Tristan: El Príncipe Sombrío.
Pasaron cinco años desde que sucedieron los sucesos de la selección de herederos. Cinco años desde que no veo a mi familia, a excepción de mi madre que viene sin falta a visitarme en cada cumpleaños. Cinco años que no fueron fáciles. Lidiar con el mal carácter del rey, hacían que mis momentos de paz fueran atesorados como si fueran un dios. Cuando me iba a dormir eran los momentos más felices. El rey Robert me hacía entrenar varios días hasta desvanecer en el suelo, también ha ordenado que me instruyera en todo lo que tenga que saber sobre cada sombra que hay en este condenado reino. La confianza del rey no es fácil de ganar aunque para ser honesto no quiero su confianza, quiero su trono.
El rey me envía a los lugares más inmundos y nefasto a suplirlo en las labores que ningún monarca quisiera hacer; convivir con su pueblo. Cada rincón en sí es horrible, pero más horrible es la miseria de las personas. Cada desgracia que les ocurre pueden hacer de ellos unos guerreros o unos resentidos con la vida. Mis labores son prácticamente entrenar al punto de caer al suelo lo más golpeado posible, estudiar a cada sombra y suplantar al rey en las actividades que más detesta hacer. Muchas personas me llaman el príncipe sombrío por controlar a las sombras y la materia oscura. Mi poder ha crecido considerablemente desde mi llegada, puedo sentir a cada sombra a mi alrededor, sus vibraciones, su energía en sí; ellas me temen por eso, sin embargo me agrada la idea de que me teman. Eso es bueno, ya estaba harto que me vieran como un ser inferior y débil, sé que en el pasado lo fui y no quiero volver a eso.
Regreso de las fronteras del reino de las sombras a la capital, es fácil detectar la frontera. Un muro tan alto al punto de llegar a la oscuridad del universo llegando a los planetas y tan ancho que se extiende por todo el territorio separando el lado Norte del lado oscuro del universo, del reino de las sombras. El rey me ordenó que pasara mi último año en las fronteras fortaleciendo cada puesto de vigilancia. La reina Laila no mentía sobre el vasto ejército de las sombras y sus armas. Vigilé al comandante del ejército fronterizo y es bastante complejo comandar un ejército, ya que no solo tienes que tener un control sobre ti mismo, sino a casi toda una población que tienes que dirigir y depende de tus acciones si los llevas a la gloria o a la muerte.
Llevo en este carruaje toda una semana y para ser honesto, me siento bien porque sé cuando llegue se me acabará la paz. Mi guardiana está a mi lado descansando mientras que ojeo un libro de filosofía para hacer menos pesado el viaje. Entro en la capital del reino sombrío y mi paz ya se esfumó, Nila se levanta y se arregla el vestido.
—Extrañaré la frontera —exclama soñolienta.
—Igual yo —le respondo guardando el libro en un pequeño bolso hechizado para almacenar a todo el universo si quiero.
El carruaje entra en el suntuoso y tenebroso castillo del rey Robert. El carruaje se detiene en la entrada del castillo con tantas torres dando la impresión de una gran fortaleza. Al bajar del carruaje me recibe Aitana, una de los consejeros del rey.
—Que gran disgusto tenerte de nuevo, joven príncipe —ella me saluda dándome un fuerte abrazo. Ella como siempre está arreglada con un abrigo púrpura con detalles de flores negras.
—El sentimiento es mutuo —entro con ella al palacio—. Nuestro rey ¿Dónde se encuentra?
—No llevas ni siquiera cinco minutos y ya quieres amargarte tan temprano —ella niega con la cabeza.
—Será peor si me pierdo y no le doy mi informe al rey —le contesto sereno.
—Él se encuentra en su estudio con el ministro Parkin y el concejal Hamilton —ella me guía hacia el estudio del rey. El padre de Iván Hamilton, uno de los chicos de la selección de herederos, el señor Samuel Hamilton es parte del consejo del rey. He visto a los padres y familias de los chicos que murieron en el campo de batalla, ellos se muestran indiferentes a mi presencia, y yo no busco importunarlos por la pérdida de sus hijos. Al llegar al estudio del rey, este me invita a entrar junto a Aitana. El señor Hamilton se muestra serio y yo lo ignoro.
