
Artículo IV - Rasgo
Expresión viva y oportuna.
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Todo sucedió muy rápido. Desde que me enteré de que mis padres se iban, hasta que estoy aquí con él. Me reí con desdén para que no creyera que me pone nerviosa con esa mirada.
No quería romper el hielo primero, pero él seguía guardando silencio mientras colgaba su chaqueta de cuero en el perchero junto a la puerta.
—Viniste cuando yo no estaba —pregunté y afirmé al mismo tiempo, defensiva. Caminé hacia el bidón electrónico y me serví un vaso de agua helada para aliviar la resequedad de mi boca. De antemano no creía en lo que me fuera a decir.
—La primera vez que estuve aquí fue ayer —contestó.
—Bien, tengo que mostrarte la casa entonces. Ven.
—Voy.
Caminé hacia la barra y la rodeé rápidamente para ponerme detrás de ella.
—Cocina —dije extendiendo los brazos sarcásticamente—. Bar de mi padre —señalé el mueble de vidrio marmolado contiguo—, puedes sacar lo que quieras, a él no le importa.
Luego, caminé directo al salón y me senté, estirando las manos para tocar las fibras del sofá más grande que había en la casa.
—Sala de estar —luego indiqué hacia mi derecha, con flojera de detallar todo—. Comedor, mesa de pool, y segundo bar de mi padre.
Me levanté y oí sus zapatillas seguirme. Sentí repentina vergüenza de haberme puesto falda ahora al subir las escaleras. Llegamos rápido al segundo piso y fui hacia la izquierda.
—Baño común, este será el tuyo —señalé el interior mediocremente blanco y sin decorar—. Por aquí está la primera habitación de huéspedes. Muy normal.
Le enseñé el cuarto que ocuparía la limpieza en este lugar si hubiera una mucama puertas adentro. Con sólo una pequeña cama y una mesa de noche.
—Aquí está el segundo cuarto de huéspedes —señalé una habitación mucho más grande, fría como siempre, pero tenía alguno de mis cuadros que no sabía dónde poner—. Y por allá el de mis padres.
Dije y me detuve. Me di media vuelta para enfrentarlo y que no siguiera pasando. Al instante pareció entender.
—¿Este es el tuyo? —indagó, tratando de ver abiertamente detrás de mí.
No pretendía continuar el trayecto si llevaba a algo que no era de su incumbencia.
—Sí —le dije simplemente.
—Está bien, vendré a instalarme en el segundo cuarto. Digo... si no te molesta.
—No te burles de mí.
Jungkook se pasmó, pero enseguida respondió con calma.
—Nadie se ha burlado de ti.
—Mira, por favor no pretendamos que hay otro camino además de este por ahora, ¿te parece? —esperé, pero no me contestó—. Instálate donde quieras y no nos molestemos. Gracias.
Entré a mi cuarto y rápido cerré la puerta. Caminé un poquito de allá para acá, y traté de enfocarme en una cosa a la vez. Por ahora sólo armaría mi bolso para mañana. Las manos me temblaban, un poco de nervios, un poco de rabia.
Procuré tener todo listo para volar a clases y pasar de él al menos por ahora; es mejor que se vaya acostumbrando a la casa. Esperaré a que su mente no esté nublada por el ostentoso entorno que ahora lo rodea, y que sea un trato justo. No lo conozco, pero apuesto a que para él debe suponer toda una novedad.
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Jungkook
De lo único de lo que me avergoncé frente a esa mocosa, fue de mirar su casa con mucha fascinación. Todo era de madera. La estructura de dos pisos era sólida, robusta y alta. Casi patrimonial, pero en excelente estado.
Las habitaciones no son demasiado grandes, pero los espacios comunes son enormes. De inmediato intuí el calibre de las reuniones que se efectúan aquí.
Su mirada sagaz me descubrió, y con eso ahora tratará de ningunearme. Será un motivo en su cabeza para alardear, como la típica niña de papá que hace berrinche, e insiste en lucir de menos clase para llamar la atención y ser diferente.
Se metió a su cuarto y me alivió que lo hiciera. Tuve tiempo para desempacar y ubicarme en el espacio que había para mí. Todo estaba muy bien la verdad. La vista monte abajo a la ciudad era espectacular, y había aire acondicionado en la habitación, también televisión.
Más tarde la oí bajar a comer, y suavemente me acerqué a cerrar la puerta de lo que ahora es mi cuarto para no alterarla. Ya bajaría a comer yo cuando ella estuviese durmiendo.
Acepté esa señal de paz que me dejó acerca del licor de su padre, y pasada la medianoche fui a buscar una botella de vino cerrada, antigua. La subí a mi cuarto y la abrí en breve. Sentía que la merecía. Me serví en una copa aunque bien sabía que me lo bebería todo.
