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C I N C O

Cuando una situación pone a la mente en debate sobre si es agradable, desagradable, incómoda o afortunada, la reacción natural es sonreír. Ya sea una sonrisa sincera, una de esas que esconde un "¿qué rayos hago ahora?" o una que lamenta hasta el momento de nacer, es lo único que sale... eso y unas ganas de correr pitado escaleras abajo como en las caricaturas.

Y así me siento de tener a Luka Greisnar al lado.

Su sonrisa es de genuina sorpresa, incluso sus ojos se abren mucho elevando sus cejas y frunciendo la frente; la mía, por otro lado, la imagino forzada, de dientes apretados y una mueca de que quiero hacerle un reclamo enorme a Diosito en los cielos por esta situación.

La puerta del elevador se abre nada más mencionar su nombre y Francis baja primero, volteando a mirarme y poniendo su mano en la puerta automática para impedir que se cierre. Lo siguiente a mi sonrisa contrariada, es mi reacción de salir de ese cuadrado espacio esperando ilusamente que Luka diga "bueno, suerte, jaja" y siga su recorrido en el elevador.

Obviamente no es así, sino que se baja con nosotros. Parpadeo muchas veces en unos segundos cuestionándome lo que debo hacer a continuación, pero es Luka quien lo decide al seguir hablando:

—¿Qué haces acá?

—Emmm... me hospedo.

Veo cómo Francis pule una sonrisa por lo bajo, casi burlándose. Aclara la garganta sin embargo y se dirige a mí:

—Señorita Carolina —Al menos me cambió el apellido por el nombre, aunque no saque el "señorita"—, su habitación está al final de este pasillo. —Señala a su derecha—. ¿Desea que le deje su maleta allí o...?

—No, no te preocupes, yo la llevo. Muchas gracias por la ayuda.

Asiente con diligencia y empieza a bajar por las escaleras junto al elevador.

Observo a Luka y esta vez la sonrisa me sale un poco menos forzada; pasado el trago de la sorpresa, viene el sentido propio de la amabilidad y el agrado de ver una cara conocida.

—¿Qué haces tú acá?

—También me hospedo —responde risueño—. Y en Allington, bueno, vine por un negocio, llegué ayer... no puedo creer que te encuentre acá.

—Ni yo.

No tengo idea de qué más decirle. No haberlo visto por tanto tiempo hace que la impresión de tenerlo en frente sea más grande todavía; está cambiadísimo, o al menos eso me parece. Su rostro, antes lampiño, ahora tiene una barba de tres días bien cuidada que le enmarca el mentón y el contorno de la boca, luce más ancho de hombros de lo poco que alcanzo a recordar y su cabello está un punto más oscuro, aunque puede ser que lo vea así debido a la poca luz. Luce más adulto. Parece que acaba de tomar una ducha pues sus cabellos están húmedos y su cara fresca... lo que me recuerda que yo debo verme terrible.

Cuando sus ojos y los míos se cruzan en medio de esta pausa incómoda, sonríe de lado, como si fuera para él sumamente afortunado el encontrarme acá; es la sonrisa que yo pondría si me ganara la lotería.

—¿Cómo has estado...? Dios, de todos los lugares y personas del mundo, jamás pensé encontrarme contigo en el otro lado del mundo de donde te conocí.

—El mundo es pequeñito, ya ves. —Y sí que lo es—. He estado bien, ¿qué tal tú?

—Bien, trabajando. ¿Qué es de tu vida?

—Recién me he graduado de la universidad —respondo más relajada—. Hace una semana, de hecho. Y ando en unas vacaciones, ya sabes...

—Felicidades. —Su sonrisa no ha flaqueado ni medio segundo y habla con emoción contenida. Creo que la sorpresa ha sido más positiva para él que para mí; me siento sumamente incómoda—. Creí que jamás te volvería a ver en la vida.

Y yo creí lo mismo, de hecho, lo esperaba. Tener que cruzarme de nuevo con un hombre como Luka sabiendo todo lo que significó para mí y todo lo que hizo en mi vida en el pasado, no es algo que alguna vez entró en mis fantasías de cosas que espero que me pasen.

Imagino fugazmente que de ser una conversación vía mensajes, este sería el momento de dejarlo en visto y apagar el celular porque no hay más qué decir, pero en persona no puedo mandarle emojis o stickers para salir del chat.

—Las vueltas de la vida —suelto una risita y mi vista baja hasta mi maleta—. Bueno, fue un gusto y...