—Habla de una maldita vez —me ordena mi rey. Relato cada aspecto importante de las fronteras, y como deben ser mejoradas para su buen funcionamiento—. Quiero que vigiles, no que me digas que tengo que hacer —habla arrogante.
—Perdóneme, su alteza —me disculpo, sigo con mi relato sin las sugerencias, cosa que no me lleva mucho tiempo.
—¿Eso es todo? —pregunta alzando una ceja. Asiento—. Bueno, ya lárgate y espera en la biblioteca a nuevas órdenes.
Hago una leve reverencia y me largo. Aitana se queda en la habitación. Ella es la preferida del rey, bueno es su protegida, la quiere casi como a una hija. En las órdenes del rey siempre ella es la beneficiada, la que habla con ministros, generales y políticos del reino. Y a mí me manda al fango, a las reservas militares a vigilar cada batallón. Siento envidia, siento rabia, siento desesperación a no ser tomado en cuenta para algo importante. Ir a la biblioteca implica a ordenar cada libro que está fuera de lugar, como si arriesgar tu vida para ser rey y termines siendo un bibliotecario. Llego a la inmensa sala que abarca las dos torres sur del castillo. Me encuentro a la bibliotecaria Emilia.
—Joven príncipe —ella me saluda amable—. Me alegra tenerlo por acá.
Ella sale de su escondite llenos de libros.
—A mí también me alegra verte, Emilia —ella es un poco baja de estatura, con su cabello castaño y sus ojos grandes—. El rey me ordenó que viniera hasta acá.
—¡Qué bien! —habla emocionada—. Tengo tantos libros que quisiera que ordenaras por mí.
—¿Esos los que tienes allí? —señalo a la montaña de libros que tiene encima de la mesa. Ella asiente. Levanto una pila y me la llevo a la zona que ella me indica. Subo dos pisos hasta llegar a la zona de astronomía, dejo la pila en la mesa de estudio y los examino para saber en qué estantería deben ir.
—¿Ahora eres bibliotecario? —pregunta una voz detrás de mí. Me volteo y veo a mi señora cruzada de brazos y con mala cara.
—El rey me ordenó permanecer aquí hasta que se le ocurra otra manera de tortura —le contesto.
—No me sirves aquí —ella se acerca a la mesa y ojea algunos libros—. Me eras más útil en la frontera.
—El rey ordenó mi regreso por alguna razón —le hablo respetuoso—. ¿Se habrá enterado?
—No, sino ya estarías ejecutado y yo con un gran ejército de sombras en las puertas de mi castillo —ella me observa—. Supongo que todavía no te has ganado su confianza.
—Mi apellido dificulta que me gane la confianza del rey —ella arruga la cara—. Nunca confiará en mí, y eso dificulta sus planes.
—Mis planes se dificultan cada día que pasa que no te sientas en el trono sombrío —ella ordena los libros con sus poderes.
—Me temo que el rey goza de buena salud —mi señora me observa detenidamente.
—Como sea —ella se sienta en la silla de la mesa de estudio—. Me llegó un mensaje bastante prometedor.
—Sé que no es el control del reino sombrío el contenido del mensaje —ella se hecha hacia atrás en su asiento y se cruza de brazos—. Cada día me convenzo más de que eres el hijo de tu padre —alzo una ceja—. Tu hermana Luna será coronada reina del Páramo y quiero que asistas conmigo a dicha celebración.
—Lo veo difícil por dos cosas —tomo asiento al frente de mi señora—. Primero el rey Robert no permitirá que salga del lado Oeste y mucho menos a reencontrarme con mi familia. Segundo, Luna me detesta porque aún piensa que soy el maldito que ingresó a su atacante.
—El pasado no importa —afirma.
—El pasado me trajo aquí en primer lugar —la miro fijo.
—¿Le temes? —ella se levanta y rodea la mesa—. Puedo sentirlo, cada vez que menciono a Luna, te estremeces como un cobarde.
—Sí —levanto la mirada—. Le temo. Pero aún así no iré a su coronación, no puedo dejar el palacio y usted no lo va a cambiar.
Escucho unos pasos al subir las escaleras y mi señora desaparece. Aparece Aitana impecable y arrogante como siempre.
