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Parte 3

Era de noche. Mientras que KyungSoo dormía tranquilamente en la seguridad de la cabaña, Kai salió en busca de opciones con el tema de regresar al pequeño a casa. Iba en su forma lobuna, pues de esa manera su sentido del olfato se intensificaba y podría rastrear el aroma del niño y con suerte, hallar el camino que lo había traído hasta ese punto del bosque. Aspiró con la nariz rozando la tierra, raíces y hojas caídas, sin embargo el olor de KyungSoo había sido cubierto por otros. Al percatarse de que se hacía tarde, decidió volver. No tardaría mucho en amanecer y KyungSoo seguramente despertaría con hambre.

A medio camino se transformó en humano y arrancó de los árboles algunas bananas y manzanas, las cuales enjuagó en el lago cercano a su hogar.

La imagen de KyungSoo acurrucado en un rincón, lo recibió cuando abrió la puerta. Tenía el rostro estirado con miedo evidente, pero al verlo entrar, se levantó y corrió hacia él, importándole poco el tropiezo de sus pies al pisar mal. El corazón le latió con fervor cuando sintió los brazos cortos del menor rodearle las piernas, aferrándose fuertemente a él. En esos instantes sólo podía pensar en que deseaba protegerlo de todo.

-Algo quiso entrar por ahí -dijo, y señaló una de las aberturas entre las tablas que constituían los muros. Kai dirigió la vista a donde apuntaba el dedo de KyungSoo. En efecto, el agujero se había ampliado y los bordes parecían agrietados.

-¿Qué era? -cuestionó.

-No sé -KyungSoo respondió, aparentemente tranquilo.

Kai pensó que no podría volver a dejar solo al pequeño, al menos no durante un rato tan largo. También pensó en el hecho de que no tenía idea de cómo llevarlo de vuelta con su familia. Algo, desde lo más profundo de su mente, le gritaba que no estaba bien, que al permitir que se quedara estaba cometiendo un error grave. Quizá se trataba de sus instintos salvajes, o tal vez su disgusto hacia los humanos, pero no existía otra opción y jamás podría echarlo y dejarlo desamparado en medio del bosque.

-¿Estás hambriento? -preguntó, sabiendo de antemano la respuesta. KyungSoo asintió energéticamente, moviendo su cabeza, y él le mostró las frutas.

Ambos se sentaron y apoyaron las espaldas contra la rechinante madera, el menor con las frutas sobre las piernas y Kai junto a él, hundido en silencio.

-¿Quieres? -preguntó el niño.

-Las traje para ti.

-Pero no puedo comerlas todas, mi mamá me reñía cuando comía demasiado y después estaba con dolor de estómago -replicó, y sin esperar por una respuesta, las repartió por mitad entre los dos.

Kai empezó a comer, todavía sin mencionar palabra. Entonces KyungSoo se sintió libre de acompañarle y comer también.

-Eres demasiado obediente -comentó el lobo. KyungSoo lo escuchó medio confundido, con los dientes encajados en una jugosa manzana.

Si se lo preguntaban a él, no se definiría precisamente como un niño obediente. En casa por lo general recibía castigos por su comportamiento inadecuado, aunque en realidad tampoco recordaba haber cometido actos tan pérfidos que merecieran un castigo. Pero luego pensó que, de ser obediente como Kai había dicho, jamás habría terminado lejos de casa.

Imaginaba las deliciosas y calientes cenas preparadas por su abuela con la contribución de su madre, las charlas de los adultos frente a la fogata y las tibias mantas de la cama. Le agobiaba, pues con cada segundo que trascurría, sentía que jamás volvería a ver a su familia. Por otra parte, le gustaba estar con Kai, le gustaba su compañía y ser cuidado por él.

-Kai -bisbiseó con los ojos aguándosele. No quería llorar, de verdad que no quería. Jamás le había gustado hacerlo, sobre todo cuando su madre, con su habitual dureza a la hora de educarlo, le aseguraba que no tenía verdaderas razones para hacerlo. Sin embargo creía que estar perdido era una verdadera razón.

-¿Te quedaste con hambre? -Él sacudió la cabeza.

-¿Vas a ayudarme a encontrar la casa de mi abuela? -El lobo dejó su manzana de lado para prestarle atención al menor. Por supuesto, parecía sensato. KyungSoo era un niño y como cualquiera, extrañaría su casa, no podría ser de otra manera.

-Lo haré.

XXX

KyungSoo no tenía ni pizca de idea sobre qué tipo de animal era el que estaban comiendo, pero ciertamente tampoco le interesaba. Todo lo que le importaba era que sabía delicioso y que estaba disfrutando de comer con las manos, tal como sus padres odiaban que hiciera.

Una vez más, Kai había encendido la fogata para azar la carne de un animal que él mismo se había encargado de cazar. Si llevaba bien la cuenta, ese era su sexto día ahí con él. El tiempo se pasaba volando en los lapsos en que se olvidaba que había personas esperando por él y probablemente buscándolo con desespero en cada recoveco del bosque.

Cada vez parecía más acostumbrado al estilo de vida que estaba llevando. Cuando debía hacer sus necesidades, Kai aguardaba, parado a un par de metros de distancia, dándole la espalda. KyungSoo temía que alguno de los animales que allí habitaban lo atacasen por la espalda, por lo que le pedía al lobo esperar y vigilar por él. Se daban baños en el lago, justo cuando el cálido sol se posaba en lo más alto y les calentaba la piel. A veces se quedaban un rato a nadar, hasta que el frío se volviese a presentar, pues seguía siendo invierno.

A menos que fuese absoluta y completamente necesario -por ejemplo, ir en busca de comida-Kai no se separaba por ningún motivo de su lado. Cuando se aburría de estar encerrado, salían juntos a dar un paseo, Kai transformado en lobo y el pequeño montado en su ancho lomo.

