Marcos, año 2022
Jorge
Estados Pontificios. Año 1494;
—¡Padre!, ¡no puedes continuar con esto!, ¡déjalo ya de una vez! —dice Miguel.
—Te he dicho mil veces que no me llames padre. No metas a Dios en esto. Él ya hace mucho que nos abandonó. Nosotros perdimos la fe y ahora lo estamos pagando con sangre —responde Jorge con sequedad.
—Jorge, ¡mírate!, una sesión más y tu cuerpo no aguantará. Ese demonio te está consumiendo la vida, yo lo haré por ti. No me importa, lo juro.
—Ni se te pase por la cabeza que te dejaré en manos de ese ser. Asegúrate que no salga ni un susurro de estas paredes. Nadie puede enterarse, somos exorcistas y terminaremos nuestro trabajo; en cuanto atraviese aquella maldita puerta, séllala a cal y canto. Que no entre ni salga nada o estaremos perdidos. Ahora Miguel es el momento, no incumplas mis órdenes; tráeme el libro de las almas, la copa de Cristo, la tabla de comunicación y mi vieja pluma, terminaré con esto de una vez por todas. ¡Sangre por sangre! -dice miguel con rotundidad.
Decidido y sin miedo veo como Jorge se adentra en un tétrico y maloliente pasillo casi sin fin con candil en mano.
Ando firme, pero sigiloso, veo celdas de acero corroído por la humedad y el tiempo, se escucha el correteo de las ratas y multitud de murmullos salir de las jaulas.
Según avanzo voy observando el interior de las celdas, siento la frialdad de Jorge firme como un roble. Unas manos blanquecinas y fantasmales golpean los barrotes con un gran estruendo agarrando el metal con
fuerza y colgándose como si de una bestia del inframundo se tratase; se ha arrancado las uñas y está totalmente desnudo, su rostro está lleno de arañazos y sus ojos inyectados en sangre, los dientes podridos medio colgando y su aliento putrefacto me hacen contener la respiración del asco que estoy sintiendo.
—¡Dios santo! ¿Qué ser demoniaco es este? ―dice Jorge entre susurros.
Si fuera mi cuerpo estaría temblando cada parte de mí.
A causa del ruido que se ha formado, los poseídos, "como Jorge los llama en sus pensamientos", se comienzan a agitar, gritan e insultan como energúmenos; unos lanzando por las rejas sus heces, otros comiéndoselas y algunos durmiendo sobre ellas.
—¡Joder esto es asqueroso ¡Jamás en mi vida he visto algo tan ilógico e irreal! —Pero Jorge se mantiene frío como el hielo!
El túnel no parece tener fin, a lo lejos comienzo a ver entre la penumbra del lugar una puerta de metal, está apartada del resto de celdas al finalizar del pasillo, llena de cadenas con candados como puños de grueso anclados a la pared, y dos tablones de metal que suben o bajan haciendo la función de cerrojo.
Casi llegando, pasando las últimas jaulas cuando ya creía que no podía ver nada peor que lo de antes, unas manos de mujer asoman por una de las celdas y con una risa macabra y de plena locura no hace más que repetir.
—¡Te veo Jorge!, ¡siempre te veo!, pobrecito, te ha abandonado tu dios, ¡bastardo! ―Dice una poseída desde las rejas― mientras mantiene sus ojos totalmente ensangrentados en sus dedos índice y pulgar.
—¡Pobre alma maldita!, Dios se apiade de ti, ya que yo no puedo hacerlo –dice Jorge con lágrimas cayendo por sus mejillas, con un grandísimo dolor apretando su pecho.
Acelerándose el pulso de su corazón comienza a quitar los bastos candados de la puerta metálica, se escuchan pasos detrás de mí, son rápidos y ligeros. Volteo la cabeza y visualizo a Miguel tapado con su túnica negra, que es similar a la mía, trae todos los utensilios que le he pedido.
—Miguel, mi querido aprendiz, en este momento nuestros caminos se separan. Por nada en este mundo entres en este cuarto maldito, aquí me despido de ti, en el momento que entre, sella esta sala y, que quede oculta para los restos en el subsuelo del Vaticano.
