
11. Así es la experiencia militar de Esteban B. Lips.
Esteban Lips POV's.
Antes de empezar a relatar mi experiencia en el campamento militar George Washington Para Niños y Adolescentes Indisciplinados, quiero dejar constancia de que no fue totalmente mi culpa haber llegado aquí con una chica que no es mi hermana.
Seamos racionales, ¿quién de los dos perdió primero a quien? Yo le dije que me siguiera, que ella no haya podido continuar mi paso es su culpa por no hacer el ejercicio adecuado y tener una dieta balanceada. ¡Yo siempre se lo hice saber! Pero por supuesto que deben pasar este tipo de cosas para que aprenda.
Aunque, ¿para qué me engaño? A mi hermana, aunque la amo como a ninguna otra persona en el mundo, se le dificulta bastante aprender de sus errores. Se los digo yo, que viví explicándole el mismo ejercicio de matemáticas por todo nuestro paso por el bachillerato, y nunca pudo entenderlo.
Ahora me encuentro viviendo en una rutina que consiste en los siguientes pasos, todo (o al menos parcialmente) por su culpa:
1. Levantarse a las cinco en punto de la madrugada y estirar la cama perfectamente (sino, deberás repetirlo, y si eso pasa corres el riesgo de llegar tarde al siguiente paso).
2. Dar veinte vueltas al enorme campo de entrenamiento, diez trotando y diez corriendo (si llegas tarde, serán veinte de cada uno, sin excepción, y nótese que en este campamento no tienen compasión con nadie).
3. Ir a los baños para darte una ducha fría de tres minutos en las que terminas con los testículos tan encogidos como canicas.
4. Al comedor, a desayunar esa extraña y absolutamente repugnante mezcla de diversos ingredientes que, según dice el coronel al mando, es un batido con todos los complementos necesarios para el desayuno.
—Es el vómito que un pájaro le da a sus crías para alimentarlas, con un poco de hielo molido. A mí no me engañan —dijo mi amigo Xavier, la primera vez que lo probamos. Ninguno siguió tomando después de su comentario.
5. Asistir a una clase de dos horas acerca de la teoría de los modales, la educación, la disciplina y la responsabilidad en el hogar y fuera de él (este paso en particular le hubiese sentado demasiado mal a mi hermana).
6. Después venía otra sesión de entrenamiento físico, donde poníamos a prueba lo que aprendimos en la primera clase. ¿Que no recordabas cuáles eran los modales que debían tomarse en la mesa? Cincuenta sentadillas. ¿Que se te olvidó lo que la profesora habló sobre el valor de ser responsables? Cincuenta lagartijas. ¿Acaso no te dio tiempo de aprenderte las normas del buen hablante y el buen oyente? Venga, eso merece cincuenta y cincuenta. Les encantaba esa cifra y multiplicarla por más y más.
7. El almuerzo. Al menos este era un poco más variado: un día tuvimos pollo a la plancha con arróz pastoso y ensalada de lata. Al otro nos dieron carne a la plancha con arróz pastoso y ensalada fresca pero de solo un ingrediente, lechuga. Ni siquiera sé si eso pueda considerarse ensalada, la verdad. El mejor día fue el miércoles, porque sirvieron solo sopa, con los huesos del pollo y las costillas de la carne. Estaba incípida pero al menos no sabía rancio como el arroz o la ensalada. Yo no tuve problemas, pero Peyton resultó ser vegetariana, así que ella... digamos que pudo haber roto la cadena del WC de tanto que la bajó luego de vomitar.
Aquí abro un enorme paréntesis para hablar acerca de Peyton List, porque es un hecho, hay que hablar de ella.
¿Me di cuenta rápido de que no era mi hermana? Pues, no lo suficientemente rápido como me habría gustado, porque si bien no pasaron ni veinte minutos desde que se sentó a mi lado y comenzó a chillar como un gato al que le pisas la cola, diciendo que yo no era su hermano, el avión ya había despegado.
—Hey, relájate —traté de tranquilizarla ese día, porque había comenzado a llorar.
