Capitulo 29
— ¿Tú qué sabes, niño? Todos deben santificarse con agua bendita antes de que el demonio quiera poseer tu cuerpo.
Nahuel no se inmuto ante sus palabras. Él estaba claramente acostumbrado a estos tratos. Pero yo no.
Me acerque dos pasos, totalmente decidida a poner a esa señora en su lugar, pero el movimiento atrajo su mirada a mi silueta.
— ¿Ahora la gente de servicio no usa uniforme? —espeto con un deje desagradable en su voz—. Tendré que tener una conversación urgente con tu madre.
— Abuela, ella no es...
— ¿Qué haces ahí parada? Tráeme un vaso de agua, estoy sedienta.
Una batalla se libró en mi interior. De esas que los dos lados te empujan a actuar, o a quedarte callada. Pero yo tuve tanto de eso en mi vida, del menosprecio, de ser tratada como una persona inservible. Y conté mentalmente hasta cinco, porque Nahuel no me dejo llegar hasta el diez.
— Ella no te va a traer nada, es mi invitada —espetó, con furia. Una furia contenida por tantos años de abuso. Una furia que no pudo liberar al ser tan niño.
La señora dejo de prestarnos atención, como si no fuéramos relevantes para ni siquiera echarnos un segundo vistazo, y se dirigió expresamente a su otro nieto, que intentaba llevarla a otro sitio de la casa.
Nahuel de inmediato me agarro del brazo y me condujo sin mirar atrás a una puerta que conectaba con el comedor.
— Perdón... esto no es... si quieres, nos vamos ahora —imploro, con sus manos en mi rostro.
— No. Lo puedo soportar. Sólo... no te preocupes, no me afecta en nada sus palabras.
— Eres tan increíble, Florencia. La mejor amiga que no merezco.
— ¿Como qué tu amiga? ¿Que no era tu novia? —bromeo, para hacerlo sonreír, pero él no lo hace. Suelta mi cara, y me mira sorprendido.
— ¿Qué?
— Eso dijiste anoche, en tus delirios de borracho. —simule estupefacción, y puedo ver como sus mejillas se tornan rojas—. Claro que no lo recuerdas.
— No... yo no... —balbucea, quitándose la gorra y despeinando sus cabellos.
— Es una broma, bobo —inquiero, golpeando su brazo—. Ya a estas alturas de nuestra relación, deberías conocerme.
— ¿Re... relación?
— Es una forma de decir, no te emociones —observo a mi alrededor para no reírme en su cara—. Ademas que tendrás que pedírmelo formalmente si llegamos a eso, amorcito.
Él suspira de alivio, pero al escuchar el mote cariñoso que usé se refriega la cara y sonríe de lado.
— Hay veces que no se si tengo que tomar en serio lo que me dices, o si estas bromeando.
Alzo mis hombros, solamente para confundirlo un poquito más. Que saque sus propias conclusiones.
— Vamos, quiero presentarte a mi padre.
...
El lugar donde el señor Acosta vigilaba el asado en la parrilla, era tan espectacular, que lo primero que pensé fue que quería tener un quincho* así en el futuro.
El quincho estaba situado en el fondo del extenso patio, donde varios juegos de niños y una pelota olvidada era lo único que permanecía en el cuidado césped. Asumo que cuando cortaban el pasto, solo corrían aquella pelota cuando les estorbaba, pero nunca la guardaban.
El quincho estaba protegido por un techo de madera gruesa, la parrilla inmensa en un extremo, y en el otro, sillones de mimbre que se veían tan cómodos, que quise acostarme a dormir allí.
Era desde uno de esos sillones que Estela nos hacia señas para acercarnos. Con ella se encontraba Liliana, y el desagradable ángel mayor. Y ninguna señal de la viej... de la señora "Ave Maria Purisima". Eso me hizo caminar con más entusiasmo hacia ellos.
El aroma de la carne asada inundo mis fosas nasales, y quise babear ahí mismo.
