). Cuando termina de dar todo, nos sonríe a ambos—. Gracias.

Gabriel pone mi maleta improvisada en su hombro y veo entrar una silla de ruedas. Me quedo mirando a quien la trae: es mi hermano y va serio, cabizbajo, sin embargo se le escapa una mirada larga a mi cuerpo, de arriba abajo y un gesto lastimero en esa expresión.

—Mateo...

—¿Cómo te sientes? —pregunta, aunque suena a una pregunta de compromiso y su tono realmente está enfadado, seco.

—He estado mejor.

Un silencio incómodo nos envuelve. Sé que debo hablar con él de Sabrina pero sé que este no es el momento; él debe sentir lo mismo, lo sé por la forma en que me mira: furioso pero aliviado.

—¡Bueno! —dice Gabriel, sintiendo la tensión en el aire—. Vamos entonces. Sé que es cómodo el hospital pero es mejor irnos a casa. Ven te ayudo.

Pone uno de sus brazos alrededor de mi cintura para ayudarme a ponerme de pie en una sola pierna. Mateo sostiene la silla mientras me subo en ella, con la pierna enyesada elevada. Gabriel sale primero y mi hermano me empuja a la salida. Los pasillos blancos nos reciben y en un par de giros estamos afuera; tomamos un taxi —porque mi camioneta quedó jodida y no ha habido momento de hacer nada con ella—, Mateo deja la silla de ruedas en la entrada del hospital y partimos a casa en silencio.

*****

Después de asegurarle veinte veces a Nani que me encuentro bien, cómodo, lleno de la cena, cálido entre mis cobijas y sin dolor exagerado, logro que se tranquilice y se vaya a su cama a dormir. Gabriel y Denny han tomado la sala como habitación todos estos días —porque no sobran habitaciones— y al verme ya bien en mi cama, se van a descansar también.

Me tomo mis píldoras para el dolor y me permito suspirar por estar luego de tantos días en mi cama, bajo mi techo y vivo. No pasan ni quince minutos cuando Mateo entra a la habitación. Desde que llegamos hace unas horas se encerró en la suya y no había salido prácticamente para nada.

Lo miro a los ojos y con duda él entra. No toma asiento a mi lado, como siempre, sino que se queda de pie contra la puerta una vez la cierra. Respira en silencio por varios segundos antes de dar un par de pasos más adentro y sentarse en el bordillo que sobresale hacia adentro de la ventana.

No dice nada y comprendo que no sabe cómo abordar el tema. Decido ser yo quien lo haga porque dadas las circunstancias todo es mi culpa.

—Lamento mucho habértelo dicho así, Mateo.

Su labio inferior tiembla pero no vacila al responderme:

—¿Hace cuánto pasó?

Cierro los ojos un segundo sacando cuentas rápidas porque pensar en Sabrina no es algo que haga seguido. No lo hago nunca.

—Unos siete años, más o menos.

—¿Qué le pasó?

Trago saliva sintiendo quizás el mismo dolor que él en el pecho. Sabrina no fue una buena madre, pero fue mi madre y me dolió que falleciera, tanto, que decidí ocultarlo porque de todas formas ella ya no era parte de nuestra vida. Aprieto los labios antes de responder:

—Sobredosis. Cuando la encontraron llevaba su documento de identidad y de ahí sacaron los datos para llamarme e informar.

—¿Por qué nunca nos lo dijiste? Nani no sabe que su hija está muerta, ¿te parece justo? No seré yo el que se lo diga.

—Tú no lo entiendes, Mateo.

—¿Entender qué? Nuestra madre murió y no le dices a nadie. Ella no era un perro, no era una mascota que cuando muere le dices al niño que has enviado al animalito a una granja para que no sepa que murió en la calle. Ella era una persona y tenía derecho a saber...

—¿Derecho? Tenías ocho años, Mateo y no conocías a tu madre. ¿Qué querías? ¿que te dijera "oye, a propósito, sí tienes mamá, nos abandonó cuando eras bebé y acaba de morir, felicidades"? No lo entiendes.

—¡Sí lo entiendo! ¡Eres un egoísta, que...!

—¡NO LO ENTIENDES! —grito, y se calla, mirándome de lejos y asustado por el tono—. ¡Yo he sido responsable por ti y por la abuela desde que tengo catorce años, Mateo! ¡Cuando me llamaron a decirme que había muerto, tenía veintiún años recién cumplidos, un niño de ocho en un internado y que dependía de mí y una abuela en un hogar de ancianos que también dependía de mí! Trabajaba toda la noche para luego madrugar e ir a clases, llegaba en la tarde a seguir estudiando y luego a trabajar y todo el ciclo se repetía día tras día. Sabrina nos dejó a nuestra suerte cuando éramos niños y me enojé con todo porque cuando supe de su muerte me dolía. Quería odiarla pero no podía así que hice lo que ella nunca hizo por mí: ocuparme de ella. Me endeudé para poder enterrarla, lloré sobre su tumba y me sentí mal de estar haciéndole reclamos a una muerta.

