Tristan: El Castillo De Hielo.
El viaje a la capital empezó bien temprano, ya que el señor Arem no quería que nos atrapara alguna ventisca o tormenta. La señora Gunilda y su hijo Tomas viajan con nosotros y la verdad es bastante agradable conversar con ellos dos.
—Aún no comprendo cómo funciona el proceso de coronación —la señora Gunilda me mira confundida—. Su hermana desde el primer momento que llegó al Páramo ya se proclamaba así misma reina y después de que conquistara todo el reino todos la llamaban así, pero ¿legalmente no podía hacerlo?
—Esa es una ley antigua que procede desde las conquistas del lado oscuro —le explico—. En resumidas cuentas lo que hizo nuestra señora Laila siglos después de la conquista de su esposo, mi padre y ella; fue que al momento de causar una guerra a un determinado terreno sin un líder o rey. Cualquiera podía tomarlo, pero era necesario que las personas que viven en dicho territorio vieran a su conquistador como su rey o reina. Eso se hizo como protección al pueblo de que si no estaban a gusto con su nuevo rey, ellos podían pedirle a la diosa Laila y al dios Seth interceder en dicho conflicto y así destituir al falso rey.
—¿Entonces su hermana se fue ganando a la gente del Páramo para que su familia considere que ella es nuestra reina? —pregunta un poco molesta.
—Eh… se puede decir que si —la miro nervioso. Les conté de mi procedencia en la cena cuando se me hizo imposible inventar una familia ficticia. El señor Arem se ahogó en cuánto lo supo y la señora Gunilda me miró tan fijamente después de auxiliar a su esposo, que daba un poco de miedo.
La señora Gunilda me cuenta cómo conoció a mi hermana después que su hijo se durmiera. Siento un poco de lastima por la mujer, Luna la tuvo que secuestrar a ella y a su hermana para presionar a su tribu —que es la tercera tribu más grande, la primera es la tribu de los einars, y la segunda es donde pertenece ahora— de que se rindieran y así tomar lo que quisieron de ellos. No me sorprende que ella no sienta el amor y dedicación a mi hermana a diferencia de su esposo en servirle a su nueva reina.
—Le puedo asegurar que no soy mi hermana —le digo la verdad—. No diré nada de lo que usted me contó, si eso la hace sentir bien.
—Se lo agradezco —ella le acaricia el cabello a su pequeño—. Mi hijo es lo mejor que me ha pasado en estos cinco años. Estaba nerviosa en no poderle dar un heredero a mi esposo.
—No puede presionarse en embarazarse al principio de un matrimonio —Aitana la consuela—. No siempre es culpa de una sola persona, sino de las dos.
—Ahora lo sé —ella sonríe.
—¿Qué sucedió con su familia? —le pregunto.
—Mi padre es jefe de mi antigua tribu junto con mi madre, pero como pelearon en contra de su hermana, tienen prohibido dejar la tribu sin la autorización de su majestad, no pueden tener armas propias. Los guardias de la tribu son los einars y los sigurd —se le apaga el rostro—. Tienen más carga en impuestos que la tribu de mi esposo o la de su familia que es casi nulo sus pagos, ya que se encargan de casi todo y bueno, es una manera de pagarles el sacrificio que hicieron por el Páramo —dice eso último con desprecio—. Creo que lo poco bueno de todo eso es que un pequeño grupo de aspirantes de todas las tribus incluida mi hermana, podrán ir a la universidad en la ciudad Escarlata eso me llena de mucho orgullo.
—Eso es una gran noticia —hablo emocionado. Nunca he podido ir, ya que ahora estoy en el lado sombrío del universo y la ciudad Escarlata queda en el lado Norte y mientras que estaba con la señora Laila, jamás quiso llevarme para que no me distrajera—. Es el mejor lugar para estudiar prácticamente en todo el universo.
—Sí, mi hermana quiere ser astrónoma y ha estudiado todo lo que ha podido para que la acepten —se le vuelve a iluminar el rostro.
