Operación Rueda de la fortuna
Estaba decidida. Había dejado pasar demasiadas oportunidades y no quería seguir posponiendo las cosas. A pesar de tener miedo, a pesar de los temores, a pesar del qué dirán, Ayano se dispuso a confesarle sus sentimientos a Kyoko de una vez por todas. Esta vez sí.
Aunque se lo dijo a sí misma durante mucho tiempo, evaluando diferentes maneras de revelar la verdad, todo había sido infructuoso. No era únicamente su culpa, sin embargo, pues en ocasiones intervinieron factores externos e inesperados. Aun así, consideró que la situación se estaba estirando más de lo necesario a un punto más bien ridículo. Aquello no podía continuar, por lo que Ayano comenzó a pensar en cuál sería el plan definitivo, qué haría para hablarle de su amor a Kyoko.
Tras varios minutos de reflexión, optó por una estrategia muy usada en anime y manga: la estrategia del parque de diversiones.
―Pero no puedo confesarme antes de tiempo..., y los nervios podrían jugarme una mala pasada... ―pensó.
Por lo mismo, decidió invitar a las demás chicas. Era verdad que a veces representaban un estorbo más que una ayuda, pero Ayano no tenía corazón para dejarlas afuera; lo del cine, tiempo atrás, había sido una excepción.
El solo pensar en el panorama que se aproximaba hacía que la pelimorada se pusiera más nerviosa de lo normal. Para intentar calmarse, tomó un manga de su colección personal y comenzó a leerlo. Desafortunadamente, resultó ser un ejemplar en el que las chicas protagonistas tenían una escena similar a la que Ayano estaba planeando en su cabeza. Fue inevitable que reemplazara a aquellos personajes con Kyoko y ella misma, y eso le provocó un sonrojo exagerado y violento.
―¡No, no, no! ¡Por supuesto que algo así no va a pasar entre nosotras! O sea, no es como si no lo quisiera, pero...
A tanto llegaba el anhelo de Ayano que en su cerebro se tejía una maraña de incoherencias que después salían por su boca. Esperaba que, con un buen descanso, las cosas en su corazón y cabeza se calmaran un poco.
(...)
―¡Yaju! ¡Ya estamos aquí!
―Kyoko, eso ya lo sabemos, no hay necesidad de que lo digas.
―Yui, no eres divertida.
Las ocho chicas se hicieron presentes en el parque de diversiones un fin de semana. La idea era llegar temprano para disfrutar de los juegos el mayor tiempo posible, pero Kyoko llamó a Yui a las tres de la mañana, despertándola e impidiéndole volver a dormir; las ojeras de la pelinegra lo ponían de manifiesto.
―Alguien tiene que ponerte un freno y hacerte ver un par de detalles. ¿Quién fue la que me despertó a las tres de la mañana? ―Lanzó un largo y profundo bostezo.
―... Je, je.
Daba igual lo que hubiese pasado horas antes; las chicas ya se encontraban ahí. Con todo un día de diversión por delante, lo primero en lo que muchas pensaban era cuál atracción visitarían primero. Sin embargo, Ayano solo tenía una cosa en mente, y esa era su confesión. A pesar de su confusión inicial, eventualmente pudo planear algo y definir ciertos detalles, incluyendo el lugar y el horario. Lo único que podía jugarle en contra eran los nervios, pero esperaba que, tal cual había ocurrido un par de veces en el pasado, pudiera mantener la suficiente serenidad como para no echar todo a perder.
―Y Ayano-chan, ¿ya pensaste en cómo decirle a Toshino-san que la amas? ―le susurró Chitose al encontrarla con la guardia baja.
―¡¿Q-Qué?! No sé de qué hablas, Chitose. No es como si quisiera que hoy Toshino Kyoko se enterara de mis sentimientos.
―Tranquila, Ayano-chan. Trataré de ayudarte como pueda.
La pelimorada intentaba actuar normal, pero no podía engañar a su mejor amiga, quien en ese momento se imaginaba a ambas chicas en un bote de cisne que flotaba sobre tranquilas aguas, aunque mucha de esa agua podía relacionarse con la sangre que estaba perdiendo.
―¡CHITOSE!
Gracias a Akari y sus pañuelos salvadores, la hemorragia de la peliblanca pudo detenerse. Habiendo superado aquel contratiempo, era momento de elegir.
―Entonces, ¿a qué juego iremos primero?
―¡A LA CASA EMBRUJADA! ―chillaron Kyoko y Sakurako.
La sola idea de enfrentarse a fantasmas, aunque fuera gente disfrazada, hizo tiritar a más de una.
―Kyoko-chan... ¿podríamos ir a... otra parte? ―preguntó Akari.