—Pero maestro, yo quiero...
—¡Noooo! ¡No entrarás! ¿Te ha quedado claro? ―grita el maestro.
Asustado y pálido Miguel asiente con la cabeza.
Después de quitar el último tablón la puerta se abre chirriando pesadamente; es muy robusta, parece preparada para que nadie pueda escapar de su interior.
Cuatro candiles de aceite iluminan la sala, el tintineo de las llamas
chisporroteando crea sombras en el penumbroso cuarto que parece que te acechan a cada momento.
Una silueta se mueve lentamente en círculos amenazantes acompañado de un siseo que no augura nada bueno.
Hace frío muchos grados por debajo de la temperatura del exterior, la silueta que se movía se posa frente a mí, lo veo claro; una capucha negra de tela vieja cubre su cara, dejando entre ver la cuenca de sus ojos negros y profundos, pero sin pupilas y una barbilla afilada que remarca una sonrisa tan demoniaca que ningún músculo de un rostro humano podría imitar, con dos orificios carcomidos como nariz y un pelo lacio negro cayendo por su cara a mechones, su cuerpo está encorvado y retorcido hacía adelanté, marcándose en su espalda deformidades indescriptibles, con unas uñas de gran tamaño blancas y gelatinosas.
Mirándome desafiante dice con voz susurrante.
—Mucho has hecho esperar a Zozo devorador de almas, Zozo no perdona y lo cobrará con más sangre.
—¡Termina ya con esto Zozo! Acaba ya con el sufrimiento de esas personas, ya no te aportan nada, solo las posees por puro placer.
—¡Ja, ja, ja!, ¿sí?, por puro placer, yo amo su dolor, amo su sufrimiento, Zozo ama a los seres humanos porque son débiles, tienen miedo, sus lágrimas de agonía rejuvenecen mi alma, ¿dime? ¿por qué liberarles si me dan tanto placer?
—Porque ya les has absorbido hasta la última gota de vida, que al menos encuentren la paz sin más agonía que su último suspiro, ¡únicamente eres una sanguijuela chupasangre que tienes que depender de los humanos porque solo no podrías subsistir!, ni siquiera el cuerpo que posees ahora es tuyo, ¡es prestado!, porque para seres como tú no hay hueco en la existencia y menos aún en la Tierra —grita Jorge desafiante.
Zozo enfurecido por las palabras de Jorge entra en ira. "El terror se apodera de mí", pero Jorge se mantiene quieto y mirando sus ojos.
La columna del segador de almas se comienza a enderezar, escuchándose crujir todos sus huesos girando su cuerpo lentamente, "veo horrorizado como otra cara totalmente distinta se ocultaba tras su cabeza", algo tan horroroso que no existen palabras para poder describirlo.
No puedo moverme... ese ser está moviendo mi cuerpo como si fuera una
marioneta y, elevándome en el aire salgo despedido con una fuerza
descomunal chocando y cayendo en una silla de madera anclada con clavos al suelo.
Los objetos de Jorge comienzan a elevarse en el aire y con bruscos movimientos se colocan en una mesa que está delante de mí.
Sigo paralizado... solo puedo sentir lo poderoso que es ese demonio.
Sobre la mesa veo que el libro de almas se abre, y está escrito con sangre humana multitud de nombres y fechas; al lado se encuentra una copa de madera junto a una pluma muy antigua y en el medio de la
mesa una tabla de comunicación u oüija como yo lo conozco.
Después de un gran silencio una voz totalmente diferente a la anterior, agresiva llena de odio y rabia comienza a hablar.
—¡Tú!, ¡bastardo inútil! Cierra esa estúpida boca. Tenemos un acuerdo y no vas a romperlo. Yo sigo manteniendo con vida a esa escoria humana del pasillo y tú usarás tu sangre para seguir escribiendo el libro de almas. ¿Está claro? —Ordena Zozo.
Sin control alguno del cuerpo, la mano izquierda de Jorge agarra la pluma y con la punta realiza un gran corte en la muñeca derecha comenzando a sangrar sin parar chorreando hasta llenar la copa de madera, la herida comienza a cerrarse sola y acto seguido la mano izquierda se posa sobre el planchette (pieza de la oüija que marca las palabras), mientras la otra se prepara para escribir.
