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C I N C U E N T A Y C I N C O

Cuando pensaba en accidentes, creía que lo peor era perder la consciencia por horas o días o peor, sin embargo hoy he descubierto que lo peor es no perder la consciencia.

Me percato de todo alrededor pero todo parece ajeno a mí, parece que lo veo de lejos y no que soy la protagonista. No he muerto, eso lo sé porque advierto el dolor y no creo que morir duela tanto. Además, el lado positivo de mi mente se quiere convencer de que no fue tan grave.

El silencio se alarga los instantes en que la conmoción externa dura, luego hay muchas voces de las que distingo algunas palabras sueltas como emergencia, dos personas, policía y varias frases largas que se cortan entre la calle y el zumbido de mi cabeza. Mover los párpados me parece pesado y de todas maneras lo poco que veo está en medio de una neblina blancuzca, no sé si imaginaria o es humo, así que opto por mejor dejarlos cerrados.

El paso del tiempo se vuelve incalculable y aunque desearía dormir para dejar de lado el dolor, mi cuerpo me obliga a permanecer despierta... a medias. Escucho sirenas por segundos, gritos en otros, luego de nuevo llega ese ruido espeluznante del chirrido del metal pero esta vez viene con voces que, creo, piden paciencia y tranquilidad. ¿A mí me la piden? ¿a los espectadores?

El dolor se esparce por varios puntos de mi cuerpo pero se concentra con más peso en mi cabeza, mi clavícula y mi cintura, así que procuro no moverme casi en absoluto. Las pocas manchas de claridad que lograba ver se difuminan, lo que muy por dentro me alerta de que estoy por perder la conciencia; solo aquí llega la sensación de pánico.

Siento cómo mi corazón se acelera de repente, advierto calor en mi cara y el instinto de moverme y salir corriendo arremete en mí, mas no puedo hacer gran cosa desde donde estoy. Intento ordenarle a mi mente la calma pero entre más lo pienso, más siento que el cuerpo me tiembla y que un vértigo profundo me taladra por dentro.

Pienso en los ojos de Santiago y eso me lleva de inmediato a los ojos de Rose. Pienso en todo lo que me falta decirle a Santi, en todo lo que le he dicho, en todo lo que he hecho mal pero también en lo que he hecho bien. Pienso en las manos de Santiago que me han sostenido la vida, en su corazón que ha derrotado mis debilidades y en su alma que ha guardado todo lo que me pertenece. Siento las mejillas húmedas y no sé si es de sudor o lágrimas... o algo peor.

Unas manos me tocan y aunque por dentro grito, por fuera me quedo estática. De nuevo escucho la voz haciendo preguntas pero mi lengua está pegada al paladar sin posibilidad de replicar nada.

Me halan hacia un lado y eso hace que el dolor de mi cintura se acentúe. Aprieto los párpados en un silencioso suplicio y entonces logro enfocar parte del auto del que me han sacado. Su costado está destrozado y su vidrio panorámico en varios pedazos. En la bruma de mi mente logro enfocar el lado izquierdo, el que ha sido impactado, y ahí, totalmente inconsciente y entre manchones rojos, está Luka.

Me duelen partes internas del cuerpo que no sabía que tenía... o así lo percibo cuando abro los ojos. En una bruma de confusión busco mirar a mi alrededor para cerciorarme de que lo que estoy pasando es real y no un sueño o mejor, que es esta vida y no la otra, entonces escucho una voz femenina y amable.

Me cuesta un poco hallar con la mirada el origen de la voz pero cuando lo hago me tranquilizo de ver a una mujer de mediana edad con una bata blanca y a unos pasos, otra más joven con uniforme blanco de enfermería.

La mayor se acerca a mí con una sonrisa cordial pero cansada, revisa algo en su planilla y vuelve los ojos a los míos.

—Señorita Anderson, ¿cómo se siente?

Aclaro la garganta al sentirla de lija.

—Molida —murmuro con un hilo de voz—. ¿Qué hora es?

A la doctora parece darle un poco de gracia que esa sea mi primera pregunta, pero es la primera que se me ocurre.

—Seis y ocho minutos de la tarde. —La doctora le hace una seña a la enfermera que se acerca y oprime un botón que empieza a elevar mi camilla hasta dejarme medio sentada—. Señorita Anderson, ¿recuerda lo que sucedió?

La sola pregunta me dispara varios recuerdos en cuadros fugaces, pero no me toma mucho tiempo hilarlos y recordar.

—El auto no frenaba —respondo—. Luka lo intentó y... ¿y Luka? ¿dónde está?