―¡Claro que no! Iremos a la casa embrujada primero.
Otra que estaba temblando como jalea era Chinatsu, quien, inconsciente del terror que provocaban sus horribles dibujos, no era capaz de aguantarlo cuando se trataba de una fuente externa. No obstante eso, pensó que si aguantaba los disfraces y la parafernalia, podría tener más chances con Yui, por lo que se hizo la valiente y dijo:
―Vayamos.
La sola fachada de la casa bastaba para inspirar terror y sobrecoger el corazón de los cobardes; Chinatsu y Akari entraban en esa categoría.
―Ayano-chan, trata de mantenerte cerca de Toshino-san por si pasa cualquier cosa ―le susurró Chitose.
La respuesta a eso fue un sonrojo y un chillido ahogado.
Aunque las ocho chicas entraron al mismo tiempo y se mantuvieron juntas, se notaba que se habían formado parejas en el grupo: Himawari y Sakurako, Chinatsu y Yui, Akari y Chitose, y Kyoko y Ayano. Cada una se mantuvo al lado de la otra durante todo el trayecto, en especial cuando los fantasmas empezaron a aparecer desde distintos rincones.
―¡Sálvame, Yui-senpai! ―exclamó Chinatsu mientras apretaba el brazo de la pelinegra hasta el punto de dejarlo pálido.
―¡Chi... natsu... chan!
Del lado de Himawari y Sakurako, caminaban abrazadas en medio de sus temblores. Aun con los constantes forcejeos y discusiones, ninguna de las dos daba la más mínima señal de querer separarse.
―¡Camina más rápido! ―gritó la peliazul.
―¡Lo haría, pero tus enormes pechos me estorban!
―¡¿Qué tienen que ver los pechos con esto?!
Yendo con Chitose y Akari, la chica de lentes se mantenía tranquila, mientras que la pelirroja se estremecía como si estuviera desnuda en el Polo Sur. Lo extraño del caso es que ninguno de los fantasmas de la atracción la vio.
―Esto es divertido. ¿No lo crees, Akaza-san?
―Eh-Eh-Eh-Eh-Eh-Eh... ―Akari sonaba como una cortadora de pasto descompuesta.
En cuanto a Kyoko y Ayano, esta última sentía temor, pero ver que su amada rubia la acompañaba la calmaba en parte.
―Descuida, Ayano, si aparece un fantasma, yo te protegeré ―alardeó un poco.
―Toshino Kyoko...
En eso, apareció una chica con la cara pintada de blanco y envuelta en una sábana que intentó asustar al par. Kyoko reaccionó automáticamente.
―¡Aaah!
Un puñetazo en la nariz bastó para dejar a la pobre fantasma viendo pajaritos en el suelo.
―Toshino Kyoko, eso no era necesario.
―Eh..., bueno..., mi cuerpo reaccionó solo, ¿sí? En todo caso, dije que te protegería.
Si bien la reacción de la ojiazul no había sido la más pulcra, Ayano se sintió halagada. Su corazón terminó de derretirse con la sonrisa que le dedicó Kyoko.
―Qué hermosa es... ¡Espera! ¡Cálmate un poco, Ayano! ¡Todavía no es el momento para confesarte!
Al salir de la casa embrujada, a más de una se le antojaba una bebida para calmar los nervios.
―Ten, Ayano ―Kyoko le ofreció una.
―... Gracias ―dijo sorprendida y ligeramente roja.
A la pelimorada le esperaba un largo día. Chitose, por su parte, disfrutaría de lo que hicieran ellas dos.
La diversión continuó durante horas. Entre lo más destacado estuvo el peluche que ganó Yui para Chinatsu en un juego de puntería, y que esta aseguró que conservaría incluso después del matrimonio entre ambas; la pelea que tuvieron Himawari y Sakurako en un bote para dos; los impactos que recibió Akari en el juego de los autitos chocadores, todo porque la gente quería ensañarse con el auto aparentemente vacío; y la caricatura que le hicieron a Chinatsu y que ella encontró insatisfactoria, al punto de modificarla en algo más «agraciado», convirtiéndola en una cosa peor que los fantasmas de la casa embrujada. Todos esos hechos representaban la previa al gran momento de Ayano, quien disfrutaba lo más posible. Lo mejor de todo era que Kyoko también se veía feliz, y eso hacía que la chica de la coleta sintiera un calor agradable en el pecho.
Eventualmente, llegó el atardecer. El clímax podía sentirse en el ambiente, sobre todo porque no estarían mucho tiempo más en el parque.