»Ya habían pasado años desde que se había ido y Nani por fin había encontrado paz. ¿No te has preguntado por qué siempre eligió vivir en hogares de abuelos y no sola? ¿O incluso por qué escogimos un internado para ti y no un colegio normal? Ella es independiente y puede con sí misma, podía también contigo, teníamos nuestra casa propia y la pensión del abuelo: hubiera sido posible que vivieras tú con ella todo el tiempo... pero ella tenía miedo de que el fantasma de la ausencia de su hija la atormentara cuando yo no estuviera ahí. ¿Recuerdas acaso alguna de las tantas noches en que ella lloraba por una hija indolente que se largó a la mierda sin decir más? ¿Las veces en que yo me quedaba a dormir con ella porque entre lágrimas me lo pedía, porque no sabía a quién más aferrarse? No, no lo recuerdas, así que no lo entiendes.

»Nani prefirió vivir con un montón de desconocidos y dejarte a ti en otro hogar con desconocidos estudiando porque le dolía la ausencia de Sabrina. Yo oculté su muerte porque Nani ya estaba bien y no quería devolverla a ese lugar donde solo mencionarla le lastimaba. Tú ya no preguntabas por una madre y yo no quería hablarte de ella solo para decirte que estaba muerta. Tu abuela y yo hemos sacrificado muchísimo, Mateo, para protegerte. Yo me he equivocado, sí, pero jamás fue para lastimarte. Lamento que te hayas enterado de esta manera pero no lamento haberlo ocultado.

»No entiendes y agradezco que no lo hagas, porque entenderlo es sufrir como yo lo he hecho. No tienes ni idea por todo lo que he pasado así que aunque comprendo que estés molesto, no te doy el derecho de reclamarme por mis decisiones porque gracias a ellas, buenas o malas, estamos donde estamos y donde siempre quise: bien y juntos.

Mateo aprieta la mandíbula y veo hilitos de humedad bajando por sus mejillas. Aparta la mirada y tras unos segundos sale volando de la habitación; no soy capaz de decir qué emoción manda en su mente en este momento, ni siquiera sé qué siento yo.

Mi pecho sube y baja con fuerza, quizás a la misma velocidad que mis lágrimas bajan de mis ojos. Aprieto el puño que tengo relativamente ileso y me duele todo sin que las heridas físicas sean las responsables. Gabriel entra en mi habitación con gesto de que escuchó todo, y eso significa que Denny escuchó y si la suerte sigue siendo tan mierda conmigo, Nani también oyó todo y se ha enterado de la muerte de Sabrina de peor forma de como lo hizo Mateo.

Miro a Gabriel y siento que me derrumbo aún cuando estoy casi totalmente acostado en la cama. Él rodea por el otro lado y abre las cobijas para meterse conmigo. La discusión con Mateo ha sido la gota simbólica que rebasa mi vaso y de repente no puedo más; siento que romperme las extremidades, perder a Carolina, tener un accidente y los problemas con Dennise no son nada a comparación de como me duele todo ahora.

Me estremezco sin poder detener el llanto y de forma instintiva me muevo hacia Gabriel para dejar que me abrace y dejar que mis ganas de gritar se ahoguen en su camiseta. La palma de Gabriel me soba la espalda con fuerza y soy consciente lejanamente del temblor violento de todo mi pecho.

Tengo un déjà vu amargo de Gabriel y yo hace quince años también en una cama de noche, también juntos y también con él dejándome llorar en su pecho porque la partida de Sabrina me abrió el alma en dos. ¿En qué momento regresé a la misma mierda de los quince años?

—Está bien —murmura Gabriel luego de un largo rato, cuando ya mi mente está regresando a su estado... calmado—. Está bien, tranquilo. —Su voz suena rota y adornada de llanto también: otro punto a favor del déjà vu—. No has hecho nada malo, Luka. Estás bien. Estarás bien. Siempre salimos de esto, ¿recuerdas? Siempre juntos, en las buenas y en estas terribles.

Asiento sin poder responderle, pero sé que percibe el movimiento de mi cabeza. Con lentitud me suelto de su agarre para buscar comodidad en la cama y cuando me ubico, él me ayuda a cubrirme bien con las cobijas. Siento que las manos y el corazón me tiemblan y estoy en medio de esa calma tormentosa luego de un quiebre emocional.

Gabriel, por encima de las cobijas, pone su mano en la mía.

—No me dejes nunca —le pido en voz baja, exhausto, lastimado.

Ha sido un impulso decirlo pero como nunca antes es en serio. Gabriel ha sido el único que me ha visto llorar por cada una de las complicaciones de mi vida y ha sido también el único que ha sido capaz de ayudarme a atravesarlas.

Su voz suena húmeda de lágrimas cuando responde:

—Eso sonó tan gay. —Ambos nos reímos con sinceridad—. Pero no tienes ni qué pedirlo.

Tengo quince años de nuevo y tengo mis pedazos desperdigados en la cama. Tengo quince años de nuevo y siento que no llegaré al mañana por lo mucho que duele el ahora. Tengo quince años de nuevo y tengo a un hermano a mi lado diciéndome que sí puedo.

No. Ya no tengo quince años. Tengo veintinueve... pero estoy igual de destrozado y mi mejor amigo sigue a mi lado recogiendo mis pedazos para unirlos con cinta.

Y solo eso: tenerlo a mi lado, me hace creer que todo estará bien... tarde o temprano.

Por ahora... solo quiero dormir y no sentir. 

*****

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