C I N C U E N T A Y D O S
Las piernas me duelen igual o más que el pecho. Respiro —si a mis jadeos desesperados se les puede llamar así— solo por la boca porque siento que de cerrarla voy a ahogarme con mi propia saliva. El sudor baja por mi frente e intento apartarlo antes de que me entre a los ojos porque si aparte de exhausta quedo ciega, tendré problemas.
La música no deja de sonar y yo me pregunto en qué momento preferí esto que quedarme en casa mirando televisión... lo recuerdo cuando veo la sonrisa burlona del instructor de zumba que intentando guardar profesionalismo no suelta una carcajada aunque la veo en sus ojos verdes.
Santiago me mira a través del espejo que ocupa la pared de lado a lado pero procura que no sea tan fijamente y por tanto tiempo; su clase está llena, contando cabezas recién empezó con la rutina llegué a veintidós personas pero creo que a mitad de clase han llegado más. Solo cuatro de esas personas son hombres incluyendo a Santiago, de resto son mujeres de edades variadas que le saben seguir el paso mucho mejor que yo.
Me he ubicado en la última hilera, la que queda cerca de las escaleras solo para salir más rápido cuando esto acabe. Siento como si no hubiera hecho ejercicio en toda mi vida; mi ritmo al bailar nunca ha sido malo pero soy terrible para seguir coreografías y soy peor para aprenderlas así que pierdo el paso cada que respiro.
Y apenas llevamos veinte minutos.
La tercera canción seguida acaba y Santi le baja el volumen lo suficiente para que todas sepan que es un descanso diminuto, sin embargo lo dice en voz alta:
—¡Dos minutos! Tomen poca agua y respiren.
El centro del gran salón va despejándose pues casi todos se esparcen hacia los lados para recuperar el aliento y limpiarse el sudor de la frente. Noto que igual que en todas partes, hay grupitos que se aislan entre ellos; hay tres grupos de mujeres, cada uno por separado son amigas, algunos están solos y dos de los hombres vienen juntos. Por mi parte me acerco a la esquina más próxima, tomo mi botella de agua y me siento —más bien aterrizo— en el suelo agonizando.
Doblo las rodillas hacia mi pecho y meto lo más que puedo la cabeza en ese espacio, sintiendo los pulmones arder. A los pocos segundos escucho la voz de Santiago, pero no me habla como en la casa, me habla como si yo fuera una cliente nueva por la que se preocupa.
—¿Se siente bien, señorita?
Cuando levanto la mirada veo en sus ojos la mayor burla que le he visto en la vida y a eso se suma la atención que gracias a él ahora tengo de parte de muchas de las asistentes, también con risillas burlonas. Se la pasa en grande viéndome avergonzada.
Elevo mis pulgares como respuesta.
—¿Cuánto dura la clase?
—Una hora. Llevamos menos de la mitad.
El pecho de Santi también sube y baja acorde con el ejercicio hecho pero cuando sonríe tan ampliamente es difícil verlo como que está cansado, más bien parece pleno y feliz. Trae una camiseta sin mangas negra dejando ver completamente sus brazos y un pantalón corto del mismo color, el sudor le empapa la cara, le sonroja las mejillas y de algún modo le hace los ojos más verdes. Lo veo tan atractivo en este momento que debo desviar la mirada solo para que el resto de gente chismosa no lo note, porque si aparte de que piensen que no soy capaz de seguir una clase de zumba, se meten en la cabeza que le tengo ganas al instructor, será peor.
—Genial.
—Y se acabó el descanso —dice. Me extiende la mano con amabilidad, la tomo porque toda ayuda justo ahora es buena y de un halonazo termino frente a él—. Debería venir con más frecuencia, señorita.
—Si sobrevivo lo pensaré.
Recién llegué fui yo la que empezó a tratarlo a él con indiferencia como si no nos conociéramos y él me siguió el juego porque lo encontró divertido, lo hice más que nada para que no tomara mucha confianza conmigo y me pusiera a bailar en frente de todos o algo así, él sería capaz de hacer eso conmigo pero no con una clienta nueva con quien podría lucir inapropiado.
En estos días nuestra relación ha mejorado un par de puntos pero obviamente no estamos del todo bien; he cumplido lo que he dicho y me estoy esforzando por volver a como éramos antes teniendo muy presente que el final de este camino de pedir perdón es hablar directamente con él.