—¿Te estás despidiendo ya? —murmura incrédulo. Pone sus brazos en jarra de forma cómica—. No te veo en ¿qué? ¿tres o cuatro años? Y casualmente estamos en el mismo pueblo y ¿me saludas dos minutos para despedirte?

No suena realmente a reproche, sino más a un reclamo indignado y bajo su tono hay un "no, no te vas a despedir y ya" burlón. Sería sumamente grosero mandarlo a volar sin motivo real, después de todo tuvimos una amistad que me cambió la vida y ya no soy una niña como para andar con rencores por cosas que hoy son insignificantes, como cuando dejé de hablarle a una compañerita a los ocho años porque me empujó al momento de recoger los dulces esparcidos en una piñata.

—Cinco años. —Es todo lo que atino a decir—. De hecho, en unos meses serán cinco años exactos.

—Más peso entonces para negarme a que solo me dediques dos minutos.

—¿Te parecen cinco? Uno por cada año.

Cambia la posición de sus brazos para cruzarlos sobre su pecho y soltar una carcajada por lo bajo, que de paso, me hace reír también.

—¿Tu agenda es demasiado ocupada como para darme más de cinco minutos?

—Puede que sí.

—Dime entonces dónde pido cita para verte un buen rato.

Más adulto o no, su manera de nunca quedarse sin una buena respuesta no ha cambiado y sí, hay que admitirlo, mi forma de hallarle gracia a sus cosas, tampoco. Su carisma al parecer es atemporal.

—La verdad estoy cansada y...

—Y hambrienta, yo escuché, no me lo puedes negar. Vamos a comer algo, a eso iba cuando tomé el elevador. —Mi gesto se tuerce hacia un lado, con los labios apretados y buscando dentro de mi atolondrada cabeza otro argumento—. A ver, dime un buen motivo para no ir.

—Dame un minuto, estoy buscando una buena excusa —bromeo, estirando los labios en gesto pensativo. Termino riéndome pero al no hallar nada en mi mente que no sea "porque me siento conmocionada por el momento", decido aceptar... a medias, e intento imprimirle un tono despreocupado y burlón a mis palabras—. Hagamos algo, te agendo cita para mañana; el día de hoy ya lo tengo copado.

—¿Es en serio? —replica, negando con la cabeza divertido.

—Sí. Vengo viajando desde las once de la mañana y estoy exhausta, no quiero ni siquiera caminar de acá hasta allá. —Señalo el pasillo derecho.

—¿Y qué vas a comer?

—Francis me dijo que hay neverita en la habitación, con eso me apaño mientras mañana. Quiero ducharme y dormir. Si me veo como me siento, debo lucir horrible, así que sabes que no es una excusa, de verdad estoy cansada.

—Pues si soy sincero, no te ves mal —concede—. Pero entiendo el cansancio de muchas horas de viaje. Bien, acepto. Pero no me vas a sacar excusas mañana —advierte. Le sonrío.

—Uno nunca sabe qué puede pasar de acá a mañana. —Abre la boca pero al mirarme a los ojos, se arrepiente de lo que iba a decir y niega con la cabeza—. ¿Qué?

—Te iba a decir "entonces vivamos el ahora", pero estás cansada y sería insensible de mi parte seguir insistiendo.

—Ni que fueras muy sensible realmente.

Mi boca dice lo primero que se me viene a la mente, pero esa simple frase crea un poco de tensión en el aire que nos envuelva. El encuentro se torna incómodo de nuevo pero por algún motivo no me siento arrepentida sino que me causa gracia.

—"Desconsiderado" puede que suene más acorde entonces.

—Sí, supongo.

—Entonces mañana te veo, ¿sí? Y no, no te doy minutos para más excusas.

—Vale.

—Tengo una reunión en la mañana, pero puede alargarse un poco.

—Y hablando de excusas —articulo.

—Sin embargo —continúa, omitiendo lo que dije—, estoy seguro que a eso de las cinco estoy libre. Podemos ir por un café o lo que quieras.

—Sí, me parece.

Luka llama el elevador oprimiendo el botón y me quedo observándolo. Siento surrealista el hecho de tenerlo acá en frente. Cuando la puerta se abre y él ingresa, me inclino para tomar mi maleta y esperar a que se pierda de vista pero noto que pone su mano en el lateral del marco cuando va a cerrar y se queda un rato de espaldas; le toman varios segundos voltearse y al hacerlo me mira fijamente, con el primer gesto de seriedad que me ha dedicado en estos minutos.

—Oye.

—Dime.

—Me ha alegrado mucho encontrarte acá, pero saliendo de las bromas, no es obligatorio que quieras verme mañana. No necesitas excusas, puedes solo decirme que no.

