Gunilda: Una Batalla Forzada
Desde que tengo uso de razón mis padres me inculcaron que se tenía que hacer sacrificios por el bien de la tribu. Desde que pude sostenerme por mi cuenta, me enseñaron a pelear, a matar si era necesario para la supervivencia de mi tribu. Se me da mejor la cacería, la paciencia siempre da resultados favorables. Pero este no era ninguno de esos casos, no cazaría, no pelearía, pero si mataría mi libertad por el bien de la tribu.
Desde que llegó la bruja a los Páramos, puso a las demás tribus en peligro. Escuchaba las historias de soldados de mi padre aterrados, cosa que jamás había pasado; ella le hacía cosas malas a la cabeza de las personas. Una muestra de ello, es que todos los soldados de mi padre habían regresado, pero sus miradas eran diferentes, perdidas; no reconocían a nadie, no comían, se quedaron en la misma posición de firmeza al frente de toda la tribu. Sus mujeres, hijas y madres lloraban por no poder deshacer el maleficio que tenían. Por ese motivo mi padre se había quedado sin hombres para lidiar la dura batalla que se le avecina, y me envía a la tribu de los Sigurd; seré la mujer del jefe a cambio de que se fusionen su tribu con la de mi familia. Él es un hombre bastante despiadado, de un mal carácter y sobretodo abusivo; no me imaginaba un hombre así para mí, lo quiero fuerte sí, pero no al punto de que por cualquier cosa me pudiese matar. Su última mujer fue brutalmente asesinada por haber hablado con un amigo de su tribu, su amigo también lo mató. No podía negarme, sabía que mi padre haría cualquier cosa por preservar la tribu incluso si eso significaba vender a su hija.
Estoy en el trineo que me llevará a mi perdición. Mi guardián es uno de los lobos que arrastran el trineo, tengo a dos soldados de mi padre custodiándome, los otros cuatro son hombres de la tribu Sigurd. Partí de mi hogar hace dos días y me faltan seis más para llegar a mi destino. Antes de que mi futuro hombre me aceptara, vino su sanadora a verificar mi pureza. Cosa que me hubiese gustado haber tenido sexo con alguien para que la sanadora le hubiese dicho a su líder que yo no era viable para ser su esposa. Lástima que apenas tengo quince años y lo poco que he estado cerca de un hombre ha sido los abrazos de mi padre.
El viaje transcurre tranquillo, hasta que pateo sin querer mi bolsa de pertenencias y escucho un quejido. De inmediato abro la maleta y veo a mi hermana menor escondida con mis pertenencias.
—¿Qué haces aquí? —le susurro molesta.
—No quería estar sola —me mira triste.
—Sabes muy bien a donde voy —la miro comprensiva—. No es un buen lugar y lo sabes —la ayudo a salir de allí. Los soldados de mi padre miran a mi hermana y detienen la caravana. Insisto en que no es peligrosa y que en cuanto lleguemos, ella se regresará a mi tribu; eso los calma un poco y seguimos avanzando.
—¿Viste en el problema que te has metido? —la reprendo.
—Todo sea para no dejarte sola —me abraza.
Seguimos avanzando hasta un arroyo donde los lobos y caballos descansan, me bajo con mi hermana y bebemos el agua helada; esta se congela de inmediato, todos nos espantamos, pero no reaccionamos a tiempo porque la tribu de los Einars empiezan a atacarnos. Tomo a mi hermana por el brazo arrastrándola hacia los lobos del trineo impacientes por atacar; corto las correas de los lobos liberándolos para el enfrentamiento.
—Toma a tu hermana y lárgate de aquí —me ordena uno de los soldados de mi padre. Agarro del trineo mi arco y flechas, corro con mi hermana hacia el interior del denso bosque nevado, mi guardián nos sigue defendiendo la retaguardia. Por suerte el guardián de mi hermana es pequeño para que ella lo pueda cargar.
Disparo mis flechas hacia los invasores, pero no les hacen daño, ni siquiera los atraviesan. Malditos Einars. Seguimos corriendo hasta que varios de ellos nos rodean montados en osos, caballos y bisontes. Uno de ellos se baja del caballo, acercándose a nosotros.
—Si te sigues acercando te juro que te mato —lo amenazo, el hombre detiene sus pasos.
—No lo dudo —habla áspero—, pero no sería inteligente de tu parte. Tus hombres ya han sido asesinados, ahora te pido que bajes tu arco y vengas con nosotros.
—Primero muerta, antes de irme con ustedes —escupo al suelo.