—Su acompañante se encuentra en observación.

—¿Está bien?

Si bien la doctora está llenando algo en su planilla, su gesto se descompone levemente, con el aire evasivo que alguien usa cuando no te quiere decir algo.

—Está en observación —repite con monotonía. Se ubica más cerca a mí, dejando su planilla a un lado y saca una linterna pequeña de su bolsillo—. Mire la luz, por favor.

Mueve la luz de un lado a otro un par de veces y luego regresa a su planilla para anotar algo. Después toma el estetoscopio que cuelga de su cuello y lo coloca sobre mi pecho; algo me dice que está escuchando demasiado rápidos mis latidos pero no dice nada al respecto, así que lo tomo como que nada está mal.

Cuando subo la mano e intento tocarme el rostro noto la venda que me cubre la parte izquierda de la clavícula y darme cuenta de esa, me hace percatarme de otra venda en mi frente y del collarín que mi mente había decidido omitir hasta ahora.

—¿Cómo estoy?

—Dado lo que ha pasado, muy bien, señorita Anderson. Ha tenido un corte algo profundo en la clavícula, no ha tocado nada importante, pero le ha hecho perder buena cantidad de sangre. Ha entrado en shock debido a eso, pero nada ha pasado a mayores. En cuanto al resto... bueno, tiene bastantes contusiones pero por fortuna son menores. Estará adolorida por varias semanas pero eso es todo. Aún debe estar acá unas horas más para realizarle algunos exámenes, pero no se preocupe, lo peor serán algunos moratones. Por las próximas horas es normal que sienta debilidad, cansancio, náuseas, vértigo o confusión, sin embargo si se siente demasiado mal, debe informarle a las enfermeras. —La doctora termina lo que sea que estaba llenando en su planilla y me observa de nuevo con esa sonrisa cordial—. Descanse un poco, ¿de acuerdo? Nada de movimientos bruscos. Incluso si desea ir al baño, oprima el botón para llamar a una enfermera y si no se siente fuerte como para caminar hasta allí, solicite una silla de ruedas. Le diré a su familiar que ingrese.

La doctora sale y la enfermera, más callada pero igual dedicándome una sonrisa amable, revisa algo en el monitor conectado a mi brazo con la intravenosa, luego asiente para sí misma y sale. A los pocos minutos entra Santiago y siento por dentro como si de nuevo estuviera chocando con un bus.

Me dan unas ganas de llorar inmensas en parte por el alivio de verlo, y en parte por lo terrible de que me vea así. Mil preguntas acuden a mí: ¿en qué momento llegó? ¿quién lo llamó? ¿qué tan enojado está? ¿dónde está Rose?, pero el cúmulo de emociones no me deja preguntar nada de inmediato.

Luce tan angustiado como alguien que ha estado horas a merced de la incertidumbre, sus ojos son pozos verdes rodeados de líneas rojas y un hondo suspiro se le escapa al verme. No sé si de alivio o de conmoción por como imagino es mi aspecto actual.

—Dios mío, Caro... —Jadea, acortando el espacio y tomando mi mano al llegar a mí—. No sabes lo que... Tú no... Yo... Llevo acá dos horas y...

Cierra los ojos sin soltarme la mano, perdiendo el aliento y la calma.

—Santi, lo siento mucho. Por todo, Dios, no... no deberías verme acá... yo... ¿dónde está Rose?

Se toma varios segundos para recuperar el habla.

—La he dejado con Maleen. Me han llamado y me han dicho que ingresaste por urgencias por un accidente de auto y salí volando para acá. Luego llego y nadie sabe qué te ha pasado, ni yo me explico qué haces acá en esta ciudad, y lo que pasó... ¿qué pasó?

De repente cada cosa que me ha traído a este hospital suena en mi mente como una terrible, terriblísima decisión. Cada paso desde el momento en que salí de mi casa ha sido un error, cada acción mía ha sido errada y lloro porque el peso de todo siempre cae en Santi y sé que ya no puedo mentirle más. Nunca debí hacerlo en primer lugar y hacerlo ahora dolería más que el sufrimiento general de todo mi cuerpo en este momento.

—Estaba con Luka. —Lo noto bajando la mirada pero su corazón no le da para enojarse conmigo como lo haría en otro momento y me siento peor por eso—. Esta mañana sentí la necesidad de reclamarle por haber hecho lo que hizo. Llamé a un amigo y le exigí la dirección. Venía furiosa dispuesta a golpearlo pero cuando llegué pensé con claridad y me di cuenta de que él no tenía la culpa de nada, así que quise regresar y buscar una forma de hablar contigo y rogarte perdón. Luego me encontré con Luka y lo acompañé a su casa para que me diera dinero para devolverme... salí sin dinero.

