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1. La propuesta del tío Enmanuel

Una semana antes.

Una de las cosas que más odio en esta vida es que me muevan lo que hay en mi habitación. Según mamá, la tengo patas arriba y necesitaba acomodo. Según yo, es mentira, porque 1) mi habitación no tiene patas y 2) existe algo llamado "gravedad" que no deja que las cosas se pongan patas arriba, por lo que prácticamente no necesita acomodarse. Pero verle el lado lógico a lo que dicen las madres es sólo un pase a nomecontestesasilandia, donde el boleto de ida es una zandalia volando directo a tu boca (el pase VIP es un cinturón).

Y ahora me encuentro aquí, en mi habitación, completamente limpia, con los objetos de mi peinadora perfectamente organizados por tamaño, sin una pizca de polvo en su superficie. La ropa que había en los sillones y en el suelo —que le aseguré a mamá ser mi forma de guardar mis prendas, ya sean limpias o sucias— ahora están en mi closet o en la cesta del baño; y mi cama, un lío de almohadas súper cómoda, más lisa como el pecho de Taylor Switf.

Se preguntarán ¿qué hay de malo en que mi mamá me acomode la habitación sin yo mover un músculo? Pues que no encuentro NA-DA.

—¡MAMÁ! —chillo, asomando mi cabeza por el pasillo—. ¡MAMÁ, NO ENCUENTRO MI TELÉFONO!

—¡No lo he visto, pero deberías buscar en la cama! —responde ella desde el piso de abajo.

—¡ESO ES LO QUE ESTOY HACIENDO! —camino hacia mi cama, tomo las almohadas impecablemente acomodadas y las arrojo al suelo—. ¡NO ESTÁ AQUÍ!

—¡Busca bien!

—¡YA LO BUSQUÉ BIEN!

—¡Si subo para allá y lo encuentro, te golpearé! —amenza, escucho sus pasos por la escalera.

—¡ESO NO HACE FALTA, GRACIAS! —y continuo desordenando mi cama.
Pasos se oyen y en un momento de pánico tomo la almohada mas cercana, me cubro la cara con ella y le doy la espalda a la puerta.

—MA, TE DIJER QUE NO HACE FAL...

—¿Por qué gritan tanto? —pregunta Esteban.

Suelto un suspiro de alivio y me doy la vuelta. Esteban se encuentra recargado en el marco, con los brazos cruzados y expresión de fastidio. Su cabello es castaño, un poco corto y desordenado, y sus ojos tienen un tono más café que los míos. Yo soy rubia y de ojos marrones claros, casi pasando a mieles. A primera vista, no nos parecemos tanto, considerando el hecho de que somos mellizos, pero si nos conoces desde siempre, sabrás que nuestras expresiones son casi las mismas. Por ejemplo, cuando algo nos fastidia, tendemos a subir altaneramente la ceja izquierda, como él ahora.

—Porque no encuentro mi teléfono —encojo los hombros y me giro nuevamente, para seguir buscando—. Mamá me reacomodó el cuarto...

—La selva en donde vives —corrigió.

—Lo que entiendas por "habitación de _____" —le resto importancia—. El punto es que no lo veo y mamá amenazó con golpearme si ella su... ¿Qué haces, Esteban?

Él acorta el espacio que nos separa, tira de mi bolsillo trasero y saca algo de ahí. Dos segundos después tengo mi teléfono colgando de mi hombro.

—Tadah —canturrea Esteban soltando el móvil en mi mano—. De nada, Miss Despi.

—No me llames Miss Despi y ¿donde lo tení...? ¡Ay!

—Yo lo encontré, por lo que ahora te golpeo —explica Esteban después del zape—. Estaba en tu bolsillo trasero, maldita despista... ¡Ay!

—¡No me golpees, maldito... maldito...! —como no encuentro palabra, le pego nuevamente y digo—: ¡Solo maldito!

—Eres tan despistada que no sabes ni siquiera lo que estabas a punto de decir, Miss Despi —se burla, golpeandome nuevamente.

