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Estrella: Recordando Viejos Tiempos.

  Mis padres, mi hermano con su amiga y yo nos vamos al impresionante comedor. Tan diferente del que usual como casi todos los días; el comedor del recinto es un lugar estrecho donde comen más de cien personas diariamente y que se caracteriza por su mal olor a sangre y a mierda, el griterío de mis hermanos de armas y el golpe de mesas cada vez que toman una maldita cerveza. La comida no estaba tan mal, un poco simple, pero igual comible. El comedor de mi hermana es todo lo opuesto, limpio y en silencio, a excepción del personal que coloca cada plato y cubierto en su lugar. No huele a nada, ya que la comida aún no está servida. Mis padres me indican donde me tengo que sentar, es un poco alejado de ellos, ya que primero se sientan los dioses junto al señor o en este caso señora del castillo. Luego que se sienten los dioses, después le siguen los reyes y luego los demás; en este caso seríamos mi hermano con su amiga y yo, supongo que mi prima Lina y su hermano Taurus que no lo he visto desde que éramos unos niños inmaduros.

    Tristan me ignora por completo y se centra en su amiga, que también me ignora. Mis padres están inmersos en su conversación. Miro al frente y me centro en la decoración del comedor. En ese momento entran mis familiares que se sientan en sus respectivas sillas. Mis abuelos se acercan a saludarme, les devuelvo el saludo y se retiran a sus sillas. Mi señora me observa y vuelve a mirar a mis padres. Tristan y yo estamos bastante retirados de la conglomeración familiar, de hecho estoy al final del comedor. Por lo que veo a Tristan no le importa porque está riéndose junto a su amiga que aún no sé su nombre. Me siento un poco sola porque me imaginaba que al menos hablaría con alguien o que no pasaría tan desapercibido mi llegada. Por otro lado del comedor entran una chica pelirroja y un hombre rubio lo bastante apuesto y alto, ellos miran aterrados el comedor y luego se miran nerviosos. La chica pelirroja se sienta al frente de mí y mira triste a mi hermano. El hombre rubio se sienta a mi lado.

—Hola, mucho gusto —me saluda el hombre—. Me llamo Taurus Godness, disculpe si la hice sentir incomoda por sentarme a su lado señorita.

—¿Taurus? —lo miro incrédula. En serio que hombre tan hermoso. Esos ojos color miel  como su melena un poco más oscura que la de su hermano, él porta un uniforme militar de alto rango. El abrigo rojo con detalles dorados resalta bastante—. Soy Estrella, tu prima.

—Discúlpame por no reconocerte —él me mira apenado—. Tengo tantas cosas en la cabeza que no me acordé de ti.

—No te preocupes —sonrío—. Yo tampoco lo hice, aunque me da mucho gusto verte.

—Lo mismo digo, te ves hermosa —él sonríe tímido.

    El almuerzo empieza cuando mi hermana Luna llega y se disculpa por la tardanza. El personal empieza a servir la comida, ahora si la sala se llena de un exquisito olor a carne asada y vegetales. Mis familiares esperan a que sirvan todo y así poder empezar a comer. Miro el plato aterrada porque no quiero pasar por maleducada por haberme olvidado algunas reglas de etiqueta. Empiezo a degustar despacio la carne, controlando mis impulsos de abalanzarme al plato, gritar por más cerveza y derramar todo a mi alrededor. Taurus come tranquilo igual que todos. La chica pelirroja es Lina y trata de llamar la atención de mi hermano, pero es inútil porque solo tiene ojos para su amiga que se llama Aitana. Lina se da por vencida y se vuelve a su hermano Taurus que este si le presta atención y hablan calmados.

    El almuerzo transcurre sin que yo haga el desastre del siglo. Todos se van a descansar a sus habitaciones, creo que haré eso porque Luna me dijo que nos poníamos al corriente en la noche. Supongo que será como esas noches de chicas que teníamos cuando éramos niñas que a veces invitábamos a Tristan para que no se sintiera solo. Intento hablar con Tristan y solo me ignora y se va con su amiguita.

¿Por qué la odio tanto?

    Todos tienen sus planes y yo vago sola por un castillo que ni siquiera conozco. Es raro no hacer nada, usualmente cuando no teníamos que ir a una misión, nos ordenaban ir al granero a alimentar los caballos, buscar leña, limpiar la mierda. Algo hacía, algo que no me hiciera pensar. Dirijo mis pasos y llego a un jardín hermoso y blanquecino como todo el lugar. Veo a lo lejos a Lina sentada en el orillo de un estanque grande.

—Hola —la saludo, ella pega un brinco y se voltea—. Lo siento, no quería molestarte.

—No te preocupes —ella hace un ademán con la mano—. Solo estoy aquí, sola. Sin ninguna persona con la que hablar —ella hace una mueca. Me acerco un poco a ella y me percato que tiene una cola de sirena en vez de piernas sumergidas en el estanque. Que solo hay un pequeño agujero en él donde sale el agua, ya que lo demás está congelado.

