Capitulo 28
"Los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan" -Stephen King.
Nahuel estaba raro.
No raro como cuando lo conocí, que apenas me hablaba, y se me hacia la persona más misteriosa del universo. No raro como cuando empezó a interactuar conmigo y de repente perdía el interés. No raro cuando me confeso sus sentimientos, y me dejaba esas notas románticas en mi puerta.
Raro, en el sentido que su tez estaba más pálida de lo normal (como si eso fuera posible). Detrás de los lentes, sus ojeras oscuras tan pronunciadas, que fácilmente podría hacerse pasar por un marroquí, de esos que todavía delinean el contorno de sus ojos con khol. Cada paso que dábamos, parecía como si estuviera a punto de devolver el desayuno que había consumido unos minutos antes. Y quizás eso se debía principalmente a la resaca monumental que estaba padeciendo, aunque apostaría también al lugar donde nos dirigíamos.
Y ni hablar de su oscura vestimenta. Usualmente vestía de negro, pero esta vez lucia como si lo hubiera hecho a propósito. Debajo de su chaqueta negra llevaba un buzo con capucha, la cual cubría la gorra del mismo color. Pantalones negros, zapatillas negras, y una bufanda escondía la mitad de su rostro, así que técnicamente no se veía nada de él. Ni siquiera la nariz.
Ya eran pasadas las once cuando iniciamos el viaje de dos horas hasta la casa de sus padres. Él me explico, mientras caminábamos hasta la parada de colectivos, que teníamos dos opciones de viajar. Una era tomar un micro de larga distancia y caminar diez cuadras hasta llegar al barrio residencial donde vivía su familia. La otra, que nos ahorraba media hora de viaje si los transportes no tenían demoras, era tomar un colectivo hasta la terminal de trenes, de ahí eran siete paradas hasta llegar a la zona sur de Buenos Aires, y tomar otro colectivo que nos dejaba casi en las puertas de su antigua casa. Optamos por la segunda opción.
En el primer trayecto, el vehículo iba vacío, pudimos sentarnos. Yo intentaba sacar conversación, burlándome reiteradas veces de sus actos de ebriedad. Él no me respondía, pero al menos no se había puesto a leer algún libro o a escuchar música en sus audífonos.
Al llegar a la estación de trenes lo arrastre a una tienda donde vendían adornos de cerámica, ramos de flores, peluches, cositas hermosas para llevar de regalo.
— Esto nos cayo como anillo al dedo —le comento, admirando un llamador de ángeles con diseño de delfines. Era tan bello. Siempre quise tener uno.
— ¿Por qué? —pregunto la estatua que estaba detrás mio. Este chico era incorregible.
— ¿Me vas a decir que en tu mochila tienes un regalo para tu madre? —dije, señalando su espalda.
— No pensé en nada de eso. Prácticamente me siento secuestrado en estos momentos.
Lo golpee en su brazo, él solo se acaricio la parte golpeada, y la dueña de la tienda ya nos estaba mirando raro. Más bien, a Nahuel. Y supongo que es por su elección de vestimenta. ¿Siempre recibirá este tipo de miradas cuando ingresa a los locales?
En los altavoces de la terminal anunciaban el tren que teníamos que tomar, entonces me apresure a elegir un adorno que simulaba representar a una mujer rubia tocando el violín. Antes de que me lo envolvieran, obligue a Nahuel que eligiera un ramo de rosas para llevarle a su madre.
Cuando estaba por pagar, él no me lo permitió. Y no podía ponerme a discutir, ya que estábamos a dos minutos de perder el tren.
Corrimos hasta llegar al anden. En este transporte no tuvimos la misma suerte que el anterior. Estaba tan lleno, que casi no se podía respirar. Recibí codazos, pisadas, hasta una jalonada de pelo de parte de un niño que estaba detrás mio. Nahuel se sostenía de una agarradera que pendía del techo. Yo hice el intento, pero apenas las rozaba con las yemas de mis dedos. El tren se balanceaba tanto, que no me quedo otra opción que afirmarme en él. A Nahuel no parecía molestarle. Con la misma mano que sostenía el asa que no pude alcanzar, también tenia las rosas blancas. Y con la otra, me abrazo de la cintura para mantenerme cerca de su cuerpo y no caer.