—Mi señor me ha enviado a buscarte —ella se acerca a mí—. Dice que tiene un encargo para ti.
—No hagamos esperar al rey —me levanto de la silla y bajo las escaleras sin esperar a Aitana. Me despido de Emilia, salgo de la biblioteca y vuelvo a tomar el camino al estudio del rey.
—Te puedes esperar —Aitana sigue mi velocidad.
—A ti no te maldecirá si llegas tarde —gruño.
—¿Los libros te hicieron enojar? —pregunta jocosa.
—Tu presencia es la razón de mi enojo —le respondo sin importarme sus sentimientos.
Ella me mira seria y llegamos al estudio del rey. Él está sentado en su escritorio con una carta en la mano.
—Tu familia es interesante —me señala con la carta—. A pesar de que prohíba cualquier comunicación, ellos encuentran una manera de hacerme caer a sus pies —respiro aliviado, no lo demuestro. Mantengo mi neutralidad—. Tu hermana, será coronada reina del Páramo. Un maldito lugar donde te las bolas antes de pisar sus nuevas tierras.
—Mi rey… —Aitana intenta hablar.
—¡Cállate! —pero el rey la silencia—. Acompañarás a este imbécil a la coronación de su hermana, no lo perderás de vista ¿me entiendes? —apunta a Aitana y a hora a mí—. Irás solo a la coronación, no a socializar y mucho menos a hacer lazos familiares ¿me entendiste? —ambos asentimos—. Preparen sus malditas cosas y reúnanse a la entrada del palacio que un cochero los llevarán al Páramo. El regalo que le darán a la nueva reina ya está listo en el carruaje.
Ambos asentimos y salimos del estudio del rey. A una distancia prudente, Aitana me detiene.
—¿Lo sabías? —me mira enojada—. ¿Sabías que tu familia esto?
—Créeme que yo no quiero ir —la arrastro hasta una ventana lejos de la vista de los guardias—. Recuerda que no he visto a mi familia por cinco años a excepción de mi madre y prácticamente tengo un ejército detrás vigilando cualquier asomo de traición —me relajo—. Sabía que tarde o temprano a mi hermana la coronarían, pero no tengo nada que ver en esto.
Ella me mira desconfiada.
—Como sea —ella desvía la mirada—. Mejor démonos prisa antes que el rey se ofusque más.
Aitana algunas veces me cae bien aunque son tan poco los momentos que sucede eso que mi desconfianza en ella no desaparece. Ambos nos vamos a la torre donde habitan las sacerdotisas del rey y consejeros como Aitana. Ella es un poco mayor a mí solo por dos años. Yo recién cumplí los veintidós, está terminando el verano para dar paso al otoño. Estando aquí no me preocupa, pero en el Páramo es peligroso. Las ventisca, el invierno es implacable en el Páramo arrasando con todo a su paso, algo característico de mi hermana. No la veo desde que tenía catorce, ella aún me odia por su ataque. Sé que ella no lo ha olvidado, la conozco bien, sé que su sed de venganza no ha cedido.
Llego a mi habitación en el segundo piso de la torre. Las habitaciones permanecen separadas, para acceder a los cuatro pisos de la torre hay que subir una escalera en forma de caracol la cual se detiene en cada piso. Mi habitación es lo bastante amplia para perderme. Un escritorio donde estudio cuando tengo tiempo con un gran librero a mi disposición. Mi cama es bastante amplia y elegante. Invoco a una sombra.
—Empaca otra vez mis cosas y prendas—le ordeno—. Ten preferencia en que sean elegantes y abrigadoras —esta asiente. Me dirijo a mi escritorio y guardo algunos libros en un pequeño bolso hechizado para guardar todo lo que se me antoje, guardo un nuevo diario para mis anotaciones. El viejo ya lo llené en mi último viaje, anotando en qué se puede mejorar cada lugar que visito; sé que el rey nunca lo tomará en cuenta, así que lo guardo para cuando yo ocupe el trono. La sombra trae el baúl con mis pertenencias—. Bien hecho.
Aprisiono a la sombra de nuevo en mi cuerpo. El rey Robert detesta que utilice sombras a mi beneficio, así que oculto a las sombras que son leales a mí. Tengo que esconder bien a mis sombras para evitar un desafortunado encuentro con Luna. Levanto el baúl con mis poderes y lo bajo por las escaleras. Me encuentro a Aitana con una sombra cargando su baúl.
