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II Parte Luna: Una Sesión Difícil

 5 años después…

Una ligera brisa sopla mi rostro avisándome que el invierno ha llegado. Salgo corriendo de la biblioteca al jardín apartando a todo aquel que se me atraviese en el camino, eso incluyendo a mi hermana.

—¡¿Estás loca?! —grita recogiendo algunas varas de madera.

 Llegar al jardín y ver como lentamente cae la nieve en las plantas en las flores. Sentir ese viento helado en el rostro, sentir como la tranquilidad y la paz inunda mi blanquecino cuerpo. Con el invierno puedo practicar mejor mis poderes, gracias al frio constante. Con las otras estaciones no puedo hacer durar lo que congelo. Practico en una zona alejada hasta que un guardia me hace parar avisándome que me esperan para cenar. Otra cosa que hace el invierno es que pone todo el cielo en una absoluta oscuridad, cualquier ápice de luz visible en el cielo solo es posible con la llegada del verano y no siempre ocurre mucho. Camino por el jardín hasta llegar a los pasillos y así al comedor. Mi padre está riendo con mi madre, Estrella está al lado de mi padre cosa que me enoja porque ella sabe que ese es mi lugar en la mesa.

—Levántate de mi puesto —le ordeno a mi hermana.

—Tú llegaste tarde, así que no molestes —responde sonriente.

—Por favor no empiecen ustedes dos —nos reprocha mi padre. Rodeo la mesa y me siento al lado de Tristan, él mira atento mis movimientos sin mostrar una pizca de emoción. A veces es grato su compañía, pero algunas veces da miedo por lo callado que es. Él siempre escoge sentarse al lado de mi madre, ellos dos siempre hablan, pero cuando llegamos Estrella, mi padre o yo se callan.

 La cena transcurre tranquila, claro, mi padre nos amenaza a Estrella y a mí sí hacíamos algo que estropeara la llegada de mi madre del inframundo. Aunque me lo expliquen mil veces aun no entiendo por qué ella tenía que irse siempre, me encanta cuando ella está aquí porque implica que mi padre también lo está. Él toma largos viajes por el reino de hasta casi el mismo tiempo que mi madre no se encuentra, y solo sabemos de él mediante cartas que nos envían a los tres. Cada uno de mis hermanos se dedica a una tarea diferente cuando mis padres no están, Estrella se dedica a entrenar con la espada y esas cosas. Tristan se encierra en la biblioteca conmigo, pero ambos nos separamos por diferentes ramas de estudio, él escoge el arte de las sombras y todo lo que tenga que ver con ellas; es lógico, ya que su guardiana es una. Por mi parte me dedico a estudiar todo lo que haya de los páramos helados, no hay muchos libros sobre ellos y ya los que hay en la biblioteca me los he acabado. Mi padre me trae de sus viajes cualquier cosa que me ayude mejor a entenderlos. Él a veces me lleva a sus reuniones y me pide que me esconda detrás de las cortinas porque necesita que lea las mentes de los presentes, ya que él no puede hacerlo solo.

 Terminamos de cenar y mis padres nos llevan a cada uno a su habitación, nuestras habitaciones están cerca a la de ellos. Primero dejan a Estrella en la suya, luego a Tristan que se limita a darle un abrazo a nuestro padre y un beso en la mejilla a nuestra madre. Y a mí me dan un beso y un abrazo, y se van.

 Me quedo despierta observando como los copos de nieves se balancean en el viento yendo a cualquier dirección hasta que tocan el suelo. Mi padre me ha dicho que algún día seré reina de los páramos helados si me lo propongo y practico con mis poderes. Mi madre siempre me ha alentado a seguir mis sueños sean cual sean, ella no le parece que mi padre me encamine a este sueño, ya que dice que es un sueño de mi padre y no mío. Me quedo pensando sobre eso sentada en mi ventana hasta que escucho como abren las puertas de mi habitación y veo que entra Tristan asustado, y sin que se lo pida se acuesta en mi cama.