Ha recargado el peso de su cuerpo en la tarea de no dejar que la puerta se cierre. Bajo la bombilla de la parte interna del elevador, que le da justo en la cara, se alcanza a distinguir más la miel de sus ojos, tono que no ha cambiado con el tiempo.

Mi mente relaciona su repentina cautela con el motivo de nuestro distanciamiento en el pasado, supongo que de repente le ha entrado en la mente la certeza de que le sigo guardando algún tipo de rencor. Si bien no puedo decirme a mí misma que no tengo reserva alguna con él porque mi cuerpo ha reaccionado con incomodidad en su presencia, tampoco puedo decir que me molesta este giro de nuestros caminos que nos llevaron al mismo hotel en el mismo pueblo y al mismo elevador.

Hace unos minutos buscaba la excusa para decir que no, pero ahora que me ha dado la opción sin trabas me doy cuenta de que siento curiosidad de saber qué ha sido de él y que aunque quiera, no puedo ignorar la casualidad de uno en un millón que nos envuelve.

—Mañana a las cinco te veo en recepción.

Su sonrisa blanca y amplia es la única respuesta que obtengo antes de quedarme sola en el pasillo.

Sonriendo, y sintiendo con más fuerza el peso del cansancio y el vacío de mi estómago, camino hacia la habitación 502 mentalizando que después de todo, mi día no terminó tan mal.

Cuando abro los ojos y vislumbro que el sol está inundando la habitación pese a que la pequeña cortina está cerrada, me digo que mi plan de irme de turista desde temprano se ha ido al carajo; y lo confirmo cuando miro en mi teléfono la hora y veo que son más de las once. Ni de vacaciones dejo de querer dormir tanto.

No estoy cubierta con ninguna cobija pues el calor propio del pueblo me es suficiente, y aunque siento la piel pegajosa por el sudor —pese a que anoche al llegar me duché—, quisiera no levantarme. Es delicioso amanecer en una habitación de hotel, sola y en clima cálido.

La cama que me han dado es enorme, caben unas cuatro personas acá y por eso puedo explayarme de lado a lado y en cualquier dirección y sigue siendo cómoda. Me muevo para quedar con la cabeza en los pies de la cama, solo buscando el lado más frío del colchón. Estoy boca abajo, con los ojos apenas abiertos y con la cara dirigida a la puerta a solo unos metros. El silencio es hipnotizante; en la ciudad, por más que esté en un hotel, hay ruido de bocinas, parlantes, gritos, silbatos de policía y hasta de televisores transmitiendo las noticias matutinas o novelas dramáticas, mas aquí parece que todo ha enmudecido y solo se oyen algunos cánticos de aves afuera y algunas voces gentiles de los pueblerinos. Suspiro en medio de una sonrisa sin abrir los ojos.

Esta es la primera vez no solo que viajo sola en avión, sino que viajo sola en general y aunque una partecita muy interna me tenía algo temerosa siquiera de llegar al aeropuerto sin que algo malo pasara, debo admitir que es grandioso. Sumando el hecho de que puedo levantarme a la hora que quiera, que no debo correr porque tenga clases, que puedo ir o venir sin horario, que puedo comer lo que me dé la gana con calma y que tengo esta enorme cama exclusiva para mí, hace que no quería irme nunca y eso que llevo menos de veinticuatro horas instalada.

Con la vista bailando arriba y abajo de lo que alcanzo a ver por la rendija de mis párpados, un papel junto a la puerta llama mi atención. No me he colocado mis lentes de contacto por lo que luce algo borroso, pero sé que es una hoja blanca y eso porque resalta en el piso amaderado oscuro.

Me levanto a recogerla pensando que es mío y lo acerco mucho a mi cara para alcanzar a leer. Es una nota. Y no es mía.

Me habría encantado desayunar contigo, pero me conformo con un café en la tarde (Y sí, te dejo la nota para que no lo olvides, te veías cansada anoche y puede que ni te acuerdes).

Luka.

La sonrisa de placer que he tenido desde que desperté hace unos minutos se borra. Juro por lo más sagrado que pensé que anoche había soñado con Luka, pero no. Realmente lo vi. Cuando llegué a mi habitación, el mismo cansancio hizo que me olvidara de absolutamente todo de puerta para afuera, solo me duché, comí lo que hallé disponible —un paquete de frituras, uno de galletas y una coca-cola, bien saludable, sí señor—y caí en la cama como si estuviera dopada.

