Emily.

Suspiré, te besé y me correspondiste. Cada día a tu lado era mágico.

Cumplíamos nuestro tercer aniversario como pareja, e ir a visitar el mar no podía faltar para culminar nuestro día.

Estábamos sentados en la arena, de repente te escuché sollozar, giré mi rostro hacia ti, y te ví llorar.  Sólo me pregunté algo, ¿por qué?

Llevé mi mano a tu rostro, sequé tus lágrimas con la manga de mi abrigo, y te pregunté:

—¿Qué pasá, Tyler?

Me miraste, y tu mirada sólo reflejaba algo; tristeza.

Tu mirada estaba vacía y llena de dolor, de no sé por qué.

—¡Me tengo que ir, mi amor!— volteaste el rostro para ya no verme a los ojos— ¡Lo siento mucho, Emily!

Sentí que me habían lanzado un balde de agua helada, tan helada que, me dolió el corazón, o ha lo mejor hasta se me congeló.

Tus palabras fueron secas, vacías, rotas. No sé si me dolió más saber que te tenías que ir, o que hayas vuelto ha usar mi nombre y no me hayas llamado por cómo solías hacerlo siempre.

Los minutos pasaban y no respondía. Volviste a hablar.

—¡Es hora de regresar a mi mundo, Emily!

Y lo volviste a hacer. Entonces sólo sentí mi corazón romperse, y mi cuerpo temblar, tanto que sentí que mis huesos se iba a quebrar en mil pedacitos.

Mi ángel debía partir hasta su mundo, del cuál era él.

Tan doloroso, pero mi amor hacia tí, fue el mismo que me permitió dejarte ir.

Me besaste, y entonces una luz se coló iluminando tu cuerpo, haciéndote parecer un verdadero ángel, mi dulce Tyler.

—¡Te amo, Emy!—pronunció con su bella sonrisa de siempre, pero ahora, un tanto rota.

—¡Te amo, Tyler!—te sonreí de una manera perezosa, no quería que te fueras, no de mi lado.

Susurraste algo entre los labios, pero lo logré entender.

   «¡Volveré por tí, lo prometo!» 

Fueron tus palabras y te fuistes, 027, cómo te conocían en tu planeta, porque en el mío siempre serás, Tyler.

Mi Tyler.