—¿Así que no lo golpeaste? —pregunta, intentando sonar más animado de lo que de verdad está—. Es una lástima.

—Sí golpeé a alguien —respondo—, pero no a él. Hay una chica... —Resumir lo de Dennise me parece demasiado gasto de energía y mi cuerpo no da para tanto—, es una larga historia, el caso es que ella fue la culpable de lo que recibiste esta mañana y la golpeé por eso. Luego... Luka tuvo un inconveniente con su hermano y con esa misma chica así que me pareció incorrecto dejarlo solo porque estaba alterado. Lo acompañaría a verse con su hermano y luego me iría y entonces... el auto iba bajando y los frenos no sirvieron, creo... no sé, eso aún es algo confuso. Me convenzo de que los frenos no sirvieron pero no sé si fue así porque no tendría sentido... ¿no? Debo recordar con claridad pero justo ahora...

Callo al sentirme abrumada.

Santi acerca la única silla plástica que hay en la diminuta habitación y se sienta en ella, quedando un poco más bajo que yo. Con ambas manos toma una de las mías y su rostro baja a esa unión, sus labios tocan mis nudillos, no en un beso, sino como un contacto necesario para él, para asegurarse de que estoy bien, o al menos viva. Sus lágrimas mojan el dorso de mi mano. Con las yemas de dos de sus dedos acaricia mi antebrazo, cuidando de no rozar la intravenosa.

—Soy un pesimista terrible —comenta con media sonrisa rota—, cuando me llamaron y dijeron las palabras accidente, urgencias y Carolina Anderson, temí lo peor.

—No eres pesimista. Todos tememos lo peor es casos así.

—¿Y sabes en qué pensé? En un tatuaje... —Acaricia de nuevo mi antebrazo—. Pensé "Caro me ha dicho varias veces que quiere tatuarse una mariposa en el brazo en honor a su abuelo y no se lo ha hecho, ¿y si ya no puede?". —Ríe de nuevo, con las lágrimas descendiendo al mismo tiempo—. Pensé por un segundo que iba a perderte y mi preocupación era un tatuaje.

Suelto una risa que hace que me duela todo el cuello.

—Siempre has sido un loco de los pequeños detalles; te importan más que los grandes eventos.

—Lo sé. Pero luego de superar mi angustia por un tatuaje, pensé en ti, Caro y la idea real de perderte me aterró. Creo que nunca he estado más asustado en mi vida que en las últimas horas. Ni siquiera cuando pasó lo de Mónica me aterró tanto la vida.

—Te he lastimado tanto —digo, llorando sin poder detenerme por una mezcla de la conversación y el dolor que me produce de por sí el mero hecho de hablar—. Y no me va a alcanzar la vida para decirte que lo siento mucho y que me arrepiento de haber dañado así de estúpidamente lo nuestro.

—Ha sido duro —admite—, no te lo voy a negar más. Me duele mucho todo esto, Caro, yo... nunca antes de ahora habría siquiera pensado en que algo así nos podría pasar... y creo que eso es lo que más me lastima: que nunca lo vi venir, ni siquiera lo vi posible. Supongo que idealicé... o no sé, Caro, a ratos no le hallo explicación y a ratos lo veo muy lógico.

Yo tampoco lo hubiera visto posible unos meses atrás, jamás me habría visto a mí misma como una infiel o como alguien capaz de herir así a sus seres queridos. Siento que no conozco a la Carolina de hace unos meses, que esa Carolina está lejana, olvidada en un lugar donde quisiera regresar y quedarme allí.

—¿Podrás perdonarme algún día? Te daré tiempo, tendré paciencia, pero no puedo imaginar mi vida sin ti.

Santiago desvía la mirada y suspira con cansancio. Sus manos no han soltado la mía y temo que me diga que nada entre nosotros tiene solución.

—Te lo he dicho mil veces y te lo diré mil más: no quiero que estés presionada a estar conmigo por ningún motivo. Eres libre, Caro, y cuando estés con alguien debe ser con alguien que te haga sentir esa libertad en cada momento; ninguna atadura, por pequeña que sea, debe obligarte a quedarte donde no estás cien por ciento segura de querer estar, ¿me entiendes eso?