Mi vecino empezó a hacer movimientos con su barbilla, para deslizar la bufanda hacia abajo, entonces decidí ayudarlo. Él no me miraba, su rostro estaba inclinado hacia la ventana que teníamos cerca.
— Quiero que sepas algo antes de llegar —murmuro, cuando las puertas del tren se abrieron para que las personas bajen, y otras suban. Tuve que apretarme aún más sobre su torso.
— Te escucho —respondí, absorbiendo el aroma que desprendía su campera. Es una cosa adictiva y psicótica esto de enamorarse... ¿Enamorarse? ¿De qué carajos hablas, Florencia Belen Flores?
— Es probable que... —se interrumpe para aclararse la garganta—. Es probable que yo me comporte de manera extraña en esa casa. No te sorprendas si de repente no te hablo. No es por ti. No hablo con nadie en absoluto cuando estoy ahí.
— Pero, al menos, deberás felicitar a tu madre...
— Lo se, sólo te advierto como soy cuando estoy con ellos.
Decidí no responderle.
Cuando llegamos a nuestra parada, esperamos a que la gente se bajara, no quería que las rosas se estropeen.
No tuvimos que caminar mucho hasta llegar al lugar donde una fila de personas esperaban el transporte publico.
Mire alrededor, y esta ciudad no se diferenciaba en nada a la capital. Locales de ropa, de comida, avenidas anchas, una plaza enorme cerca de la estación, vendedores ambulantes nigerianos que ofrecían relojes, anillos, y gafas de sol.
Gente, mucha gente por todas partes. Revise la hora de mi celular y marcaba casi la una de la tarde. Llegábamos tarde al almuerzo.
El ultimo colectivo que debíamos tomar demoro diez minutos en aparecer a nuestro lado. No iba tanta gente, pero no conseguimos sentarnos. Entonces caigo en la cuenta de que la mayoría de personas tenían un rasgo que las diferenciaba de los demás. Cabellos platinados. Niños, padres, abuelos. Nahuel estaba inquieto, acomodaba las correas de su mochila a cada segundo, pasaba las rosas de su mano derecha a la izquierda, movía sus pies como si estuviera incomodo.
Lo tome de su mano, intentando calmar sus ansias. Estábamos cerca, intuía que era por eso.
Por la ventana pude observar un enorme cartel interpuesto entre dos calles: "Bienvenidos al barrio SENDA INMACULADA". Y cuando nos adentramos en dicho barrio, pude notar porque tenia ese nombre. ¡Todos, absolutamente todos los que transitaban por las veredas eran albinos!
Algunos de pelo blanco, otros de cabello rubio unos tonos mas oscuros.
Todavía estaba impactada cuando bajamos del colectivo. Las casas que pasábamos en la corta caminata que tuvimos que hacer eran una más linda que la otra. Definitivamente era un barrio de gente acomodada.
Las personas que se cruzaban en nuestro camino nos miraban curiosos. Nadie se detuvo a saludar a Nahuel. Era un poco molesto, ya que se supone que estábamos recorriendo el lugar donde creció.
Nahuel se detuvo en una casa de paredes blancas y un jardín frontal lleno de diferentes flores. La casa era de dos pisos, una de las más grandes en la zona. Creí que teníamos que tocar el timbre, pero él abrió el portal de rejas negras sin dificultad. ¿Acaso el barrio era así de tranquilo que no aseguraban sus puertas?
Nahuel caminaba tan lento que daba ganas de empujarlo, pero me abstuve de hacerlo, manteniendo un paso atrás de él por si quería huir a ultimo momento.
Una vez estuvimos frente a la gran puerta de madera brillosa con un enorme vitral en el centro, él retrocedió dos pasos, casi chocándose conmigo.
— No puedo... —exclamo, respirando sonoramente.
— Nahuel, estoy aquí, contigo —susurre—. Inténtalo al menos. Y cuando decidas que quieres irte, te lo juro por mi abuela que saldremos tan rápido de esta casa que ni siquiera veran nuestra sombra.
Mi vecino se despojo de su bufanda y la enrollo en su brazo.
— Esta bien —dijo, y de su bolsillo saco unas llaves. Respiro hondo una, dos, tres veces hasta que abrió la puerta.