—Lo vuelvo a repetir, no es inteligente de tu parte hacer amenazas —él fija su mirada en mi hermana—. Ven con nosotros y la niña y tú no saldrán lastimadas. Si obedeces serás tratada con el respeto que mereces, por lo contrario mis hombres no les importará si las maltratan, ya que nuestras ordenes son traerlas con vida no sanas.
Bajo lentamente el arco, el hombre de hielo se acerca a nosotras; tira mi arco lejos, con el estuche de flechas vacías. Él me separa de mi hermana y empieza a registrarme en busca de algún arma escondida. Hace lo mismo con mi hermana, ella tiembla del miedo que el hombre le causa. Un soldado de él le entrega una soga, vuelve a nosotras y nos ata las manos a las dos. A mi guardián le clavan una pequeña flecha en el cuello y este cae al suelo inconsciente. Me tiro al lado de él.
—Está vivo, no te preocupes solo es un tranquilizante —me levanta del suelo y otro hombre me sostiene. Le hacen lo mismo al guardián de mi hermana que también pierde el conocimiento. Mi hermana guarda a su guardián dentro de su ropa. Caminamos de regreso al arroyo donde todos los soldados están muertos en el frio suelo.
—Por favor sube al trineo y quédate callada si no quieres que también te durmamos como a tu guardián —me ordena. Mi hermana sube primera, luego suben a mi guardián y por ultima subo yo. Con nuevas correas atan a seis lobos nuevos. Toman las mismas posiciones que tenían sus predecesores.
El viaje había tomado una nueva ruta, un nuevo destino que no sabía si era peor que al que me dirigía anteriormente. El viaje transcurre en silencio, nadie se atreve a hablar, el hombre de hielo que me registró lidera al resto con otro a su lado. Salimos de la seguridad del bosque para dirigirnos en un camino abierto y que jamás me hubiera atrevido a tomar. Le doy de comer a mi hermana con las provisiones que quedaban en el trineo.
A lo lejos se ve una gran muralla de hielo sólido y roca. No puedo ver la altura que tiene porque llega tan alto que tocan las nubes. Cuando llegamos a la muralla de hielo, unas puertas que no parecen unas, se abren dejándonos pasar; el interior de la muralla parece el interior de una cueva por lo oscuro que es, los soldados disminuyen la velocidad en el interior de la muralla. Llegamos a otra puerta y esta se abre dejando entrar la poca claridad que hay en los páramos en esta época del año. Nos llevan por el valle que es el hogar de la tribu de los Einars, es bastante extenso su territorio; parece deshabitado el lugar, como si no viviera nadie allí. Mi hermana a penas se está despertando y se asombra por el extraño lugar en el que estamos. Pero creo que ambos nos quedamos con la boca abierta al ver la extrañeza de la casa de la bruja, su choza es más grande que todas las chozas que habían en los páramos. Construida con el mismo material de la muralla, hielo y piedra, pegada a la montaña. Nos obligan a bajar del trineo para caminar dentro de la extraña choza. Pasamos a una sala enorme decorada con el emblema de los Einars, un copo de nieve y también otro que jamás he visto que fusionaba el de los hombres de hielo con una corona y una luna.
Los hombres nos detienen al frente de unos escalones donde está una mujer o más bien una chica no poco mayor que yo sentada en una silla hermosa.
—Espero que mis hombres no hayan sido irrespetuosos con ustedes dos —habla de manera extraña—. Veo que son dos hermanas ¿verdad?
No decimos nada.
—Arem, por favor desátalas, son nuestras invitadas no nuestras prisioneras —el hombre que lideraba el grupo, se acerca a mí convirtiendo su mano en un cuchillo y corta la soga que nos ataba a mi hermana y a mí. En eso traen a mi guardián inconsciente y lo dejan en el piso. La bruja hace un movimiento con su mano y mi guardián vuelve a despertarse, él está alterado, pero en cuanto ve a la bruja se calma, incluso se arrodilla ante ella—. Por favor lleven a mis invitadas a su respectiva habitación para que descansen de su duro viaje. Mañana hablamos con más calma, Gunilda.
Arem nos lleva a mi hermana y a mí por los pasillos de esta extraña casa. Subimos algunos pisos hasta llegar a una habitación del tamaño de la sala de guerra de mi padre, en ella se encuentran muebles y la inmensa cama con pieles de animales para cubrirnos del frío; no sé por qué al ver la cama me entran unas ganas extrañas de dormir, veo a mi hermana montándose para quedarse dormida. Y con una fuerza misteriosa yo la sigo para quedarme dormida.
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