Eso es lo que colma el vaso y sin dar aviso me lanzo encima suyo. Él se tambalea un poco, choca contra la peinadora y caemos al suelo, rodando por el mismo en una nube de puñetazos, objetos volando por los aires, patadas, jalones de pelo, plumas de almohadas, arañazos, mordiscos e insultos, destrozando el hermoso y arduo trabajo que había hecho mamá en mi piso.

Al escuchar el alboroto que estamos haciendo, pasos vienen subiendo a toda prisa la escalera y al poco tiempo después mamá y papá aparecen en la puerta. Ambos tienen caras aburridas, como si no les sorprendieran vernos a Esteban y a mí matándonos —cosa que es habitual—, pero luego el grito de mamá resuena en toda la habitación.

—¡MADRE MÍA! —chilla encolerizada y entra dando grandes zancadas hacia nosotros, que nos detenemos al instante—. ¿Cómo...? ¡Pero si pasé dos horas arreglando...! ¿Por qué...? ¡Hijos de su padre!

—Estoy aquí, ¿sa...? —papá se calla ante la mirada furiosa de mamá, que se gira como el exorcista hacía Esteban y yo. 

Sabemos por qué esta así: la habitación quedó incluso peor de lo que ya estaba cuando mamá la limpió.

—¿Por qué se estaban peleando? —gruñó.

Rápidamente nos señalamos uno al otro.

—¡Él/ella empezó!

—¡Él/ella empezó! —repité mi señora madre con un bufido histérico. Aprieta los puños y nos mira—. ¡Ya no son unos niños, jovencitos! ¡Están a punto de cumplir dieciocho años! ¡Estoy harta de que se peleen a cada rato!

—¡Pero fue él/ella quien empezó, mamá! —nos excuzamos, al tiempo en que nos fulminamos. Es una maña nuestra hablar al mismo tiempo.

Mamá gruñe y se da la vuelta, caminando en círculos por mi habitación hecha un desastre (¿tan grande fue nuestra pelea?). En parte la entiendo, porque sé que se mató el lomo arreglándola, ya que de verdad de verdad de verdad estaba vuelta un culo, pero no hace falta que nos chille de esa manera. O sea, tengo sentimientos, madre.

—Cielo... —empieza mi padre.

—¡No trates de calmarme, Enrique! —grita—. ¡Estoy hasta la coronilla de las inmadureces de estos dos! ¿Acaso olvidas el cumpleaños de la abuela, cuando _____ se le quemó el pastel, y con ella la cocina?

—Esa vez fue un simple descuido, ma...

—¿O cuando Esteban —continuó mamá, implacable— golpeó a aquel niño solo porque le ganó en matemáticas y resulta que sus padres eran abogados?

—Quiero resaltar que a la edad de doce años era muy competitivo y no estaba consciente del estatus social de sus padres...

—¡La semana pasada destruyeron tu auto, Enrique! —exclama, señalándonos.

—¡Fue su culpa! —nuevamente, nos apuntamos, todavía sentados en el suelo.

Papá se rasca la nuca, evidentemente nervioso. Cada que mamá se pone de esa manera, a él le entra un miedo horrible que de repente le hace perder la voz y autoridad que debería tener un empresario de alta categoría, como él lo es.

Aunque, pensándolo bien, mamá furiosa parece una sirena de pelo rubio: hermosamente peligrosa.

—¡Estoy harta! —grita mamá otra vez, al ver que papá no decía nada—. ¡Harta, Enrique! ¡Harta! Creo que deberíamos poner en práctica lo que nos aconsejó tu hermano.

Entonces Esteban y yo nos miramos, alarmados.

El hermano de mi padre se llama Enmanuel y es el tipo más estricto y reacio que conozco. Muchos tienen un tío genial, que cuando se emborracha es muy susceptible a entregar dinero y su carro es el transporte público para cuando necesites un aventón. Pero Enmanuel Lips no es nada eso, me atrevería a decir que es todo lo contrario y me aterra qué clase de consejos le habrá dado a nuestros padres.

