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Gunilda: Mi Nueva Vida.

Al finalizar el incómodo banquete donde los sigurd, los einars y mi tribu tuvieron que fingir que se llevaban bien, como si fuera sencillo olvidar que sus vidas ya no les pertenecía. Pude convivir con mis padres y algunos amigos que sobrevivieron a la brutal guerra librada por la paz según la señora Luna. Pero es difícil conversar porque tengo a mis escoltas que todo lo que conversaba irá directo a los oídos de mi nuevo esposo.

—Señora, su esposo solicita que se reúna con él —un guerrero sigurd corta mi conversación con un viejo amigo. Me reúno con mi esposo que habla con unos amigos de su vieja tribu, él me toma por la cintura y me quedo con él todo lo que dura el banquete, no porque quiera estar a su lado, mas bien era un modo de demostrar que ya me tenía, ya soy suya y quería dejarlo bastante claro.

    Nos vamos al amanecer a la tribu de los sigurd, mi nueva tribu. El trineo avanza a una velocidad apropiada, pero veloz. Arem me atrae hacia él intentando que me sienta cómoda con su compañía. No hablamos en todo el viaje, él solo se limita a tomarme de la mano y se lo agradezco. Al llegar a la tribu, nos percatamos de la pobreza que viven los pueblos que conforman la tribu de los sigurd. La mayoría de los aldeanos nos observan atemorizados y huyen lo más rápido posible. Al llegar a lo que parece la carpa más grande de toda la aldea que al parecer es nuestra nueva casa. Agradezco a todos los dioses que ya no viviré en ese detestable castillo con mil pasillos, que te llevan al fin del mundo y tú ni cuenta te das.

—Bienvenido a su nuevo hogar —nos dice una chica evitando el contacto visual, no sé si es por respeto, miedo, u odio—. Acomodamos todo para su llegada, señor.

—Gracias —le contesta Arem. La guía Shay nos hace entrar. El diseño es bastante acogedor, aunque siento lástima por todos los animales que tuvieron que masacrar para llenar absolutamente todo el lugar con pieles de todos los colores, hay una pequeña hoguera encendida a un extremo donde se puede ver que hay utensilios para cocinar, sin embargo hay una mesa mediana llena de bastante alimento como para dos semanas; carnes rojas y jugosas, frutas un poco congeladas, pero comibles, vegetales y ramos de flores. Varios hombres bajan del trineo nuestras pertenencias y obsequios de boda.

    Arem habla con unos hombres y estos se retiran igual que todos los presentes, incluida la guía Shay que no soporto.

—Temo que tendré que aplazar la consumación —se acerca hacia mí—. Tengo que resolver algunos asuntos antes de sentirme tranquilo.

—Haz lo que creas que esté bien, yo te apoyaré —lo miro tranquila—. Estás personas necesitan un líder que puedan confiar y no temer.

—Me alegro que comprendas —me besa en la frente. Él sale de la casa y entra mis tres damas con mi lobo guardián.

—Necesito que me ayuden a cambiarme —le hablo a las tres.

    Pasamos el resto del día acomodando las cosas de mi nuevo hogar. Primero empezamos con mi ropa, al ver mi baúl lleno con vestidos dignos del castillo de la señora Luna, de inmediato los escondo en lo más remoto de la casa; pueden ser bonitos, pero demasiados incómodos para la vida salvaje en la que estoy acostumbrada. Me coloco las pieles de mi nueva tribu y quién diría que me siento mucho más libre con este tipo de ropaje que con esas telas livianas y coloridas. Me encargo de la ropa de Arem, tiene más ropa que yo. Los colores de su anterior tribu, los colores de su nueva tribu y los colores de los distintos abrigos de diseñador que ha coleccionado. Dejo los baúles acomodados cerca de la inmensa cama que compartiré con él. Estoy feliz que haya aplazado la consumación, aún no me siento lista para tener sexo con él. La cama es lo bastante grande como para poder dividirla y así evitar que me toque.