De momento me he limitado a ser la misma de siempre, de estar pendiente de él tanto como él de mí, hablar más cuando estamos en casa, coquetearle de vez en cuando y sacarle sonrisas repentinas, por cada foto que me sigue dejando yo le respondo con otra igualmente con un recuerdo que nos incluya.
Ha sido algo complejo para mí en el sentido de que me sigo muriendo por dentro con culpa y arrepentimiento, pero trato como puedo de no ser tan dura conmigo, de aceptar que el error ya está hecho y que lamentarme no lo va a arreglar, que eso solo lo puedo hacer yo. Aún con todo ha sido también bonito porque se siente como si estuviéramos empezando a conocernos de nuevo, cuando ocurre algo simple entre nosotros como un roce de manos o una mirada fija prolongada el corazón me late igual que cuando empecé a conocerlo años atrás, es una sensación muy hermosa.
A Santiago la energía parece no aminorarle en la siguiente tanda de baile, la gran mayoría le sigue ese rango de entusiasmo sin rechistar absolutamente nada pero yo a los quince minutos me veo obligada a buscar asiento porque se me saldrá el alma y el bazo si no me detengo. Me acomodo en la misma esquina que hace un rato para dedicarme mejor a ver a toda la clase y no participar en ella; a los pocos minutos hay otra soldado caída que viene a mí con una risita avergonzada y se sienta a mi lado cesando e intentando recuperar el aire.
—¿También eres nueva? —pregunto sonriendo.
—No, he venido desde hace casi un año pero pensé que querrías compañía.
No sé si eso me parece dulce o si me avergüenza pero igual le sonrío en agradecimiento, es muy ocasional que las personas sean amables porque sí, así que realmente es un buen gesto.
—Gracias.
La extraña a mi lado solo guarda silencio por diez segundos antes de demostrarme que la gente no es amable así no más, en este caso es la lengua chismosa la que la ha traído a mí y no la gentileza.
—El instructor coquetea contigo, qué suertuda.
En su tono hay un picor que resulta algo ofensivo, lo dice en plan "oh, mi Dios, él te coquetea a ti. ¡A ti!" como si cualquiera fuera mejor que yo y se sorprendiera de que Santi me "coquetea" justo a mí; el tono también se le mezcla con la vivaracha incredulidad lo que resulta restándole ofensa. Me aguanto las ganas de rodar los ojos y actúo desentendida.
—¿En serio? Ni lo noté.
—¿Bromeas? No deja de mirarte, además de venir a preguntarte si estabas bien hace un rato.
—Es un buen instructor, ¿no es amable con todos?
—Sí, pero uno nota cuando hay un "¿estás bien?" normal a un "¿estás bien? deberías venir más seguido". —La joven me señala al otro lado del salón, a la persona que está en toda la esquina de la primera fila, la más cercana del campo visual de Santiago—. ¿Ves a la del pantalón fucsia? Es una lanzada, le ha coqueteado al instructor prácticamente en todas las clases. Es una de esas mujeres de dinero que creen que con eso compran todo, es muy presumida y nos mira a todas por encima del hombro, como si su culo de silicona fuera más valioso que todos en el planeta, pero vieras como le bate las pestañas a él y le habla de tú para acá, tú para allá, la tocadita en el antebrazo, la sonrisita, es insoportable.
¿En qué momento la clase de zumba se convirtió en cotilleo?
Miro desde el espejo —uno de los que rodean todo el salón— a la indicada y de repente hay recelo en mi gesto, no es que me extrañe o sorprenda pues he supuesto todos los años que en un gimnasio y con un hombre como Santiago, habría muchas bellezas guiñándole el ojo; nunca me ha preocupado pero viendo a una de frente me encuentro contrariada.
—Y él no le sigue el juego —digo, no es pregunta.
Mi acompañante suelta una corta carcajada que hace que me agrade más.
—No. Por eso fue divertido ver su cara cuando vino a ayudarte a levantar. Creo que en silencio te ha declarado la guerra. Ella es tan orgullosa que incluso la he escuchado decir que el instructor puede ser gay por no haberle hecho caso nunca, creo que eso le aliviaba el ego pero ahora que él se porta así contigo se le ha caído la dignidad. Nunca ha sido un secreto para ninguna de las que venimos siempre que ella le ha echado el ojo y ahora todas hemos visto ese coqueteo, por dentro debe estar sufriendo.
El susurro confidencial en que me ha dicho todo me ha hecho reír, especialmente porque me complace escuchar que sea quien sea, se siente mal de que Santiago me haya dado atenciones que considera suyas.
