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Luna: El Muro

No quería pensar, no quería sentir, no quería ser débil otra vez. Me da tranquilidad  estar en los Páramos helados, aunque estuviese en guerra con las demás tribus. La frialdad que me brinda mi nuevo hogar me reconforta, no me molesta la soledad, todo lo contrario, me alegra. Cuando llegué con la valquiria Irami al castillo o lo que ellos llaman un castillo; es una fortaleza de piedra gris oscura, construida en la cima de una montaña tomando de esta parte de su estructura, la única tribu que es leal a nosotras son la tribu de los Einars. Personas albinas como yo, pero ellos pueden transformarse en criaturas enteramente de hielo sólido; su fuerza se duplica y el hierro de las espadas les hace cosquillas, ya que su cuerpo es tan duro que es imposible traspasarlos.

 Ellos se mostraron reacios a mi presencia y que Irami me dejara a cargo en nombre de ella. Fui ganándome su confianza con los años, ya que les ayudé a ganar las batallas con las demás tribus minoritarias, porque aparte de poder congelar las cosas puedo controlar los vientos y crear grandes monstruos de hielo. Al llegar aquí pude sentir como mis poderes se incrementaban. Cuando capturaban a los combatientes recios a rendirse, les leía la mente para ver sus estrategias y lealtades. Muchos me consideran una abominación, como otros su salvación; los hechiceros de las tribus que íbamos capturando me temían por las historias que circulaban, gracias a los dioses puedo mostrarles que soy mil veces peor que las historias.

 La familia del clan de los Einars se encargan de mi seguridad y la del pequeño reino que se está alzando. El clan tiene roles jerárquicos bastantes marcados, no importa si eres hombre o mujer, tu vida tiene que ser para el clan. Los que muestran grandes dotes para el combate son los que defiende de cualquier invasor; los que tienen dotes para la domesticación de los diversos animales como bisontes, osos polares, lobos, caballos, y entre otros seres que les sirven a sus amos. Los agricultores, los cazadores, los que se encargan de la  fabricación de los textiles. Todo está organizado. Yo me encargo de hablar con cada líder y administrar cada propósito y la comercialización entre los pobladores para establecer un mejor camino de rutas comerciales por todo el páramo gracias al peligro de la guerra. Casi nos matan a Irami y a mí cuando llegamos, no me quiero imaginar si las demás tribus vieran los diferentes tipos de mercancía que se estaría exportando.

 En mis caminatas diarias me acompaña el hijo menor del jefe del clan, Stephan es mayor que yo por solo dos años; él tiene los ojos grises y pequeños, tiene una mirada inexpresiva y profunda. Los locales le temen por lo sangriento que puede ser aunque tenga veintidós años; él y yo nos hemos vueltos buenos amigos. Él confía en mis habilidades y les teme, como yo confío en las suyas y le temo.

 Avanzamos por toda la extensión del pequeño reino, vigilando cada sector con ojo clínico. Él se baja de su osa polar y me extiende la mano bajando delicada de mi caballo. Caminamos desde la muralla hasta la entrada a los calabozos donde tienen prisioneros a los espías que capturaron los cazadores ayer en la tarde. Stephan me va abriendo cada puerta hasta llegar donde su hermano mayor Arem y su padre Olaf, ellos hacen una reverencia igual que sus soldados. Los espías están encadenados y brutalmente golpeados, ellos al verme reaccionan y se pegan más a la pared de roca de montaña.

—Por favor no, la bruja no —solloza uno de ellos.

—Solo quiero saber que hacían por estos lares —me agacho al frente de ellos—. No es mi culpa que estén tan lejos de su hogar.

—Nosotros no sabemos nada, se lo juro —implora su compañero de aspecto andrajoso.

 Los duermo a los dos. Stephan con ayuda de su hermano Aren les quitan las esposas y los arrodillan al frente de mí. Toco la cabeza del que me dijo bruja, me introduzco por su cabeza viendo cada recuerdo y tomando nota de cualquier dato que me pueda servir para poder llegar a la tribu de los ancestros, los más reacios a que una extranjera gobierne sus tierras. Me detengo en un recuerdo específico donde el jefe de la tribu les ordena tantear la zona donde enviará a su hija a la tribu de los sigurd, la más salvaje y violenta de todas; no veo por qué enviará a su hija, pero creo que sería útil para la causa. Voy con el segundo espía, no es tan útil como el primero, pero algo es algo. Dejo a los dos dormidos, aunque con una pequeña pesadilla que les impedirá levantarse por un buen tiempo.

 Salimos de los calabozos, subimos unas escaleras que dan a  los pasillos del muro que nos protege de las fuerzas enemigas; su decoración es nula, es más para el servicio militar que para un propósito frívolo. Nos adentramos en el muro para dar a una habitación donde todos los jefes de los pequeños y grandes clanes nos reunimos para discutir las estrategias de guerra. Los asuntos del reino los discuto en el castillo con el señor Olaf y su esposa Astrid con sus dos hijos. Les digo todo lo que vi en sus mentes. La sesión nos lleva el resto del día, pero llegamos a un plan que consiste en secuestrar a la hija del jefe del clan de los ancestros. La misión la llevará a cabo Stephan, Arem y otros soldados de los clanes. Ellos parten cuanto antes a la zona que les indiqué. La hija del clan se quedará en mi palacio mientras que llegue a un acuerdo con su padre para su rendición.

 Me dirijo a mi castillo a esperar a que me traigan a esa chica. Al llegar les indico a las criadas que arreglen un cuarto con vestidos y que cierren las ventanas con unos hechizos de cerradura. Me voy a mi estudio con la señora Astrid a planear los siguientes días los asuntos del reino, ella tiene buenas conexiones con otras tribus cercanas para el intercambio de la materia prima. Esos reinos tienen gobernantes que muy pronto me coronaran como su señora y reina.

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