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marcos año 2022


Son las 8 de la mañana. Es la hora a la que nos despiertan a todos los internos del hospital psiquiátrico de San Lorenzo.

Un enfermero malhumorado golpea la puerta de mi celda maldiciendo y farfullando.

   —¡Date prisa, Marcos!, tenemos que ir al comedor, están poniendo el desayuno, y como tardes más de un minuto no catas nada hasta la comida. Ya me he enterado de que esta noche has escandalizado otra vez a todos con tus estúpidas crisis. Hoy tenemos visita por lo cual no me jodas, ya sabes lo que te toca si me cabreas ¿verdad, Marquitos?

   —Sí, señor, no haré nada que pueda enfurecerle.

Cuando lo que realmente quería decirle es; cabrón de mierda, déjame en paz y desaparece de mi vista si no quieres que te meta por el culo ese juguetito con el que nos das descargas, maldito bastardo.

Salgo del antro en el que paso la mayor parte del tiempo y me dirijo al cuarto de baño a asearme un poco, ¡cómo no!, acompañado de este estúpido orangután que parece mi sombra.

Cuando termino de hacer mis necesidades me lleva a la parte de abajo del hospital y me deja en un pasillo donde están los demás internos. Y el enfermero, tan educado como siempre, levanta la mano y me dice.

   —Adiós, te veo luego para asegurarme de que te tomas las pastillas.

Después de su comentario me quedo en silencio y, sin contestar, me pongo a la cola para ir al comedor.

Pasados unos 10 minutos esperando, me colocan en el mismo sitio de siempre.

A mi izquierda tengo a Ángela, una chica de 28 años muy delgadita y paliducha, rubia, con muchas ojeras de no dormir en muchos días. Su familia la metió aquí con las mejores intenciones, según las promesas de los médicos de que se recuperaría, que esto que la estaba pasando solo era una crisis emocional temporal y que en unos meses estaría perfectamente. Pero no fue así, de eso ya han pasado 8 años, sus crisis y alucinaciones no habían hecho más que empeorar.

Años atrás Ángela solamente veía de vez en cuando a 3 niños de 3,6 y 8 años, decía que eran suyos y que no permitiría que nadie les haga daño, pero ahora los ve a todas horas. Únicamente habla y juega con ellos como si fuera lo único que tuviera en este mundo.

Al resto de personas nos ve como fantasmas, como si no existiéramos para ella.

A mi derecha tengo a Jorge, un anciano de unos 75 años, pelo largo y canoso con los ojos vidriosos, que se ha quedado sumergido en sus recuerdos de cuando era cura, supuestamente hacia exorcismos en nombre de dios. Cosa extraña porque nunca ha sido obispo, cura, ni monaguillo. Trabajaba como funcionario en Correos, hasta que por curiosidad leyó una carta que no le correspondía y a partir de ese momento cambió su vida. Paso de estar sentado en una silla poniendo sellos, a estar en un manicomio gritando y expulsando al anticristo con frases en latín y tirando agua del grifo por todos los sitios que pasa.

La verdad no hace daño a nadie, pero sí llega a asustar a pacientes que hace poco que han ingresado en el centro, como es el caso de Paula.

Y por último delante de mí tengo a Paula. Únicamente tiene 23 años. Es la interna más joven del centro; Pelirroja pelo largo, bajita y piel muy pálida. La ingresaron en el hospital psiquiátrico hace tan solo 15 días. Supuestamente, es totalmente ciega, pero no de siempre. Fue a partir de lo sucedido con su familia. A decir de los médicos era sólo un bloqueo mental que ella misma ha causado en su cabeza. No comprenden cómo no puede ver nada cuando aparentemente, según todas las pruebas que la han hecho, está perfectamente, y su vista tendría que funcionar al 100%. La verdad es un caso muy extraño, su mente tiene que esconder algo muy oscuro de forma consciente o inconsciente, y tarde o temprano accederé a esos recuerdos.

En el centro hay cientos de internos, cada cual con sus esquizofrenias y trastornos. Aquí en el comedor nos colocan según el grado de molestia que causemos, en pocas palabras, los que más joden y molestan en un lado, y los más tranquilos y que menos problemas damos en otro, que es donde estamos nosotros.