Desperté a mitad de la noche, bueno, semi-desperté, porque solo fueron un par de minutos cuando cambié de posición y pensé en Luka; mi pensamiento instantáneo era que tal vez estaba soñando con él —cosa que no puedo corroborar nunca al cien por ciento porque no recuerdo mucho de mis sueños—, pero lo dejé pasar y seguí durmiendo, por eso la nota me cae como balde de agua fría, haciendo que la garganta se me seque.

Por Dios, Luka Greisnar realmente se está hospedando en el mismo hotel que yo.

Cierro los ojos buscando el episodio de anoche al verlo y apenas consigo retazos. Estaba en el elevador y me invitó a cenar y dije que no... luego que sí, pero que mañana, o sea hoy. ¿Le dije algo de que solo nos viéramos cinco minutos?

Me siento en el filo de la cama y mis ojos se pierden viendo las motas de polvo que el sol directo hace visibles flotando en el aire; entro en un pequeño túnel mental recordando pedacitos del Luka de hace media década y del tiempo en que compartimos amistad.

Luka Greisnar marcó un punto aparte muy importante en mi vida, pero es tan lejano que a veces, cuando a mi mente se le ha ocurrido traerlo al pensamiento, parece que esa historia pertenece a otra persona, a una anécdota que me contaron y no una que viví.

Dándole un poco de lógica a la nota que tengo en las manos, concluyo que no es posible habérmelo imaginado o seguir dormida, que pese a su rostro más maduro y a su vestir más formal, es el mismo que me enamoró tanto tiempo atrás.

Los pedazos de recuerdos que lo incluyen algunos son malos, otros buenos, pero pensándolo ahora, me dejan la certeza de que pese al tiempo, mi mente ha conservado bien su imagen, lo suficiente para compararla con la que vi ayer y notar las diferencias.

Estando sumamente ensimismada en mi cabeza, el tono de mi celular me da un susto espantoso, haciendo que bote la nota al suelo y el corazón se me acelere. No tardo en contestar y me escucho a mí misma con la voz ronca y lejana, propia de cuando recién me levanto. Carraspeo y saludo de nuevo.

Já, no me digas que estás durmiendo —Escucho la risa nítida de Santiago del otro lado—. Es casi mediodía allá.

Estaba muy cansada —me excuso—. Y no imaginas la comodidad de esta cama. ¿Cómo amanecen?

Con frío. —Suelta un pequeño gruñido de fastidio—. Llovió toda la santa noche y sigue lloviznando. El sol se ha ido de vacaciones contigo.

—Pues suena posible, porque acá me estoy asando en calor sabroso.

Presumida. ¿Cómo te fue ayer con la habitación? Iba a llamar en la noche pero asumí que estabas dormida porque no te habías conectado más.

—Me la dieron como a las seis o siete. No me embriagué, punto para mí. Pero sí me acosté temprano.

Cuando el siguiente punto a mencionar es un "oye, no vas a creer a quién me encontré", mi voz se pierde. No hallo el motivo de inmediato, pero siento incorrecto decirle a Santi que me he visto por casualidades de la vida a Luka (ya que él sabe perfectamente quién es). Voy a culpar al calor, sí, eso es. Más tarde se lo diré, igual no es algo sumamente importante.

¿Y cuál es tu plan hoy?

Por ahora, acabar de levantarme. Luego saldré a comer algo y le diré al recepcionista que me recomiende algún lugar para ir a conocer.

¿Cuándo irás a Santa Lucía?

El viernes. Según sé, es al otro lado del pueblo pero entre semana la abren por poco tiempo. En cambio el viernes está abierta todo el día y hay misa a las seis de la tarde, iré a esa.

Bueno, Carito, me alegra que estés bien. Diviértete mucho por ahí y cuídate.

Siempre lo hago. ¿Y Rose?

Ya está en la escuela. Te extraña. Anoche me dijo que yo no leo el cuento como tú.

—Leer cuentos es un don y no lo tienes.

Ese tipo de dones deberían venir incluidos con la paternidad.

Río por lo bajo. Rose se ha convertido, además de en la princesa de papá, en la mía. La amo tanto como si la hubiera visto nacer y por eso intento siempre consentirla cuando estamos juntas. Está en la edad en la que empieza a ser consciente de cómo es su vida y comienza a aceptar el hecho de que no tiene mamá y aunque no espero ser un reemplazo para ella, sí quiero que no se sienta sola porque sea como sea, todos necesitan una figura maternal cuando son niños. Santi es un sol como padre, pero sigue sin ser una mamá.

—Sí, deberían. Ojalá fuera posible.

