11.
Fuimos los últimos en salir del gran salón y para cuando me encontré de nuevo al aire libre estaba un poco más tranquila. A pesar de que, aún caminando tras ellos, podía captar las protestas y quejas de mi querida familia de traidores insensatos. Así que estaba más tranquila, pero no menos enfadada.
-Tendríamos que hacer algo de todos modos- le insistía Aidan a mi padre.
-Has oído la orden tan claro como yo, hijo. No podemos ir al bosque.-
-¡¿Qué importa una estúpida ley?!-
-¿Y qué haríamos los dos solos contra el Nigromante? ¡Ninguno de ellos nos ayudará! Solos no tenemos posibilidad alguna.- Me padre parecía haber recuperado en parte la cordura. Le puso una mano en el hombro a mi hermano.- Lo siento, Aidan.-
-¿Tú también te echas atrás?- le espetó, apartándose de un salto.
-¡No es eso, Aidan! ¡Maldita sea!- Mi padre sacudió la cabeza y nos miró a ambos.- Volvamos a casa, hijos.-
-¡Yo no voy con vosotros dos a ningún sitio!- exclamé. Ambos se volvieron y me miraron sorprendidos. ¡Ni siquiera habían reparado en mi enfado tan ocupados que estaban inventando planes absurdos para ser asesinados!- Marchaos. Yo prefiero volver sola a casa.-
-¿Y a ti qué te pasa ahora?- me preguntó Aidan.
¡¿Qué que me pasaba?! ¿De verdad que no lo imaginaban?
-¡Pues que sois un par de inconscientes egoístas y ahora mismo no puedo ni veros!- les grité esparciendo mi enfado por todas partes.- Os creéis los más valientes ¿verdad? “¡Vayamos al bosque!” ¿Y qué pasa conmigo? ¿Me habríais dejado ir con vosotros?-
-Pues claro que no. Pero, cariño tú no…- intentó decir mi padre, pero como era una respuesta que ya me esperaba, no le dejé terminar.
-¡Así que tengo que quedarme en casa y esperar a ver si volvéis del bosque vivos o muertos!- Les grité y de la indignación que sentía, levanté los brazos y entonces noté que aún había por allí bastante gente que nos miraba con interés, de modo que intenté reducir el volumen de mi regañina.- Yo también estoy enfadada por lo de mamá y querría hacer algo, pero no a costa de perderos a vosotros también. Sin embargo a vosotros os da igual… no habéis pensado ni un momento en mí, en lo que yo sentiría si os pasara algo ¡¡Egoístas!!-
Y en lugar de cruzarme de brazos, usé una de mis manos para abanicarme. A pesar de estar expuesta de nuevo al frío helado de la calle notaba todo el cuerpo acalorado, especialmente la cara.
En el rostro de mi padre pude ver que le había hecho sentir mal, pero me dio igual. Por desgracia, era mucho más difícil hacer reflexionar a mi hermano.
-¿Así que te enfadas con nosotros? Pues tu querido Wentworth también estaba dispuesto a jugarse el pellejo.- Me soltó.
No di crédito. ¿Esa era la respuesta que se le ocurría después de lo que yo había dicho? La mente se me llenó de palabras malsonantes que pugnaban por ser disparadas.
-¿Querido?- repitió mi padre alzando las cejas en mi dirección.
El corazón me dio un vuelco y sacudí la cabeza para no ruborizarme. Estaba muy enfadada y eso no iba a cambiar, así que me senté en uno de los bancos de la plaza, ignorando que estaban congelados y desde allí les lancé una mirada de despedida.
-Podéis iros y hacer lo que queráis. No pienso volver a casa con vosotros.-
Aidan dio un paso hacia mí, pero papá le detuvo. Con una mirada le hizo retroceder y ambos se alejaron en silencio. Y cuando me quedé sola, los espectadores que habían seguido nuestra bronca familiar dieron el espectáculo por terminado y se fueron también.
<<Aldea de cotillas>>
Notaba el cuerpo tembloroso, no sabía si del intenso pánico de hacía unos momentos, del enfado, del frío que ya sentía otra vez o de una interesante mezcla de todo.
Estiré el cuello hacia arriba pero no vi ni un pedacito de cielo, sólo un montón de nubes pegadas unas a otras como si no hubiera espacio suficiente allá arriba.