Una pequeña sala nos recibió del otro lado. Su única función eran las perchas con abrigos colgados a un lado, una mesita donde un periódico y correspondencia estaban ordenadas estrategicamente en ella. De solo verla, me dieron unas ganas absurdas de desordenarlas. La salita conectaba con un ancho pasillo, unas escaleras, puertas que estaban abiertas de donde provenían sonidos de gente conversando, y al final unas puertas dobles de vidrio que daban a un extenso patio.
Me sentía tan fuera de lugar. Hasta mi elección de lo mejor que encontré en mi guardarropa me hacia sentir ordinaria. Lo único que me faltaba es que la familia de Nahuel apareciera con vestidos ostentosos, abrigos de piel, o como sea que se vistan las personas de "la alta sociedad".
Nahuel dejo caer su mochila para quitarse la campera. Lo imite porque aquí adentro era bastante cálido.
— Disfruta tus últimos segundos de paz —advirtió con una mueca en sus labios que aparentaba ser una sonrisa. Pero sin convencerme.
Mi vecino acomodo nuestros abrigos en las perchas vacías, y luego libero su cabeza de la capucha. Suspiro por quinta vez en el día, y entrelazo nuestras manos. Se lo permití, porque estaba tan nerviosa como él.
Antes de llegar a la puerta de donde provenían las voces, fuimos interceptados por el ángel mayor. La sorpresa de vernos en el pasillo fue notoria. Nahuel se quedo estático en su lugar. Gaston se cruzo de brazos adoptando una expresión seria.
— Qué milagro —espeto con desdén.
— ¿Así saludas a tu hermano? —solté sin pensar. Entonces el gigante poso su vista en mi. Y no me gusto la media sonrisa que me dirigía. Me miro de arriba abajo, y estuve a punto de propinarle esa patada que le prometí cuando lo conocí.
— Déjalo, no importa —dijo Nahuel. Pero Gaston lo ignoro.
— Hola Rosita —exclamo en tono burlón.
— Soy Florencia.
— Me da igual.
Entonces se alejo de nosotros hacia las puertas de vidrio sin mirar atrás.
Estaba por decir algo desagradable de su persona, pero un grito me interrumpió.
— ¡Mi cielo!
Nahuel, sin soltar mi mano, nos acerco hacia el umbral de la puerta y ahí había unas cuantas personas. Pero quien más llamo mi atención fue la mujer rubia que corría a nuestro encuentro.
Era demasiado hermosa para ser real. Por las leves arrugas en el contorno de sus ojos, asumí que ella era su madre. Aunque podría hacerse pasar por una mujer en sus treinta y le creería.
Abrazo a Nahuel con lagrimas en sus ojos. Intente soltar su mano para darles espacio, pero él no me dejo. Entonces estaba en esta posición incomoda, observando como mi vecino era apretujado por su madre.
— Mi chiquito, mi pequeñín, no puedo creer que realmente estas aquí —decía con voz ronca. Quise reír, porque a pesar de que esa señora era más alta que yo, su pequeñín le sobrepasaba una cabeza.
Nahuel no le devolvió el abrazo, él tenia ambas manos ocupadas.
— Ma... emm... feliz cumpleaños.
Él susurraba. Y ella al fin lo soltó para besuquear sus mejillas.
Una pequeña risa salio de mi garganta, entonces ella se percato de mi presencia.
— Oh, Florencia ¿verdad? —pregunto, aunque la respuesta era obvia.
— Un gusto conocerla, señora, y gracias por invitarme a...
Un abrazo de su parte interrumpió mis palabras.
— Gracias, gracias por venir —entonces ella se alejo, y pude admirar sus bellos ojos azules—. Gracias por traerlo —susurro para que yo la escuche.
Verla desde tan poca distancia me hizo darme cuenta de cuán parecido era Nahuel con su madre. Misma nariz, mismos labios delineados perfectamente. La diferencia consistía en la piel. Sí, pálida, pero arrebolada en las mejillas como si se hubiera quemado por el sol.
— Feliz cumpleaños, señora Acosta —exclame, extendiendo el regalo que iba a comprarle, pero que al final Nahuel pago.
— Oh, no te hubieras molestado —dijo, rompiendo el papel como niña—. Y nada de señora Acosta, soy Estela.
Cuando descubrió el adorno se emociono de manera genuina, y corrió, literalmente corrió, a depositarlo en una repisa donde descansaban algunas fotografías.
