Tristan: Descubriendo Una Nueva Faceta.
Aitana y yo volvemos al carruaje al día siguiente para llegar a la frontera con el lado Sur del lado oscuro. No dormí nada por el dolor tan grande de cabeza que me dejó mi señora. Ella quiere que siga infiltrando información del rey, pero ¿hasta cuándo seguiré haciéndolo? Sé que no puedo reusarme, sin embargo estoy debilitando mi reino. Me encuentro en un gran dilema que lo más probable si hago lo correcto, mi familia jamás me hablaría, y como si lo hicieran tanto.
—¿Qué tanto piensas? —me pregunta Aitana sentada a mi lado.
—Tengo miedo —respondo a medias.
—¿De tu familia? —pregunta acomodando su capa azul con detalles florales negras. Sus ojos color café como su cabello ondulado me miran con intriga.
—Tengo como más de seis años que no los veo —confieso—. No sé si me acepten o todavía me reprocharan sobre el ataque de Luna.
—No comprendo por qué todavía hay tanto alboroto con eso —la miro mal—. No me mires así. Sé que es que te ataque una sombra y comprendo su dolor, pero no todo puede girar entorno a ella, hay personas que la pasan peor y siguen adelante.
—Eso es un poco insensible ¿no crees? —le reprocho.
—Mira Tristan, ya bastantes personas han sufrido por lo de tu hermana y no veo a ningún miembro de tu familia, ni si quiera a ti preocupados por lo mal que pasaron las sombras por la ira de tu padre en su reino —ella me mira enojada—. Tu hermana sufrió, las sombras sufrieron, incluso tú sufriste. ¿Y a quién apoyó tu familia? Tu propia familia te dio la espalda. Responderme esto ¿a parte de tu madre que creyó en tu inocencia, a parte de ella quién creyó en ti?
—Mi hermana Estrella, ella me defendió —respondo.
—¿Quién más? —me interroga—. Eras un niño inmaduro y aún así te encarcelaron por no sé cuánto tiempo ¿y me vienes con eso de que tu hermana sufrió? —ella me toma la mano—. Por el bien de tu mente, deja eso en el pasado y sigue con tu vida como el futuro rey que dices que eres, porque cuando tengas en tu atolondrada cabeza la corona, no podrás darte el lujo de ser débil por otras personas que no se tentaron el corazón para ayudarte.
—Tal vez tengas razón —es lo único que logro decir. Ella me suelta y mira por la ventanilla y yo por la mía. Es cierto que mi padre les hizo la vida imposible a las sombras del reino, aplicando leyes tan discriminatorias como opresivas.
Aitana y yo no hablamos por tres días hasta que llegamos a la frontera con el lado Sur del lado oscuro. Nos detenemos en una barricada donde hay un grupo de personas albinas.
—¿Qué sucede? —cuestiona Aitana. Llega una sombra a la puerta, no hace falta que abra la puerta para poder entrar.
—Habla —le ordeno a la sombra.
—Son un grupo de guardias que custodian la frontera del Páramo —la sombra me mira fijo—. Enviados por su señora Luna a proteger y a guiar a las personas a la capital del reino para la coronación, ya que el camino es desconocido para nosotros.
—Comprendo —asiento—. Permíteles que nos guíen, no bajen la guardia en ningún momento y mantén vigilados a nuestros guías.
La sombra asiente. Y se va del carruaje. Esperamos un poco hasta que el carruaje se empieza mover y Aitana empieza a temblar. Saco de mi petate una manta gruesa y se la entrego.
—Gracias —ella pasa la manta y me invita a acercarme—. Viajas bastante preparado.
—Tengo que hacerlo —ella y yo nos un poco más para entrar en calor—. Nadie procura mi bienestar, así que lo hago yo.
—El rey procura tu bienestar —ella me mira fijamente.
—Creeré en tu palabra para alimentar mi esperanza —contesto tranquilo.
—¿Habrá un momento que no seas sarcástico? —pregunta enojada.