Mientras desayunamos escucho de fondo una voz femenina, algo lejana, es casi ininteligible lo que dice. Solamente sé que me parece una voz dulce, joven, y tranquilizadora.

Me giro mirando hacia mi espalda, y allí junto a la recepción del hospital veo a una chica, parece joven, tiene el pelo liso y rubio, y se dirige a la recepcionista con un tono serio y educado, gesticulando mucho con las manos.

¿Quién podrá ser?, me pregunto; ¿un familiar?, ¿una nueva interna?, o tal vez esa visita tan importante de la que hablaba el enfermero esta mañana a primera hora.

Sea quien sea me parece muy interesante, le comento a Jorge, aun sabiendo que probablemente no tenga respuesta alguna.

No solemos tener visitas muy a menudo y menos que sean tan guapas y atractivas como lo es la señorita...

   —Nina, mi nombre es Nina Gómez, y soy la nueva directora del hospital San Lorenzo. —me dice sorprendiéndome por la espalda.

   —Buenos días Srta. Nina. No la escuche acercarse -respondí mirando tras de mí.

   —Buenos días, ¿su nombre es? -dijo Nina con voz calmada y tranquilizadora.

   —Su nombre es Marcos Lago, Srta. Nina-se adelantó el enfermero metomentodo sin dejarme responder.

Ella miró fijamente al pelma del enfermero. Parece ser que esa mirada penetrante y desafiante le heló la sangre hasta el extremo de enmudecer e irse sin mirar atrás. Mi emoción de ver la cara de ese matón término rápido cuando, susurrando, me dijo.

   —Marcos, de esta no te libras —apretándome con fuerza la muñeca mientras se alejaba.

Pasados esos segundos incómodos vi como Nina me observaba y después de una pausa se marchó con su contoneo de caderas y paso firme, pero mi pregunta interior fue; ¿Quién me da más miedo?, Carlos el enfermero cabrón, o Nina la nueva y atractiva directora.

El día ha transcurrido con tranquilidad; pastillas por aquí pastillas por allá, algún ataque epiléptico fingido para morder o golpear a algún enfermero, un par de descargas de la felicidad, 'como ellos lo llaman", y poca cosa más. Lo de siempre. El problema llegó después, cuando Carlos fue a buscarme para acompañarme a mi celda de nuevo.

   —Marquitos tira para dentro.

   —Sí... sí, ¡tranquilo! Voy para dentro..., ¡tranquilo! -contesté.

   —¿Tranquilo?, tranquilo te voy a dejar yo ahora ya verás.

Sin verlo llegar, ya tenía un calmante inyectado en el muslo, casi sin poder moverme, me golpeó tantas veces que no pude contarlas hasta que quedé inconsciente.

Después con excusarse en que me autolesioné y tuvo que calmarme y reducirme ya era suficiente.

                                 Ángela

Veo un espejo. Primero borroso, pero poco a poco mis pupilas ven con más nitidez. En el reflejo una chica joven muy bella, está peinando su pelo negro como el azabache. Ojos verdes, piel pálida y labios un poco amoratados que, por la sensación de escalofríos, es porque la temperatura es muy baja.

Siento dentro que es Ángela, pero... porque repite constantemente en su interior, ¡Carol!, ¿por qué les dejaste ir?

Dolor, mucho dolor en el pecho, con una angustia y tristeza que haría estremecerse al mismísimo diablo. Me pongo una manta gruesa de lana en el cuerpo, y me dirijo a una mesilla antigua al lado de una cama de matrimonio. Es todo muy antiguo, de época, no estamos en el 2022 ni por asomo.
Saco un Tanaj polvoriento y me pongo a leer;

Deuteronomio 6:6-9

Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos.

Acto seguido escribe una nota;

Abraham lo siento, no aguanto más este peso en el alma. Entiéndelo, amor, eran mis niños y ya no están, les dejé morir, y ahora te tengo que dejar a ti porque ellos me necesitan.

Carol Monterrey Artizar

Indagando en sus pensamientos llegué a la raíz de ese dolor tan insoportable.

Perdido en sus lamentos y lloros lo vi. El lago estaba congelado, los tres pequeños jugaban sin temor ni miedo cuando el hielo se quebró y los indefensos niños se hundieron en el agua.