Nahuel me soltó para ir donde estaba Estela, y le tendió las rosas. Entonces en ese momento me puse a observar a las demás personas que estaban sentadas en unos mullidos sillones blancos.
Ninguno se acerco a saludarnos. Los mire uno por uno sin bajar la mirada. No me iba a amedrentar por unas mocosos que no sabían de modales, aunque no fuera mi casa.
Me acerque a ellos.
— Buenos días —dije, lo suficientemente alto como para ser escuchada, incluso desde la cocina, donde sea que se encuentre.
— Oh, chicos —exclamo Estela, posicionándose a mi lado—. Ella es Florencia, una muy, muy amiga de su hermano.
Busque a Nahuel con la mirada, y él se encontraba apoyado en la pared cerca de la repisa. En algún momento del día tengo que ir a curiosear esas fotos. Nahuel estaba tan serio, ninguna mueca que me indicara nada en su rostro.
— Hola a todos —dije, de manera general, alzando mi mano en modo de saludo.
Ellos nos respondieron. Y Estela otra vez volvió a hablar para llenar las respuestas de los mal aprendidos de sus hijos.
— Ellas son Valentina y Vanesa —exclamo, señalando a dos niñas que eran idénticas. Cabello rubio platinado y ojos celestes. Ambas chiquillas tan hermosas como su madre. Y como Liliana. Me extraño no encontrarla, quizás ella sea la única decente de los hermanos.
— Y él es Matias, seguramente lo conociste la otra vez...
— Claro que me conoció —la corto el susodicho, y se levanto para dirigirse a nosotras—. Y claro que me recuerda, soy difícil de olvidar.
Antes de que pueda preverlo, antes de que pueda soltar la respuesta mordaz que tenia en mi garganta ante su tonto comentario, Matias me llevo al sillón donde antes estaba sentado.
Estela dijo algo como que iba a fijarse si el asado estaba listo, y se alejo hacia la puerta que hace minutos atrás habíamos cruzado.
De un momento a otro, Nahuel había abandonado el refugio de la pared, y se sentó en medio de Matias y yo, alejando a su hermano.
Matias rió por lo bajo, pero opto por sentarse en el mismo sofá donde estaban las gemelas, que no reparaban en nosotros, su atención estaba puesta en sus celulares. El ángel menor de anteojos de montura roja quedo enfrente mio, sonriendo tanto, que me pregunte si no le dolía la mandíbula por sonreír así.
— Así que, Florencia, ¿te gusta leer? —pregunto galantemente.
— ¿Por qué das por sentado eso? ¿Acaso me veo como alguien introvertida que se escabulle en la soledad de sus libros para escapar de la realidad? —espete de forma cortante, pues aún me parecía una burrada que estos individuos no hayan saludado a su hermano.
— Tranquila, petisa, sólo fue una pregunta —respondió, levantando sus hombros.
Iba a replicar, deseaba con todas mis ansias ponerlo en su lugar, más cuando puntualizo mi escasa estatura. Eso es algo que me molesta bastante.
— Sí, me gusta —dije solamente.
Nahuel estaba tan, tan callado, que otra vez sentí unas ganas irrefrenables de golpearlo. Pero el que avisa, no traiciona. Él ya me había advertido como era con su familia.
— ¿Y sólo lees en papel?
— No, en realidad hay una aplicación muy famosa que uso cuando tengo tiempo. Se llama Wattpad.
— Que coincidencia, yo escribo en Wattpad —exclamo Matias, inclinándose en su asiento. De esa manera se había acercado a mi rostro, y me miraba asombrado.
Nahuel tiro de mi, para alejarme de su hermano, pero en el estupor del momento no le di importancia.
— ¡No me jodas! —casi grite. Las gemelas me miraron raro por unos segundos, y sentí mis mejillas calentarse—. Lo siento... es que... debes decirme como es tu usuario.
— En otra ocasión —dice, desviando su vista al brazo de Nahuel, que todavía rodeaba mi cintura—. ¿Y tu? ¿No piensas saludar a tu familia?
Mi vecino se encoge de hombros, y esa es su única respuesta.
— No necesitas esos lentes en esta casa —habla finalmente una de las gemelas—. Sabes que papá acondiciono toda la casa para que no tengas que usarlos.
Nahuel parece pensarlo, y entonces decide sacarse los lentes, pero mantiene la gorra en su lugar.