—Para hacerte sentir bien te diré que si, pero en el fondo sabrás que nunca dejaré de ser sarcástico —ella me empuja.
—Y ahora me agredes —exclamo ofendido.
—Eres un idiota —ella acepta que la abrace. No lo negaré, yo también me estoy congelando. Ella y yo hablamos de lo que quisiéramos ver en el Páramo—. Quisiera ver las auroras boreales.
—Yo quiero ver los fiordos —miro fijo al frente.
—Creo que si hubiésemos ido en barco lo veríamos —comenta inocente.
—Ya te expliqué porque no en barco —la miro sonriendo.
—Sí, que es peligroso y eso —ella mira a la ventanilla y se queda observando el blanquecino paisaje estamos en una colina que se ve un poco peligrosa, pero no me preocupo mucho por eso.
—No comprendo por qué tu hermana quiso tanto gobernar esto —ella se devuelve a mis brazos.
—Es hermoso el Páramo —le digo—. Además creo que es mejor así, que no haya nada para poder construir todo a su imagen y semejanza.
—Se nota tanto que eres un Godness —comenta volteando los ojos.
—Vele el lado positivo al asunto —le digo, pero ella no contesta. Ella se acomoda en mí y no sé, pero se siente un poco raro, ya que no estoy acostumbrado a este acercamiento y más por parte de ella.
Pasamos los siguientes tres días rodeando colinas y bosques hasta llegar a una aldea de personas como nuestros guías.
—Sí esa gente nos trajo hasta su aldea para robarnos, no me importa desatar el infierno —me amenaza. En cierto punto pienso igual que ella, pero prefiero omitir mi opinión. Pasamos por la aldea, las personas se acercan a ver quienes van en el elegante carruaje. Subimos una pequeña colina y nos encontramos con un pequeño castillo. Entramos por la entrada principal y nos detenemos.
—Si este es el castillo de tu hermana —ella se aparta de mí—. Déjame decirte que tiene pésimo gusto.
La miro mal. Conociendo a Luna, ella hubiera construido su castillo mucho más grande y que en su mayoría estuviese hecho de hielo y con más guardias y mucho más alejado del pueblo. Aitana se baja del carruaje y yo le sigo, ella se estira un poco y me entrega mi manta. Una mujer nos observa confundida desde la parte de arriba del balcón del castillo y baja por unas escaleras hasta llegar a nosotros.
—Hola, bienvenidos —la mujer de cabello negro y trenzado, con una mirada feroz, pero amable, acompañada con su lobo guardián—. Me llamo Gunilda de la tribu de los Sigurd. Supongo que vienen a la coronación de la señora Luna Godness.
—Sí, venimos del lado Oeste del lado oscuro en representación del rey Robert Stonewell —habla serio.
—Está bien. Espero que hayan tenido un buen viaje desde la frontera hasta aquí —habla con una serenidad, pero con franqueza—. La señora Luna ordenó que sus invitados estuviesen guiados por cualquiera de las tres tribus que custodian las fronteras y que si el viaje se hacia largo pudiesen quedarse en los castillos de los jefes de la tribu.
—Eso es bueno saberlo, ya que no sabíamos exactamente dónde nos encontrábamos —le hablo honesto a la mujer.
—No se preocupen estarán bien aquí —ella mira a mis hombres que bajan nuestras pertenencias—. Si quieren pueden pasar a la sala de estar mientras que arreglamos dos habitaciones para ustedes.
Ella le da una orden a una mujer más joven para que nos lleven a la sala de estar. Seguimos a la chica mientras que subimos las escaleras. Pasamos por el balcón y nos metemos en la puerta que nos lleva a un pasillo un poco más amplio, pero no decorado, solo se ven la fría piedra gris. Aitana camina a mi lado, la chica nos deja en una sala donde se encuentran muebles de madera y una chimenea con un fuego encendido, Aitana se acerca veloz a la chimenea.
—Eso cálido que está allí se llama fuego y pareciera que nunca lo has visto —comento detrás de ella.
