Fuerza o violencia que se ejerce a alguien para obligarlo a que diga o haga algo.
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Me mordía el labio inferior porque sabía que estaba haciendo algo incorrecto. Arrancaba pequeñas partes de mi propia piel como castigo por esto, y que así dejaran de hacer tanto ruido mis pensamientos.

La estancia se sentía fría a pesar de la primavera y que todo fuera de madera. El asiento no se entibiaba aunque llevara ya más de media hora encima. Y el aura fantasmal que rodeaba todo me acobardaba, me sometía frente a lo que me fuera a decir este sujeto. Con esa calva reluciente al aire me dolía la cabeza, y el espeso humo de cigarro que salía por su boca volvía el ambiente denso hasta lo insoportable.

—Si logro apartar las miradas de ese escándalo, la tendré completamente dominada —concluyó—. Estará agradecida de mí durante los próximos cuatro años que le restan a su cargo, y tendrá tanto miedo de ti que no podrá hacer nada una vez que termine.

—Sí —convine—, y yo creo que su deseo de poder la hará postularse a la reelección, y por ende, a seguir guardando silencio conmigo.

—Desde luego —asintió y se formó una macabra sonrisa en su rostro cuando se inclinó más adelante sobre su escritorio—. Por eso eres mi as bajo la manga, Jungkook.

Tragué con fuerza y disimulé el desagrado que ese sobrenombre me ocasionaba desviando la mirada.

Desde que hice lo que hice me arrepiento de la mayoría de las cosas que hago ahora. No sé cuándo mis ganas de crecer se volvieron tan inmensas que no me permitieron ver las decisiones nobles y certeras. La victoria no tiene el mismo sabor si no la fuiste a sacar de la cima tú mismo, pero ya es muy tarde para venir a darme cuenta de eso.

—Claro, señor —respondí, porque de todas maneras el premio era gigante, y es lo que esperaba después de semejantes sacrificios contra mi moral. Y la de todo el mundo.

Es alta la traición hacia una mujer el aprovecharse de su vulnerabilidad emocional para acostarse con ella, luego tomar fotos de su cuerpo desnudo a tu lado, y chantajearla con destruir su matrimonio si investiga el tremendo fraude al fisco del señor Klaus, y mío.

Lo que cargo ahora en mis hombros es mucho más que eso.

—Y como buen as, subirás de posición a mi lado, Jungkook —instó, quizás para sacarme una mejor cara—. Esa fiscal no tendrá nada que hacer si te conviertes en mí Ministro del Interior.

Se apuntó a sí mismo al pecho y se me levantaron solas las cejas.

—Sí, sería algo bueno.

—Claro —exclamó—. Pero necesito desaparecer del ojo público un tiempo. Esa imbécil lo difundió demasiado rápido. Haré que se enfríe pronto si no estoy aquí.

—Es lo más conveniente.

Dió una calada larga a su cigarro y se levantó para abrir la persiana de su oficina; cerrando los ojos pretenciosamente, como si la luz le diera claridad mental.

—Sería bueno como una última prueba de confianza... —comentó para sí, en voz baja—. Si voy a irme del país con mi mujer, necesito que alguien se quede con mi hija.

Volteó a mirarme, añadiendo con sus ojos que no tenía ninguna posibilidad de decir que no. Desvié la vista hacia otro lado y negué con la cabeza sutilmente.

—Señor Klaus, tengo demasiado que preparar aquí en su propio estudio —tartamudeé—. Los asuntos sindicales, los casos de esos activistas... No puede quedar desatendido en su ausencia.

—Dile a Trevor que se encargue. Presenta una licencia médica y ya está, no la rechazaré, hombre.

—No, señor... De igual manera tengo mucho que hacer, mucho que estudiar aún.

El señor Klaus hizo una larga pausa en todo gesto o sonido que me dedicó. Volvió a encender un cigarro antes de regresar a su asiento, y su mirada se tornó más oscura que antes.

—De ahora en más debes tener mucho cuidado con el terreno bajo tus pies, Jungkook —sugirió con lengua filosa—. No queremos que se sepa lo que estás tramando, para nada.

Excluyéndose de la estrategia me hizo sentir amenazado. Eso sí destruiría lo poco y nada que tenía.

—Me pagarán un buen billete por descubrirlo —añadió con petulancia.

Suspiré y se me salió una pequeña risa irónica. Negué con la cabeza nuevamente, pero mantuve la vista gacha.

—¿Su hija? —indagué.

—Emma, 17 años.

Examiné los botones en la manga de mi chaqueta, cómo brillaban aún con ese sol cubierto de nubes. Darle paso a lo inevitable se volvía a veces un camino terapéutico para mí. Traté de dejar la mente en blanco, de no pensar en otra nueva frase de rechazo.

—Bueno, ¿qué tan difícil es cuidar a una niña de 17 años?

—Oh, no es sólo una niña de 17 años —aseguró con una risa seca—. De antemano te lo agradezco, Jungkook.

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