Zacarias, año 1587, Triora, Italia
Abraham empuja la pesada puerta con las pocas fuerzas que le quedan, no sabe que le espera al otro lado, pero ¿qué puede ser peor que ver él suicido de su mejor amigo una vez tras otra?, todo es un sin sentido y ya no tiene más que perder, excepto la poca cordura que queda en él.
Un hueco húmedo se materializa frente a él haciendo que tenga que agacharse y arrastrarse para poder introducirse, es como estar enterrado vivo; la falta de oxígeno, el suelo húmedo, las raíces de árboles rozando sus manos según avanza le hacen comprender que es un túnel improvisado bajo tierra.
El avance es lento, pero parece seguro, con el inconveniente de que se hace cada vez más estrecho, comenzando a sentir los raspones y heridas en sus rodillas y dedos producidas por las pequeñas piedras que se hunden en su carne y, las raíces que pareciera que le agarraran como filamentos con vida desgarrando su piel.
Después de varios minutos arrastrándose como una rata huyendo de un depredador hambriento ve una tenue luz filtrándose por lo que parece una trampilla de madera sobre su cabeza, intenta observar a través de los tablones húmedos y agrietados solo pudiendo percibir
pequeños destellos de una luz tenue, alzando las manos para abrir y ver que hay al otro lado, una voz lejana, pero muy nítida se hace audible en su cabeza.
-¡Abraham, Abraham! Soy Marcos, no te asustes, no interactúes con él, por nada del mundo, no lo hagas o te encontra... -El sonido del disparo que le traumatizo resonó de nuevo en sus tímpanos haciendo desaparecer la voz.
Abraham con un sobresalto se tapó los oídos hasta que el horroroso sonido paro.
Comienza a sentir que le falta el aire, un ataque de ansiedad lo consume, un nudo en la garganta que no le deja respirar, lengua pastosa, vista borrosa, la bocanada para inspirar oxígeno se desvanecen en pequeños suspiros, el minúsculo lugar donde se encuentra tumbado le genera una claustrofobia incontrolable haciendo que golpee de forma desquiciada la trampilla que le separa del túnel bajo tierra.
Con las palmas de sus manos se impulsa hasta poder sacar medio cuerpo de ese asqueroso agujero el cual creía que sería su tumba y del que no podría salir jamás.
Recuperando la visión desapareciendo poco a poco el pánico de hacía unos segundos, puede observar un sitio de madera; tablones unos sobre otros clavados haciendo una estructura rectangular casi perfecta, alumbrado por candiles de aceite generando la luz necesaria para ver en su interior.
Saliendo en su totalidad de dentro de la trampilla ve un lecho de paja forrado con lino bajo sus pies, que junto al tipo de estructura y alumbrado que le rodea da la sensación de ser del siglo XV.
Al mirar sobre su cabeza puede observar que en la superficie tiene que haber otra sala, ya que de una de las zonas descendían unas escaleras robustas y resistentes enmarcando en su final una puerta cerrada dando a entender que donde se encuentra es un sótano y que en él vive alguien.
Abraham se dirige en sigilo hacia la puerta cuando el sonido de una voz femenina capta su atención, al mirar en su dirección puede ver al final de aquella sala a una mujer de cabello blanco que solo con verlo vino a su mente la primera visión que tuvo.
-Es ella, es la pobre señora a la cual juzgaron de bruja siendo completamente inocente.
En décimas de segundo pudo sentir el calor de las llamas abrasando su piel, el olor a carne quemada y el grito de agonía que salió de su garganta antes de quedar calcinada bajo las llamas y las brasas incandescentes que fundieron su piel como la cera.
El fogonazo del recuerdo paso ante él, fugaz, lejano, pero muy vívido en ese instante, enfocando su mirada en ella nuevamente.
Está arrodillada con un viejo camisón blanco deshilachado, sosteniendo en sus manos un antiguo libro en el que pone con hilo dorado "Tanaj" (antiguo testamento), y una pequeña tabla de madera con números y letras talladas en ella.
Junto a la mujer un joven de más o menos 16 años mira en silencio a la
anciana de cabellos plateados sosteniendo una vela en sus manos, la tenue luz deja ver un chico pálido casi enfermizo, con varias deformidades en sus piernas y brazos sosteniendo una muleta de madera que le permite sostenerse en pie, solo ver la forma en la que mira a la mujer desprende un amor indescriptible.
La anciana con los ojos empapados en lágrimas entrega al joven el libro sobresaliendo por la parte superior dos pequeños trozos de cuero haciendo de marcapáginas y de seguido le entrega la tabla.