Yo también estaba asustado, no voy a mentir. Hacerme el valiente aquí es innecesario. De solo imaginar la reacción de mi madre al enterarse de lo que había pasado, se me erizaba los vellos del cuerpo. Esto solo confirmaría lo poco responsables que somos Miss Despi y yo, que mamá tenía toda la razón. Odio darle la razón a las personas, pero supongo que otra opción no me quedaba, a menos que...
—Lo vamos a resolver —dije, con un plan formándose en mi cabeza con velocidad—. ¿Me dices que te topaste con mi hermana mientras corrían, cierto?
Peyton asintió, limpiándose el maquillaje regado de los ojos con un pañuelo que le pasé.
—Nos torpezamos y se nos cayó todo salvo la dignidad... ¡o eso pensé, hasta que me di cuenta del error que cometimos! ¡¿Qué dirá mi papá de esto?! —y comenzó a llorar de nuevo. Una azafata le ofreció un tranquilizante y ella lo aceptó entre lágrimas.
—En ese caso, puede que mi hermana esté con tu hermano, así que no todo está perdido. Sólo nos quedaremos un momento en el aeropuerto y hablaremos con ellos para volver a comprar dos boletos, de Nueva York a Texas y de Texas a Nueva York. ¡Y listo! Todo estará resuelto.
Peyton dejó de llorar y me observó con sus ojos verdes y brillantes, impresionada.
—Es una buena idea... ¿cómo dijiste que te llamabas? Perdona si ignoré tu nombre, suelo hacerlo.
—Tranquila, nunca me presenté. Soy Esteban. Esteban Lips.
—¿Como labios? —Peyton sonrió.
—Sí, como labios —le devolví el gesto—. No tienes que decirme tu nombre, yo ya sé quién eres. Te he visto en Disney Channel.
—Perdón por la imagen tan fea que acabo de darte de mí —suspiró, recostandose en su asiento—. Un mar de lágrimas, una máquina de chillidos, una cara con el maquillaje destrozado...
—Eso no importa. Yo también me habría puesto a llorar, créeme, pero alguien tiene que hacerse el fuerte aquí.
Peyton sonrió. En ese momento, justo cuando sus labios se curvaron hacia arriba y sus ojos verdes brillaron de una encantadora manera, supe que pasaría todo el verano colado por la chica. Dicen que un chico sólo necesita quince segundos para gustar de alguien. En mi caso, sólo hicieron falta tres. Y en el resto del viaje, mientras me dedicaba a tranquilizarla y sacarle tema de conversación para que olvidara un poco el tema de su hermano, terminé de confirmarlo. Quiero decir, no me considero una persona enamoradiza, pero supongo que cuando el enamoramiento llama a tu puerta, lo hace de repente y sin avisar.
Tras llegar al aeropuerto de Houston, Texas, un nuevo miedo se implantó en mí. Si bien yo no pensaba llamar a mi madre y convencí a Peyton de que hiciera lo mismo también —confiando en esa pequeña chispa de inteligencia lógica que queda en Miss Despi para que tampoco hiciera nada—, pensé entonces en mi tío Enmanuel, el hermano gemelo de mi padre y el causante principal de que ahora mismo estuviera en camino a un campamento militar. ¿Qué pasaba si él nos venía a recoger? Han pasado años desde que le vimos por última vez, pero con la memoria de elefante que tiene ese hombre, no creo posible que no reconozca el rostro de _____, ni mucho menos su ausencia. Así que debíamos movernos rápido, pedir los boletos de avión y despedir a esta linda chica.
Una pena, ya que acababa de tener un flechazo por ella, pero me importaba más que mi madre no evolucionara en su versión "bestia maligna devora hijos".
Así pues, luego de pasar por nuestros equipajes —a Peyton casi le da un ataque por ver que no tenía su maleta de maquillaje y cremas para el cuerpo—, nos fuimos a la taquilla, con la esperanza de comprar el boleto. Como lo supuse, Peyton tenía el dinero suficiente para hacerlo, e imagino que su hermano allá en Nueva York también. Pero, ¿qué era ese factor sorpresa con el que no contaba en mi simple pero genial plan? Los eventos de la naturaleza misma.
