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Tristan: Un Puñetazo Directo Al Orgullo.

No me agrada la idea de ver que Luna ahora tenga el poder de ejecutarme legalmente, sería inteligente sabiendo que no poseo un título ostentoso, pero represento al menos una inversión para alguien bastante poderosa y no se arriesgaría a que me pasara algo. Los sentimientos banales de amor y compasión se quedan hechos a un lado cuando la obtención del poder se trata. Luna ahora reinará un cubo de hielo donde su mayor atracción será jugar a la nieve. No me fío de las intensiones de mi hermana y creo que nunca lo haré.

    Al llegar al banquete de la coronación que se celebra parte del salón de baile y a las afueras del castillo que recorre los jardines extendiéndose lo bastante lejos por toda la cordillera. Lina me saca de mis pensamientos al pedirme que si me dedicaría el primer baile.

—Lina, no soy bueno bailando —le contesto. No es mentira, mi adolescencia prácticamente transcurrió en encierro tras encierro y comandar un pequeño regimiento en las fronteras del Reino sombrío. No tenía nada que ver con las reglas sociales que una persona como yo debería saber.

—Yo te enseño, es sencillo —ella me anima. Yo la miro desconfiado ante el hecho de hacer el ridículo.

—Creo que no debería…

    No importa mis protestas, ella me arrastra a la pista donde varias personas empiezan a bailar al ritmo de la banda de músicos. Preferiría escuchar sentado la melodía de los músicos que bailarla. Hago lo que Lina me dice aterrado, en serio no quiero estar allí. Sería suicidio bailar toda la pieza con los experimentados invitados, pero sería grosero huir y dejarla sola en la pista. Tal vez si bailo lo suficiente para que ella se distraiga con otro y así poder salir a una zona no tan concurrida y allí quedarme hasta que este infernal banquete termine. Bailo un poco más hasta que toca el cambio de pareja y a ella se la lleva otro hombre lejos de mí. Miro a mi nueva compañera y me alegro de verla.

—No sabía que eras tan malo bailando —me mira divertida Aitana.

—Sácame por favor —le suplico.

—En cierto punto me alegra verte sufrir un poco —ella se ríe y salimos sin hacer ninguna perturbación a la danza; salimos cubriéndonos con los demás invitados y salimos al frío jardín donde se encuentran la mayoría de las personas nativas del Páramo. Veo como se dividen en varios grupos negándose a integrarse solo por algunos—. Me desilusionó que no estuvieras conmigo en la ceremonia.

—El sentimiento es mutuo, pero no podía negarme ante los reclamos de mi familia —le contesto.

    Recuerdo la noche anterior donde mi madre y mi padre estaban enojados por no querer estar con ellos.

—Es nuestra familia a la que estas dando la espalda —me recrimina mi padre.

—No le estoy dando la espalda, no tengo porque estar allí. Vine como un representante, no como uno de ustedes —le contesto enojado. Mi madre me miraba mal, está vez no estaba de mi lado.

—Eres nuestro hijo, y vas a estar con nosotros te guste o no —mi madre tomaba el mando de la discusión—. Y no me importa halarte por la oreja por todo el recinto para ponerte en tu lugar ¿me entiendes?

     Maldigo. Y acepté a regañadientes.

—Supongo que ahora que tenemos tiempo podemos… —ella me mira pícara y yo sé a dónde va eso.

    Cuando voy a contestarle tropiezo con alguien.

—Disculpe —miro hacia abajo porque no había nadie de mi tamaño.

—¡Amigo Tristan! —exclama un niño de cuatro años que conozco bastante bien.

—¡Amigo Tomás! —me agacho a saludar al niño que me extiende la mano y lo saludo como un caballero—. Que alegría verte.

—Lo mismo digo —dice un poco más triste de lo que esperaba.

—¿Tomás, dónde están tus padres? —le pregunta Aitana—. No los veo por ningún lado.

—Me perdí, quise acompañar a mi padre a reunirse con su antigua tribu, pero ellos me hicieron a un lado. Supongo porque soy pequeño —el niño mira deprimido a Aitana—. Y ahora no encuentro a mi mamá por ningún lado y tengo miedo.

    Aitana se arrodilla conmigo. Y le alza la carita al niño.

—No te pongas triste, encontraremos a tu mamá los tres juntos —ella lo mira amable. El niño asiente un poco más alegre.