-Mi niño, mi amado y querido nieto, no llores por favor, suceda lo que suceda siempre estaré junto a ti, en pocos minutos vendrán a buscarme, yo ya soy muy mayor para poder huir, pero tú, mi pequeño, tienes toda la vida por delante, eres Zacarías, llevas el nombre de un profeta y tú, cambiaras el mundo en el que vivimos, jamás te dejes
intimidar por nadie y aunque dios te privara de tu voz para comunicarte y te diera un débil cuerpo, harás grandes proezas, tu madre antes de morir hizo esta tabla, habla a través de ella, como has hecho conmigo y que tu mensaje llegue incluso al todopoderoso.
Intente curar tu enfermedad, la cual hoy nadie comprende, por lo que me han juzgado de bruja y, por eso quieren acabar conmigo, dios les perdone y sea misericordioso con esta gente cruel que nunca supo amar como yo te amo.
Zacarías sin poder contener el llanto posa la tabla con el alfabeto sobre el suelo dejando la vela a su lado sacando de uno de sus bolsillos un indicador triangular con el que comienza a señalar letras para comunicarse con su abuela;
-Abuela, no lo entiendo, ¿por qué esos hombres quieren hacernos daño?, solo querías curarme, no quiero que me dejes solo, la gente me da miedo y, mírame, soy un monstruo, ellos me odian.
-Mi vida, tú no eres un monstruo, únicamente son capaces de ver el exterior sin conocer tu interior, los engendros son ellos por no comprender que la vida a veces es caprichosa y que tu mi adorable Zozo no eres culpable de tener un cuerpo frágil.
Gritos de muchedumbre se escuchan en el exterior golpeando con rabia haciendo temblar cada tablón, cada clavo, cada candil de la casa.
-¡bruja! ¡Asesina! abre la puerta o entraremos por ti, tienes dos minutos o te sacaremos a la fuerza -grita un paleto con la voz impregnada en odio.
La anciana se pone en pie temblorosa haciendo sobre su frente el símbolo de la cruz.
-Dios los perdone, susurra -¡Zacarías huye!, no mires atrás, vete por la trampilla y que no te vean y recuerda, siempre estaré a tu lado, cuando el miedo se apodere de ti lee para tus adentros las páginas marcadas y nunca olvides quién eres.
La mujer del cabello blanco corre por las escaleras hasta salir a la parte superior de la casa, mientras Zacarías camina a duras penas hasta llegar al agujero del que Abraham había salido, pasando por su lado sin poder verle.
-¡No puede ser! ¡Esto no puede ser cierto! Esta inocente criatura no puede ser Zozo, no siento ninguna maldad en él, lo que siento es dolor, mucho dolor -piensa Abraham sin poder contener un escalofrío que recorre todo su cuerpo.
Con una fusión entre miedo y pánico Abraham corre hacia las escaleras por donde ha subido la abuela de Zacarías siguiendo sus pasos visualizando la escena con la que toda la pesadilla comenzó, dos hombres encapuchados la sacan a rastras de su casa con una soga al cuello, trozos de uñas y un reguero de sangre abren camino hasta el exterior.
Ya en la puerta a medio arrancar una gran multitud de hombres mujeres y niños gritan desquiciados, acompañado por el sonido que
producen unos hombres con las cabezas cubiertas golpeando con largos palos de roble macizo sobre el suelo, el resto de lo sucedido es el vivo recuerdo del sufrimiento de una mujer inocente ardiendo como una antorcha humana frente a una multitud de asesinos degenerados.
Abraham aterrorizado por volver a vivir algo tan macabro se aleja de la zona, queriendo saber dónde está Zacarías y en qué lugar desboca el túnel improvisado, su odio por Zozo cambio, dio un giro de 180 grados transformándose en una pena tan profunda que le atravesó el alma.
A una cuadra de la casa la cual ya estaban incendiando, Abraham ve salir de un agujero de una ladera de la montaña una silueta arrastrándose como un gusano, polvo, arena y sangre cubre la totalidad del cuerpo del pobre chiquillo poniéndose en pie cuál moribundo inhalando una bocanada de aire que le ha devuelto la vida.
Abraham con sumo cuidado se acerca a él quedándose a escasos dos metros de su rostro, en sus ojos se ve el reflejo de las llamas que devoran lo que fue su hogar y más doloroso aun, la que fue su abuela, su amiga, su vida... su voz.