—Pues no era mi intención hacerla sufrir —dramatizo.
—No era tu intención pero fue grandioso, todas nos lo gozamos. Y eres una suertuda —repite, mirando a Santiago—. Ese instructor es buenísimo y no me refiero a su talento para la zumba. Esos ojos que tiene... imagínate recibir un beso y al abrir los ojos ver los suyos así de verdes.
Sonrío bajando el mentón, de repente sonrojada. Ninguna acá es capaz de dimensionar lo afortunado que es tener a Santiago en brazos y no solo por sus ojos o sus brazos, simplemente todo él es una fantasía andante. En medio de mi satisfacción interna de pensar en todos los besos que he recibido también se revuelve de nuevo la pizca de culpa y de sentirme estúpida, ¿cómo pude pensar que arriesgar a Santiago valía la pena?
—Sí, tienes razón, sus ojos son bellísimos.
—Aunque yo creo que tiene esposa.
—¿Ah, sí?
—Pues he visto a su hija una o dos veces, asumo que hay una madre. Es muy reservado con su vida, eso sí. Nunca he visto a una mujer que venga a visitarlo de otro modo que profesional, así que no se sabe.
Sí lo he visitado pero las muestras de cariño se guardan para su oficina; Santiago es muy cariñoso pero sabe separar muy bien su vida del trabajo y le gusta mostrar la mayor formalidad posible.
El tema de fingir que no conozco a Santiago me gusta, así mi clandestinidad solo dure hoy es divertido, así que me permito responder con tono cotilla:
—Yo sé que se casará pronto.
—¿De verdad? Te apuesto $50 a que cuando Anahí lo sepa renuncia al gimnasio o al menos se pone morada de la rabia.
—Dame los $50 ya y yo misma se lo digo cuando se acabe la clase.
La joven enarca sus cejas, realmente interesada, lo que me confirma que ver a la tal Anahí enojada de veras le da placer. No es que los necesite con urgencia, pero $50 de la nada no me vendrían mal, además si Anahí ve la revelación como razón para enojarse y no volver o al menos no coquetearle más, son como dos pájaros de un tiro.
—Mi dinero está en el casillero del primer piso, pero hazlo y te juro que te los daré. Pero si no le dices nada, me debes $50 a mí.
Extiendo la mano y ella la estrecha.
—Hecho.
En silencio seguimos mirando la clase que ya está a poco de terminar y en este lapso de paz reflexiono en que quizás no sea tan buena idea quitarle una clienta a Santiago por más coqueta y lanzada que sea. Creo que eso me haría mala persona... a menos que Anahí no sea una miembro del gimnasio sino que solo vaya a las clases, así la pérdida no sería mucha.
—Oye, ¿y Anahí es miembro de acá hace mucho?
Mi moral queda en una línea delgada que pende de la respuesta de la muchacha a mi lado.
—No, solo viene a las clases de este instructor. Yo vengo a todas, pero ella nunca asiste a las de la noche porque las da la otra instructora. A veces se queda un rato en las corredoras pero si ve que él no está por ahí se va pronto.
El que esta mujer sea una de esas que sabe el chisme y vida de todos los que asisten me ha servido un montón. Benditos sean los cotillas.
Cuando la música se detiene hay un aplauso corto que dan todos a ellos mismos y empiezan a dispersarse a los lados como hace un rato. Mi acompañante y yo nos levantamos al tiempo; al otro lado Anahí se acerca a Santiago mientras él está apagando el equipo de música y tomando agua.
La vemos en silencio un momento y como ella describió, Anahí le habla con una sonrisa ancha y coqueta, ladeando hacia un lado la cadera, tocando su cabello atado en una coleta y luego poniéndole la mano con confianza en el antebrazo a Santiago. Es un coqueteo sutil pero coqueteo al fin y al cabo. Él levanta su brazo con la excusa de tomar más agua y así rompe el contacto.
La cotilla y yo vamos cruzando el salón sin aparente intención de nada pero casi llegando ella se desvía hacia la pared donde está su botella de agua, dejándome sola pero inclinando el mentón como si me retara a ganarme el dinero.
Por un momento me entra la duda de si debo o no decir algo, no sé cómo lo puede tomar Santiago desde el punto de vista que este es su trabajo y que no estamos en el mejor momento, sin embargo en una ladeada de rostro Santiago encuentra mis ojos mientras Anahí no deja de hablar, me observa con un gesto de "ayúdame" por medio instante así que me decido a terminar de acercarme incluso si es solo para que él me use de excusa para bajar al piso de su oficina y alejarse de ella.