—Los vuelos a Nueva York se han cancelado debido a una tormenta de grandes magnitudes —explicó el chico que nos atendió—. No saldrán más aviones hasta nuevo aviso.
—¡¿Qué?! —exclamamos la rubia y yo al unísono.
El chico se encogió de hombros con absoluta indiferencia.
—Lo que han oído, lo lamentamos mucho —mencionó monótonamente.
—¡Pues yo exijo que me den un boleto de avión ahora mismo! Soy Peyton Roi List, y necesito ir a Nueva York ahora mismo.
Por la manera en que chilló, me hizo recordar a mi madre, cosa que me dio dolor de estómago. Es de esas rubias que te hacen poner los pelos de punta sólo con su carácter, y estoy seguro que en otros casos, cualquiera habría defecado en sus pantalones. Pero este chico ni parpadeó.
—Ni Miranda Priestly logró conseguir un vuelo en esa película, ¿qué te hace pensar que tú sí podrías?
Peyton jadeó, sorprendida. soy cliente predilecta de la aerolínea en la que viajé. Voy a denunciarte con tus autoridades. Jamás había recibido un trato así en este aeropuerto.
—Adelante, odio mi trabajo. Quiero que me despidan. Planeo empezar mi negocio independiente como vendedor de barras energéticas caseras. Será todo un éxito. Ahora y si me disculpan, ¡siguiente!
Nos alejamos de la taquilla, ambos con caras de absoluta confusión. Igualmente, no pudimos comentar nada de aquel momento super raro, y eso que a Peyton se le notaban muchas ganas, ya que seguramente era la primera vez que alguien le negaba algo. Apenas pensábamos qué hacer a continuación cuando divisé un enorme cartel impreso de letra Arial Black negra que decía 'Mellizos Lips'. Sentí el corazón en la garganta.
—¿Y ahora qué? —susurró/chilló Peyton.
Por primera vez en la vida, no sabía que hacer. Ese cartel estaba siendo sostenido por alguien que no conocía, vestido con pantalones militares. No vi al tío Esteban por ningún lado, lo que fue un punto a favor. Miré a Peyton por un segundo, antes de que una idea —no buena, para nada buena, pero la única viable— se formaba en mi cabeza.
—Iremos —dije—. Y te harás pasar por mi hermana.
—¡¿Estás loco?! ¡Nunca en mi vida he ido a un campamento! ¡Mucho menos uno militar! Me niego a pasar por algo así.
—Por favor, Peyton. Es la única manera en la que mi madre no se enterará sobre lo que pasó. Porque si lo hace, me matará. ¿Qué pensarían tus padres?
La rubia dudó.
—Se decepcionarían de mí. Y yo no tolero ver la decepción en el rostro de la gente —lanzó un suspiro al aire y me observó con indecisión—. ¿Y cuándo lleguemos? ¿Qué pasará?
—Le he dejado algunos mensajes a mi hermana para que no diga nada, pero ninguno los ha leído. Seguramente se le descargó la batería o perdió el teléfono. Me creo que hayan sido las dos cosas. ¿Tú has hablado con tu hermano?
—Sólo le envío a mi hermano para pedirle papel cuando se acaba en el baño. Pensé que esto se resolvería rápido, ¡pero ya mismo le...! ¡Oiga!
Ni siquiera nos enteramos que estábamos caminando directamente hacia el tipo con el cartel, que nos arrebató los teléfonos celulares de la mano como si fuese una Venus Atrapamoscas y estos aparatos algún insecto desafortunado.
—Soy el teniente Ezequiel Matthews, segundo al mando del campamento militar George Washington Para Niños y Adolescentes Indiciplinados. Debido a sus características físicas y de vestimenta doy por sentado que ustedes son los mellizos _____ y Esteban List. Yo estoy encargado de transportarlos al campamento, y por lo mismo, siguiendo las normas establecidas, he confiscados sus teléfonos celulares, primer distractor de los adolescentes hoy en día y causa en algunos casos del comportamiento indisciplinado.