— ¡Florencia! —exclama Lili, y corre a nuestro encuentro antes de siquiera poner un pie en el quincho. Me abraza tan efusivamente que no puedo responderle de la misma manera.— ¡Que bueno que decidiste acompañarnos! Y tú... —agrega, extendiendo su mano para atraer a Nahuel, aprisionando nuestros cuerpos en sus brazos— Nahuelcito, me alegra que estés en casa, por fin.
— Hija, por favor, suelta a la chica. La estas asfixiando —el hombre que vislumbre sobre el hombro de Liliana se acercaba a nosotros.
Cuando al fin fui liberada, lo primero que hice fue retroceder. El padre de Nahuel se me hizo la persona más inmensa que había conocido en mi vida. No por la altura imponente, sino por su afable rostro.
El ángel mayor era una copia exacta de su padre, sólo que éste tenia una abundante barba platinada surcando la mitad de su rostro. Sus ojos cubiertos por unos lentes oscuros, muy parecidos al diseño que usaba Nahuel. A pesar de la anchura de su torso, una barriguita sobresalía de su anatomía, de esas que la mayoría de hombres obtienen gracias a la bebida.
Después de un corto abrazo con su hijo, y unas palabras murmuradas que no alcance a escuchar, el gran hombre fija su atención en mi. Entonces caigo en la cuenta de todo lo que representa este encuentro. Nahuel me estaba presentando a su familia, me estaba otorgando esa confianza que estoy segura no se la dio a nadie. Y los nervios se hicieron presentes. Quería agradarles, aunque sea a los que me recibían bien, quería gustarles, sea donde sea que nos lleve esto que tenemos.
— Pa, ella es Florencia. Flor, te presento a mi papá —dice Nahuel, sonriendo tan plácidamente, que quiero derretirme de amor al notar la ternura con la que dijo mi nombre.
— Señor Acosta, un... un gusto conocerlo —le digo, extendiendo mi mano, porque en realidad no sabia como saludarlo. Intentar darle un beso en la mejilla me dejaría abochornada si el señor no saludaba de esa manera a los desconocidos.
— Por favor, dime Raúl, no me hagas sentir más viejo de lo que ya soy —exclama, despojándose de sus lentes. Unos ojos asombrosamente azules, tan profundos como el color índigo me devolvían la mirada. Raúl se inclina para saludarme en la mejilla—. Me han hablado tanto de ti, cosas buenas, por supuesto.
Entonces mi nerviosismo sale a flote con lo que suelto a continuación.
— No se qué pudo haber escuchado, señor... em... digo, Raúl. Hace poco que conozco a su familia, y tan solo unos meses no pueden ser tiempo suficiente para que Nahuel le haya hablado de mi. ¿Cómo es eso posible? No creo ser tan importante, de todas formas. Seguramente su hijo tiene cosas más interesantes para hablar con su padre... —suelto una risita nerviosa, y observo el suelo ante la estupidez que acabo de decir.
De repente, unas carcajadas sonoras se escuchan que me hacen levantar la vista. Estela, Raúl, Liliana, hasta el desagradable ángel mayor reían a mi costa.
— Bueno, tienes un encanto que no se puede negar, Florencia. Pero siéntate, no te quedes ahí parada. El almuerzo estará en unos minutos. —Dice Raúl, alejándose hacia la parrilla.
Nahuel me sostiene del codo, y me lleva hacia los sillones de mimbre, donde todavía intentaban ahogar sus carcajadas. Y ese fue el momento exacto en que ya no me importo el daño que quisieron infligirme con sus burlas el resto de la familia de Nahuel. Porque en ese momento, los presentes parecían tan contentos de ver a mi vecino con ellos, que solo disfrute de sus sonrisas, por el tiempo que duraran.
Y duro realmente poco. Fue en la mesa donde me di cuenta que a pesar de los intentos por parte de Estela de aligerar el ambiente con charlas amenas sobre el clima, los cotilleos de la farándula, el resultado de los exámenes de las gemelas, nada podía hacerse con la actitud cizañera de la abuela de Nahuel.