Zacarías se deja caer al suelo, sus débiles piernas no soportan más el peso de su cuerpo, con un gran esfuerzo abre el libro donde pone "Tanaj", sus dedos retorcidos por la enfermedad se dejan ver pálidos y huesudos, su cara es el reflejo del dolor intentando abrir algo tan fácil para cualquier humano, sano, pero tan imposible para él, consiguiendo al final dejar ver el texto reflejándose una pequeña mueca parecido a una sonrisa apagada;
Zacarías 7:4-14
El Señor se dirigió al profeta Zacarías, y le dijo: «Esto es lo que yo ordeno: Sean ustedes rectos en sus juicios, y bondadosos y compasivos unos con
otros. No opriman a las viudas, ni a los huérfanos, ni a los extranjeros, ni a los pobres. No piensen en cómo hacerse daño unos a otros.» Pero el pueblo se negó a obedecer. Todos volvieron la espalda y se hicieron los sordos. Endurecieron su corazón como el diamante, para no escuchar la enseñanza y los mandatos que el Señor todopoderoso comunicó por su
espíritu, por medio de los antiguos profetas.
Por eso el Señor se enojó mucho y dijo: «Así como ellos no quisieron
escucharme cuando yo los llamaba, tampoco yo los escucharé cuando ellos me invoquen. Por eso los dispersé como por un torbellino entre todas esas naciones que ellos no conocían, y tras ellos quedó el país convertido en un desierto donde nadie podía vivir. ¡Un país tan hermoso, y ellos lo convirtieron en desolación!
Abraham observó el texto con suma atención dándose cuenta del significado de esa profecía.
-Entonces... ¿así fue como todo comenzó? -pensó Abraham.
No daba crédito a todo lo que estaba sucediendo, en la realidad de Abraham Zozo era el agresor, asesino despiadado devorador de almas, pero en su realidad era la víctima, el agredido, maltratado por una sociedad enferma.
Los gritos de tres niños se escucharon tras de Abraham, se giró sobre sus talones, eran ellos, los hijos de Carol que gritaban;
-¡Es el monstruo! ¡Es el monstruo!, se está escapando ¡aquí! ¡aquí!, corred ¡está aquí!, y nos va a comer -Al tiempo que le lanzaban piedras impactando una en la cabeza de Zacarías.
El eco de sus voces resonó entre los campesinos que observaban hipnotizados el movimiento de las llamas en las cuales ardía el cadáver, mirando como fieras en la dirección donde se encontraban los críos.
Cuál felino en alerta un grupo de cinco varones salen en tropel con la mirada enloquecida dirección a donde se encuentra Zacarías, este miro a los niños que le habían delatado viendo cómo se perdían entre la multitud en los brazos de su madre, corrió trastabillando con su propia muleta, el dolor que sentía en su cuerpo era inhumano y no podía avanzar pudiendo ver que ya era una presa fácil y pronto terminarían con el apaleándolo como a un perro.
Los cinco lugareños llegaron hasta Zozo asestándole una patada en las costillas que crujieron como un leño seco haciéndolo caer sobre un charco de barro, inmóvil en el suelo uno de ellos se agachó dándole un puñetazo en la mandíbula saltando varios dientes, desparramando una gran cantidad de sangre.
-Tu engendro, ¿intentabas escapar? -grita uno de los hombres entre risas.
-¿Qué es eso que sujetas en las manos?, si se le puede llamas así, parecen pezuñas de cerdo ¿puedes sentir algo con ellas?
Uno de los hombres más joven que los otros cuatro, alza su pierna dejando caer su pie con todas sus fuerzas sobre la mano de Zacarías rompiendo cada hueso; falanges, metacarpo, cubito y radio dejando el brazo totalmente destrozado.
Riéndose de sus gritos de dolor un tercero se agacha recogiendo del suelo la tabla de madera y el libro empapado en barro.
-¿qué es esto engendro? ¿Es con lo que hablas con tus demonios?, tú no eres hijo de dios, reza por que tu muerte sea rápida -Partiendo la ouija en dos tirándolo contra el suelo mientras arranca las hojas del libro que le dio su abuela.
-Terminemos con esto ya -ordena el que parece ser el cabecilla del grupo.
Una lluvia de palos, patadas y pisotones cae como un huracán sobre el frágil cuerpo de Zacarias, un amasijo de huesos rotos y carne desfigurada queda en el suelo tendido e inerte, con la mirada perdida hacía la nada, viendo cinco sombras desvanecerse mientras la oscuridad cubre su cuerpo... Y su alma.
FIN
Continuara en el narrador de almas la creación de Zozo (libro 2).
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