—¿Lista? —le pregunto, ella pega un brinco.
—Sí —ella observa mi baúl—. ¿Y tu guardiana?
Señalo mi cabeza, ella pone los ojos en blanco. Una sombra se ofrece a llevar mi baúl el cual acepto. Aitana y yo caminamos hasta la entrada del palacio, el carruaje aguarda a nuestra ocupación, bajamos las escaleras de la entrada. Las sombras cargan el equipaje en el maletero, abren la puerta del carruaje y Aitana entra de primera y yo le sigo. Me acomodo en el asiento al frente de ella, el carruaje arranca con una velocidad excesiva, Aitana se tambalea.
—No pueden ir con más cuidado —se aferra a la ventanilla del carruaje.
—No, si queremos llegar a tiempo —le contesto sereno.
—¿Cuánto tiempo estaremos en esta cosa? —pregunta irritada.
—Sí mi cálculos no me fallan —me acomodo en mi asiento—, una semana para llegar a la frontera con el lado Sur del lado oscuro y otra semana para llegar al Páramo.
—¿Por qué no nos vamos en barco o abrimos un portal? —pregunta enojada.
—En barco es peligroso y el rey no permitiría que algo malo te pase y segundo un portal es riesgoso, porque no se tiene una vista fija del Páramo —le contesto sacando un libro para leer.
Ella maldice, el carruaje sale de la capital y se sumerge en el sombrío bosque. Recorremos gran parte del reino y al cuarto día llegamos a una posada que conozco bastante bien.
—¿Dime que llegamos? —pregunta Aitana despeinada y desesperada.
—Llegamos a la posada errante —contesto. El cochero abre la puerta y bajo del carruaje. Aitana mira mal a la posada—. Créeme que se te quitará esa cara cuando pruebes la comida y te des un baño.
—Sí tú lo dices —entro al establecimiento de piedra y madera. Tiene un mejor aspecto, la entrada mejor cuidada y la recepción le agregaron muebles de madera con una linda decoración artesanal. Llegamos al mostrador y me encuentro al dueño de la posada.
—¡Joven, príncipe! —exclama el hombre de mediana edad y robusto—. Los dioses me honran con su presencia.
—Muchas gracias por la cálida bienvenida —le contesto.
—¿Lo de siempre? —pregunta el hombre buscando la llave de mi habitación.
—Sí, y esta vez agrega una habitación extra para mi acompañante —le informo al hombre.
—Por supuesto, su majestad —él me entrega mi llave y la llave de la habitación de Aitana. El cochero y los guardias duermen en habitaciones contiguas compartiéndolas—. Mi esposa está en el comedor preparando esos guisos que tanto le gustan, la casa invita.
—Le tomaré la palabra de la comida —sonrío. Dejo al hombre en el mostrador y llevo a Aitana al comedor que no está muy lleno a excepción de tres hombres devorando sus alimentos. La señora Alessia me mira con gran asombro y felicidad.
—¡Joven príncipe! —ella se acerca a mí, aunque manteniendo la distancia por respeto y se lo agradezco—. Que bueno es tenerlo por aquí.
—Lo mismo digo —le hablo amable—. Su señor esposo me habló de una rica comida que usted preparó.
—Por supuesto —ella se pone alerta—. Siéntense, enseguida les traigo su comida.
La señora Alessia es robusta igual que su esposo, pero con un corazón bastante grande.
—¿Cómo conociste este lugar y por qué son buenos contigo? —pregunta Aitana.
Ella toma asiento en una larga mesa que en las noches de bastante lluvia se llena tanto hasta que no quepa ningún alma.
—Ellos me tratan bien cada vez que me hospedo aquí en mis viajes. Y también porque los ayudé con un pequeño asunto de maleantes.
—¿Qué hiciste? —pregunta enojada.
—Una noche que venía a hospedarme el señor Lamar y la señora Alessia junto a sus dos hijas estaban siendo molestados por un grupo de hombres indecentes y yo intervine.
—¿Qué les hiciste a esos hombres? —cuestiona temerosa.
—Les di una lección —la miro sin un ápice de emoción—. No volverán a molestar a nadie más.