Era una víbora. Malena parecería un débil conejito al lado de esa anciana. Todo lo que se comentaba, era una pulla directa hacia Nahuel, hacia sus motivos por abandonar el hogar, hacia su elección de vestimenta. Y, cuando tratábamos de ignorarla, sus sermones no faltaban. Qué la tradición de la familia esto, qué la mayoría de personas con piel morena tenían antecedentes criminales, que eran vulgares, qué la iglesia, que su agua bendita...
En reiteradas ocasiones, Estela le pedía cambiar de tema, pero la vieja hacia oídos sordos, y continuaba con su discurso. Raúl demostraba tranquilidad en su semblante, pero en sus manos se reflejaba la ira que sentía, apretaba tan fuerte los cubiertos que sus nudillos estaban blancos, y su piel roja.
Al observarlos con más atención, pude descifrar las miradas que se daban los padres de Nahuel. Estela pidiendo perdón, Raúl regañándola por no actuar y echar a patadas a su madre.
Nahuel apenas probaba bocado, y cada vez que la detestable anciana ponía su foco de atención en discriminar a los morenos, murmuraba un "vieja de mierda" que claramente era escuchado por todos los presentes, pero la señora hacia caso omiso de sus palabras.
Gaston engullía su comida como si no hubiera un mañana. Las gemelas adulaban tanto a su abuela que me daba asco escucharlas. Matias y Liliana jugaban con la carne cortada que había en sus platos. El entusiasmo por el cumpleaños de su madre se reflejaba en sus caras. Por culpa de esa señora picuda, ellos estaban desanimados.
— Disfruta la comida —dije en un murmullo, acercándome a Nahuel—. Esta riquísima, haz de cuenta que estamos solos tú y yo.
Mi vecino lo intenta, pero un estallido provocado por un tenedor contra un plato nos hace pegar un salto en nuestro asiento.
— Disculpa, niña, ¿qué acabas de decir? Dilo fuerte, así te escuchamos todos —escupe la abuela, mirándome con odio.
Me tomó mi tiempo para hablar, limpiando la comisura de mis labios con la servilleta de lino que descansaba en mi regazo (costumbres de gente ricachona), alcance el vaso de agua que tenia enfrente mio, sorbiendo dos traguitos, pausando por un breve momento antes de devolverlo a su lugar.
— La disculpo, señora. Y lo qué le haya dicho a Nahuel no le concierne —pronuncie con toda la zalamería que me fue posible emplear.
— Niñita arrogante, ¿esas son maneras de hablarle a una persona mayor? Discúlpate. —suelta demandante, y golpea una vez más el plato con su tenedor.
— Ella fue muy educada, suegra —interviene Raúl—. Y tiene razón, ella es la invitada especial de Nahuel, así que te pido que no...
— ¿Invitada especial de Nahuel? —se jacta, interrumpiendo a su yerno—. Sólo esa criatura del infierno podía traer a esta familia una muchacha tan vulgar.
— ¡Abuela! —exclaman Matias y Liliana al unisono.
— ¡Es suficiente! —suelta con enojo Raúl.
— ¿Cuánto más vamos a soportar la misma mierda de esta familia? —añade Gaston, soltando sus cubiertos, que caen al suelo.
— Mamá, te pido, por favor que te retires de mi casa, no voy a permitir que...
— ¡Nunca en tu miserable vida vuelvas a llamar vulgar a Florencia! —ese era Nahuel, que se había levantado también, enfrentando a su abuela.
Hablaron todos casi al mismo tiempo que no sabia a quien mirar primero.
La señora Ave Maria Purisima se sostiene de su bastón al incorporarse. Su vista va desde su hija, hasta su yerno, y se detiene en Nahuel.
— ¿En serio vas a elegir a este ser despreciable que a tu propia madre, Estela? —entonces saca su frasquito, y hace ademan de querer rociar a Nahuel con su agua santificada—. El demonio te esta manipulando.