Le rezo a los dioses para que no se trate de clausurarnos nuestros teléfonos o, en el caso de mi estúpido hermano, su kit de ciencias ñoñas.

—¿Estás segura, Leila? —pregunta papá y por su tono apresuro a rezar con más insistencia.

—Segurísima —responde mi madre con un decidido asentimiento, luego voltea su cabeza bruscamente hacia nosotros—. La cena estará servida en unos minutos —sisea fríamente, da una mirada a la habitación hecha un revoltijo y se va dando zancadas de ella, sin decir nada más.

Esteban y yo observamos desde abajo a nuestro padre, que sigue en la puerta y nos ve como si le diésemos pena.

—No me miren así —regaña y los dos damos un respingo—. La carita de cachorrito regañado no les sirve desde que tenían quince. Mejor vayan alistándose para la sorpresa que les va a caer encima, porque creanme, tiene que estar demasiado molesta con ustedes como para aceptarla —y señala hacia el pasillo, refiriéndose obviamente a mamá, luego disimuladamente traga en seco—. Ahora la pagará también conmigo...

—Papá... —comienza Esteban, y por su tono sé que intenta persuadirlo para que hable, algo que papá también nota.

—No diré más nada del tema, Est —sentencia—. Y déjame decirte que no te servirán tus palabras persuasivas para hacer que su madre cambie de opinión. Así que, si me disculpan, volveré para tratar de calmar a la bestia —y sale, cerrando de un portazo la puerta.

El silencio inunda el espacio. Mi hermano y yo estamos demasiado asustados como para echarnos la culpa el uno al otro de nuevo. Sabemos cómo es el tío Enmanuel y la manera en que actúa, por lo que tenemos muchas teorías sobre qué cosas le habrá dicho a nuestros padres para castigarnos y una es cada vez mucho peor que la otra.

Sin decir nada, Esteban se levanta y me ayuda a mí a hacerlo también. En estos momentos nuestra rivalidad ha desaparecido y en su lugar ha dejado un compañerismo o apoyo mutuo. Ambos le echamos una última alarmada mirada al destrozado piso antes de salir y bajar las escaleras hasta el comedor, donde mamá y papá están sentados, uno en cada extremo de la mesa.

Esteban y yo nos senamos juntos. No somos capaces de ver a los ojos a nuestros padres, por lo que mantenemos la vista clavada en los platos llenos de espagueti que mamá ha preparado. El ambiente se siente tenso, y con razón, porque sé —y estoy segura de que Esteban también— que ésta vez nos hemos pasado de la raya y las consecuencias que vamos a pagar serán fuertes.

El silencio era tal que cuando papá se aclara la garganta, damos un brinquito.

—El otro día llamó su tío —empieza, jugando con el tenedor y su espagueti.

—Y... ¿qué pasó? —pregunta mi hermano, casi en un susurro.

—Le contamos acerca del accidente que sufrió el coche de su padre cuando ustedes dos lo estrellaron contra la fuente del vecino —habla ahora mamá, con furia contenida, ambos guardamos silencio—. Él estaba molesto, por supuesto, y nos dijo algo que nosotros ya sabemos: son demasiado inmaduros para su edad.

Trato de que mi mueca de incredulidad no se note. ¿Inmaduros, en serio? El que me gusten series como Gravitty Falls o Peppa Pig y el que tienda a perder las cosas o no tomarlas en serio no me hace inmadura. Además, ¿acaso somos planta para madu...? Oh, si, ahora lo entiendo, jeje.

—A causa de eso —continuó ella— Enmanuel nos ha propuesto algo que asegura quemar la etapa de su vida que debieron dejar cuando tenían quince años. No sé si se habrán dado cuenta o no, pero dentro de cuatro meses cumplirán dieciocho años y no me siento segura dejándolos partir a la universidad teniendo la mente de un niñato de cinco años.

—Niñato —inevitablemente, solté una risita tonta—. Qué palabra mas rara: niñato. ¡Niñato!