Frente a la ventana me senté y pensé muchas cosas negras. Resolví que estoy en el peor momento de mi carrera, en la situación más difícil y tediosa que un adulto joven pueda vivir, sólo porque me tienen agarrado de las bolas.
Esta es mi segunda noche etílica consecutiva. Desde ayer por la tarde sé que ella se convertirá en un gran problema al menos en esta temporada de mi vida. Sólo al verla pude adivinar lo problemática que es. Y creo que el señor Klaus ha contribuido bastante en su carácter, dudo que sea un padre excepcional. Muchos errores debe haber cometido con ella, y hace años.
Ella tiene un aura especial. Hay una coraza de desprecio sobre su cuerpo, no obstante su belleza logra salir. Esa diferencia que con tanto ahínco intenta alcanzar, la consigue.
Me refugio en la privacidad de mi mente para pensar en esto, acompañado de un sorbo de vino tras otro. Solo ruego que esto no sea más difícil de lo que creo que será.
Me dormí encima de la cama noqueado por el alcohol, y ni siquiera me saqué la ropa.
Desperté a la mañana siguiente con frío y temprano. Mi primer pensamiento fue que hoy es día de escuela para ella. El señor Klaus me extendió su detallado horario ayer, pero es demasiado para aprendérselo. Sólo fui a verla, pero ya no estaba en su cuarto, y lo supe porque la puerta no estaba cerrada.
Cuando bajé a la cocina, Emma ya estaba saliendo a la escuela. Eran las 8:20 y ella entra a las 8:30. A través de la ventana de la cocina la vi hablando por teléfono mientras se subía a su auto: Un lujoso Bentley Batur blanco.
Ya poco podía asombrarme del poder adquisitivo de estas personas.
Pronto me recriminé por haber bajado tan precipitadamente, sin corregir un poco mi aspecto ni arreglar mi apestoso aliento a vino. No podía dejar que me viera así ningún integrante de esta familia.
No obstante, el pensar que estaría solo por un buen rato me provocó un largo bostezo y me rasqué la nuca mientras me estiraba.
Subí otra vez, ahora con la intención de conocer a mí aire el resto de la casa.
Volví a mi cuarto y me quité la camiseta sucia. Vertí en la copa lo que quedaba de la botella de vino y me dirigí de inmediato al cuarto de Emma.
Quizás debo comenzar entendiendo qué es lo que le gusta, quién es, pensé, para que todo esto sea más fácil. Su cuarto, para empezar, es más grande que el de sus padres. Tenía un balcón con vista a la piscina del patio, y todos sus árboles. Había dos sillas de exterior junto a una mesita de vidrio que contenía un cenicero con varias colillas.
Tenía una cama de dos plazas frente a un gran televisor, y se veía más cómoda deshecha, como estaba, que arreglada. Había también un escritorio junto a la ventana con libros, un moderno ordenador y apuntes volcados de cualquier manera.
El resto de su espacio estaba ocupado por cuadros similares a los que había en el cuarto de huéspedes donde dormí. Pinceles, atriles de diferentes tamaños, y muchos cuadernos de dibujo abiertos en el suelo.
Muchos paisajes, mucha emoción. Hubo un cuadro de rosas salpicadas que me estremeció. Otro lleno de nubes tormentosas sobre un pequeño bote en medio del mar, que me hizo sentir mal.
Me sentí como un artista en realidad, ahí de pie durante dos minutos, en medio de su cuarto.
El vino estaba más ácido esa mañana, pero disfruté bebiéndolo mientras contemplaba sus pinturas. No parecía ser de las chicas que cultivaran un talento de esta manera, y eso me tuvo pensando un buen rato
Aunque me causa gracia a momentos cómo se desenvuelve.
Quizás ya podía ver un atisbo del problema entre ella y sus padres. Pensé en tender su cama, pero luego creo que fácilmente podría llegar a matarme si sabe que entré aquí.
Estamos los dos estancados en una situación desagradable. Claro que nos podemos llegar a entender.
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Durante el día se sintió extraño no ir a trabajar, más que otras veces. Creo que cada vez me voy acostumbrando más a un ritmo de exigencia enfermo, y la pausa me aturdió. No supe bien en qué ocupar mi tiempo libre, así que estuve un rato varado en la biblioteca junto al comedor, ojeando todo lo que tenían. Había demasiada política y pronto me sentí mareado.
Para comer me preparé un simple desayuno-almuerzo al mediodía con pan y un poco de mantequilla de maní que encontré en el refrigerador. Me comí una naranja también. Y tomé mucho café. Pude haber ido a buscar mi auto al estudio del señor Klaus, pero me dio flojera hacerlo.