Cuando estoy lo bastante cerca escucho la conversación animada de Anahí ante el silencio de Santiago.
—Ese paso es nuevo, ¿verdad? Es muy bueno, uno de verdad siente los músculos trabajando.
Enarco las cejas antes de dejar que me vea; noto la sonrisa cortés de Santiago pero su reticencia a seguirle el juego.
—Esa es la idea, Anahí, que los músculos trabajen.
—De todas maneras con un instructor como tú uno siempre saca provecho de las clases.
Doy un paso al frente y quedo en medio de ambos. Le sonrío a Anahí, veo de reojo que la mitad de los asistentes ya se han ido, otro tanto están descansando un momento y las restantes nos miran con disimulo.
—¿Verdad que sí? —digo yo, metiéndome en la conversación abruptamente. Anahí desvanece su gesto—. Tiene un montón de energía y la transmite, ¿no te parece?
—Para las que podemos llevarle el paso, sí, es genial —desdeña con una sonrisa que incluso hace que eso suene amable.
—Seguiré viniendo, así aprendo el ritmo. ¿Cómo te llamas? Creo que eres de las que mejor baila, debo aprender mucho de ti.
—Mi nombre es Anahí. —Nada más decirlo deja de mirarme para observar a Santiago como si yo me hubiera ido—. Ya que me ha encantado la clase te invito un batido de los que venden abajo.
—Te lo agradezco, Anahí, pero...
—No pongas peros, Santi, es solo un batido.
Que le diga Santi con su sonrisa de Barbie hace que me hierva la sangre y Santiago lo nota porque pule media sonrisa burlona de la que Anahí ni se entera. Mi intención de ser sumamente amable con ella se desvanece así que el tono al hablar me sale golpeado:
—Santi está trabajando, debe ser que no tiene tiempo ahora.
Anahí no me mira ni por medio segundo.
—¿A qué hora acabas acá? Te puedo invitar un café.
Abro la boca para decir algo posiblemente mordaz pero Santiago se me adelanta, callándome justo a tiempo... y menos mal porque creo que hasta hubiera podido insultarla.
—No se podrá, Anahí, me temo que ya tengo planes para hoy.
—¿Mañana?
—Ya tengo planes para todos los días. —Santiago estira su mano para tomar mi muñeca y halarme un poco hacia él, lo suficiente para que Anahí deje de ignorarme—. Disculpa mi falta de cortesía. Caro, ella es Anahí, una de las mejores de mi clase de zumba. Anahí, ella es Carolina, mi prometida.
Mi brazo rodea la cintura de Santiago y el suyo rodea mi hombro; extiendo mi mano libre a Anahí sonriendo de oreja a oreja sin pizca de recelo, más satisfecha que molesta. Por cortesía ella la toma aunque se ha puesto morada como una uva de la vergüenza.
—Es un gusto, Anahí.
—Igualmente.
—Y me temo que Santi ya toma café todos los días en nuestra casa conmigo. Pero un día de estos podemos salir los tres, yo invito el café, tú solo avísame.
Anahí no sabe dónde meter la cabeza pero se le dan créditos por no quitar su bonita sonrisa ni demostrar físicamente —además del sonrojo que es involuntario— su enojo.
—Claro, lo haré.
—¿Ya bajas, Santi? —pregunto.
—Sí, dame un segundo para acabar de apagar esto.
—Dale. Te veo luego, Anahí. —Asiento con amabilidad y camino unos pasos de vuelta hasta donde está la chica de hace un rato con el mentón abajo reteniendo una carcajada—. Mis $50 me los dejas en recepción, gracias.
Suelta un bufido alegre.
—¡Nada de eso! Hiciste trampa, tú eres su novia.
—Nunca dije lo contrario.
—Y no lo dijiste tú, lo dijo él.
Entre susurros risueños le respondo:
—Vamos, se puso morada, ¿no merezco algo?
En realidad la apuesta me vale un cuerno, con la satisfacción me doy por bien pagada.
—Un batido o un café, cuando quieras.
—Trato.
Santiago toma su botella de agua y con un gesto me pide que bajemos, me despido sin recordar al menos preguntar el nombre de la mujer y pronto llegamos al segundo piso donde queda el pequeño cuarto que usa de oficina. Cuando estamos cerca de la puerta nos cruzamos con Maleen, la colega, compañera y amiga de Santi y mía.