—¡¿No podré usar mi teléfono?! —chilló Peyton.
—¡No levante la voz hacia sus superiores! —Le gritó el tal Matthews, causando que Peyton ahogara otro chillido—. Podrán usar sus teléfonos celulares los miércoles por cinco minutos, si tienen buen comportamiento y cumplen con todas las tareas que exige el campamento. Dicho esto, procedo a llevarlos hasta el automóvil que nos llevará al lugar destino. Síganme.
Eso hicimos, yo sin poder ver la cara bonita de Peyton, pues la vergüenza y culpa que sentía en ese momento no me lo permitieron. Internamente esperaba que ese campamento no fuese tan grave como decía en el folleto, no por mí, sino por ella. Le había obligado a seguirme, le había condenado a esta tragedia. El teniente Matthews podría no ser peor que el tío Enmanuel, pero vaya que sí era alguien estricto. Estuvo hablándonos de esa manera tan fría y dura en lo que el camino duró, diciéndonos cosas como que éramos unos chicos sin futuro o una decepción para nuestros padres. Ninguno de los dos se atrevió a responderle, y menos mal, porque pronto nos daríamos cuenta de que hacer ese tipo de cosas equivaldría a trabajo de limpieza con cepillos de dientes o entrenamiento excesivamente agotador.
Lo bueno de todo era que yo estaba armando ya un plan. Me propuse sacar a Peyton List de ahí lo antes posible, no iba a permitir que viviera en ese infierno por todo el verano. Más aún cuando los días pasaron y ella no podía acostumbrarse a nada de ahí.
—Esto es peor de lo que pensé —me dijo un día. Nos habíamos alejado de la fila de campistas trotando en círculos en el campo de arena por petición suya. Sus ojos verdes estaban tristes y temí por un segundo que fuera a romper en lágrimas—. Mi cabello es un desastre, este traje horrible no me sienta para nada bien, no me dejan usar maquillaje y ¡por favor, mira mis uñas! Creo que voy a morir.
Tuve ganas de abrazarla. Mis sentimientos hacia ella habían crecido bastante en los últimos dos días, incluso luego de que conociéramos a Xavier Matthews, por quien Peyton había demostrado tener un crush inmediato. Eso no me afectaba, o al menos no tanto. Soy experto en callar mis sentimientos y dejarlos morir de ser posible. Sin embargo, esto no significaba que Peyton no fuera mi amiga también.
—No te vas a morir —hablé con suavidad, como lo vengo haciendo con ella desde que llegamos. Aquí la gente no te hablaba así—. Te prometo que te sacaré de aquí. Tengo un plan, sólo debes resistir un poco más.
—Pero...
—Pero nada, confía en mí. Además, si me permites opinar... yo creo que siempre luces hermosa.
Peyton sonrió. Eso era lo que quería. Bueno, en realidad quería besarla pero sabía que no se podría. Al menos conseguí un abrazo y un gracias de su parte, más no pude pedir.
La promesa era cierta. Mi plan era infalible, y pronto me enteré de que había un chico en Nueva York que tenía exactamente el mismo. Con Mar lo planificamos todo. Si bien esa llamada de cinco minutos no fue suficiente, el hecho de que Xavier fuera el hermano del segundo al mando en el campamento y, sobre todo, fuese un tipo con sed de rebelión, nos dio ventajas. Desde que lo conocimos supimos que seríamos aliados. Él robó los teléfonos celulares de la oficina de su hermano y nos los entregó. Además, nos dio un mapa detallado del campamento y el horario. Cuando salían a botar la basura o cuando se lavaba la ropa. Él fue un factor fundamental de este plan. Me caía bien, sobretodo, he de admitir, porque no parecía prestar la más mínima atención a los intentos de coqueteo de Peyton.
—¿Qué estás ganando con esto? —pregunté el mismo miércoles, cuando nos entregó los teléfonos celulares—. Tienes mucho que perder.