— ¡No! ¡Ya basta! —elevo mi voz tanto, que mi garganta comienza a escocer. De la furia, de la rabia de no poder darle un pisotón a esa señora por todo lo que estaba causando.
— Te aconsejo, niña, que te alejes de él antes de que el demonio te consuma a ti también.
— Esto es... demasiado... demasiado estúpido —empiezo, y sé que voy a decir tantas cosas que la emoción del momento me lleva a pararme y hacer sentar a Nahuel en su asiento. Necesitaba que se calme de alguna manera. Entonces apoye una mano en su hombro, y los mire a todos. Porque todos eran culpables, cómplices de esa anciana y los daños que causaron en mi vampiro.— ¿De verdad creen que hay algo malo con Nahuel? ¿Sólo por sus ojos? ¿Cómo pueden creer que él tiene un demonio? ¿Acaso él ha sido un niño extraño o violento? Ustedes, y nadie más que ustedes son los villanos en esta historia. Su falta de inteligencia me sorprende, no puedo entender como se dejaron llevar por los argumentos de una anciana loca.
— Cuidado, mocosa...
— No me interrumpa, señora. Todavía no termine. —espete, escrutándola con la mirada. Ella hace una mueca desdeñosa, pero no dice nada más para mi sorpresa—. ¿Qué tiene de malo el color de ojos de Nahuel? Todos los presentes en esta mesa tienen unos ojos alucinantes. Para su información, sus iris son tan extraordinarios que sólo el 8 por ciento de la población lo tiene, y nosotros los de ojos marrones, les ganamos en numero, oh si. ¿Y van a condenarlo por algo de lo que él no tiene el control? Nahuel nació así, con esos hermosos, espectaculares y especiales ojos. ¿No pueden aceptarlo y superarlo? ¿Acaso no pueden ver lo espectacular que él es... la persona maravillosa qué es Nahuel?
Nadie respondió. Todos miraban sus platos, compungidos. Y unas lagrimas traicioneras se deslizaron por mis mejillas. No me gustaba llorar frente a personas ajenas a mi circulo de confianza. Pero la rabia del momento, el volcán erosionando hacia afuera todo lo que estaba acumulando desde el instante que pise esa casa, se manifestó de esta manera. De esta absurda y patética manera.
El sollozo que no pude contener hizo que todos me observaran, algunos con culpa, otros indignados.
— En mis... en mis 16 años de vida jamas me cruce con tanta gente... —dije, hipando, y ya no pude decir nada más.
— ¡¿16 años?! —exclama Raúl, horrorizado notoriamente—. ¿TU NOVIA TIENE 16 AÑOS, NAHUEL? ¿ACASO NO TE DAS CUENTA QUE ES MENOR DE EDAD?
— Creí que tenias la misma edad que mi hermano, Florencia —dice Liliana, y su expresión de tristeza se transforma a una de recelo.
— ¡ESTO ES EL COLMO! —espeta con fastidio Gaston— No sólo tuviste que romper con la tradición de la familia, también te metiste con una niña que puede traerte muchos problemas, idiota.
Gaston se retira del comedor, cerrando de un portazo la puerta.
— Ella no es mi novia —suelta Nahuel, tomando mi mano, y levantándose.
— No me dijiste eso en el mensaje, hijo —acota Estela, enseriando su mirada—. ¿Para qué la trajiste?
— La verdad, quería que conocieran a esta chica, que es tan importante en mi vida. Pero ya veo que hice mal. Ustedes no se merecen conocerla.
Entonces Nahuel me jala hacia la puerta de salida, pero me detengo, porque necesito decir unas ultimas palabras.