Terminé de desempacar por completo y repasé el horario de Emma cuando recordé que ya era hora de que regresara.
16:30: Emma debe estar en casa.
Rezaba como primera cosa el listado de puño y letra del señor Klaus, con el lápiz recargado.
Eran las 16:43 cuando oí su auto estacionar en la entrada. Estaré perfecto si ella colabora de esta manera conmigo siempre. Se me dibujó una sonrisa de cierto alivio y me senté en uno de los taburetes de la cocina con una nueva taza de café delante de mí.
Ella abrió la puerta del piloto y los parlantes de su auto retumbaron hasta el piso de la cocina. Se escuchó la música parar y cerró la puerta sin cuidado. Miró hacia el interior, lo sé, a través de sus lentes de sol y en silencio entró.
Junto al viento del exterior me llegó su esencia, olía a cigarro y nada más, a diferencia de la primera vez. Mantuve la vista fija en ella, esperando que me saludara, pero no lo hizo. Se quitó las gafas y rodeó la barra para abrir el refrigerador.
—Hola —le dije.
—Qué tal.
Todavía llevaba el bolso al hombro. Sacó una botella de agua de vidrio del costado del freezer y bebió un sorbo.
No sabía bien cómo iniciar una aproximación con ella, pero tenía que hacerlo de alguna manera.
—Llegaste temprano —felicité—, ¿te fue bien?
—Hoy no tenía nada que hacer, no juegues conmigo. Necesito estudiar.
Su áspera respuesta sin motivo logró frotarme los nervios.
—No me burlo, ni juego contigo, ¿cuál es tu problema?
—Los dos somos el problema del otro, así que te recomiendo que mejor no intentes nada.
Se me fundió el entrecejo y la miré con una extrañeza que no puedo replicar. Dejó la botella de agua abierta sobre la encimera y el cristal escurrió de frío.
—No todo el mundo intenta atacarte, niña —contesté con calma—. Sólo te pregunté algo, no te traumes.
Había desabrochado el primer botón de su camisa de escuela, así que pude ver su cuello nítidamente brillar cuando se dio una lenta media vuelta.
—O sea soy una traumada.
Suspiré en mi lugar, peiné con mis dedos mi cabello como excusa para calmarme, y negué con la cabeza. Perdiendo automáticamente todo interés e ímpetu en navegar esto por el cauce más sano.
—Olvídalo —respondí, resignado a su propia frustración.
—No quiero seguir el juego de un desconocido —respondió—. No trates de construir un puente de interés conmigo cuando no quieres hacerlo. Eso es lo único que te voy a pedir.
Tenía razón de cualquier modo, y mientras antes terminara este trámite mejor. Me quedé pensando un instante en lo radiográfica que resultó ser su visión al respecto, pues no creo que el señor Klaus la haya puesto al tanto.
—Vamos a convivir durante un tiempo —le rebatí en un laborioso tono de templanza, después—. Lo más civilizado, niña, en estos casos es intentar llevarse más o menos bien.
—Créeme que conmigo no es necesario que tengas interacción alguna —instó, vaciando su bolso de libros sobre la mesa—. Sólo... shh, guarda silencio, no es tan difícil.
Se llevó un dedo a los labios indicándome el gesto como si fuera un niño pequeño, y por algún motivo eso hizo que me hirviera la sangre.
—No empieces a ser insolente —le dije con el orgullo ardiendo en mi boca. Engreída, sabelotodo.
Me controlé sin más, no queriendo reventar el globo tan temprano.
—¿Ah, sí? —inquirió—. ¿O si no qué?
Detuvo toda acción para mirarme y su mano viajó hacia su cintura. Me perdí un momento alrededor de su silueta, y preferí no añadir nada más a la conversación, permitiendo que su creativa mente imaginara el resto.
Asintió una vez en mi dirección como si fuera un dueño estricto y satisfecho porque yo, su perro, obedeció una orden.
Se retiró a su habitación enseguida, llevándose dos de los seis cuadernos que cargaba con ella.
Mientras la veía subir, pensé en lo poco que acostumbro a quedarme callado. Ni siquiera me lo permite la naturaleza de mi profesión, y temí no aguantar mucho más si ella persiste en esta altanería.
Las piernas me temblaban con sentimientos rabiosos contenidos. Me costó trabajo sacar el celular doblado en el pliegue de mi apretado pantalón. No sé porqué al ver la pantalla estaba esperando desde ya una remuneración, pero en su lugar sólo se mostró un:
Señor Klaus Foster:
¿Todo bien? ¿Qué te pareció?
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