—¿Por qué tienes eso? —señalo a su cola.

—No lo sé, solo sé que me ayuda a nadar —ella responde sin emoción—. Se la mostraría a tu hermano, pero está tan ocupado con esa chica Aitana que ni si quiera tiene tiempo para los demás o para mí.

—Sí, me di cuenta. Tampoco tiene tiempo para mí —me siento a su lado aunque no sumerjo mis piernas en el estanque.

—Es raro —ella me observa—. Esta mañana estaba emocionado por buscarte y ahora ni te quiere ver en pintura —ella chapotea en el estanque.

—Es que no me voy a quedar mucho tiempo con mi familia y eso lo enoja —le confieso.

—Es un hipócrita —ella sentencia.

—¿No eres un poco cruel? —le cuestiono.

—No —afirma—. Él desapareció por cinco años sin decir nada y luego aparece y te ignora por irse a revolcarse con su amiguita —habla enojada—. Creo que se toma muy en serio el papel del desadaptado de la familia. Creo que si él quiere perderse en su mundo sombrío, es su problema.

—Tal vez, pero aún es mi hermano —le aclaro.

—Deberías recordárselo, porque yo me cansé de ayudarlo —ella se levanta como si la cola de sirena no hubiera existido.

    Me quedo sentada en ese estanque hasta que el frío se me hace insoportable. Vuelvo a mi habitación a descansar un rato. Al momento que toco la suavidad de la cama, se me hace imposible no dormirme. Mi sueños son tranquilos desde hace mucho tiempo y me mantengo en ellos.

    Un leve ruido me despierta y me siento en la cama cansada.

—Sigues teniendo el sueño liviano —me comenta mi hermana que está al lado de mí en la cama.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto un poco enojada.

—Protegerte de las pesadillas —ella se sienta en la cama tranquila.

—Ya no somos unas niñas, Luna —protesto pasándome las manos en la cara—. ¿Ya es la hora de cenar? Muero de hambre.

—Claro que tendrás hambre, vienes de una gente…

—¿Sí vas a insultar a la Legión? Es mejor que te vayas —sentencio.

—Si tan buena es la Legión ¿por qué le pediste a nuestra madre que hablara con nuestro padre para transferirte? —la miro alerta, ella me mira tranquila.

—¿Cómo sabes eso? Se lo dije solo a nuestra madre —le pregunto enojada.

—Te recuerdo que puedo ver tu mente —ella confiesa calmada.

—Detesto que te metas en mis cosas —me levanto de la cama y camino descalza por la habitación.

—Recuérdame que tengo que ordenar que busquen otra talla para tus zapatos —ella señala mis pies—. Es inaceptable que utilices tan finos vestidos con esa cosa que dices botas —señala despectiva a mis botas que están al lado de la cama.

—Le dije a Ingrid que me buscara algo de ropa para la Legión, ya con eso tengo —le aclaro.

—Lo sé, ella me lo dijo y ya me encargué de eso —la miro enojada—. ¿Qué te molesta, hermana? Solo me preocupo por ti.

—No, quieres controlar mi vida que es muy diferente —me altero.

—No vine a discutir contigo —ella se levanta de la cama—. Si quieres recriminarme por querer tu bienestar, sería mejor que me fuera.

    Ella pasa a un lado de mí para dirigirse a la puerta.

—Detente —la freno, mi hermana se voltea cruzándose de brazos—. Perdón, no debí enojarme contigo.

—Acepto tus disculpas —ella sonríe—. Creo que deberías pensar mejor con quién estás enfadada antes de dirigirte a alguien más.

—Son sabias palabras, hermana —confieso.

—Claro que lo son, las digo yo —ella vuelve a su soberbia habitual—. Para aclararte algo —ella se acerca a mí—. Yo siempre voy a procurar tu bienestar, eso jamás lo dudes.

—Lo sé, aunque a veces rozas los límites de la imprudencia —confieso.

—Solo hago mi deber de cuidarte —ella toma mi mano y me lleva a la cama—. Como ahora.

    Ella se dirige a una mesita que está muy cerca a una chimenea y trae a la cama una charola de bocadillos  como pan, queso en rodajas, uvas y algunos trozos de carne.

—Te perdiste la cena por andar durmiendo —ella me entrega la charola—. Así que ordené que trajeran esto. Quise que comieras sopa, pero se congeló y la devolví.

—Supongo que no es metáfora lo de la sopa congelada —pongo la charola un poco caliente en la cama y agarro el pan y el queso.

—No, si no comes las cosas de una vez se suelen congelar —ella confiesa—. No se congeló esto porque rodé la mesa hacia la chimenea.

—Es un lindo gesto —me como la carne con el pan y el queso. Dejo las uvas de último—. ¿Quieres?