— Lo siento de verdad, por las molestias causadas. Parecían buenas personas, pero me equivoque, con todos. Me duele... demasiado que esto haya terminado así. No se en qué mundo ustedes piensan que viven con sus creencias retrógradas, pero hay mucho mas allá de este barrio, personas con diferentes tonos en su piel, y eso no les da el derecho de mirarlos altivos. Esto es... es una absoluta perdida de tiempo. No puedo abogar contra años de esta tradición que se auto impusieron. Pero sí puedo hacer esto. No perder más mi tiempo.
La anciana parece disfrutar de cómo terminaron las cosas. Los demás se miran entre ellos sin encontrar nada que decirme.
— No esperen que vuelva a regresar a esta casa, me demostraron que siguen siendo tan cerrados como cuando era niño, y ninguno saltó en mi defensa.
Nahuel me toma del brazo, y ambos salimos de ese lugar sin mirar atrás.
Estábamos caminando en silencio, sólo se escuchaban mis estúpidos sollozos que Nahuel intentaba calmar acariciando mi espalda. Al final de todo, aunque pensé que no me iba a afectar esta visita, fue todo lo contrario. No lloraba por las cosas dichas en mi contra, sino por darme cuenta con qué clase de personas tuvo que lidiar mi vecino durante casi toda su vida. Me sentía impotente, pues me hubiera gustado haberlo conocido antes, y de alguna manera salvarlo de todo ese sufrimiento.
Un auto se detiene enfrente de nosotros cuando estábamos por cruzar la calle. El vidrio de la ventanilla de copiloto desciende y vemos a una persona que no esperábamos cruzar en nuestro regreso.
— Suban.
— No, gracias, estamos bien —espeta Nahuel, y seguimos avanzando.
— Nahuel, no seas terco. Déjame que los lleve, llegaran más rápido. —el auto avanza y nos impide el paso otra vez—. Por favor.
Escuchar ese ultimo pedido hace que mi vecino se detenga. Y entonces me mira, y puedo descifrar, aunque tenga la cara cubierta, que esta permitiendo que yo decida si subimos o no. Me encojo de hombros como única respuesta.
— Esta bien, pero no quiero ninguna mierda de todo lo que se dijo en la casa —le advirtió, apuntando con su dedo indice hacia el conductor.
— Promesa de hermanos —inquiere, sonriendo.
Y así es como termine tragándome mis lagrimas para cuando estuviera sola en mi departamento poder descargarme sin tener testigos. Sin la mirada triste de Nahuel. Y sin la confusa presencia de un ángel mayor, que llego un poco tarde a nuestro rescate.
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Aquí la segunda parte prometida...
Antes de continuar con mis excusas y disculpas (se supone que esto debía actualizarlo ayer), esto es un Quincho* por si no sabían.
Un espacio construido especialmente para quienes aman hacer asados. Es lo que todo hombre Argentino sueña con tener, a menos que no te guste hacer asados. Jajaja. Si no tienes un lugar designado para poner una parrilla, fracasaste como Argentino jaja. Palabras mayores.
OK...
Quiero decirles que se me ocurrió algo interesante para la historia.
¿Qué les parece una dinámica de preguntas que quieran hacerles a los personajes de este libro? Yo les responderé como si fueran ellos quienes responden... Bueno, no se me ocurrió, lo vi por ahí, jaja.
Es una dinámica donde ustedes podrán aclarar alguna duda que tengan, y a mi me sirve como ejercicio para comprender un poco más a mis personajes. Se me ocurrió gracias a una amiga que me hizo las preguntas correctas, exactas que me dejaron pensando mucho en este libro y sus personajes. Me hizo entender a cada uno de manera diferente, de como los ven ustedes, lectores.
Bueno, les dejo esto para que vayan pensando si aceptan mi propuesta. Hasta la próxima semana. Y si estoy de buenas, quien dice, hasta capaz las sorprendo con un maratón... que no sera sorpresa, pero ya ustedes captaron la idea, jaja.
(03:34 a.m. temprano eh, que récord)
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Estos los hizo mi hermana Marianbtstae1 hace un tiempo, y me olvide de compartirlos:
Ahora sí, buenas noches.
;)
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