—Vete a la mierda —sentencia. Yo tomo asiento en un mueble de madera, es un poco incómodo, sin embargo, la calidez de la chimenea me reconforta. En ese momento entra la señora Gunilda, aunque detallándola mejor, es una chica joven contemporánea con nosotros.
—Espero que se encuentren cómodos aquí —ella nos mira amable—. En cuanto regrese mi esposo, nos iremos a la capital del Páramo.
—¿Dónde se encuentra su esposo? Y disculpe mi intromisión —pregunto educado.
—Está llevando a los últimos invitados de la señora Luna —responde sentándose en un cómodo sillón de cuero negro.
—¿Cuánto tiempo toma para llegar a la capital? —pregunta Aitana levantándose del suelo y sentándose a mi lado.
—Depende del clima, y como viajen —ella se voltea a la entrada—. Acércate mi niño.
Veo a un pequeño niño escondido en el umbral de la sala. Él se acerca lento a la señora Gunilda, supongo que es su hijo.
—Les presento a mi hijo Tomas —el niño se sienta en las piernas de su madre—. Hijo, saluda a nuestros invitados —el niño saluda tímido—. Como les decía, el viaje puede durar tres días con un buen caballo y si el clima es favorable. Y como ustedes viajan con carruaje se puede demorar unos cuatro a cinco días.
Aitana hace un puchero.
—En serio no vuelvo a viajar contigo —la regaño.
—Prefiero quedarme en el palacio y recorrer la capital, pero odio los viajes largos —comenta tajante.
—¿Usted es un hombre aventurero? —pregunta la señora Gunilda.
—Sólo voy donde mi rey me ordene ir —respondo cortes.
—El lado Oeste del lado oscuro es el reino sombrío ¿cierto? —pregunta curiosa.
—Sí, de allí vienen las sombras —le comento.
—¿Las sombras dan miedo? —pregunta Tomas acurrucado en los brazos de su madre.
—Por supuesto que no —le respondo amable—. Las sombras son personas buenas y gentiles.
—¿En serio? —me mira confundido el niño.
—Sí, por ejemplo mi guardiana es una sombra. Ella siempre me ha cuidado y me ha querido mucho —miro al niño fijo.
—¿Y dónde está ella? —él sale de los brazos de su madre, pero se queda en sus piernas. Tiene el cabello largo y blanco, con un color azul intenso en sus tiernos ojos.
—Está dentro de mí, ella permanece allí cuando está un poco cansada —él me mira asombrado.
—¿Cómo es el reino sombrío? —pregunta más animado Tomas.
El niño y yo hablamos animados por un largo tiempo, aclarando las dudas del niño como de la madre. Aitana también se anima a la conversación.
—Cada persona es diferente y esa diferencia es lo que nos vuelve únicos al momento de usar nuestros poderes —le habla Aitana emocionada a Tomas.
En ese momento entra un hombre albino, pero de diferente manera de vestir de los otros hombres de esta tribu. Su traje de pieles negras y rojas en menor cantidad.
—Arem, tenemos otros invitados —ella se levanta y besa al hombre y Tomas pide que lo cargue.
—¿Otros? —cuestiona cansado.
—Estamos agradecidos que nos reciban en su hogar —me levanto y Aitana también.
—Espero que su viaje haya sido placentero —él se recompone—. ¿Ya preparaste todo para nuestro viaje? —le pregunta a su esposa.
—Sí, solo te estábamos esperando para saber si nos vamos hoy o mañana —ella abraza a su esposo.
—Mañana, por favor. Necesito descansar de esa gente —él le suaviza el rostro al ver a su esposa.
—Está bien —ella carga a Tomas—. Ve a darte un baño y bajas a cenar ¿si?
Él asiente y se despide de su esposa.
—Disculpe que me entrometa, pero ¿a qué se refería su esposo con esa gente? —le pregunto a Gunilda.
—Hace un par de días llegaron unos invitados de la señora Luna, y bueno digamos que fueron una auténtica pesadilla —confiesa la señora Gunilda.
—Es lamentable escuchar eso —le comento—. Le aseguro que no le causaremos problemas.