El segador de almas, con estruendosa voz, comienza a narrar nombres y fechas de la que será su próxima cosecha de almas.
Después de unas líneas escritas, la mano de Jorge comienza a temblar haciendo control de su cuerpo, golpeando la copa de sangre quedándose esparcida sobre la tabla oüija, con un último acto heroico rompiendo las
ataduras mentales de Zozo, Jorge se abalanza sobre el demonio cogiéndole desprevenido sacando un puñal de su túnica he introduciéndolo hasta el fondo del corazón del maldito demonio, el exorcista alza la mirada predicando al cielo.
—¡Padre!, ¡perdóname por lo que he tenido que hacer! ¡Yo nunca he matado, pero era necesario, o la humanidad sería devorada por el inframundo! ―reza Jorge con las manos ensangrentadas.
—¡Agggg! Viejo loco atormentado, ¿qué has hecho?, Zozo no puede morir; Ocuparé tu cuerpo y, buscaré a tu hermana y, de tu hermana a sus hijos y así con todo tu linaje de sangre hasta terminar el libro de almas, ¡agggggg!
—¡Jamás podrás cogerlos a ellos si no me coges a mí!, has firmado tu sentencia demonio, es el final de Zozo el segador de almas ―Amenaza Jorge frío y calculador.
Sin titubear el exorcista desgarra su garganta de izquierda a derecha dejando salir un chorro de sangre carmesí formándose un charco en el frío suelo.
Zozo, desangrado y moribundo, cae sobre la tabla oüija , quedando su alma encerrada en ella, a la espera de ser despertado.
Ya dentro de la oüija el demonio, todos los poseídos del pasillo caen al suelo como sacos, inertes y sin vida.
Miguel, al ver lo sucedido y consumido por el pánico abre la sala maldita viendo a su maestro degollado al lado de un horrible cuerpo deformado sobre la mesa, se acerca sigiloso y alerta recogiendo los materiales de su maestro para ponerlos en un sitio a buen recaudo, desobedeciendo la orden que Jorge le dio de no entrar y, sellarlo para siempre, sin el saber que el demonio dormía en el interior de esa oüija deseando ser despertado para cumplir su cometido, sediento de venganza...
[…]
Una dulce voz angelical me habla con un tono muy suave. Parpadeo despacio y muevo el cuello poco a poco.
—¿Hola?, oye ¿hola?, ¿estás mejor? —dice la voz de una enfermera.
—¿Dónde estoy?, ¿qué ha pasado? ―le digo a la enfermera de los ojos verdes y camisa de cuello alto.
—Pues sufriste una crisis muy fuerte. Gritabas como un energúmeno y no podíamos sujetarte. Finalmente, lo consiguieron dos de los enfermeros y un vigilante. ¡Parecías poseído!, no veas el susto que nos diste —confiesa la enfermera.
Intento incorporarme y no puedo. Observo que me han atado las manos y pies.
—¿Y esto? ¿Por qué estoy atado? —digo forcejeando para soltarme las manos.
—¿Tú qué crees?, como se nota que tú no viste nada, fue necesario hacerlo, llamaré al doctor para ver si ya te podemos quitar esto Abr.… Marcos.
Miro a la enfermera morena cómo se aleja saliendo en silencio por una de las puertas. «¿Qué me ha pasado?», "me pregunto", lo último que recuerdo es ver a Jorge enfrentándose a ese tal Zozo, nunca he tenido una visión tan escalofriante y aterradora.
Pasados 5 minutos más o menos aparece la enfermera con el doctor. Es un hombre regordete y bajito con poco pelo. Me mira con ojos interesantes y se acerca a mí mientras mira unos papeles que le ha dado la chica morena.
—Hola emmm, Marcos ¿verdad?, según veo aquí en uno de tus informes. ¿Cómo te encuentras? —dice el doctor con calma.
—Pues creo que bien. La verdad no lo tengo muy claro, ¿Quién es usted?