—Te he dejado un sobre en la oficina, Santiago, ha llegado hace un rato.
—Gracias, Maleen.
—¿Qué tal la clase, Caro? —me pregunta.
—Me quise morir y me senté a la mitad.
Santiago ríe.
—Lamento decir que no me extraña —responde ella.
—Pero me deleité mirando al instructor, así que creo que me fue bien.
Maleen mira a Santiago y le sonríe burlona.
—¿Has pensado que la mayoría siguen viniendo solo por ver al instructor? Eso deja mucho que desear de tu talento.
—No dudo de mi talento, gracias. Y las intenciones no me interesan mientras sigan viniendo.
Maleen ríe y nos rodea para bajar al primer piso a su lugar de trabajo, al pasar junto a Santiago le palmea el hombro.
—Viniendo y pagando, esa es la actitud, amigo mío.
Retomamos camino hasta la oficina que no está realmente lejos, Santiago abre con su llave y me cede el paso. Cierra la puerta luego de entrar y me giro a él.
—Esa Anahí es...
Santiago me toma de las mejillas y me besa de repente, dejándome totalmente en blanco. Han pasado tantos días sin besarlo que me ha tomado mucho por sorpresa y a la vez mi cuerpo me recuerda lo mucho que me han hecho falta sus besos, su contacto. Me quita el aliento más de lo que la clase de zumba lo hizo y me hace temblar los nervios igual que cada vez; no es un beso dulce que dice te amo, es uno fuerte que dice te deseo en letras mayúsculas y negrillas. Santiago no es de arrebatos incontrolables... bueno, no acá en el gimnasio, solo en casa, así que por lo abrupto y caliente de su beso mi cuerpo se enciende en medio segundo.
Santiago me ha empujado un poco hasta que mi espalda baja ha chocado con el borde del escritorio, su lengua recorre mis labios hasta enloquecerme pero entonces se detiene, enroscando sus dedos contra la piel de mi cintura.
—¿Eso... —Mi voz se pierde a pedazos en mi garganta con mi acelerado pulso— eso... eso fue por?
—Eres increíblemente deseable cuando te pones celosa.
La perspectiva de Anahí en mi mente de repente ha cambiado, ya no la odio, ahora la amo por ponerme celosa y hacer que Santiago me bese así. ¿Será inapropiado ir a darle las gracias?
—Muchas te miran por acá, quizás deba venir más seguido si me gano arrebatos así.
—También ayuda que te no he besado en dos semanas. Mis labios te extrañan.
—Yo te extraño —confieso—. Lamento tanto habernos empujado a donde estamos ahora.
—Lo solucionaremos, Caro.
—¿Qué tal hoy? —digo, sintiendo el palpitar de mi corazón en los oídos—. Hablemos, Santi. Tengo mucho por decirte y postergarlo realmente no hace mucho. Te amo y quiero que estemos bien, hablemos hoy cuando vayas a almorzar. Si quieres más tiempo te lo daré, pero necesito sacarme del pecho muchas cosas.
Si me quedo esperando el momento idóneo para sacar la conversación puede que nunca surja porque hablar del hecho de haberle sido infiel jamás será un tema positivo pero alargar el momento solo nos hace perder tiempo que podemos usar siendo nosotros. No quiero dejar de coquetearle o de recordarle lo mucho que lo amo gracias a todo lo que hemos compartido, pero quiero que eso sea sobre una base vacía de incertidumbres.
Santi no me ha soltado así que se inclina un poco para besarme de nuevo pero con dulzura, con un te amo en medio de un suspiro; con los ojos cerrados percibo cómo asiente de acuerdo.
—Sí, está bien.
—Entonces me iré ya. Haré tu favorito para almorzar, ¿te parece?
Asiente de nuevo, me regala otro beso y da un paso atrás para luego rodear el escritorio y sentarse. El sobre marrón que Maleen le dejó está sobre el escritorio aunque de momento se concentra en otros papeles.
—Te veo en un par de horas.
—Te espero en casa.
Tomo la perilla para abrir pero me devuelvo cuando Santi me llama; me sonríe desde su lugar.
—También te amo, Caro.
Le sonrío mordiéndome el labio con felicidad y salgo con la dicha rebotando entre mis poros. Bajo las escaleras hasta el escritorio de Maleen cerca de la entrada y ella enarca sus cejas ante mi imborrable sonrisa. Frente a su lugar de trabajo está la chica con la que hace un rato hice la apuesta y ella me devuelve el gesto amable.