—¿Otra vez las pesadillas? —pregunto y obtengo un sí de su mente.

 Me acerco a la cama retirando las sabanas y me acuesto con él. Se voltea y me mira con sus tiernos ojos grises suplicantes; le retiro el cabello de la frente, dejo mi mano en ella y cierro los ojos para concentrarme mejor. Me adentro en su mente y aparto todas las pesadillas que pueda tener. Al abrir mis ojos observo que Tristan ya duerme. Desde que él tenía apenas tres años empezaron sus pesadillas, uno diría que eran cosas sin importancia, pero lo que sucedía adentro de su cabeza era alarmante. Las más tranquilas eran guerras sangrientas, él no sabe porque sueña esas cosas ni mi padre tampoco sabe. Lo único que lo tranquilizamos somos mi madre y yo. Dormimos tranquilos hasta que una nodriza nos levanta avisándonos que es un nuevo día, Tristan se va a su habitación sin decir ni una sola palabra.

 Empieza un nuevo día, con las mismas tareas de siempre Los maestros que nos dan clases, Estrella fastidiada como siempre, Tristan callado encerrado en algún libro y yo sentada escuchando atenta la clase, pero esta vez sí estoy ansiosa porque está haciendo un perfecto día y no quiero perderme de nada.

 Al finalizar Estrella se va con un maestro de armas. Ella ha mostrado desde pequeña su amor a la guerra, pero su odio a los libros, es buena aunque no se lo diga. Ella practica con otros dos estudiantes de ese maestro que los encontró porque su madre era su amiga o algo así. No muestro interés en ellos, ya que me parecen insignificantes. Tristan a veces los acompañan a tomar clases porque mi padre así lo ordena, él no es un niño violento y dado a ese tipo de cosas, pero tiene que cumplir con los deseos de mi padre. Esta vez Tristan se va con ella, pero no tarda mucho en volver a la biblioteca a encerrarse en su mundo de libros viejos, pero también lleno de fantasía e historia.

 Yo practico con mi padre mi otra habilidad con la mente, él y yo estamos en una torre con una fuente en el medio. Estamos sentados el uno al frente del otro con las piernas cruzadas, ambos nos miramos fijamente y él dice:

—Despeja tu mente de cualquier cosa que te pueda distraer —ordena sereno—, déjala libre de todo y de todos. Nada puede entrar y nada puede salir. Yo puedo entrar aún, Luna.

 Me detengo y él me mira serio.

—No te he dicho que te detengas —me reprocha.

—Ya entraste, de qué sirve seguir —lo miro temerosa.

—¿Qué clase de reina se rinde en plena batalla?

—Una cobarde —respondo.

—Y yo no tengo hijos cobardes —replica—. Otra vez y sin rendirte.

 Pasamos el día así, sin rendirme, pero llevándome al límite de mi capacidad mental. Él me levanta del suelo y me carga en sus brazos, nos teletransportamos hasta mi habitación donde me deja delicadamente en mi cama; me quita las joyas dejándolas en una mesa en el centro de la habitación, me quita los zapatos y los deja a un lado de la cama.

—Cuando puedas levantarte y caminar se te traerá la comida, del resto no —retira las sabanas y me arropa.

—No lo hagas por favor.

—Como gustes —deja la sabana en paz y se acuesta al lado de mí—. Estás avanzando, pero aún no estás lista. Tienes muchas cosas que aprender antes de que te vayas. No te dejaré ir hasta que lo logres.

—¿Y si paso de la fecha límite y aun no estoy lista? —pregunto temerosa.

—Eso no sucederá, yo me encargaré de eso —él me mira gentil—. Para cambiar de tema ¿ya tienes todo listo para tu consagración? Mira que tu cumpleaños es la próxima semana.

—Sí, ya lo tengo todo listo.

—Me agrada escuchar eso —se levanta—. Le diré a tu madre que venga luego a verte. Tú descansa ¿sí?

 Asiento. Él me besa la frente y se va dejándome descasar por el resto del día.

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