—Soy el Dr. Santiago Rey. Puedes estar tranquilo, solo voy a hacerte unas pruebas ¿de acuerdo?
—Si usted lo dice. ¿Me podría decir cómo se encuentra Jorge?, le note muy raro cuando se abalanzó sobre mí.
—¿Jorge dices?, sí... eso... Jorge. Pues la verdad es que enfermó, le han tenido que trasladar del centro urgentemente, supongo que no le veremos por aquí en bastante tiempo ―dice el doctor ajustándose las gafas.
Al cabo de un rato, después de mirarme la lengua, la garganta y pasarme una lucecilla por delante de los ojos, decidió que estoy bien diciendo al enfermero que ya podían quitarme las correas de los brazos
y piernas; tengo unas marcas amoratadas, no sé si porque me lo habían apretado demasiado o porque yo al forcejear me lo he producido.
Ya estando más tranquilo, me pongo en pie para estirar las piernas, el
doctor parece que tiene mucho trabajo porque ha salido de la sala con mucha prisa para continuar con sus cosas.
Me ha parecido escuchar en la lejanía que uno de los internos se ha arrancado la lengua de un mordisco y que la enfermera que lo acompañaba se ha desmayado del impacto, (si esa pobre estuviera en mi cabeza no duraría dos días).
Me asomo a la puerta por el cristal, veo que al interno ya le están trasladando a una de las salas con una toalla en la boca, le están moviendo a la fuerza viéndose un reguero de sangre por el suelo hasta lo que parece ser el salón central donde se ha producido el suceso.
De fondo los otros internos dicen;
—¡Ja, ja, ja!, ¡mira la muy guarra! ¡se ha arrancado la puta lengua!, ¡Me la puedo quedar! ¡que hace mucho que no me la chupan!
—¡Sssss, cállate, cállate, que te van a escuchar!, cósela la boca, la boca y, los ojos, cósela los ojos, ¿tú me quieres? ¿verdad que sí? ¿si me quieres?, ¡Te odio, te odio!
Escuchar todo esto me ha parecido más escalofriante que un poco de sangre por el pasillo. Me pongo las manos en los oídos para dejar de escuchar tanto trastornado.
Salgo de la sala cuando las cosas se han tranquilizado, me dirijo por el pasillo evitando la sangre que han derramado al tiempo que me toco
las muñecas por el dolor que tengo de las rozaduras que me han hecho
las correas, parece que en el salón principal ya han puesto algo de orden; excepto a uno de ellos que está en el suelo lamiendo la sangre del otro paciente. «¡dios eso es asqueroso!». Por suerte le han sedado rápido y se ha quedado dormido como un tronco sobre sus babas.
A lo lejos junto a una ventana veo a Paula como si todo esto no fuera con ella, me acerco con paso tranquilo a ver cómo está; tiene puesto un camisón de color blanco un poco amarillento un par de tallas más grande y la mirada fija al exterior. A unos tres metros de distancia la llamo.
—¡Hola Paula! ¿Cómo estás? ¿sabes qué ha pasado aquí?
Pero Paula no responde. Después de insistir un par de veces decido dejarla tranquila, ni siquiera hizo amago de escucharme.
Estoy muy dolorido y decido ir a mi celda a descansar, por lo que veo están demasiado ocupados con los demás, ni se han enterado de que he salido de la consulta del médico.
[...]
Son las 8 de la mañana y creo que he dormido del tirón porque no me he enterado de nada, me noto más descansado y en la noche no me ha despertado ninguna crisis.
Como todas las mañanas desde que estoy incomunicado en este antro me voy al comedor principal, me dan mi desayuno, las pastillas de la
mañana, etc., etc., vamos lo de siempre, con una diferencia, ¿estoy solo en la mesa?, ¿Dónde estará Paula? La última vez que la vi estaba mirando por la ventana enrejada, absorta, ida totalmente.
Alrededor de mí está todo como siempre, ya son las 12:30, veo a pocos enfermeros por aquí y los internos están cada uno a lo suyo, unos ríen a carcajadas, otros lloran desolados, otros quietos con la mirada perdida, a veces considero que no tendría que estar aquí, aunque Tampoco recuerdo la razón por la que lo estoy.