<<Condenado Aidan>>
¡Pues claro que también estaba enfadada con Henry! Pero no era lo mismo. Ellos eran mi única familia, era esperable que si Henry quería lanzarse a una misión suicida no pensara antes en mí pero ¡Ellos sí debían hacerlo! Además, si Henry se había unido a esa locura era porque aún estaba muy dolido y quizás un poco trastornado por la repentina muerte de su padre. Jamás lo haría estando bien ¡Henry no era tan insensato!
Yo sabía bien que en momentos de dolor tan intenso como el que sufres al perder a alguien querido no piensas con claridad. Las peores ideas que hayas tenido en tu vida regresan a tu mente pareciendo lo más lógico, la única solución posible. Si no te paras un solo segundo a recordar que el dolor pasará y volverás a ser tú mismo, puedes perderte para siempre.
En la reunión Henry había estado irreconocible para mí… aunque el modo en que había plantado cara a Aidan, con esa poderosa expresión de seguridad y ese tono duro de chico malo, ligeramente sarcástico no le quedaba nada mal. Era una nueva dimensión del herrero que no conocía y resultaba bastante sexy.
Cerré los ojos y sacudí la cabeza con fuerza. No, no debía pensar algo así en semejantes circunstancias. ¿Qué me pasaba?
Antes de que volviera a abrirlos, noté que algo frío y húmedo se posaba en la punta de mi nariz. Estaba empezando a nevar.
-Genial…- susurré con fastidio.
Aún no quería irme a casa, pero si aquello era el comienzo de otra tormenta de nieve como las de días pasados debía ponerme en marcha o acabaría convertida en muñeco de nieve.
Me puse en pie y me cubrí con la capucha. Aún así no pude resistirme a escoger el camino más largo y no solo porque fuera el que pasaba por delante de la herrería… en realidad, ni se me había pasado por la cabeza detenerme otra vez. Lo más probable es que Henry estuviera en la casa y no allí.
No obstante cuando dejé atrás el horno de pan, la tienda de pieles, el fabricante de botas y el resto de comercios de la calle me llegó un sonido muy extraño. Avancé por la calle un poco más rápido y vi a un grupo de chicos y chicas jóvenes alrededor de la puerta entreabierta de la herrería. Los ruidos procedían de ella. Y no era el típico tic, tic, tic, tic del martillo. Era un sonido de golpes, patadas y objetos que se estrellaban contra el suelo.
El corazón aplastó mis pulmones del susto porque se me ocurrió que Henry podía estar peleándose con alguien, así que eché a correr hacia la puerta y aparté a todos hasta que estuve en el umbral.
La buena noticia era que nadie estaba pegando a Henry, la mala era que parecía que este se hubiese vuelto completamente loco. Parte de la herrería estaba destrozada; todas sus herramientas yacían en el suelo junto con los restos de objetos que sí habían sido destruidos. Aún así Henry iba de un lado a otro pisando con furia todo cuanto veía, moviéndose de un modo confuso y errático. De pronto se paraba delante de alguna estantería o banco de trabajo, tiraba todo lo que tuviera encima y después estrellaba el mueble contra el suelo con oscura violencia.
¡Lo estaba destruyendo todo!
-¡Henry!- le llamé, pero ni se inmutó.- ¡Henry! ¡Tranquilo! ¡Para de una vez!- No daba muestras ni de que me oyera, ni de que hubiera notado la presencia del resto de los presentes. Parecía totalmente poseído por un espíritu furioso y destructivo que lo aislaba de todo lo demás.
Creí que pararía cuando no quedó nada más por romper pero me equivoqué, porque entonces centró su furia en una pared convirtiéndola en su nueva enemiga. Se puso a golpearla con los nudillos y los pies, que además tenía desnudos.
-¡¡Henry basta de una vez!!- grité lo más fuerte que pude.- ¡¡Te vas a hacer daño!!- Uno de los pies le sangraba, pero no parecía importarle. Me pregunté si no sería esa su intención.
Pero ¿Qué le estaba pasando? Nunca le había visto comportarse así. No sabía qué hacer para detenerle. ¿Era eso lo que sucedía cuando reprimías tanto tus sentimientos? ¿Te hacían estallar? Estaba segura que en ese estado ni siquiera sentía dolor (físico, al menos); si no le paraba, acabaría haciendo cualquier cosa.
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