Las gemelas cambian su expresión a una de pura fascinación, y no se si Nahuel se percata de que ellas no le tienen miedo.
— Tu piel luce como alguien que frecuenta mucho el sol —suelta de repente la otra gemela que todavía no había hablado.
— Es mi color de piel natural, emm... ¿Vanesa? —inquiero, apenas sonriendo.
— Soy Valentina. No te preocupes, nos confunden seguido —ella también sonríe, pero su sonrisa se borra en el instante en que su hermana le dedica una mirada de disgusto—. Nosotros no podríamos ni soñar con obtener un bronceado que se asemeje a tu piel.
— Supongo que eso es cumplido.
Ellas sueltan una risita condescendiente. Como si se estuvieran burlando.
— En realidad no lo es —dice la verdadera Vanesa, y ambas se levantan para retirarse a quien sabe donde.
Nahuel estaba de brazos cruzados, mirando la puerta por donde se habían escabullido las gemelas. Matias miraba a la nada, y el silencio que se propago en la sala era asfixiante. No me sentí insultada, esas mocosas no podrían decir nada que me moleste de verdad.
Entonces decido abandonar el mullido, cómodo sillón para observar las fotografías en la repisa de la pared.
Todavía me resultaba apabullante esta familia de personas con pelo tan blanco como la nieve. Aunque sus rasgos no eran perfectos, el solo hecho de tener esos impresionantes ojos azul-celeste, algunos con pecas rosadas adornando su nariz, o sus mejillas arreboladas, les daban una característica especial. Como para ellos, yo soy alguien fuera de su mundo, ellos lo eran para mi.
En las imágenes que quedaban expuestas para las fisgonas como yo, alguien destacaba. No eran los rubios. Era ese muchachito de lentes oscuros que aparecía en las fotos familiares. No sonreía en ninguna de ellas. Siempre parado a un costado, mientras los demás se abrazaban. Podía imaginar a Nahuel aislándose de su propia familia, con ese sentimiento de no pertenecer al lugar donde creció. Diría que me sentía triste por él, compungida por su dolor, por sus ansias de ser querido y lo único que pudo encontrar fue repudio, y miedo.
Mis cavilaciones fueron interrumpidas por el sonar de un bastón chocando contra el suelo. Tap, tap, tap. De inmediato, fije mi vista en Nahuel, pero él ya se había colocado sus lentes nuevamente. Ambos hermanos estaban de pie, mirando hacia la puerta, esperando que la persona se hiciera presente. Hasta diría que era alguien desagradable por la expresión en sus caras.
Una sola mirada basto para identificarla como la abuela de mi vecino. De estatura mediana, lentes oscuros, y un enorme rosario colgando de su cuello, la señora se detuvo para mirarnos a los tres.
Levanto su mano derecha, cubierta de anillos con piedras enormes, y se despojo de sus lentes. Y lo que vi en su mirada, tanto vacío, tanta crueldad, hizo que diera un paso atrás.
Una anciana de ojos severos, una mueca de disgusto notoria. Ahora podía entender porque la mayoría de sus nietos eran así, lo habían sacado de ella.
En el instante en que sus ojos se desviaron a mi Vampi-Nahuel, el odio que fue tan palpable, que quise ser grosera por una vez en mi vida con una persona mayor.
Ella de inmediato destapo un frasquito que no vi que tenia en su mano, y comenzó a salpicarse. No entendía porque hacia esto. ¿Acaso la señora estaba mal de la cabeza?
Entonces empezó a rezar, tocando el Cristo Crucificado que colgaba de su cuello.
— Abu, no necesitas hacer eso —replico Matias, acercándose a su abuela.
— ¿Tú qué sabes, niño? Todos deben santificarse con agua bendita antes de que el demonio quiera poseer tu cuerpo.
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Holaaa... solo pasaba a decir que tuve que cortar el capitulo en dos, porque me quedo demasiado largo... Perdón por la demora. Ya en el próximo conoceremos al resto de la familia, y en una mesa con tantos integrantes, muchas cosas pueden pasar, cubiertos volando, gente gritando, o simplemente personas civilizadas almorzando en paz, ¿quien sabe? Muajaja.
Les dejo esta primera parte, en breve publicare lo que sigue. Y también les dejo este meme, hecho por Marluieth jajaja. Me morí de la risa.
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