Ella me habla de las costumbres de todas las tribus y sus historias. Aitana y yo nos quedamos asombrados por el nivel de reglas y honor que tiene cada una. Ella habla con mucho cariño de su antigua tribu y cómo le cuesta un poco adaptarse a su nueva vida como madre y esposa. Ella quiere ser parte del concejo de su esposo, Aitana y ella hablan más de cómo no se les toma en serio a las mujeres en la toma de decisiones, prefiero quedarme callado porque a pesar de que apoyo por completo que todos somos iguales y que no debe ser un impedimento tu género, sé que no puedo tomarme un papel importante en su lucha.
El esposo de la señora Gunilda nos avisa que ya estamos por entrar en territorio de su antigua tribu. Solo es cuestión de tiempo de ver la impresionante muralla de hielo que protege a la capital. Es irónico que pongan de capital del Páramo a la ciudad de los einars, pero como he visto en la mayoría de las veces, es que la historia siempre la escribe el lado vencedor. Me acerco a la ventanilla a observar el camino que recorremos, el frío atraviesa el carruaje aunque esté todo cerrado. El pequeño Tomas se despierta y se sienta a mi lado y Aitana con su nueva amiga. Él y yo hablamos sobre nuestros poderes.
—Mi padre dice que con el tiempo podré congelar todo lo que yo quiera —él habla emocionado.
—Bueno, yo puedo controlar una parte de la materia oscura —le confieso.
—Eso es genial —hace una pequeña O de asombro en su boca.
—Y cuéntame ¿qué te parece la nueva reina? —él se acerca un poco más a mi.
—Ella me da un poco de miedo —me confiesa.
—¿Por qué? —le pregunto confidencial.
—Porque escuché que ella puede meterse en tu cabeza y hacerte daño —él me mira temeroso.
—No te mentiré, ella si puede hacer eso —él se lleva sus manos a su cabeza—. Pero eso solo lo hace con las personas que no se portan bien con sus padres.
—Yo me porto bien, soy un buen niño —él me mira enérgico—. Mamá verdad que yo me porto bien.
La madre mira extrañada a su hijo y asiente.
—¿Ves? —él niño me mira otra vez.
—Entonces no tienes nada que temer —lo miro sonriente. Tomas me dice todo lo que hace todos los días, que ayuda a su padre a proteger a su tribu y que él es un fuerte guerrero—. Y no dudo de tus habilidades.
—Yo te puedo ganar —habla con suficiencia.
—Yo creo que no —le reto.
—Claro que sí —él me empieza a atacar y su madre lo reprende—. Te gané —proclama victorioso.
—Tomas compórtate —lo reprende su madre.
—Le estaba dando una lección —le contesta su hijo—. Ahora si podré vencer a mi tío Stephan.
—Sin duda será una batalla sangrienta —intento ocultar mis ganas de reírme a carcajadas.
Él va a los brazos de su madre y le cuenta sus hazañas contra mí.
—Veo que es bueno con los niños —me dice su madre intentado en vano tranquilizar a su pequeño guerrero de cuatro años.
—Tomas, recuerda lo que te dije sobre la reina —él se queda petrificado y se pone las manos en la cabeza. Tomas vuelve a su asiente con las manos en la cabeza.
—¿Cómo hizo eso? —Gunilda se queda asombrada.
—Sí se lo digo delante de su hijo no funcionaría después —le susurro. Ella asiente.
Tomas se anima en la ventanilla.
—¡Veo el muro! —exclama animado. Yo veo por mi ventanilla y la vista me deja pasmado, el muro es tan inmenso que se pierde entre las nubes y tan ancho que se pierde en el horizonte. Debo preguntar sus dimensiones más tarde. Nos acercamos a la entrada que consisten dos grandes puertas que probablemente midan unos diez metros de altura. El carruaje entra en un túnel un poco concurrido, no tardamos mucho para entrar a una ciudad no tan moderna y no tan llena de edificios y construcciones como la capital sombría, sin embargo los einars tienen el don de la construcción y la innovación, creo que por eso se aliaron con mi hermana. El carruaje se detiene a un lado de la calle y abren las puertas.