—¿Dónde fue el último lugar donde viste a tu madre? —le pregunto al niño ya tomados de la mano y caminando poniendo atención a las personas para encontrar a su madre.

—Nos separamos cuando salimos del salón donde la reina Luna se hizo reina —él me mira tranquilo—. Seguí a mi padre, pero él se fue por otro lado.

—De acuerdo —Aitana asimila la información—. Tu madre es de la tribu de los ancestros ¿verdad?

—No, mi mamá es de la tribu de los Sigurd como mi padre —el niño responde con cansancio.

—Lo sé, pero antes si lo era ¿cierto? —el niño asiente— así como tu padre era de la tribu de los einars.

—Exactamente —el niño asiente.

—Vamos a ir con la antigua tribu de tu madre para ver si ella también quisiera volver a hablar con ellos como tu padre lo hizo con su antigua tribu —propone Aitana al niño.

    El niño la mira asombrado por no haber pensado lo mismo. Nos pusimos a preguntarles a los nativos que nos miran con desdén por buscar a la tribu de los ancestros.

—Esa escoria no debería estar aquí en primer lugar —responde un einars, quiero golpearlo. Pero lo más probable terminaría mal y obviamente Luna defendería al hombre que a mí. Optamos por no preguntarles a los einars, ya que son bastante odiosos y detestables.

—Con mi padre no son así —nos dice el niño al ver nuestro malestar.

—Supongo que al ser el bando ganador, les hizo subirle el ego —comento en un idioma espectral para que Tomás no entienda y Aitana sí. Ella asiente.

    Seguimos preguntándole a la gente hasta que señalo a un pequeño grupo lo bastante alejado de la celebración, aunque en sus caras no se veía ninguna celebración encima. Llegamos al grupo que nos mira desconfiados, pero no con la superioridad insoportable de los einars.

—Disculpen, pero que hacen con el hijo de la señora Gunilda —nos frena un hombre corpulento.

—Hola Héctor —Saluda Tomás—. Ellos son mis amigos.

—Entiendo, pero eso no responde la pregunta —cuestiona Héctor menos a la defensiva.

—Señor, somos conocidos de la señora Gunilda —le contesto tranquilo a Héctor—. Encontramos a Tomás perdido buscando a sus padre y venimos a ver si su madre estaba aquí o tenían alguna idea de donde se le puede localizar.

—Comprendo —Héctor parece ahora más abierto a darnos información—. Síganme, los llevaré con la señora Gunilda y su familia.

    Caminamos dentro del pequeño grupo que se les nota en el rostro que quisieran estar en otro sitio que aquí.

    No los culpo.

—Intentamos preguntarle a los einars, pero no fueron de mucha ayuda —comenta Aitana.

—¿Cuándo lo han sido? —responde un poco enojado el hombre. Caminamos por el pequeño grupo que hablaban desanimados y aburridos.

    El camino lo conozco, es el mismo que hice para invocar a los espectros. Y no me equivoco, vemos conversar a la señora Gunilda con unas personas que al verlos parecen ser sus padres y una chica un poco más joven que la señora Gunilda, pero con prendas bastante distintas que los del grupo, que usan pieles como trajes para los hombres y vestidos para las mujeres aunque no todas lo usan y copian el mismo estilo que el de los hombres. La señora Gunilda utiliza un vestido negro con piel negra encima del cuello con un collar rojo. La chica que creo que sería su hermana utiliza un vestido parecido al estilo de Luna, en un tono azul claro con algunos pequeños brocado en blanco. Tomás corre hacia su madre, que esta lo mira confundida y alza la mirada hacia nosotros.

—Señora Gunilda, es un gusto verla de nuevo —inclino leve la cabeza.

—Lo mismo digo señor Godness —ella se le suaviza un poco el rostro al ver a su hijo—. Por favor explíqueme que hacia con mi hijo.

    Le explico cómo Aitana y yo encontramos a su hijo Tomás, ella se relaja un poco con nosotros, aunque quisiera decir lo mismo con su esposo.

—Es increíble que te haya perdido de esa manera —exclama la señora Gunilda enojada mirando a Tomás.

—No fue su culpa mamá, fue mía por no seguirle el paso —el niño intenta defender a su padre.