—Lo entiendo. Y sé que nadie me puede hacer sentir más libre que tú. He cometido un error enorme por mi impulsividad, pero si me ha servido de algo ha sido para darme cuenta de lo que eres para mí.

Santi se queda mirando sin ver algo en la sábana que me cubre, como si meditara mis palabras. Le doy su momento para que piense, me quedo callada y pido silenciosamente que lo mío con él no esté en la basura para siempre.

—Ya lo hablaremos después. No es el momento...

—Sí es el momento —susurró—, lo es. De hecho, el momento debió ser varios días atrás, varias semanas atrás. Cuando ocurrió el accidente solo podía pensar que me quedó mucho por decirte, por hacer, por pensar. Me quedaban muchas cosas pendientes y aplazarlo solo es seguir con ese pendiente. Solo dime si podrás perdonarme algún día, Santi, entenderé cualquier respuesta que me des, pero no puedo quedarme con la duda. La duda me mata más que nada. Me dijiste la vez pasada que sin importar lo que yo decidiera, serías mi amigo y estarías en mi vida porque formo parte de ella, bueno, la oferta es recíproca. Incluso si lo nuestro se ha perdido, no te guardaré rencor y estaré en tu vida en la forma en que así lo quieras, pero no me dejes con la incertidumbre.

Santiago por fin me mira a los ojos, conteniendo tantas emociones que no logro discernir ninguna con claridad. Lo amo de una forma que no puedo explicar y sé que lo que acabo de decir es cierto: si decide dejarme lo entenderé pero no podré alejarlo de mi vida por siempre. Incluso para verlo feliz sin mí lo quiero a mi lado. Lo amo así, de forma incondicional y para siempre, sin importar lo que pase, sin importar lo que hagamos con nuestras vidas. Él siempre será mío y yo siempre seré suya en un nivel que nadie más puede poseer.

—Ya perdí un amor en el pasado por un evento que no fui capaz de controlar, algo que no pude cambiar ni con la mayor de las voluntades... y por eso no puedo perderte ahora: porque sé lo que arriesgo, sé lo que vales. Lo que nos está pasando no es irreparable, Caro, de aquí a cincuenta años si sigo vivo prefiero decir de cuando era joven te perdoné una infidelidad y no que por una infidelidad te alejé de mi vida.

Siento como si una bocanada de aire nuevo y revitalizador me entrara a los pulmones. El paso que cargaba en lo más fuerte del alma se disuelve a medias con la promesa de un futuro en que hemos superado esto. Entiendo y sé que no será mañana ni dentro de cinco días cuando estemos perfectamente bien pero el camino de acá a allá, por largo que se presente, me parece un paraíso al lado de la posibilidad de una vida sin él.

—Te amo muchísimo, Santi. —Las lágrimas no me dan tregua, aunque de momento aparte del dolor, salen con una pizca de satisfacción alegre—. Te prometo demostrártelo a diario, decírtelo a cada momento, hacer que lo sientas todas las mañanas al despertarte y cada noche antes de dormir. Haré todo para que jamás dudes de nuevo de que estoy contigo porque así lo deseo, porque me importas, porque te amo, porque me haces feliz y porque de todas las personas del mundo, me siento bendecida de que mi camino se haya juntado al tuyo. Te elijo en este momento y te elegiré cada nuevo día que nos mantenga juntos.

Santi sonríe de lado a lado, regalándome esa expresión que me enamoró desde la primera vez que la vi en la banca de la iglesia.

—No guardaste nada para nuestros votos —responde, sonriente—. Vamos paso a paso, ¿sí? Te amo también y todo estará mejor con el tiempo. Por ahora la prioridad eres tú. No quisiera decirte esto, pero te ves terrible.

Sonrío y la tensión dolorosa de mis mejillas me recuerda que en serio debo lucir terrible.

—Me siento terrible. Físicamente al menos.

—Debes descansar, aún no te darán salida de acá y...

Una voz carraspea en la puerta y ambos miramos hacia allí. Ver a Denny en el marco de la entrada me recuerda que no llegué sola a este hospital y de nuevo el bicho de la preocupación empieza a recorrerme.

—Lamento interrumpir —dice Denny, y nos mira de uno a otro. Luego recuerdo que no se conocen y me apuro a presentarlos:

—Santi, él es Denny; Denny, él es Santi.

Santiago se levanta del suelo, dejando un frío en la mano que me sostenía. Aprieta la mano que Denny le ofrece y ambos me miran por un par de segundos incómodos, luego es Santi el que nota que Denny quiere hablar conmigo sin él presente. Carraspea y me observa.

—Iré por un café, no tardo.