—Nuestro viaje ha llegado a su fin —la señora Gunilda se despide de Aitana con un abrazo—. Es bueno poder hablar con alguien que me entienda.
—Lo mismo digo, cuídate mucho —ella le devuelve el abrazo.
—Fue un placer haberlo conocido, señor Tristan —ella me extiende la mano el cual estrecho con gusto—. Vamos Tomas.
—Adiós Tomas —nos despedimos del niño que me mira triste.
—¿Lo volveré a ver? —el niño me mira depresivo en la puerta del carruaje. Su madre ya está afuera esperándolo.
—Claro que sí, somos amigos —el niño brinca fuera del carruaje feliz.
—Yo me hice amiga de una persona de mi edad igual que tú —Aitana me mira chistosa.
—De vez en cuando hay que volver a conectar con tu niño interior —le respondo con suficiencia—. Tú y la señora Gunilda parecían que iban a hacer una revolución femenina.
—En estos tiempos necesitamos una revolución femenina —ella me mira seria.
—No lo dudo —miro por la ventana. El carruaje empieza a subir por una colina un poco empinada, pero al parecer segura. Miro a lo lejos el imponente castillo de mi hermana cubierto de hielo y roca, el castillo se encuentra en la cima de una montaña. Que al parecer forma parte del territorio del castillo, ya que hay una gaceta de vigilancia por cada kilómetro a lo ancho de la montaña. En la subida hay guardias patrullando, ellos se encuentran fuertemente armados con lanzas y espadas, que es lo que se les ve. Sus cuerpos cubiertos de hielo les dan una apariencia un poco escalofriante. Al llegar a la entrada del castillo otra vez nos encontramos con otra gaceta que nos piden que declaremos nuestras armas y nuestras intenciones. El capitán encargado de custodiarnos responde todas las preguntas mientras que nosotros esperamos estresados por bajar este maldito carruaje. Por fin realizada nuestra inspección, nos dejan entrar hasta la verdadera entrada del castillo. Abren las puertas del carruaje y Aitana se baja de primera, yo le sigo al frío de la tarde invernal.
—Bienvenidos al castillo de la reina Luna Godness —habla una chica albina, creo que ella también es un einars—. Me llamo Ingrid Nieves, por favor acompáñenme, les mostraré sus habitaciones y un recorrido por el castillo.
—Le agradezco su hospitalidad, pero solo muéstrenos por los momentos nuestras habitaciones —le hablo cortés—. El viaje que hemos realizado nos ha dejado un poco cansados a mi acompañante y a mí.
—Como desee señor —hace una pequeña reverencia y nos invita a entrar al castillo. La entrada es bastante bonita con símbolos que he visto desde que entré a la capital. Copos de nieves y lobos. Pasamos por las impresionantes puertas que nos conduce por unas escaleras principales, para que luego nos conduzca a un pasillo lo bastante amplio, iluminado y decorado con columnas de hielo sólido. La señorita Ingrid nos cuenta una breve historia sobre el castillo. Mi hermana remodeló el castillo hace unos seis años agrandando y decorando cada rincón. Nosotros nos dirigimos al ala este donde se encuentra las habitaciones de los invitados de la reina.
—¿Allí se encuentran las habitaciones de la familia Godness? —le pregunto a Ingrid.
—No, las habitaciones de los dioses se encuentran en el lado oeste junto a la habitación de la reina —ella responde—. Mi señora ordenó que las habitaciones de los dignatarios, representantes de otros reinos y reyes, se tenían que hospedar al otro lado del castillo —ella me mira amable—. No se preocupen, sus habitaciones son los bastante cómodas y agradables para ustedes.