―¡La rueda de la fortuna! ¡Quiero ir a la rueda de la fortuna! ―exclamó Sakurako mientras la señalaba. Aquella era la señal para que Ayano se preparara, aunque las cosas se dieron un poco antes de lo que tenía presupuestado.
―Sakurako, deja de gritar.
A pesar de las quejas de Himawari, todas estuvieron de acuerdo en subir, incluyendo a la misma peliazul.
―Ayano-chan, solo pueden ir dos personas en cada cabina. Trata de ir con Toshino-san.
Ese era el plan, pero por supuesto, la pelimorada simuló que le desagradaba la idea.
―Chinatsu-chan, vayamos juntas ―dijo Kyoko mientras la abrazaba.
―¡NO! ¡YO QUIERO IR CON YUI-SENPAI! ―chillaba la pelirrosada mientras trataba de liberarse.
―Kyoko, no sigas molestando a Chinatsu-chan. Que ella decida con quién quiere subir.
―¡YUI-SENPAI!
Las mismas parejas que se formaron en la casa embrujada subieron a las cabinas de la rueda de la fortuna.
―Bueno, Ayano, parece que seremos compañeras ―le dijo Kyoko.
―... Eso supongo. ¡Pero no es como si lo deseara!
Se sentaron frente a frente y la atracción comenzó a girar. Ayano tenía que apresurarse; solo tenía un par de vueltas antes de perder su oportunidad.
―¡Mira, el sol se está poniendo! ―señaló la rubia.
―Sí, es una vista muy bonita.
La vicepresidenta del consejo jugueteaba con sus dedos tratando de serenarse. Tras una profunda bocanada de aire, logró hacer acopio del escaso valor que tenía en ese momento.
―Toshino Kyoko...
―¿Mmm?
―Hay algo que quiero decirte.
Las palabras de Ayano captaron su atención.
―La verdad es... La verdad es... Bueno, tú y yo somos compañeras de clase y nos conocemos desde hace un tiempo. Es verdad que a veces eres un poco fastidiosa y alocada, pero... ―le costaba continuar― no odio esa parte de ti. De hecho, es lo contrario.
La rueda seguía su andar. A pesar de que la velocidad no era tan alta, era mejor no confiarse; en cualquier momento podría detenerse y hacer que Ayano se retractara.
―Durante estos meses..., creo que tú y yo nos hemos acercado más que nunca. Hemos hecho muchas cosas: trabajar en tu doujin, ir a convenciones, al cine, a las aguas termales... Me he divertido mucho.
―Yo también ―respondió Kyoko.
―Me alegra escuchar eso. Todas han sido actividades divertidas, pero... creo que el motivo principal de la diversión... ―sus labios temblaban― es porque hice esas cosas contigo, Toshino Kyoko.
―Es que siempre soy una grata compañía ―presumió un poco la rubia.
―¡No es eso lo que quiero decir! La verdad es... es... que hay otra razón de por qué me divierto tanto contigo, una razón más... personal.
El paseo de la rueda estaba a punto de terminar: era ahora o nunca.
―Toshino Kyoko... Toshino Kyoko, tú...
―¿Yo qué?
Ayano sintió cómo su corazón se aceleraba y sus músculos se contraían. Su boca pareció sellarse por unos instantes, pero eso no la iba a detener; ya había llegado demasiado lejos.
―Tú... ¡Tú me gustas! ¡Te amo, Toshino Kyoko!
El tiempo pareció detenerse junto con la rueda. Habiéndose liberado del peso que la oprimía, Ayano comenzó a llorar, mientras que Kyoko no sabía qué hacer; la habían sorprendido desprevenida, cosa muy rara en ella.
―Desde hace mucho... que me gustas. Por eso..., traté... de acercarme más a ti.
―Ayano...
―... No sé... cómo me verás ahora..., pero... pase lo que pase..., por favor..., no te alejes de mí...
Las chicas descendieron de la rueda de la fortuna poco después. No volvieron a hablarse durante el resto de su estancia en el parque.
(...)
Al ponerse el sol, las chicas se fueron a sus casas. Ayano se dirigió a la suya con Chitose, quien estaba ansiosa por enterarse de las nuevas.
―Ayano-chan, ¿pasó algo con Toshino-san?
―Chitose...
La pelimorada abrazó a su mejor amiga y volvió a dejar caer sus lágrimas. Lo único que podía hacer la chica de lentes era confortarla; ya después podrían hablar con más calma.
¿Les está gustando la historia hasta ahora? Pues les informo que el próximo capítulo será el último. Ahí se sabrá qué pasará con Ayano y Kyoko.
Solo en caso de que no lo sepan o la llamen de otra manera en sus países, la rueda de la fortuna es la atracción conocida también como noria, rueda gigante o rueda Ferris.
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