    Las cosas del antiguo jefe desaparecieron y eso lo agradezco, no quería tocar nada que tuviese algo con él. Quisiera deshacerme de la casa, pero eso sería exagerar. La comida se me hace difícil de evitar y me sirvo un plato con carne, fruta y tomo uno de los vegetales y le introduzco una vara para quemarlo en la hoguera y así comerlo mejor.

—Déjeme hacerlo por usted, señora —dice una de las tres damas, para ser más exacta, la pequeña niña que podía tener la misma edad de Ada.

—No te preocupes —le miro amable—. ¿Todas quieren comer?

    Las tres me miran horrorizada.

—No podemos comer la comida del jefe —habla firme la mayor.

—Han viajado desde el castillo de la señora Luna y no han comido nada desde que llegamos —me levanto para mirarlas a las tres—. Además, mi esposo no le gustará que no les ofrezca nada.

    A regañadientes le sirvo un poco de carne, fruta y vegetales asados a las tres y nos sentamos en el frío piso. La niña es la primera en arrasar con su plato, le siguen sus guardianes y ellas. Por lo que he podido escuchar de Arem en mi estadía en el castillo de la bruja es que habían cortado todas las rutas de comida para las tribus que todavía seguían en guerra. Igual que estas chicas, el resto de los aldeanos deberán de tener hambre. Al terminar de comer las tres se presentan apropiadamente: la niña se llama Brenda y si tiene la misma edad que Ada, diez años. La que es contemporánea conmigo se llama Engel y tiene diecisiete años y la mayor se llama Margot, tiene treinta años. Todas antes les servían a las mujeres del antiguo jefe y ahora lo hacen conmigo.

    Arem llega ya bastante tarde al punto que ya me iba a acostar.

—Disculpa, se me hizo tarde —dice mientras que ataca la comida y se la come fría—. Tengo que emprender un viaje de regreso a mi antigua tribu para hablar con la señora Luna para restablecer la línea de suministro si quiero cumplir sus deseos.

—¿Cuáles deseos? —cuestiono un poco enojada. Él me mira perplejo y deja la carne en el fogón.

—Uno de los términos de rendición es que cada tribu tiene que entregarle todos los años cierta cantidad de plata o comida como pago de impuestos por la guerra —lo miro enojada.

—Estás personas ni siquiera tienen que comer, ¿y tu señora le quitaran lo poco que poseen? —no evito hablar enojada.

—Comprendo tu malestar, sin embargo en tiempos de guerra se cometen acciones con tal de obtener la victoria…

—Sí piensas así como todos tus antiguos generales, entonces perderás tu tiempo con tu antigua tribu —comento con desdén.

    Él respira profundo.

—Sólo te pido que no te metas en problemas mientras que no estoy —su cara gentil se esfuma—. Si quieres ayudarme, en serio. Recorre la aldea y observas todo, serás mis ojos mientras no estoy ¿me entendiste?

    Asiento resignada, aunque no me arrepiento de mis palabras. Él se va al fogón y se sienta a comer en silencio y dándome la espalda. Al terminar de comer, toma un bolso y se va a su baúl tomando un poco de ropa. Se va de la casa enojado y sin despedirse. Paso la noche sola y un poco triste, no me imaginaba pasar así mi noche de bodas triste y amargada. Mi esposo se fue a lidiar con personas que no les importa lo que hay más allá de sus altísimos muros congelados.