—No, gracias —ella me mira con desaprobación—. Tenías cubiertos al lado de la charola y comiste como…

—Sin insultos —la corto. Busco una servilleta para limpiarme.

—Ve al baño a asearte —suspira mi hermana ocultando un poco su disgusto.

     Me levanto de la cama y me voy al cuarto de baño. Me acerco a la tina para sacar el agua y nada, el agua no quiere salir. Busco algo con que lavarme las manos, pero no encuentro nada y salgo a la habitación.

—No encontré nada, y la tina no quería salir el agua —le explico a mi hermana.

    Ella voltea los ojos y se levanta de la cama, entra al cuarto de baño y se acerca a la tina. Pone la mano debajo del grifo. El grifo empieza a temblar, y de repente empieza a salir varios tubos pequeños de hielo que caen a la tina. Luego de un corto tiempo empieza a salir el agua, coloco mis manos en el grifo y las froto, también me lavo la cara, aunque el ardor del frío es un poco doloroso.

—¿Ustedes tienen problemas con el agua? —le pregunto a Luna ya devuelta a la cama.

—No tenemos problemas con el agua —ella contesta irritada—. Recuerda con el ejemplo de la sopa, todo se congela si no se usa constantemente.

—Ya, como no abrí la llave del grifo el agua se congeló dentro de la tubería —puntualizo.

—Exactamente —ella se recuesta en la cama—. Por favor no vayas a cometer la estupidez de dejar el grifo abierto o llenar toda la tina para luego bañarte.

—¿Se congela el agua? —pregunto curiosa.

—¡Pues claro! toda esta semana he estado lidiando con los invitados con el agua —ella habla furiosa—. No tenemos problemas con el agua, pero es difícil mantenerla en un estado que no se congele.

—Claro, debe ser frustrante lidiar con su ignorancia —me recuesto al lado de ella.

—Ya tengo experiencia con algunos pueblerinos —ella se acaricia los labios—. Quiero poner escuelas y hospitales y no puedo porque uno, no tengo los recursos financieros para hacerlo y dos, la gente de aquí no se adapta a la idea de que todo el Páramo es un solo reino que tiene que hacer relaciones con los demás reinos extranjeros —exclama alterada.

—¿Estás bien? —la tranquilizo.

—Sí, solo que es frustrante que quieras hacer mil cosas y no puedes hacer a penas tres —ella mira al techo en busca de alguna respuesta.

—Te entiendo —me uno a ella en su búsqueda de respuestas.

—Mi única esperanza es que ese puñado de jóvenes no me defrauden —ella suspira.

—¿A qué te refieres? —cuestiono.

—Hice un trato con la hija de nuestra señora Laila, de enviar un grupo de jóvenes a la ciudad escarlata si permitía el estudio del Páramo sin ningún tipo de inconveniente.

—No le veo problema a eso —la miro amigable.

—Dile eso a sus padres —ella se ríe—. Y los reacios jefes de las tribus que tienen que permitir que una bola de extranjeros pretensiosos exploren sus tierras.

—Ya veo el problema —confieso—. No desesperes, recuerda que un reino no nace de un día para otro.

—Sí, lo sé. Sin embargo no me sirve de consuelo que el Páramo esté tan atrasado en prácticamente todo —ella se pasa la mano a la frente—. A penas mi ejército llega a los mil hombres y no todos, porque aún hay tribus reacias en entregar hombres al ejército. La señora Laila me dio un plazo de diez años para construir una base sólida para empezar a cobrar los impuestos correspondientes.

—Díez años parecen ser bastante —ella me mira rabiosa—. Díez años se van volando.

—Exactamente —ella vuelve la vista al techo—. Mi única esperanza son las minas de hierro que se descubrieron hace un par de años. Espero que también haya minas de oro o plata para poder crecer este reino.

—Ni hablar de la agricultura —río un poco.

—¿Me quieres hacer enojar? —pregunta mi hermana.

—Perdón —me disculpo.

—Llegué a un acuerdo con las valquirias de comercializar el hierro por comida —Luna confiesa.

—Lo qué no entiendo es que ¿si el Páramo forma parte del lado Sur del lado Oscuro, por qué la valquiria Irami no te ayuda?

—El Páramo es de quien lo conquiste y ella no lo hizo. Recuerda que mi padre selló un trato con ella de que el Páramo sería mío y que él tendría que ceder algunos terrenos del suyo —Luna aclara cansada.

—Comprendo —le tomo de la mano—. Harás un gran trabajo con esta gente y este lugar, no tengo la menor duda.

—Gracias, pero con eso no me ayuda a resolver mis problemas —confiesa honesta.

—Como siempre tan dulce —volteo los ojos.

    Ella y yo hablamos durante toda la noche sobre el Páramo, mis aventuras y como Luna no soporta la Legión Negra. Ella se quedó dormida después de la media noche y yo le seguí. Duermo abrazada a mi hermana como cuando éramos niñas y sin ningún tipo de problemas.

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