—Es bueno escuchar eso —le sonrío falsamente. La otra razón es que quiere lo más lejos a las sobras que pueden ser guardianes y en este caso a los representantes del reino de las sombras. Aitana me mira alzando una ceja. Ella en el fondo piensa lo mismo que yo. Llegamos al lado este del castillo, es bastante a alejado de la entrada. Tiene su propio jardín con plantas congeladas y estatuas. Pasamos por grandes puertas y nos cruzamos con algunos rostros conocidos, como algunos miembros de la corte del reino del Este y del Norte. Aitana y yo somos los únicos representantes del reino sombrío. No hay muchas personas, supongo que vendrán un día antes a la coronación y se quedarán aquí y luego que termine la coronación se largarán a sus hermosos palacios. Ingrid abre unas puertas y la inmensa habitación nos sorprende.
—Es una habitación compartida —la señorita Ingrid entra con confianza a la sala de estar, ella se adentra en la habitación y abre una puerta—. Esta es la habitación de la señorita.
Adentro de la habitación se encuentra las dos sombras sirvientes de Aitana. Ella entra y nos pide a Ingrid y a mí privacidad para poder descansar. Recorremos la sala y al otro extremo se encuentra mi habitación. Es cómoda, con una gran cama y suficiente espacio para liberar a mi guardiana y estar a gusto.
—Espero que todo sea de su agrado —ella me observa amable—. Cualquier cosa, se encuentran varias chicas pasando por aquí para servirle a usted y a su acompañante. Ustedes dos se encuentran en la libertad de comer aquí, ya que tienen un cómodo comedor o en el comedor del lado este donde se reúnen los demás invitados. Si quieren comer ahora, dígamelo para ordenar que les cocinen lo que gusten.
—Es muy amable —me volteo hacia ella—. Quiero cenar con mi familia, espero que no haya problema con eso —ella me mira confundida y saco mi gema familiar, ella se queda hipnotizada por la magia sombría del medallón—. Espero no tener problemas al cenar con mi familia, los Godness.
Guardo mi medallón y ella vuelve a recomponerse.
—Perdóneme, mi señor no tenía idea —ella se arrodilla.
—No se preocupe, solo no quiero tener problemas —hablo serio.
—Sí gusta, puedo reubicarlos al lado oeste —ella se levanta temerosa.
—Mi compañera y yo estamos a gustos aquí —ella asiente y se retira. Mis dos sombras sirvientes se encargan de desempacar mis cosas y guardarlas en los armarios de hielo mientras yo me acuesto cansado en la cama deseando dormir todo el tiempo posible. Cierro mis ojos para llegar más rápido a la tranquilidad de la oscuridad. Sin embargo, mi momento de paz y tranquilidad se ven interrumpidos por el fuerte sonido de una puerta al abrirse. No quiero abrir mis ojos, no quiero moverme de la suavidad de la cama. Si muero que sean mis sombras que velen mi condenada alma moribunda.
—¡Tristan! —exclama mi madre sentándose a mi lado de la cama. Me volteo y reposo mi cabeza en su regazo, y la abrazo sin abrir mis ojos—. Que alegría es tenerte aquí —ella acaricia mi cabellera gris.
—Lo mismo digo —hablo con el vestido de mi madre en la boca.
—Hueles raro —ella se encorva a olfatearme.
—Acabo de llegar, mamá —protesto—. No me he bañado y quiero dormir.
—Que raro tus ganas de dormir —comenta con desdén mi señora Laila. Me volteo y la veo parada cruzada de brazos apoyándose en el marco de la puerta. Y a su lado se encuentra Lina, ella luce despampanante con su vestido sencillo color champagne y con un bordado de flores doradas y con su característico collar de perlas.
—Hola Lina —la saludo.
—Hola Tristan —ella me saluda con la mano—. ¿Cómo estás?
—Cansado ¿y tú? —le respondo estirándome.
—Bastante bien de hecho —responde tímida.
—Bueno señorito, es hora de que te des un baño y te cambies de ropa —me anima mi madre.
—El agua está helada —protesto—. Déjenme descansar y luego me baño.
—De ninguna manera —mi madre se levanta y yo caigo en la cama—. Tristan ya no eres un niño para que te esté cargando y lanzarte a la tina.