El hielo congeló sus músculos y los gritos quedaron en un susurro apagado. Cuando Carol quiso darse cuenta, las oscuras aguas ya se habían tragado a sus tres criaturas.

Me empieza a faltar el aire asfixiándome, haciéndome desconectar de ese trágico pensamiento. Ya es tarde. Carol se ha atado una soga al cuello. Me arde el pecho, ¡Por favor aire!, no puedo res... pi... rar.

Lo último que vieron mis ojos vidriosos es esa enorme rama de árbol nevada, con mi cuerpo colgado de ella y mirando a la nada, perdido... solo.

Abrí los ojos. Me encontraba sentado en el suelo totalmente paralizado, con un charco de orina empapando mi entrepierna.

La visión de Ángela me pasaría factura por mucho tiempo y tampoco sé cuánto más aguantaré con estas visiones irracionales en las que la muerte, siempre que intento dormir me está acechando.

Un silbido chirriante interrumpe mis pensamientos entrando en estado de pánico. Es Carlos con esa musiquita infernal que sale de sus labios, imitando una canción de cuna, mientras sus pasos avanzan lentamente, acompañado del tintineo de las llaves de su cinturón.

Camina despacio haciendo sonar sus botas y, silbando esa melodía horrorosa, haciendo pausas, entonando, Ángela... Ángeeeeela, estoy llegando...

Con un descontrol total de mi cuerpo, corro desesperado a la puerta golpeando con todas mis fuerzas: ¡Hijo de puta! No toques a Ángela te juro que te voy a matar. Sin tener respuesta alguna, escuchando su voz cada vez más lejos.

Impotente e inútil caigo de rodillas al suelo sabiendo lo que ese mal nacido le hará a Ángela, sedándola y usándola como una muñeca de trapo.

Sin saber cómo y a falta de toda lógica, la puerta del cuarto acolchado despacio y chirriando comienza a abrirse. Pasmado y asustado me asomo sigilosamente, viendo a mi derecha a lo lejos una especie de sombra meterse por el pasillo dirección al cuarto de Ángela.

El silencio era abrumador. Las paredes parecían más grandes y el pasillo sin fondo. Comienzo por andar y, según camino a paso lento y sigiloso, las luces se encienden al detectar mi movimiento. Acelero el paso a sabiendas de que el vigilante de seguridad se daría cuenta de mi presencia de un momento a otro, cuando repentinamente escucho un golpe muy fuerte. Aterrado corro sin aliento al cuarto de mi compañera.

La puerta está abierta. Ángela se encuentra sobre la cama amordazada y con el pantalón roto en su entrepierna.

Tiene los ojos cerrados con un gran charco de sangre en sus pies. Algo no encaja. ¿Dónde está ese psicópata?, ¡Voy a matarlo!, ¿Dónde está?

Un chorro de sangre cae del techo. Al levantar la vista veo atónito cómo Carlos está en el aire con los sesos desparramados, como si algo furioso y sobrenatural lo lanzara con fuerza hacia arriba. Algo lo zarandea de un lado a otro con movimientos de rabia y odio.

En cuestión de segundos la habitación está teñida de rojo usando su cabeza como brocha.

   —No es posible, ¿qué está pasando? —pienso, entrando en pánico.

Casi no puedo pestañear cuando con una gran violencia se empiezan a tensar sus miembros escuchando huesos, tendones y piel resquebrajarse como si fueran de papel de fumar, arrancándose con gran fuerza de su tronco.

Solo pasados unos segundos Carlos era un amasijo de entrañas sangre y carne esparcido por todo el cuarto.

Muerto de miedo corro como alma que lleva el diablo y me encierro en mi jaula acolchada, aterrado y sin aliento, deseando dormir y pensar que esto no ha sucedido y ha sido una pesadilla.

Lo último que captaron mis ojos, fue la mirada de Paula, esa chica indefensa, taladrarme con la mirada antes de cerrar la puerta...

Parece ser que ya ha amanecido, empiezo a despejarme reflexionando en lo que sucedió en la madrugada al tiempo que me incorporo en la cama.

Escucho cómo introducen una llave en la cerradura. Tengo miedo y me pego a la pared. Si es Carlos significaría que todo fue una pesadilla, pero «¿y si no es él?, todo lo que vi, la sombra del pasillo, Carlos descuartizado, Paula observándome, ¿entonces sería cierto?, y si es cierto, ¿cómo les explico que una sombra negra como la noche zarandeo a Carlos hasta romperle en pedazos como si fuera una piñata?»