—Es bueno escucharlo —ella sonríe—. Síganme, los llevaré a sus habitaciones para que se puedan asear y bajar a cenar con nosotros.
Seguimos a la señora Gunilda por el pequeño castillo. Ella se detiene en una habitación.
—Este es la habitación de la señorita Aitana —señala la señora Gunilda. Aitana entra a su habitación y la señora Gunilda da unos pasos y se detiene en otra puerta—. Y esta es la suya, señor Tristan.
—Muchas gracias, señora Gunilda —ella asiente y se va con su hijo Tomas. La habitación es sencilla con una cama bastante grande como para dormir a gusto dos personas, las sábanas son de piel cosa que será más abrigadora. Me siento en un mueble de madera y libero a mi guardiana.
—Ya no soporto más viajar con Aitana —ella se tira a la cama—. Está suave esto.
—Ya te expliqué que necesitamos ganarnos a Aitana —me acerco a ella.
—Detesto que te usen —ella me extiende su mano el cual tomo y me acuesto con ella.
—Lo sé, pero no podemos hacer nada —la miro triste—. Si me niego a cumplir las órdenes de mi señora Laila sería mi muerte y además sería desconsiderado de mi parte, ya que sin ella todavía estuviese encarcelado en el calabozo de mi padre—me acaricia mi cabello gris—. Y si me niego a cumplir las órdenes del rey Robert, también estuviese muerto.
—En conclusión tienes que ser el títere de los demás para poder vivir —ella desvía la mirada.
—Por ahora sí, aunque quiero ser leal a la sombras. Sin embargo no sé cómo hacerlo sin dejar de ser leal a mi familia —ella me abraza cariñosa. Me levanto después de un rato. Me dirijo a un pequeño cuarto de baño que se limita a una tina con agua fría y una bacinica. Me desvisto y el frío se apodera de mí. Me sumerjo en la tina y maldigo por lo helada que está.
—Por qué todo tiene que ser tan jodidamente frío —me lavo rápido con un jabón que hay a un lado y salgo de allí. Camino desnudo en busca de mi baúl. Siento como mis entrañas se van congelando. Nila está acostada en la cama sin inmutarse. Saco mis abrigos, las camisas, los pantalones, las túnicas y las capas. Me pongo rápido unos calzones, acto seguido la camisa y los pantalones. Me coloco la túnica y el abrigo. La capa no porque ya sería demasiado aunque si me provoca por el frío. Recojo todo el desastre que causé y salgo de la habitación. Veo a Aitana que habla con unas de las sombras del viaje.
—¿Sucede algo? —les pregunto. La sombra hace una reverencia.
—Solo me informaba que todo va bien con los guardias y el regalo para tu hermana —contesta Aitana tranquila. La sombra asiente y se va—. En serio no sé si llegue al castillo de tu hermana sin antes convertirme en una paleta de hielo.
Ella me toma del brazo y empezamos a caminar por estos pasillos un poco estrechos y desconocidos.
—No desesperes, lo haz hecho bien desde que llegamos —la consuelo ella me mira agradecida—. Recuerda que solo veremos la coronación y el baile, y nos iremos.
—Sí, lo sé —ella se detiene en una ventana a observar a lo lejos la aldea—. ¿Crees que podamos sobrevivir a todo?
—¿A qué te refieres? —le pregunto, ella se a finca en el marco de piedras.
—A lo que conlleva a gobernar un reino —ella me mira preocupada.
—Lo único que pienso es que no quiero defraudar a nadie —confieso—. Si soy leal a las sombras defraudaría a mi familia y si soy leal a mi familia defraudaría a las sombras.
—Es difícil lidiar así —ella apoya su cabeza en mí. Ella y yo seguimos caminando hasta dar con el comedor donde ya la señora Gunilda, su esposo Arem y su hijo nos esperan para cenar. Conversamos a gusto toda la cena, con calma nos despejaban las dudas que tenemos sobre el Páramo. Es bueno saber que mi hermana haya sido buena con esta gente, espero que lo sea conmigo.
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