—Sí, pero el adulto es él, no tú —la señora Gunilda mira enojada al niño. La señora Gunilda nos mira y se percata de la confusión de sus padres—. Disculpen mis modales —ella se levanta del banco y sienta a su hijo en su lugar—. Padre, madre. Les presento a la señora Aitana Stonehouse, consejera del rey Robert Stonewell, rey del lado Oeste del lado oscuro del universo. Y a Tristan Godness representante y heredero del rey Robert Stonewell y hermano menor de la Reina Luna Godness.

    Los padres de la señora me miran serios y un poco irritados.

—Es un placer conocerlos a ambos —habla el padre de la señora Gunilda serio y sin ganas de discutir o algo por el estilo. Se nota en el aire que muchos celebraban ese día, como también se disgustan. No debe ser sencillo perder tus libertades y tu vida por alguien que para ti no muestra la más mínima valides y honor. No me agrada mi hermana, pero no me voy a quedar a confabular con sus enemigos.

—Lo mismo, señor Fergus —inclino la cabeza—. Bueno creo que será mejor que me retire. ¿Te quedas o vienes conmigo? —le pregunto a Aitana.

—Me quedaré un poco más, no te pierdas por ahí sin mí —Aitana contesta sonriéndome.

    Me despido de los presentes y me retiro de allí. Sé que esa gente no es del agrado de mi hermana y viceversa. Sin embargo eso no significa que me quedaría a escuchar las desgracias de otras personas causada por Luna. Camino de regreso entre los nativos del Páramo, no me agradaron los einars, no quiero conocer a los Sigurd y la tribu de los ancestros parecen más que estuvieran en un funeral que una coronación y honestamente me desagradan las personas y todo lo que lleve a la interacción social.

    Escucho la música del salón de baile y no me apetece escucharla, sigo de largo hasta adentrarme al castillo donde varios invitados miran asombrados la arquitectura. Sigo mi camino sumergido en mis pensamientos hasta que llego a una sala donde se encuentran Estrella, Taurus y Lina. Ellos me observan, Lina se acerca a mí.

—Debo disculparme… —pero ella ya me ha dado un puñetazo en el estómago.

—Esa es mi hermana —la anima Taurus. Estrella se acerca a mí y me sostiene.

—Pero qué les pasa —Estrella exclama enojada.

—Que agradezca que el puñetazo se lo dio Lina y no yo —le contesta Taurus posándose al lado de su hermana.

—Me disculpo por haberte obligado a bailar conmigo —responde Lina—. Acepto tu disculpa.

—Creo que estamos a mano —le extiendo la mano la cual ella acepta.

—Venga ya hombre —Taurus me pasa el brazo por encima del hombro—. Vamos a embriagarnos.

—Ya te dije que una petaca para toda la noche y para cada uno, Taurus —le reprocha Estrella.

—Primero, hay que enseñar a este… chico —me mira Taurus de arriba abajo— a beber como un hombre que dice que es.

—Porque me beba un barril de cerveza no me convertirá en hombre —le reprocho sentándome en el mueble.

—En serio, me estresas y eso que no eres Sol —Taurus se cruza de brazos—. Lina, dame la petaca. Necesitamos emborrachar a este niño.

—Por obligarme a cometer cosas que no he querido, termino con un puñetazo en cualquier parte de mi cuerpo —les recrimino a todos.

—Yo no te voy a dejar caer en las malévolas garras de Taurus —me abraza Estrella.

—Primero, me dejas esa actitud con Tristan. Él es un hombre y hay que tratarlo como tal —Taurus mira sagas a Estrella.

—Porque sea un hombre no significa que no se le pueda dar amor y cariño. No importa si es un niño u hombre, él seguirá siendo mi hermano y lo protegeré —Estrella habla decidida. Es la primera vez que escucho a alguien decir eso por mí en mucho tiempo.

—Que lindo —Taurus hace un puchero—. Gracias hermana —Lina le entrega la petaca a su hermano—. Bueno, Tristan. Serás testigo de uno de los mayores éxitos y gloriosas bebidas alcohólicas jamás fabricada por todo el Universo.

—Lo único que pido es amanecer con la dignidad intacta y vestido —lo amenazo.

—No prometo ni mi honor porque sería una pérdida de tiempo —él me entrega la petaca y miro a mi hermana.

—Un solo sorbo y hasta ahí —ella me mira comprensiva.

—Esto va por toda  las idioteces que hemos hecho —bebo el líquido alcohólico y creo que se me reinicia la vida.

    Mierda. Esto no terminará bien.

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