Después de un día agotador en el instituto, me dirijo a mi bañera. Le heché sales minerales, me desnudé y me sumergí.

Era la parte del día que más me gustaba, podía olvidar todo y sólo centrarme en mí por unos instantes.

También era la parte donde podía pensar conmigo misma y me gustaba ya que llegaba a conclusiones que nadie más podría llegar.

Pensar en la cosa que más feliz y realizada me hace sentir. Dibujar.

El dibujo en mi vida llegó por pura casualidad, no sabía que dibujaba tan bien como para que a las personas les llegara a gustar tantos y pujar un dineral por ellos.

Me sentía realizada cuando recibía comentarios halagadores sobre esos dibujos.

Ese era mi pequeño secreto. No se lo podía decir a nadie porque no entenderían qué era para mí dibujar. Dejar volar tu imaginación y sentirte libre con cada pincelada.

A ellos sólo les llenaba hacer sus actuaciones fingidas. Poniendo interés en cada forma de hacer las cosas cuando no les importaban nada. Me ponían enferma.

Salí de la bañera, me sequé el cuerpo, me puse el pijama y me senté en mi escritorio para comenzar a dibujar pero no pude. Llamaron a la puerta y tuve que ir.

Era una de mis "amigas" del instituto. La que más odiaba.

- ¿Qué pasa tía?- Pregunté con acento pijo.

- Pues nada, me aburría y venía a hablar-. Respondió de la misma manera.

- Pasa.

Estuvimos criticando a todas las personas del instituto, lo odiaba, pero todo por mantener en mi puesto en el instituto. Todo por ser popular.