—Un gusto conocerte —le murmura Denny con amabilidad. Santiago asiente y sale de la habitación; cuando estamos solos noto lo afligido que está mi amigo—. Me alegra verte despierta.

—¿Cómo está Luka?

Denny toma el asiento que Santiago dejó y pasa con pesadez las manos sobre su cara.

—Mal. Él recibió el peor golpe y... de momento está inconsciente. La doctora dice que puede tener una inflamación cerebral por el golpe y le están haciendo estudios. Está estable pero... sedado. Se ha roto una pierna y un brazo, nos dijeron que eso tendrá cirugía pero que primero le están haciendo exámenes. Gabriel está con el alma en un puño en la sala de espera. Casi nos mata a ambos en la moto de camino acá y ahora que llegó no sabe qué hacer porque es "un proceso lento y necesitamos paciencia". Eso nos dijo la enfermera. Al menos que diga proceso lento nos da a entender que no es de vida o muerte... o eso quiero creer, pero los términos que usan no nos dan tranquilidad.

Solo noto que lloro sin parar porque el movimiento me resiente el cuello y me duele hasta el alma. Denny pasa su mano por su cabello, en un estado de desesperación bien disimulado.

—Dios mío, no sé en qué momento todo se jodió así...

—Eso queremos saber. ¿Qué pasó? La policía no nos dice nada más de que "están investigando" y supongo que vendrán a hablar contigo, pero nosotros no entendemos nada.

Le relato con la misma brevedad que a Santi lo que ha pasado; desde mi deseo de venir esta mañana presa de la ira, hasta el pánico de que —presuntamente— el auto no frenase en la bajada. Denny escucha en silencio y a ratos con los ojos cerrados, como si quisiera transportarse al momento que narro y entender las cosas.

—Luego recuerdo a medias. Solo sirenas de ambulancia, manos sobre mí y luego desperté a hablar con la doctora.

—¿Los frenos?

—Sí. Estoy casi segura. Luka tenía su pie a fondo en el pedal y seguíamos bajando sin detenernos.

—Cuando hablé con él esta mañana me dijo que tomaría un taxi para llegar a su casa, ¿sería porque su camioneta estaba dañada?

—Si estuviera dañada no la habría tomado —razono—, además, a mí me dijo que la había dejado en casa de su amigo porque estaba indispuesto al momento de irse, que anoche estuvo en una fiesta. Cuando estuvimos en su casa él tomó café y se despejó, supongo que ya se sentía mejor, por eso fuimos en taxi a tomar su camioneta.

—¿A dónde iban en todo caso?

—Al instituto de Mateo.

—¿Por qué?

—Por Dennise —respondo, siendo consciente de que aparte del momento en que la golpeé, omití decirle algo más al respecto a Denny, simplemente le comenté que iba a acompañar a Luka antes de irme, pero no le había dicho a dónde—. Llamaron de su instituto a decir que ella estaba intentando pedir permiso para que lo dejaran salir, Luka se negó y dijo que iría él mismo a recogerlo para que no se fuera con ella. Luego en el auto Mateo lo llamó y discutieron, luego pasó... lo que pasó. ¿Dónde está Mateo?

—Llamamos a su abuela y le dijimos que Luka estaba acá, ella se vino en un taxi y nos dijo que hacía horas Mateo había llamado a decir que estaría en casa de un amigo toda la tarde. —Denny se calla de repente como si se acabara de dar cuenta de algo y sacude la cabeza—. Lo hemos llamado y no contesta... no hemos insistido mucho... ¿Crees que Dennise puede ser responsable de esto?

Mi reflejo es encogerme de hombros pero al resultar ese movimiento doloroso, opto por responder en voz alta:

—No lo sé, ustedes la conocen más. Pero sí sé que está demente.

Denny saca su teléfono y marca un número, espera y espera pero no obtiene respuesta.

—Mateo no contesta. —Su voz sale más aterrada que preocupada y algo en su mirada me dice que sin importar qué es verdad y qué no, él culpa de todo a Dennise—. Debemos encontrarlo ahora.

Se pone de pie de inmediato y se dirige a la puerta.

—Espera, espera...

—Te mantendré informada —promete—. Descansa un poco, Cinthya.

Dejándome con más dudas que respuestas, sale de la habitación a grandes zancadas con la sombra de la angustia titilando a su paso.

Creía que estar acá magullada hasta los huesos y con Luka en peor condición era lo más terrible que nos podía pasar, pero acabo de darme cuenta de que la situación es mucho más grande que un simple accidente de auto. 

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