Las duchas terminaron a las 22:00. Yo observaba el ir y venir de la gente desde un rincón, esperando ver por fin a alguno de mis amigos. Me apoyé de lado contra la pared cruzándome de brazos y sin dejar de seguir a la gente con la mirada.
Las 22:20 y seguía sin ver a ninguno. Empezaba a preocuparme cuando de repente alguien me llamó con un suave golpe en el hombro. Me giré y vi a Miguel.
- ¡Estás aquí! -me dijo.
- ¿Dónde están todos? -pregunté un poco molesto.
-Te esperábamos en el comedor, pero como no venías me ha tocado venir a buscarte. -respondió encogiéndose de hombros-. Vamos.
Suspiré y le seguí a través del polideportivo "podrían haberme avisado" -pensé, pero no dije nada-. Llegamos hasta la puerta que daba a un oscuro pasillo al aire libre y la sujeté para que Miguel entrara primero. Hacía frío -era un pasillo con techo descubierto- y no veíamos nada, sólo se distinguía una pequeña luz proveniente del comedor, que se veía a través de la puerta de cristal. Aceleramos el paso y entramos a través de la puerta de cristal, dirigiéndonos rápidamente hacia el comedor.
Era agradable entrar en un espacio caliente y bien iluminado. Había poca gente esparcida por las mesas del comedor, en pequeños grupos de amigos.
- Allí -Miguel señaló una mesa al fondo del comedor donde Mario, Manuel, Andrea y Celia conversaban animadamente.
Atravesé con grandes zancadas el comedor y me senté junto a Mario. Justo detrás de mí venía Miguel para sentarse a mi lado. Esperamos hasta que el comedor estuvo lleno de gente para sacar la comida. O lo habría hecho de haberla tenido.
- He olvidado la comida en la mochila, ahora vuelvo -me levanté y salí del comedor.
Estaba oscuro. Busqué a tientas el interruptor de la luz y la encendí. No había nadie, así que salí al pasillo rápidamente, antes de que me vieran saliendo sin permiso. Corrí de una puerta a otra y me dirigí hacia donde había dejado mi mochila.
Saqué con cuidado mi comida y volví a cerrar la mochila. Iba ya a abrir la puerta cuando decidí coger una linterna, por si acaso. Regresé y la cogí, guardándola en el bolsillo de mi pantalón. Atravesé el pasillo lo más rápido que pude.
Justo cuando se cerró la puerta de cristal detrás de mí, volví a escuchar ese extraño ruido. Paré en seco, intentando averiguar la procedencia de aquel sonido. Empecé a andar hasta llegar a unas escaleras, el sonido venía de arriba.
No teníamos permiso para subir, pero yo quería saber qué era ese sonido. Subí escalón a escalón, agudizando el oído, y llegué al último peldaño. Una verja de hierro me cerraba el paso. El ruido cesó y asomé la cabeza, pero no había nadie.
Extrañado, empecé a bajar las escaleras. Cuando llegué abajo estaba todo oscuro de nuevo. Busqué el interruptor y le di, pero no sucedió nada. Recordé que llevaba la linterna encima y la saqué del bolsillo. La encendí y de repente algo me empujó, haciéndome caer al suelo y alejando la linterna de mí.
- ¿Quién hay ahí? -pregunté, levantándome del suelo y recogiendo la comida y la linterna.
La luz se encendió de golpe y me encontré de cara con Celia. Sorprendido, me alejé rápidamente de ella.
- ¡Celia! -grité- ¿Se puede saber por qué me empujas?
- ¿Qué dices? -contestó, frunciendo el ceño.
- Me acabas de tirar al suelo de un empujón -Repliqué, enfadado.
- Te digo que no he sido yo -negó ella-. Habrás resbalado -Se encogió de hombros-. Yo no..
- Lo que tú digas... -corté, y me encaminé hacia el comedor con Celia pisándome los talones.
Entré al comedor, airado. Me senté junto a Mario de nuevo y puse mi comida sobre la mesa. Celia se sentó frente a mí, mirándome aún con el ceño fruncido.
- Que aproveche -dije, intentando olvidar el tema, y comencé a comer.
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