—Que lindo amor de madre —comenta sarcástica mi señora.
Mi madre se cruza de brazos.
—Es en serio Tristan —ella me mira amenazante—. ¿quieres verme enojada, Tristan?
—No señora —la miro derrotado. Camino hacia el cuarto de baño, cierro la puerta y una sombra empieza a llenar la tina; el agua sale con dificultad de la tubería, debido al frío que la congela. Mientras tanto me desvisto y escucho por la puerta a mi madre y a Lina discutir por unas prendas que se supone me debo poner.
—¡No quiero que desordenen nada! —les grito a través de la puerta.
—¡No escucho que te estés bañando! —replica mi madre.
Entro a la tina con la poca agua y la verdad lo prefiero así, el agua está como en el castillo de la señora Gunilda. Me enjabono lo más rápido posible para salir. Tomo una taza y me echo el agua encima, aunque maldiga por dentro por el frío tan desgraciado del lugar. Salgo de la tina y cierro el grifo de la tina. Salgo de ella y busco desesperado algo con que cubrirme, pero no hay ninguna bata por ningún lado. Le ordeno a la sombra que busque una en mis cosas. Espero paciente.
—¡Tristan sal! —me llama mi madre.
—¡No puedo, estoy desnudo! —le grito.
—¡Sal de una vez, cómo si nunca te he visto desnudo! —ella me grita a través de la puerta. La sombra aparece y me dice que mi madre le quitó la bata y no pudo hacer nada. Maldigo a mis adentros. Respiro profundo y salgo con mis manos tapando mi verga, la vergüenza me invade al ver a Lina y a Aitana conversando, mi madre me ve y sonríe—. Ten, ponte los calzones y vístete.
—¡Váyanse todas, estoy desnudo! —les ordeno. Ellas se ríen.
—No pensaba que tuvieras músculos —Aitana me come con la mirada.
—Quiero privacidad, es muy difícil pedir —miro a todas enojado.
—Ya chicas vamos a voltearnos para darle su privacidad a su majestad —mi señora se burla de mí y se voltea junto a Lina y Aitana. Mi madre me ayuda a ponerme las prendas.
—¿Desde cuándo llegaron? —le pregunto a mi madre mientras que me pongo la camisa.
—Viajamos tu padre y yo con la caravana de la señora Laila y su hija Tabitha con su esposa Vania —mi madre me sostiene dos abrigos uno azul oscuro y el otro un verde olivo, odio ese abrigo parezco un árbol luminoso—. Y Lina viajó con tus abuelos desde el lado central del universo.
—¿Y tus padre Lina? —le pregunto ajustándome el pantalón y metiendo la camisa por dentro de él.
—Vendrán dentro de unos días, ellos viajan con la caravana de la señora Liora y la de mi hermano Sol —ella contesta mirando al techo—. No me escribiste como lo prometiste.
—Quise hacerlo, en serio —me coloco la túnica y el abrigo azul con cuello de piel negra—. Ya se pueden voltear. Pero se me dificultaba enviar cualquier carta a mi familia y cuando intentaba enviarte una, se deshacía en el agua.
—Eres un tonto —Lina se voltea con el ceño fruncido. Yo me río.
—Créeme que si quise, pero no pude —me encojo de hombros.
—Está bien —ella se le suaviza el rostro y me observa de arriba abajo—. ¿Por qué no te pusiste el abrigo verde? —me interroga con los brazos cruzados.
—Soy una persona, no una antorcha viviente —le contesto sarcástico. Mi madre reprende—. No lo usaré, así que… —me siento en la cama—. ¿Para que soy bueno? Porque supongo que no tendré la paz que quiero hasta después de cenar.
—Me alegro que estés claro en la vida —mi señora sonríe maliciosa. Mi madre, Lina y la señora Laila me arrastran por todo el castillo llevándome por tramos de pasillos infinitos que no me dejan apreciar la delicadeza de la decoración del Castillo helado. No sé dónde me llevan, pero lo que sí sé es que no será bonito.
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