Capitulo 17
"El café ayuda a quien duerme poco y sueña mucho." (Anónimo)
Me arrepentí en el mismo instante en que accedí a los ruegos de mi primo. Aunque no entendía porqué me enojaba de esta manera.
Ellos no están aquí por mi.
Él no está aquí por mi.
Bruno había escogido una de las mesas cercanas a mi puesto detrás del mostrador. No podía culparlo. La cafetería era diminuta a comparación de los demás negocios gastronómicos que abundan en esa calle céntrica de la capital.
Apenas diez mesas alineadas junto a la ventana dejaban un estrecho espacio para los dos únicos empleados que tomaban los pedidos.
"Un Cafecito" era un negocio familiar administrado por los Suarez, una pareja joven y entusiasta que a pesar de todo lo que tenían en contra, ellos se mantenían firmes y prósperos en una ciudad regida por grandes emporios del comercio.
Carlos se ocupaba de la caja registradora, mientras su esposa, Maria, fabricaba los exquisitos pasteles que se exhibían en los mostradores. Noelia, la hermana menor de Maria y su novio Lucas atendían las mesas y se ocupaban de las maquinas de café.
Y yo, era una "multi-uso". Lavaba las tazas y los recipientes usados por la pastelera. Limpiaba los pisos, las mesas, el mostrador. Ayudaba a acomodar las tartas, magdalenas y churros, y los especiales del día en las vitrinas.
A veces le daba una mano a Maria en la cocina, pero sólo eso estaba permitido. A causa de mi edad, ellos no querían que tenga contacto con los clientes. Una medida de protección, según ellos. De alguna manera que no terminaba de entender, los Suarez me habían acobijado bajo sus alas, como si fuera un ave perdida, un pajarito que cayo de su nido, aturdido y desorientado. Durante el mes que estoy trabajando en "Un Cafecito" intente en vano marcar un limite, que la relación con mis jefes sea estrictamente profesional. Pero ellos eran insistentes. Muy poco les había contado de mi vida, respetaban mi silencio llenando ese vacío con sus propias historias. No negaré que me encantaba escucharlos.
En estos momentos anhelaba fervientemente que mi jefa me necesitara para decorar los pasteles. Cualquier cosa con tal de no quedarme embobada mirando a cierto chico con lentes oscuros. Como si nadie más que él estuviera sentado en esa mesa. Su postura desenfadada, riendo casualmente ante alguna tontería dicha, su cabeza inclinada hacia el gran ventanal, y la teoría de Andres golpeando cada partícula en mi cerebro.
¿Cómo podía gustarle? Él se asemejaba a la más pura música de arpas y violines. Y yo, rozaba apenas las notas de un ukelele en las manos inexpertas de un novato.
No funcionábamos. No eramos compatibles, no...
— Florencia.
La voz de mi jefe me hace sobresaltar en mi lugar. No se por cuantos minutos estuve contemplando a mi vecino, fregando con un paño la madera del mostrador que no necesitaba ser limpiada.
La mirada de Carlos transmitía una genuina emoción por los adolescentes que ocupaban una de sus mesas. No era frecuente ver chicos de esa edad en Un Cafecito, la mayoría de ellos prefería pasar sus tardes en centros comerciales o en las plazas.
— Noelia y Lucas están ocupados, ve a tomarles el pedido a tus amigos, han esperado un buen rato —dice, entusiasmado visiblemente.
— Pero yo... yo no... no se supone... —me retorcía las manos al balbucear incoherencias— ¡¿No era qué no?! —espete, de repente, llamando la atención de quienes no quería.
Tuve el impulso repentino de esconderme tras el mostrador, pero la severa mirada de mi jefe me congelo por completo.
— Es diferente, ellos son tus amigos. Esto sera una prueba para medir tus capacidades en la atención al cliente.
Me mordí el labio inferior en un intento por tragarme las palabras de protesta que estuve a punto de soltar.
Alisé el delantal rojo y acomode la visera de la gorra del mismo color. Un sencillo uniforme adornado por doradas letras que rezaban el nombre del establecimiento.
— Ah, y Florencia... —me detuve para escuchar a mi jefe, sorprendiéndome por el cambio brusco en las facciones de su rostro. Sonreía con burla cuando antes estaba tan serio como la muerte. —Luego nos cuentas cual de todos ellos es el que te gusta.
