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Tristan: Una Conversación Incomoda.

Mi señora puso mi mente en un estado de tranquilidad absoluta. Es la primera vez que puedo dormir sin pesadillas atormentándome, sin sentirme culpable de nada. Creo que parte de mi temor me dejó cuando les conté a mis señores mi verdad. Sé que eso no cambia el sufrimiento de Luna, pero no puedo permitir cargar con su sufrimiento, ya tengo con los míos.

 Me despierto cansado, quiero seguir durmiendo en la suavidad de la mullida cama, siento que me hundo en el colchón. Creo que tengo como dos años sin dormir en una cama de verdad. Abro lento los ojos, me siento en la cama y de inmediato me percato que el rey está sentado al lado de la cama.

—Me alegro que hayas despertado —él se recuesta en la silla—. Ya me estaba empezando a preocupar, creo que si pasaba otra hora más iba a llamar a nuestra señora para ver si estabas bien.

—¿Desde cuándo le importa mi bienestar? —pregunto escéptico.

—Nuestra señora me explicó tu situación…

—¿A qué ha venido exactamente? —lo interrumpo—. Ya tiene lo que quería, ya me puede dejar en paz.

—Quiero disculparme —suelta abrupto—. Sé que me equivoqué contigo, debí escucharte, pero me cegó la rabia y no vi el daño que te causaba. Hijo por favor perdóname.

—Usted dejó claro que su hijo había muerto, así que todavía no comprendo que hace aquí.

—Vuelve conmigo. Dame la oportunidad de ser tu padre. Te daré todo, te daré tus títulos, tus tierras…

—¿Cree que sobornándome va a cambiar toda la mierda que me hizo? —gruño, no me importa ser cruel, todos han sido crueles y yo no voy a ser la excepción.

—No —baja la mirada —. No puedo revertir el daño que te causé —él se levanta—. Nuestra  señora quiere entregarte a Robert Stonewell para que seas su heredero. Esa selección es sangrienta Tristan y no quiero perderte. Piénsalo bien, vuelve conmigo y estarás a salvo.

—No volveré con usted, no volveré al castillo del Este como un cobarde —salgo de la cama—. Si tengo que sacrificar mi vida para no volver a ser herido que así sea.

—Siempre podrás contar conmigo —él se acerca a mí.

—Desde hace años que no lo hago, creo este no será la excepción —él asiente y se retira de la habitación.

“¿Estás consiente lo que significa ser un aspirante al trono de las sombras?” exclama Nila dentro de mi mente. La libero y ella cae al suelo.

—¿Estás bien? —me agacho preocupado.

—He estado dentro de ti por casi un año, como crees que estoy —ella se levanta torpemente.

—Creo que necesitas un baño —me tapo la nariz, ella hace una mueca. En eso entra mi señora Laila y al ver a Nila se tapa la nariz.

—Por lo que más quieras, ve al baño y quítate ese olor —demanda mi señora Laila. Nila recorre la habitación buscando el cuarto de baño el cual se encierra para bañarse, aunque no sé cómo hará para la ropa.

   Mi señora llama a alguien y le da órdenes para que busquen algo de ropa decente para mi guardiana.

—Para ser honesta no me acordaba de tu guardiana —ella se sienta en la  silla donde hablamos por primera vez—. Toma asiento querido.

   Obedezco a sus órdenes. Un mozo entra con unas bandejas de comida y las deposita en la mesa donde nos encontramos. El aroma de la jugosa comida inunda mis fosas nasales, mi estómago ruge feroz por el hambre voraz que tengo.

—Supongo que tienes hambre —mi señora hace señas con la mano y el mozo procede a servir la comida—. Sé que tienes hambre, pero te agradezco que comas con educación.

   Asiento. Ella me deja comer en silencio, tengo tanto tiempo que no como algo que no sea un asqueroso estofado de sobras de cualquier alimento del castillo del rey. Al principio de mi estadía en el calabozo me negaba rotundamente en comer esa porquería, pero con el paso de las semanas, el hambre se apoderó de mí y me lo comía aunque luego lo vomitara. Las ratas no parecían importarles si la comida la traían los soldados o procedía de mi boca. Para ellas eso era un manjar.

—¿Hablaste con tu padre? —pregunta con una copa de vino en la mano.

—¿De qué íbamos a hablar? —contesto después de haber tragado esa jugosa carne, la verdad no sé de qué animal es, lo que si sé es que está buenísima.

—Le mostré a tu padre tu mente —me ahogo con el vino que estaba tomando—. Supongo que no te lo dijo.

—¿Por qué hizo eso? —exclamo enojado.

—Era la única manera de que creyera en tu inocencia —contesta tranquila.

—Él no debió ver mi mente —susurro aterrado.

—Pero lo hizo. Ya no hace falta que te mortifiques, no tenemos tiempo para eso —hace un ademán con la mano.

—Él dijo que usted me entregará a Robert Stonewell —la miro intrigado.

—Te entregaré para la selección de herederos para el trono de las sombras —replica—. Gracias a tu padre no tienes muchas oportunidades de redimirte, los nobles te ven como el causante del sufrimiento de la adorada princesa Luna. Si ganas esa selección, serás el rey y nadie se atreverá a menospreciarte, a excepción de tu familia pues claro.

—Supuse que nadie se enteraría de lo sucedido conmigo —bajo la mirada.

—Querido las paredes hablan y los sirvientes lo divulgan —ella me levanta el mentón—. Que no te importe lo que digan de ti. Si yo me pusiera a escuchar a cada comentario negativo de mí ya me hubiese puesto loca. Pero ese es precio del poder, no puedes complacer a todos y los que no complaces conspiran en tu contra.

—¿Y cómo descubre a los traidores? —pregunto curioso.

—Anticipas sus movimientos, la única persona que puede saber que harás eres tú, no le debes explicaciones a nadie, excepto a mí —me mira con suficiencia—. Termina de comer, que tenemos bastante trabajo que hacer para prepararte para la guerra.

—¿Exactamente en qué consiste esa selección? —pregunto llevándome un trozo de carne a la boca.

—Lo descubrirás muy pronto.

   Termino de comer y mi señora, Nila y yo caminamos por su palacio hasta llegar a una sala de entrenamiento.

—Practicarás todos los días, tus poderes y el arte del combate —ella llama a una sacerdotisa—. No te lanzaré a las garras de las sombras sin antes de perfeccionar tus habilidades —la sacerdotisa llega y de inmediato reconozco a la sacerdotisa Amel—. Supongo que ya se conocen. Confío en que puedas convertir a este mocoso en un combatiente digno del apellido Godness.

—No se preocupe mi señora, yo convertiré a Tristan en un gran guerrero —realiza una breve reverencia.

    Mi señora se retira y yo me quedo con la sacerdotisa Amel.

—No comprendo —la miro confundido.

—Lo hará con el tiempo su majestad, pero luego será eso. Ahora tenemos un año para prepararlo para el combate de selección.

   Me quito la chaqueta y Amel y yo empezamos mi dura temporada de entrenamiento sangriento. Voy a conseguir esa corona cueste lo que cueste.

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