—¿Te refieres a la confianza de mi hermano? Ezequiel puede meterse esa confianza por el culo, que sé que le gusta hacer ese tipo de cosas, ¿sabes? —me guiñó un ojo, sonriendo—. Cualquier cosa que haga que signifique el estrés o irritación de mi hermano, yo estoy feliz de hacerlo, amigo. No te preocupes.
Xavier era ese amigo del colegio que se hace el gracioso sólo para que lo lleven a la dirección, nunca sabes si es que le gusta que lo regañen o sólo quiere llamar la atención, pero que en los momentos previos antes de que se lo lleven te hace reír hasta descojonarte. Peyton lo supo desde el primer momento, y yo supongo que por eso tuvo el flechazo inmediato.
Pero pronto nos daríamos cuenta de lo que Xavier Matthews era capaz de hacer para molestar a su hermano. Y de lo inmaduro que todos éramos, eso es seguro.
Con esa inocente prolépsis, cierro el paréntesis y sigo hablándoles de mi experiencia aquí.
8. Más entrenamiento físico. Cuatro horas. Aquí nos hacen pasar por un circuito cada día diferente, cada día más horrible, sobretodo para Peyton, cuya actividad física para mantener ese cuerpo consistía en una dieta balanceada y yoga todas las mañanas. Ella era una bola de sudor y estrés en cada circuito, lo que la hacía la presa favorita del teniente Matthews.
—¡¡Eres una incompetente, Lips!! —le gritaba en el jodido oído—. ¡¡Una fracasada!! ¡¡Vas a levantarte y mover tu desnutrido cuerpo hacia el inicio, y volverás a empezar!!
—No puedo más —sollozaba Peyton—. No siento mi estómago, creo que voy a vomitar. Por favor...
—¡Si vomitas voy a hacer que te lo tragues!
Miré a Xavier, cuya mandíbula estaba tan apretada que pensé que iba a romperse los dientes, y juzgando por el dolor en los míos, supe que estaba igual. Si algo habíamos desarrollado los dos era un instinto protector hacia Peyton.
—¡Ya déjela! —exclamé, rompiendo filas para ir hacia allá, Xavier siguiéndome.
—¡Vuelvan a sus puestos, Lips, Matthews! ¡Este asunto no les incumbe en absoluto!
—¡Harás que sufra un colapso, Ezequiel! ¡Ayer no comió nada, no tolera la carne!
—¡Dirígete a mí como Teniente Matthews, Xavier! ¡Aquí no somos hermanos! —rugió el mayor—. ¡Esta chica tendrá que comer lo que haya, porque entonces hará el ridículo tal cual está haciendo ahora mismo! —Peyton rompió en llanto, pero él no se inmutó—. ¡¡Vuelve al inicio, Lips!! ¡Y ustedes dos, a la fila!
—Esto es abuso, ¿sabe? ¡Fácilmente podría denunciarle por maltrato!
—¿Estás amenazándome, Lips? —alzó una ceja hacia mí—. Adelante, pero te aviso de antemano que vas a perderla. Estoy instruyéndola, tratándola como la adolescente indisciplinada que es. Sus padres firmaron un contrato que me daba libertad de hacer todo lo posible para reformarlos, y aquí estoy cumpliendo mi deber. ¡¡Ahora, a las jodidas filas!! ¿O deseas empezar todo el circuito de nuevo, junto a la inútil de tu hermana!
Ni Xavier ni yo nos movimos. El teniente Matthews perdió los estribos y nos cogió a los dos del cuello de la camiseta, arrojándonos a la meta de inicio, junto a Peyton, que se limpiaba las lágrimas de su mejilla con furia.
—Gracias por defenderme, chicos —susurró, antes de que el Teniente diera la señal de partida.
—No hay de qué bonita, sabes que a Labios y a mí nos enojan las injusticias. Sobre todo si es con nuestra rubia favorita, ¿no, Labios? —Peyton rió.
—Deja de llamarme Labios, Xavier —rodé los ojos—. Pero tienes toda la absoluta razón.