Ella mira a su alrededor. En eso llega la señora Alessia con su hija mayor con una jarra de vino y dos platos llenos de un rico estofado, y un tazón lleno de chorizo.
—Espero que les guste —la hija de la señora Alessia sirve el vino en copas. Ellas se retiran y empiezo a comer.
—¿No esperarás al catador? —pregunta intrigada.
—Cualquier cosa mala que me pase aquí, las sombras que están a mi mando les destruirán el establecimiento y sus vidas, eso lo saben a la perfección —alzo mi copa y me bebo el jugoso líquido.
Aitana come desconfiada aunque el hambre le gana y devora el contenido de su plato. Al terminar de comer, subimos a nuestras habitaciones. Le entrego su llave y ella entra a su habitación con su sombra sirviente. Mi habitación es sencilla aunque reconfortante, dejo mi capa en la cama y me siento en ella. Me quito las botas y libero a mi guardiana.
—¿Por qué tardaste tanto en liberarme? —pregunta enojada.
—El carruaje ya es incómodo con Aitana, no lo quería empeorar —ella me hace mala cara.
—Descansa, quieres —me levanto y me voy al pequeño cuarto de baño—. Mañana cruzaremos la frontera con el lado Sur.
—Eres detestable —se desviste en la habitación. Yo me deshago de mis prendas y me sumerjo en la tina, el agua hace su cometido y me relajo. Me levanto después de un rato y salgo a la habitación, mi guardiana está durmiendo y yo me visto.
—Es increíble que vinieras —mi señora me observa desde la ventana.
—Usted siempre obtiene lo que quiere —le respondo sentado en la cama.
—Pero no a la velocidad que quisiera —se acerca a mí—. Me decepcionó que vinieras acompañado.
—Es una manera del rey de vigilarme —le contesto—. Yo tampoco estoy feliz que esté aquí.
—Como sea —ella se sienta—. Te quiero de nuevo en la frontera, no me sirves estando en la capital.
—Eso depende del rey, no de mí —la observo, es una mujer bastante elegante con su vestimenta negra como su alma—. Después de la ceremonia de Luna, es incierto a donde me enviará.
—Que te devuelva a la frontera —ella sentencia—. Has que te envíe allí.
—Eso lo tiene que proponer sus consejeros, él no me escucha y mucho menos cumpliría con mis deseos.
Ella se levanta frustrada.
—Debe haber otra manera de sacar el armamento que usted requiere —me levanto—. Señora Laila, esto es arriesgado. Si me descubren me ejecutarían y muerto no le sirvo a nadie.
—Lo sé —ella me mira gélida—. ¿Qué información me tienes?
Le cuento sobre la salud del rey que aunque sea fuerte como un roble, su uso excesivo de sus poderes lo debilitan.
—No me dices nada nuevo —se queja mi señora.
—Estuve un año por fuera y agréguele que no somos mejores amigos para contarme sus sentimientos más profundos —ella hace un movimiento de muñeca y mi cabeza empieza a dolerme tanto que caigo al suelo, pareciera que unas dagas intentaran clavarse en mi cabeza.
—¿Vuelves hablarme de ese modo? y verás como de verdad pierdes la cabeza —ella se agacha y me sostiene fuerte el mentón—. Dame algo mejor para la próxima.
Ella desaparece y a mí me queda el dolor y la decepción. Es complicado acercarme al rey, nadie me dice nada, ni siquiera para avisarme que habrá un banquete ese día. Sólo soy un peón del rey Robert y la señora Laila, que me usan como mejor les da la gana. Mi señora empezó a verme desde que el rey me envió a la frontera con el lado Norte del lado oscuro. Mi trabajo consistía por parte del rey vigilar y mantener el funcionamiento de las bases militares, claro no tenía el poder de dar órdenes de ningún tipo, sin embargo me gané la confianza de algunos militares; allí entra mi trabajo con la señora Laila. Como el sueldo de los militares es tan bajo que fácilmente si le triplicas el sueldo se hacen de la vista gorda y no les importa si vendes armas al bando enemigo. Y pues claro vender información del funcionamiento de las bases militares. Las intenciones de la señora Laila son desconocidas, sin embargo no me quitan el sueño.
Me levanto del suelo y me voy a la cama a tratar de descansar un poco.
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