Siento un codazo en mi costilla. Esteban me está mirando como diciendo «¿Quieres controlarte?». Yo le resto importancia y miro a mamá, pero de una me arrepiento puesto a que me observa de la misma manera que mi hermano.

—A eso me refiero —comenta con busquedad—. Se graduarán de la preparatoria en una semana. No me quejo de sus notas, pero si de sus actitudes. ¡No puedo creer que aún sigas experimentando en secreto con tus pociones, Esteban!

—¡Son químicos sumamente importantes y peligrosos! —le espeta Esteban, evidentemente ofendido.

—¡Sé que son peligrosos! ¡Hiciste explotar medio salón! —mamá tiene que cerrar los ojos para tranquilizarse—. Sientate —Esteban se sienta, de brazos cruzados—. A lo que quiero llegar es la propuesta de su tío. Enrique...

Papá saca algo del bolsillo de su pantalón y lo desliza por la mesa. Parece ser un folleto. Esteban lo coge y le echa una ojeada, yo miro por encima de su hombro y leo con rapidez. Luego abrimos los ojos de golpe y exclamamos al mismo tiempo:

—¡¿Campamento militar de verano?!

Nuestros padres asienten, firmes.

—Es lo que creemos mejor para ustedes —dice papá—. Ya es hora de que maduren, chicos. Que aprendan a tener disciplina y comportarse como adultos. El campamento militar ayuda bastante. Ahí fuimos Enmanuel y yo cuando teníamos su edad.

—Ya pero, ¡¿todo el verano?! —exclamo, perpleja.

—Papá, mamá, no nos pueden hacer...

—¡Ja, que no les podemos hacer esto! —se ríe mamá en nuestra cara—. Disculpen, pero si mal no recuerdo ustedes aun son menores de edad y su cumpleaños es precisamente cuando se acaba el verano, por lo que podemos hacer con ustedes lo que se nos venga en gana y a nosotros nos da la gana de enviarlos a un campamento militar veraniego. ¡Y no quiero hablar más sobre el tema!

—¡Papá! —le espeto mirándolo—. ¡Dile que no puede enviarnos allí el verano entero!

—Lo lamento, _____, pero estoy de acuerdo con tu madre.

—¡No es justo!

—¡No es justo que su padre y yo nos matemos la espalda trabajando para ustedes y que nos paguen de la manera en que lo hacen! —grita mamá y después de darle un golpe con su puño en la mesa, se sienta—. Y no quiero oír ni una excusa más, se los advierto.

Esteban le hace caso, pero yo mantengo mis ojos clavados en los suyos, decidida a soportarle la mirada. No obstante, los suyos son de un azul claro tan penetrante que de repente me siento abrumada y bajo la vista hasta mis espaguetis, seguramente ya fríos, y comienzo a comerlos en silencio, el cual se mantiene por bastante tiempo.

—Les pagaremos el vuelo a Texas —avisa papá—. Se irán después de que se gradúen —Esteban y yo le respondemos con un gruñido—. Chicos, no estén tan molestos. Verán que después de esta experiencia su vida va a cambiar para bien...

—Como digas —le cortamos, levantándonos.

—¡Ser malcriados sólo justifica que tenemos razón! —chilla mamá.

Al mismo tiempo, como sincronizados, la ignoramos y llevamos los platos al limpia vajillas. Ascendemos las escaleras sin darle las buenas noches y paso por no habitación a buscar mi acolchado y almohadas, ya que esta noche pienso pasarla con Esteban para quejarnos y maldecir al tío Enmanuel y su estúpida propuesta.

N/A: No, no ha salido Maduro de la presidencia. No se emocionen. Guarden esas cacerolas (yo siempre haciendo chisque que solo venezolanos entienden, coño, no puedo decir uno internacional, ¿no? ¡libertad de entendimiento(? para los otros países, nojoda!)

Vengo a actualizar porque quería dejarles un pequeño vistazo. Así que, ¿qué piensan?

Me despido porque estoy ayudando a mi tía con su mudanza (parezco Cenicienta, pero morena, enana y sin ganas de ser sirvienta) las amo, bye.

Se despide x_girlmeetslove_x.

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