Sí, permítame un momento —escucho que dice a alguien. Seguro está trabajando—. Carito, hablamos más tarde. Sin Maleen acá me hago un ocho con el trabajo.

Dale, Santi. Ten buen día.

Cuando la llamada se corta, dejo el teléfono sobre la cama y miro sobre la pequeña mesita cajonera donde dejé anoche todos los accesorios que me quité, incluyendo la cadena de la que cuelga mi anillo de compromiso; tuve que quitarla de mi mano porque en clima cálido los dedos se me hinchan un poco y ya no me queda.

Me siento terriblemente mal de no haberle dicho que vi a Luka, pero no comprendo por qué, mi teoría más fuerte es que no quiero preocuparlo ni distraerlo y creo que incluso en nuestra situación, saber que tu futura esposa se ha encontrado con su primer amor en un pueblo lejano es bastante distracción y puede afectar su trabajo. Le diré mañana sin falta, ¿o más tarde hoy?; no le he ocultado nada desde que lo conozco y no quiero hacerlo ahora.

Mi lista de amores entre Luka y Santi no es muy extensa como para decir que las experiencias me hicieron distinguir entre un tipo de amor a otro pero sí tengo la seguridad de que Luka fue el que más fuerte pegó, fue de esos que revuelven la vida de tal manera que dejan una resaca eterna en el contorno del alma.

Pero es el pasado y mi presente dista mucho de incluir algún sentimiento romántico por un fantasma como él, además, afortunadamente, la memoria es un poco selectiva y preferente al bienestar propio, así que del mismo modo en que recuerdo lo bueno que él hizo por mí, recuerdo con nitidez lo desagradable que atravesé antes de irme de su lado y los meses que transcurrieron después.

Le había dicho el día en que me fui que el tiempo y la distancia acaban con todo y para mí decírselo fue sencillo pues sonaba fácil de cumplir; cuando iba con Theo en ese auto que me llevaría lejos de la ciudad donde lo conocí, me repetí que iba a estar bien, y que en cuestión de semanas iba a olvidar todo lo que llevara su nombre, pensando ilusamente que un amor tan breve y sin florecer no podía repercutir tanto.

Vaya que me equivoqué con eso.

Necesité más que un par de kilómetros, varios llantos y algunos meses para dejar nuestra historia sin inicio en un lugarcito del corazón donde ya no molestara. Tontamente esperé por meses que llegara tal vez a buscarme y que halláramos entre los dos la manera de estar juntos aún cuando sabía que eso sería malo para mí, mas nunca pasó. Quise olvidarlo y no pude por más que lo intenté, pero sí fue posible superarlo y avanzar.

Conocí mucha gente, salí con varias personas, tuve citas con un par de chicos, antes de Santi tuve dos novios, Theo me acompañó a fiestas, me consoló y me hizo recuperar la viveza de mi carácter, me devolvió a la Cinthya que veía colores en una pared blanca y maravillas en un cielo oscuro, dejando así la del corazón roto atrás.

Con el paso de los meses me fui resignando a no saber nada de Luka hasta que esa resignación dio paso a la tranquilidad y por ende, estaba completamente segura de que jamás lo vería de nuevo, y así hubiera pensado que era posible reencontrarlo, no hubiera imaginado que sería en Allington y estando lejos de Theo para que me aconseje o me regañe por haberle dicho que sí nos podemos ver hoy.

Un par de años después y gracias en parte a Theo, conocí a Santi y él junto a Rose fueron la adición más bendecida a mi vida. Ya al tomar confianza le conté a Santi de Luka y si acaso me quedaba alguna grieta por ese episodio, fue sanada con prontitud y todo tomó buen rumbo.

Me levanto de la cama y me estiro para empezar el día —el mediodía que me queda—con entusiasmo. No voy a permitir que algo tan insignificante como una casualidad me dañe ni las vacaciones ni la armonía de mi vida.

Tomo la nota de Luka y la dejo sobre la mesita de noche; me alegra saber que no me es tan importante pensar en él y que aún sabiendo que lo veré en unas horas, no siento nervios ni incomodidad alguna, es más, quiero pensar que puede ser bueno y una buena anécdota para cuando vuelva a mi vida normal lejos de él. 

Solo lo hemos visto por medio capítulo, pero preguntaré esto acá y luego más adelante:

¿Cómo van las apuestas?  Deja un comentario en donde dejes la tuya:

Luka ha cambiado ►

Sigue siendo el mismo ►

♥ Los leemos ♥

Recuerda dejar tu estrellita en pro de la constelación que estoy formando

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