Ando un rato por el aburrimiento, pero algo llama mi atención, veo a Paula al final de un estrecho pasillo, ¿Desde cuándo está ese pasillo ahí?, me pregunto.
Paula me mira fijamente y levantando su mano me señala con su dedo índice doblándolo lentamente indicando que me acerque.
Me acerco un poco confundido hacia ella, las luces parpadean dando pequeñas ráfagas y destellos, al unísono la televisión del salón comienza a hacer interferencias mostrando una imagen un tanto extraña con forma humanoide.
Escucho la voz de Paula susurrante, melancólica, diciendo;
—¡Ven! Marcos ¡Ven!, Ayúdame, no me dejes sola, tengo miedo.
Acelero el paso, según me voy acercando, ella se va alejando cada vez más.
Estoy en el pasillo, ya no puedo verla, camino en línea recta y una puerta frente a mí se cierra muy despacio, en ella pone "NO PASAR".
Dándome exactamente igual las indicaciones abro la puerta ojeando tras de mí que nadie me ha seguido.
Es un cuarto pequeño con una bombilla casi fundida que parpadea al compás de los chispazos del enchufe al que está conectada, veo muebles muy viejos llenos de telarañas y polvo, en el suelo distingo unas huellas de pequeños pies que parecen estar húmedas, las sigo el rastro y a un par de metros veo a Paula, la tiemblan las manos, está totalmente mojada con su pelo negro pegado a la cara.
—¡Por favor libéranos!, termina con esto ahora —dice la pobre chica con su rostro lleno de lágrimas.
—¿Liberaros? ¿De qué Paula? ¿De qué estás hablando? Me estás asustando —digo mientras me acerco muy despacio.
Se comienza a rascar los brazos con brusquedad haciéndose pequeños arañazos al tiempo que se muerde los labios.
—¡No puedo controlarme! ¡Termina con esto!, ¡Apaga esa voz infernal de mi cabeza!
Dice Paula con las uñas ensangrentadas, terminando de marcarse en carne viva la segunda Z en sus brazos.
—¡Para de una vez Paula! ―grito mirando sus ojos.
Me abalanzo sobre ella para sujetarla los brazos, pero al entrar en contacto con su piel una fuerte jaqueca destroza mis sienes. ¡Aggg!, joder, Dios, ¿qué es esto?, grito retorciéndome de dolor cayendo paralizado al suelo...
Paula
—¡Ahora, Paula!, ¡es el momento de hacerlo!, ¿no has visto lo que le ha hecho a tu tía? —susurra la voz de Lara.
—Sí Lara, lo sé, pero él antes no era así, nunca se comportó de esa forma. Estoy confusa. Todo cambió después de su viaje a ese maldito faro.
—¿Eres una cobarde? Te creía más fuerte Paula. Déjate de tonterías y ¡hazlo ya! Antes de que sea tarde, ese cabrón ha metido a tu tía en el maletero del coche, se ha deshecho de su cadáver después de romperle a patadas todos los huesos del cuerpo, es un asesino, sabes como yo que tú serás la siguiente ―dice Lara con rabia.
Lara la coge de la mano para ponerse las dos en pie.
Veo a Paula saliendo de una pequeña buhardilla, baja una escalera de madera vieja muy empinada. con otra chica de su edad de su mano.
Veo más borroso de lo normal, como si una neblina tapara mis ojos, no puedo mirar en sus recuerdos, solo ver y escuchar lo que está sucediendo en este momento.
—¡Vamos rápido, rápido! ¡agarra el revólver del mueble del salón! Está demasiado borracho para enterarse de algo ―susurra Lara.
Abro un pequeño cajón girando en silencio la llave que lo mantiene cerrado, saco del interior un revolver, una caja de balas y, comienzo a recargar la recámara.
—¡Bien Paula! Sabía que no me defraudarías, vamos a la habitación de matrimonio donde ese desgraciado ronca como un cerdo.
Sigo las indicaciones de la niña, miro hacia abajo, tengo puesto el camisón de dormir, voy descalza para hacer el mínimo ruido.