La puerta se abre dejando entrar la luz del exterior cegándome. Cuando me acostumbro a tanta iluminación pude ver su cara, no era Carlos, era una chica más joven y sonriente. Le pregunté que dónde está Carlos y ella me mira con cara extrañada sin saber de qué le hablo. Transcurridos unos segundos incómodos me dice;

   —Vamos Marcos, sal a lavarte y despejarte un poco, ¿qué pasa? ¿tuviste una mala noche?

Salgo detrás de la enfermera un poco desorientado, pero algo captó mi atención. «¡Bonito trasero!» pienso, pero no se lo digo. Ese despiste duró unos segundos, porque rápidamente busqué a Ángela en la cola del comedor.

Allí no se encontraba, pero Paula sí. «¿Qué está pasando?». Me intento centrar, pero me cuesta mucho. Tengo bloqueos en los recuerdos. Veo las cosas borrosas en ello. Ya ni siquiera recuerdo por qué razón estoy aquí encerrado. «¿Estaré realmente loco o será la medicación?» me pregunto. Sumergido en mis recuerdos la voz amable de Nina me hace desconectar de ellos.

   —¡Hola, Marcos! ¿Cómo te encuentra? —dijo Nina.

   —¡Bien, Nina!, aunque un poco confundido. ¿Sabes dónde está Ángela?

   —¿No está en tu grupo? -responde después de un largo silencio.

   —No me ha parecido verla, y a Carlos nuestro cuidador tampoco, ¿sabe dónde están?

   —Supongo que a Ángela la han sacado de aquí sus familiares. Y referido a Carlos...., creo que pidió el traslado, ya no vendrá por aquí.

Nina sacó una hoja de su carpeta y anotó algo rápidamente. Después, mirándome me dijo;

   —Tu tranquilo Marcos, todo está en orden..., buenos días.

La respuesta de Nina supuestamente me tenía que haber dejado tranquilo. Ángela ya estaba fuera del centro, Carlos ya no me molestaría más. Pero algo en mi interior, una vocecilla lejana muy repelente, de esas que siempre tienen la razón, aunque lo odies, "pues de esas", me dice continuamente que algo anda mal en el centro de San Lorenzo.

Después de ese discurso interno, me dirijo a la mesa. Ya me rugen las tripas y necesito comer, me siento al lado de Jorge con Paula frente a mí. Ninguno de los dos ha probado bocado, y por lo que puedo ver, supongo que no tienen intenciones de hacerlo.

Música clásica de fondo, el ruido de cubiertos chocando con los platos. Tomo mi tenedor, y comienzo a comer con tranquilidad, una enfermera está en el centro de la sala vigilando todos nuestros movimientos, cosa que veo totalmente normal, no sería la primera vez que un paciente de repente hace alguna locura; clavarse el tenedor en la mano, cortarse las muñecas, o como paso hace unos días, que una cuchara acabo metida en la cuenta del ojo de uno de los internos, ahora le llamamos Nec el tuerto.

Pasado un rato entre platos y postre me percate que Jorge me miraba fijamente, con la mandíbula desencajada y babeante, ¿Qué querrá?

   —¿Jorge? ¿Jorge? Oye, Jorge ¿qué te pasa? —le digo preocupado.

Tiene la mirada perdida. Está pálido y se le marcan los músculos tensos en su cara.

Casi sin percibir sus movimientos, se abalanza sobre mí y tirado en el suelo con el peso de su cuerpo sobre el mío, me comenzó a apretar las sienes con sus dedos huesudos y largos.

Estoy paralizado, comienzo a escuchar las voces distorsionadas cayendo en un vacío sin fondo, intento agarrarme a las paredes que parecen de aceite; manos negruzcas salen de ellas y me rasgan la piel con las uñas, al tiempo que gritos agónicos de mujeres, hombres, y niños, hacen que me sumerja en una oscuridad absoluta donde destellos de letras y números recorren mi mente, hasta caer en una vieja caja de madera de roble, la cual, desprende un hedor a muerte que me hace perder completamente la conciencia.

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