—Mil gracias por todo —le dice ella a Maleen, luego me mira—. ¿Vas de salida?
Asiento y me indica con la cabeza que salgamos juntas al menos hasta la calle. El sol de las nueve de la mañana nos recibe, pero ambas estamos en ropa deportiva así que no resulta bochornoso.
—No creas que no me cobraré ese jugo alguna vez.
—No creas que no te lo pagaré. —La chica me sonríe—. Anahí ya se fue, por si te interesa saber.
—No me interesaba, pero es bueno saberlo. —Ambas nos reímos por lo bajo—. Oye, dame tu número y... —Me palpo inconscientemente el bolsillo y recuerdo que dejé mi teléfono con Maleen al llegar al gimnasio—, mi teléfono está adentro, mejor te doy el mío... —Veo que ella no lleva su bolso tampoco pese a haberse despedido ya de Maleen—. ¿Y tu bolso?
La chica se mira hacia abajo, como si no recordara que no lleva bolso.
—Pues... solo voy a comprar una botella de agua mineral, ya regreso, me queda una hora de rutina por hoy. Pero déjame tu número en recepción, se lo pediré a ella cuando salga.
Ambas frenamos el paso porque yo debo regresar por mi teléfono y ella seguir adelante. Asiento y coloco mi mano sobre mi frente a modo de visor para protegerme del sol.
—De acuerdo, entonces te veo en estos días.
—Sí, perfecto...
Comienzo a devolverme pero al dar unos cuantos pasos recuerdo que ni siquiera le he preguntado su nombre.
—¡Oye! —grito desde mi lugar. La chica gira ya a varios metros—. ¿Cómo te llamas?
—Dennise.
—Yo soy Carolina.
Dennise me sonríe de lado.
—Lo sé.
Ondea su mano y sigue su camino, cruzando una vía de autos.
Cuando Maleen me ve entrando de nuevo ya sabe a lo que vengo así que tiene mi teléfono en sus manos y una expresión que me reprocha el ser tan olvidadiza.
—Maleen, hazme un favor, si Dennise te pide mi número de teléfono se lo das, por fa. Me ha agradado y quedamos de salir un día de estos.
—¿Quién?
—Dennise. La chica que acaba de salir conmigo.
—Oh, no recordaba su nombre —dice sin malicia—. Pero vale, se lo daré.
—Yo esperaría que después de un año de ir a un gimnasio los encargados se supieran mi nombre —bromeo—, y te atreves a llamarme olvidadiza.
—Cuando esa chica lleve un año acá, me sabré su nombre. No me pidas que me aprenda los nombres de los que vienen de vez en cuando, Caro, no tengo superpoderes.
Maleen se ríe pero yo frunzo la frente.
—¿Cuándo lleva Dennise viniendo?
—No lo sé, un par de semanas. Y no es miembro, solo ha venido algunos días independientes a entrenar, por eso no ubico su nombre.
¿No me dijo ella que llevaba un año entero viniendo a todas las clases de zumba? Quizás escuché mal por tener mi atención en la que le coqueteaba a mi futuro esposo.
Maleen regresa la atención a su computador donde veo de reojo que está acomodando las cifras de los pagos mensuales. Decido no molestarla más con el tema, lo más probable es que sea mi error y ya luego le preguntaré bien a Dennise cuánto lleva viniendo... aunque debe ser más de un par de semanas para conocer tan bien a Anahí, ¿no?
Me quedo unos segundos mirando a la nada intentando descifrar si es Maleen o soy yo la que se equivoca, sin embargo luego pienso que en realidad no es relevante y que tengo mucho que hacer hoy. Sacudo la cabeza obligándome a dejar solamente a Santiago en mis pensamientos, mi sonrisa vuelve de inmediato y tomo mi teléfono con fuerza para al fin irme a casa a preparar todo lo que tengo para decirle.
—Te veo luego, Maleen.
—Cuídate, Caro.
Me sonríe con amabilidad y salgo ahora sí hacia mi casa.
Observo la dirección hacia la que Dennise se fue y aunque no la veo por ahí, una nube negra y difusa se mete en mi cerebro queriendo convencerme de que algo va mal. Un mal presentimiento basado en nada.
Suspiro y retomo el camino; no dejaré que una tontería me distraiga de arreglar las cosas con Santiago hoy.
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