Aunque hubiera susurrado esas palabras, mis mejillas ardieron. Y trastabille, por dios, me tropecé con mis torpes pies mientras rodeaba el mostrador.
— No se de qué habla, jefe. —exclame, también murmurando.
Carlos extiende la libreta de pedidos y un bolígrafo, todavía riéndose a mi costa. Atrás de él, su esposa tenia la misma expresión, su cuerpo oculto detrás de la cortina que dividía la cocina del salón, tan solo su cabeza sobresaliendo entre los pliegues de la tela.
Incluso un paso antes de llegar a la mesa de mis supuestos amigos, Noelia atendía a una pareja de ancianos, pero su mirada estaba clavada en mi, haciendo señas raras con sus cejas. Y su novio simulaba barrer el piso, cuando ambos sabían que esa era mi tarea, y que él fingía estar ocupado.
Bufé por lo bajo ante el circo que estaban montando los adultos con los que trabajaba. No se que vieron ellos, quizá se hayan percatado de mi escrutinio a la mesa, pero no pude ser tan obvia. ¿O sí?
Me plante firme, con la cabeza en alto, observando la posición de cada uno.
Nahuel cerca de la ventana, y a su lado Andres. Enfrente de ellos los hermanos Vargas y mi primo.
— Yo... voy a tomar su pedido —me maldije por balbucear ante ellos. Entonces suspire, intentando ignorar el nudo que oprimía mi garganta, por una persona. —Ya saben mi nombre, no es necesario presentarme.
— ¿Por qué tartamudeas, Florcita? —suelta Bruno, tomando mi codo para sacudirme como estropajo.
Si no estuviera en mi trabajo, hoy este idiota recibiría dos golpes de mi parte. Una media sonrisa y mis ojos entrecerrados fueron todo el aviso que necesite para que dejara de zamarrear mi cuerpo.
— Yo invito, niños, pidan lo que quieran —exclamo Bruno, evitando mi furiosa mirada.
—¿Sabes que tenemos prácticamente la misma edad? —hablo Malena, mirando con ojos de cachorro a mi primo. Su tono de voz demasiado dulce para mi consternación. ¿Acaso a esa tipa no le gustaba mi vecino?
Si se atreve a meterse con Bruno voy a...
— Entonces quiero un Cappuccino, y la mejor tarta de la casa, una porción grande —pidió Andres, con su típica sonrisa. De esas que al instante te contagiaba, y no podías más que reír con él.
— Dos Moka para nosotros —dijo Leonel, cruzado de brazos, mirando la superficie de la mesa como si ésta pudiera revelar los misterios de la vida.
— Ya sabes lo que voy a pedir —se jacto mi primo. Asentí mientras escribía en la libreta el café favorito de Bruno. Caramel Macchiato.
Entonces, me preparo mentalmente para encarar a la persona que estaba logrando que me convirtiera en una estúpida inútil. Nahuel tenia su cabeza apuntando en mi dirección, era la única manera de saber que estaba mirándome.
— Nahuel —exclame, suspirando su nombre, sin poderlo evitar.
— Florencia —dijo, sonriendo a medias.
Fue lo único que necesite para que mi corazón se saltara un latido, y luego renovara su marcha a mil por hora.
— Voy a tomar lo mismo que Andres, pero yo quiero dos churros rellenos.
El pedido de mi vecino floto a mi alrededor, escapándose de mi sentido auditivo. Lo escuche, pero no comprendí una maldita palabra de lo que dijo. Porque estaba absorta en él. En lo que yo sabia que ocultaba detrás de esos lentes fabricados para percibir algunos colores.
«Le gustas.»
«Le gustas.»
Resonaba en mi mente, una y otra vez, como un eco que aplastaba mis propios pensamientos. Aquellos que entretejí cuidadosamente tachando de absurda la teoría de un loco.
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Sin palabras. No puedo explicarles como me sentía al no poder cumplir con las actualizaciones. No servirá de nada hacer promesas, pues entiendo si las perciben vacías. Ojala me sigan apoyando, estoy escribiendo el siguiente capitulo.
¡Gracias por seguir ahí!
(¿Están ahí?)
:(
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