    Amanece o más bien un pequeño halo de luz que no me molesta en lo más mínimo aparece. Aún sigo enojada con Arem por irse, pero no me molestaré en pensar en él. Tal vez aún sigo en la misma situación de cautiverio, pero me siento más en casa que nunca. Me levanto de la cama con un optimismo recién instaurado; me visto yo sola con las pieles de mi nueva tribu. Haré lo que me dijo Arem, la verdad, es de igual forma lo haría con o sin su consentimiento. Como un poco de la comida y salgo de la casa. Los guardias no me detienen, me acompañan en mi travesía de todo el día en conocer a las personas de la tribu, aunque no me dirigen la palabra. Espero en caerles bien, no quiero ser una extraña, quiero pertenecer a algo que no me lance como objeto de intercambio para aminorar una guerra en un futuro. Cada carpa que paso me hace enfadar aún más con la bruja, las personas comen sobras, huesos o frutas podridas para poder subsistir. Regreso a mi carpa y me siento mal con todo lo que he visto. Quisiera dar órdenes, pero dudo mucho que Arem quiera darme algún puesto de trabajo o algo que hacer en este lugar.

    Pasa la semana y aún no ha regresado Arem. Solo tres días me permitieron salir, de resto, he estado en la casa siendo una completa inútil, esto no es lo que quiero, me niego a vivir de esta manera. No me imagino teniendo una familia con Arem, no me veo amando a Arem, no me veo como un fracaso reducido a menos que nada. La siguiente semana paso igual, solo tres días para salir, solo quiero ser libre maldición ¿es tan difícil pedir? Es difícil ser feliz cuando todo lo que te sucede no lo manejas tú.

    Arem llega a la tercera semana y me ignora por completo, llega a la casa muy tarde y no dice nada. No me dice cómo le fue estando con su antigua tribu, ni que logró. Solo se limita a dormir en la cama sin ni siquiera darme la cara. Es cierto que era lo que quería, pero él es la única persona que conozco, la única persona que pensé que no me abandonaría. Los días transcurren así. Arem pasando todo el día con su nueva tribu, es fácil su adaptación porque todos quieren estar con él, todos le hacen caso, todos lo aceptan. En las celebraciones las personas me ignoran por completo, mis damas son las únicas que se atreven a hablarme y no precisamente para ser mis amigas.

    La guía Shay me lleva a una especie de santuario todos los días donde varias mujeres hacen telas, trabajan las pieles y hacen trajes ceremoniales. Si estuviera en mi tribu o en el castillo de la bruja me hubiese negado rotundamente, pero como no estoy en ninguno de los dos y lo único que hago en la casa es memorizar el único libro que Ada me regaló en mi boda. Todas las mujeres se sienten incómodas con mi presencia, ninguna habla conmigo, me limito a coser lo que me pongan aunque nunca lo he hecho bien como para ser considerara para el puesto. Todas hablan de sus hijos, sus esposos y como lo satisfacen. Quisiera poder decir que también lo hago, que mi esposo está feliz, que no puede dejar de tocarme, quisiera presumir mi dicha marital. La guía Shay me acompaña hasta mi casa y entra en ella y se va directo a la cama. La deshace toda oliendo cada manta y las pieles. Ella me mira enojada.

—¿Por qué aún no se ha consumado el matrimonio? —me pregunta enfadada—. Han pasado ya tres meses desde que se casaron.

—Señora Shay, le juro que no hemos tenido tiempo para hacerlo —la miro suplicante —. Todo esto es nuevo para mí y…

—No me des escusas baratas —tira las sábanas a la cama—. Esto es tu culpa, que tu marido no quiera estar contigo es porque no eres lo suficiente mujer para complacerlo. No te extrañes que otra ocupe tu lugar, porque no sirves ni siquiera para coser bien una bufanda.

    Ella sale enfurecida de la casa, me acerco hasta la cama y rompo a llorar. Lloro por todo lo que no he hecho bien. No puedo coser bien, no puedo hacer nada bien, no puedo ni siquiera mantener una conversación con mi esposo que no sea dos sílabas. No me extrañaría que Arem se esté acostando con otra que le dé lo que yo no sé dar. Me levanto de la cama y me dirijo a la mesa donde siempre hay comida y preparo la cena para mi esposo y la mía. Tal vez si le digo a Arem que me dé otro puesto de trabajo como la cacería que eso sí sé hacer, tal vez él me encuentre interesante o le demostraría a Shay que sé hacer algo bien para variar. Tengo todo listo, la comida recién cocinada, todo impecable para Arem. Me siento en la mesa a la espera de mi esposo. Poco a poco la vela que había encendido se va consumiendo hasta apagarse; la primera hora pasó. Enciendo la segunda vela y esta también se consume; dos horas que Arem no llega. La tercera vela va por la mitad y Arem llega y me ve en la mesa.