Vivir con Kai era un prolongado respiro de la rectitud con la que era criado por sus padres.

XXX

Sólo existía una madera con la cual KyungSoo se divertía en los momentos en que Kai se ausentaba: jugar con su avión de madera. Solía jugar y distraerse mientras esperaba el regreso del hombre, hasta que lo extravió.

Habían salido a caminar, aprovechando el soleado mediodía. Corrieron entre árboles y arbustos, de aquí para allá y de regreso. Al cansarse decidieron que era hora de volver. Durante casi todo el trayecto, Kai lo cargó en el lomo, pero cuando estuvieron más cerca de la cabaña, lo bajó y se transformó en su modo humano. Kai iba a continuar lo que les faltaba por caminar de esa manera, pero entonces notó que el menor no avanzaba. KyungSoo extendió hacia él sus brazos con ilusión.

-¿Me llevas en tu espalda? -Estuvo a punto de negarse, sin embargo, algo en los ojos del menor que no sabía describir, le orillaban a ceder sin cavilar. Bien podría ser la ternura, la inocencia que él había perdido a una edad tan temprana y que sin embargo KyungSoo reflejaba en su más puro estado, no lo sabía con exactitud.

Se agachó, con los pies flexionados, unos más adelante que el otro. Luego, sintió los endebles brazos de KyungSoo rodearle sin mucha fuerza el cuello. El menor embrolló las piernas en torno a su cintura, impulsándose con un salto. Entonces Kai comenzó a andar.

-Mi papá me lleva así -comentó de la nada -, cuando no está agotado por el trabajo o cuando mi mamá lo deja. Ella siempre dice que no debe consentirme demasiado, dice que me está malcriando.

Kai sintió que le tiraba levemente de las trenzas. Aunque calló mientras escuchaba atento, pensó que a él no le importaba malcriar a ese pequeño, con tal de verlo así de alegre.

-Mi papá trabaja tanto -decía -. Yo le he dicho que prefiero jugar con él antes que tener dinero, dice que esa es la razón de que trabaje, pero a mí no me importa.

Siguió oyendo el interminable parloteo de KyungSoo, quien para su edad, le parecía un chico bastante listo.

Cuando al entrar a la cabaña, un aroma a humedad se precipitó sobre ellos, supo que era hora de limpiar. Extrajo del pequeño ropero un trapo percudido y le avisó a KyungSoo que saldría un momento para ir al lago, pero que pronto estaría de vuelta.

Al volver, Kai encontró a KyungSoo sentado, formulando una angustiosa mueca con su boca y nariz.

Le preguntó la razón de su estado y el niño le confesó llorando que había perdido su avión de madera que tanto le gustaba. No sabía exactamente en qué parte se le había caído, pero había sido durante su paseo ese mismo día.

Sin detenerse a pensarlo, Kai se dirigió al ropero y de ahí sacó una vieja caja oxidada. Detrás de las tonalidades de un café oscuro, se atisbaban porciones de metal plateado opaco que en algún momento fue brillante. Tenía en la parte del frente una clavija igualmente herrumbrosa con forma de candado. El lobo levantó la tapa y depositó la caja cerca de las piernas regordetas del menor.

Todo el interior estaba forrado de un terciopelo azul, rasgado y avejentado, pero a KyungSoo se le iluminaron como dos focos los ojos cuando vio cada objeto que había allí dentro. Parecía un tesoro, y le vino a la cabeza el inminente recuerdo de la casa de su abuela -no la que vivía en el bosque, sino que la madre de su madre-. Ella solía consentirlo y le permitía entrar a su habitación, que para él era como algún escenario de un cuento de aventuras. Era extensa y repleta de objetos viejos e interesantes, cada vez que visitaba aquel lugar, descubría algo novedoso.

-¿Puedo ver? -le preguntó a Kai, esperanzado.

-Es todo tuyo.

De la caja extrajo primero una sortija. Se parecía a la que llevaban siempre su madre y su padre, sólo que más pequeña. La puso en la palma de su mano y la acercó a uno de los rayos solares que se colaban por las grietas del techo, observó los reflejos irisados que lanzaba el pequeño diamante hacia todos lados. Introdujo nuevamente la mano y escarbó, para después sacar unos lentes de pasta delgada color café. Se los puso y se los quitó, pues con ellos veía borroso. Alejándolos sólo un poco de su rostro, comenzó a ver a través de los cristales.

-Mi padre tiene unos de estos -le dijo a Kai-. Los usa cuando me lee libros.

Siguió buscando piezas que capturaran su interés. Con ayuda de los lentes analizaba cada minúsculo detalle, usándolos como si fuesen una especie de lupa. Encontró relojes, brazaletes, trozos de tela, plumas para escribir, monedas antiguas sin ningún tipo de valor, entre otras cosas.

La caja estaba casi vacía, pero al fondo halló una pieza dorada. Era un broche en forma de la letra "M" que parecía ser de oro, aunque en realidad no sabría diferenciar.

-Mi papá se pone de estos en sus trajes -expresó-, los pone justo aquí-. Mientras lo decía, incrustó el broche en su chamarra roja, a la altura de su pecho.

Kai notaba que cada que había oportunidad, KyungSoo hacía mención de su padre.

El lobo era un fanático de los objetos extraviados. Todo lo que las personas dejaban olvidado en el bosque, él lo encontraba y recaudaba. Era una de sus pasiones, de las pocas que podía permitirse. Jamás los llegaba a usar, simplemente disfrutaba de tenerlos ahí guardados.

No obstante, aquel día les halló un buen uso. Era para una buena causa: ver feliz a KyungSoo

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