Abro la puerta de la habitación de matrimonio y entro con el arma en la mano, me acerco a la cabecera de la cama y, con la mano temblorosa apunto a la cabeza de ese asesino hijo de puta.
Con los ojos desorbitados e inyectados en odio, intento apretar el gatillo, pero no tengo fuerza, cojo la pistola con las dos manos, en ese instante el hombre abre los ojos me mira fijamente y, hace una mueca tosca de sonrisa diabólica, diciéndome con risa demente.
—¡Hazlo! ¡Hazlo! ¡Hazlo! —grita el tío de Paula.
Mientras su locura aumenta por cada lágrima que corre por mis mejillas.
¡Pum! En milésimas de segundos sus sesos estaban desparramados en la almohada blanca de la cama de matrimonio dejando caer el arma al suelo a causa del impacto, mi cara está desencajada, incluso con la tapa de los sesos esparcida por el cuarto mantenía esa sonrisa de demente.
Después de un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, salgo de allí dejando atrás el cadáver, voy sola, Lara desapareció en el momento en que aprete el gatillo, llegando al descansillo cojo una caja de madera con simbología religiosa y una nota arrugada que parecer ser que Paula había colocado a la salida antes de la huida.
Con la caja en las manos siento espasmos por todo el cuerpo, como si no tuviera ningún control, comienzo a andar sin saber hacia dónde voy, la tormenta me está calando de los pies a la cabeza, las piedras y hierbajos están destrozando mis pies.
No sé qué está pasando, pero esta no parece Paula la dulce chica que yo conozco, parece poseída por algo que no puedo entender, sus movimientos son toscos, descoordinados, parece inmune al dolor al ver sus pies ensangrentados después de varios kilómetros bajo la tormenta por campo a través.
Por fin, ha parado, estoy delante de un gran árbol que parece un roble viejo y nudoso, me es muy familiar, aunque no puedo centrarme en ese
pensamiento, ya que casi sin coger aire estoy escarbando un agujero como si fuera un perro bajo el tronco de ese árbol.
Tengo las manos destrozadas, con las uñas totalmente rotas, introduzco en el hueco la caja de madera tallada y estando ya bien sujeta me pongo a taparlo con la misma arena que he sacado hace unos minutos desgarrando mis dedos.
A unos 100 metros veo una casa, me dirijo hacia ella arrastrando los pies, con paso lento, los brazos y piernas retorciéndose cada vez más, al llegar a la puerta de esa vivienda observó que esto también es muy familiar para mí.
Saco la nota de papel y me quedo observándo quieto e inerte. En la nota está escrito lo siguiente con las huellas de sangre de los dedos emborronándolo todo.
Con esta nota me despido Marcos, ya no puedo más. Sé que no te pude corresponder y lo siento, pero en el amor no puedo mandar. Soy una incomprendida, un bicho raro al que nadie quiere cerca y, por eso creo que mis días aquí han terminado.
Despídete de los demás por mí, yo no puedo hacerlo y menos aún de Abraham, algo cambio desde el día en que abrí esa condenada caja, todo empezó a torcerse y si mi vida ya era complicada eso la destruyó definitivamente.
He enterrado esa maldita pesadilla en el árbol, nuestro árbol, no la saquéis por favor, que se pudra con los gusanos antes de que haga más daño.
Adiós, a lo mejor en otra vida podremos ser correspondidos.
Después de dejar la nota clavada con una pequeña navaja en la pared de madera, comienza a caminar introduciéndose en el bosque, los chasquidos de su cuello y su columna son los sonidos que nos acompañan los próximos 3 km, Mis pies se han parado y me tiemblan las piernas, tengo los dedos totalmente arrugados y el frío me apuñala en cada parte que toca, miro hacia abajo y ya sé que esto terminará
muy pronto, el final está bajo mis pies.
Un enorme precipicio con rocas afiladas me espera sedientos; son como unas grandes fauces con dientes afilados que quieren devorarme y no puedo evitarlo, algo está guiando a Paula al suicidio.
Sin pensarlo salto al vacío quedando mi frágil cuerpo totalmente destrozado al fondo del oscuro abismo.
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