—Lo sé, la tengo siempre.
—¡¡Salgan ya, trío imbéciles!! —gritó su hermano.
Peyton salió corriendo, más decidida que antes. Supongo que quería callarme la boca al idiota de nuestro teniente. Xavier y yo, en cambio, estuvimos un segundo de pie, mirándonos. Ambos llegamos a un acuerdo silencioso, ambos teníamos el mismo pensamiento.
9. Llega el momento de las duchas. Otros tres minutos de agua congelada. ¿Lo bueno? Luego de un entrenamiento como el que tenemos, lo mejor que puedes recibir es una ducha de agua fría.
—Debemos hacer algo más, hermano —comentó Xavier, en los vestidores masculinos—. El gay en el closet de Ezequiel la tiene tomada contra Peyton.
—El sábado vendrán con mi hermana. Haremos el intercambio. Peyton dejará de llevar la cruz de tu hermano.
—No me parece suficiente —negó, mientras se ponía los pantalones militares—. Debemos ingeniarnos algo más. Una venganza, que le baje los aires a mi hermano de un golpe. ¡PUM! Dejará de pensar que es la gran cosa. Desde que tu tío se tomó unas vacaciones, se cree el maldito mandamás. Eso no me molestaba hasta que se le ocurrió que la pobre Peyton necesita más crueldad que el resto. No lo permitiré.
—¿Y qué tienes en mente? Te escucho.
Xavier se terminó de poner la camiseta y sonrió como si fuese un pirómano que acaba de conseguirse una caja de cerillas llenas.
—Déjamelo a mí, tengo diversas ideas, ¡amigo! —exclamó, usando su toalla como un maldito látigo dirigido a mi trasero.
—¡¡Tienes que dejar de hacer eso!!
10. La cena. El momento más tranquilo del día, en lo que cabe. Donde puedes elegir si comer un batido de procedencia extraña o un pastel de procedencia extraña, pero que no sabían tan mal como en el desayuno ni tan insípidos como en el almuerzo. Donde te sientas con tus compañeros más cercanos a hablar de lo que sea sin que un teniente con esteroides te reviente el tímpano diciéndote cosas que te bajen la autoestima. Luego de eso, debíamos estrictamente ir a dormir para un nuevo día de martirios. Por eso era el mejor momento.
—Mañana saldrán directamente hacia acá —avisé a Peyron y Xavier—. Llegarán el sábado y todo habrá acabado. Al menos para ti, Peyton —le sonreí.
—Los voy a extrañar, chicos. De verdad, si no fuera porque esto es el equivalente al inframundo en la tierra, juro que me quedaría aquí para siempre junto a ustedes.
—Vamos, bonita, no te vayas a poner sentimental acá. Sé que ya no usas rímel para que se te manche la cara, pero aún así te ves rara llorando —Xavier rió—. Aunque debo admitir que tengo curiosidad por ver cómo Labios llora. Seguro parece una nena a la que le acaban de quitar el dulce.
—Sí, y tú parecerías una máquina de mocos viviente, ¿no?
—Tal vez, tal vez. Pero no lo sabrás nunca, ya que yo no lloro.
—¿Ni siquiera con el Titanic? —preguntó Peyton.
Xavier negó. —El Titanic me aburrió y me dormí con Chestnut.
—¿Con Chestnut? Joder, no tienes sentimientos —exclamé.
—Lo sé. No me enorgullece pero me tocó aprender a vivir con mi corazón negro y vacío.
Peyton se echó a reír, causando que, nuevamente, Xavier y yo compartiremos una mirada. Ella tenía una risa muy bonita. Hermosa, en realidad. Ella era tan pura y genuina. No merecía estar aquí, ser humillada por los demás, recibir insultos y maltratos. No lo merecía. Sinceramente, lo que más me importaba de todo esto no era que mi madre se enterara. Quería sacar a Peyton de este maldito lugar. No la iba a condenar más.
De hecho, Xavier y yo formulamos un nuevo plan.
Los dos le daríamos a la hermosa Peyton Roi List el mejor verano de su vida.
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