—¿Por qué no estás en la cama? —pregunta y se sienta en la mesa.

—Quise esperarte —me levanto y le sirvo la comida—. No quería que cenaras solo.

    Él me mira raro, pero no dice nada más.

—¿Cómo te fue hoy? —le pregunto amable.

—Bien —contesta mirando su plato.

—Quisiera saber si es posible que me cambiaras de puesto, es que no soy buena para la costura y entonces lo que hago no queda bien.

—Mejora tus habilidades, no porque no te salga algo bien, pasas a otra cosa así como así —me mira serio.

—Comprendo lo que dices, pero no sería mejor que hiciera algo que si soy buena, como la cacería. Sé casar desde que tenía seis años así que…

—Gunilda, estoy cansado y lo menos que quiero escuchar son tus quejas —me corta. Él vuelve a comer y yo igual. Al terminar deja el plato en la mesa, se quita la ropa y se deja solo la bata y se acuesta a dormir. Miro su plato por un largo tiempo pensando que Shay si tenga razón y Arem ya tenga otra mujer, ya solo es cuestión de tiempo que él despose a otra y yo pase a ser su criada. Me acuesto en la cama y lo abrazo por la espalda para saber si aún queda algo entre él y yo. Afortunadamente no me quita el brazo y duermo por primera vez desde que llegué aquí.

    Sé que no puedo afirmar que Arem tenga otra mujer si no tengo pruebas de su infidelidad. Espero que termine las sesiones de costuras, que sé que no voy a mejorar y mis compañeras lo saben perfectamente. Me dirijo a mi casa y espero que los guardias terminen sus rondas para poder escabullirme por debajo de la carpa y salir. Al no ver a nadie me salgo de mi casa, dejo a mi guardián en la casa por si algo sucede. La vida nocturna en la tribu es salvaje, veo personas que tienen sexo, degollan un animal y hacen bailes bastante entretenidos como para quedarse observándolos toda la noche, pero no tengo tiempo para eso. Me dirijo a la carpa donde el consejo de la tribu se reúne, donde Arem trabaja. Ellos salen de la carpa y yo me freno y me escondo detrás de una pequeña carpa. Veo a Arem hablar animadamente con sus concejales, estos se van con Arem a un lugar que pronto descubriré. Llego a una carpa bastante grande, parecida a la mía. Me cuelo en el lugar quedándome en el fondo sin ser vista, veo a Arem reír animadamente y beber bastante cerveza. Eso explica porque siempre hay manchas de cerveza en su ropa. En ese momento entran varias mujeres que a la mayoría reconozco de mí lugar de trabajo, en ese momento se quitan la ropa y empiezan a bailar sensualmente para los hombres. Arem se queda asombrado, pero no por el horror sino por la felicidad.

    Jazmín, mi compañera de trabajo le baila a mi esposo y este la sienta en sus piernas y le toca sus pechos, ella lo besa y él le responde. El espectáculo es doloroso, pero más doloroso es seguirlos a ese par hasta una carpa más pequeña y ver que mi esposo tiene sexo con ella. No sé qué hago, pero lo que si sé es que no me quedaré con los brazos cruzados. Tomo una antorcha y le prendo fuego a la carpa. Dejo la escena mientras que escucho los gritos de las personas por el incendio. Mis guardias salen corriendo para ayudar y entro en la casa y me acuesto a dormir. Nadie me verá la cara de estúpida nunca más.

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