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Capítulo 62 -Alianza inquebrantable-

Desde aquí, desde lo alto de esta colina, puedo ver la fortaleza que nos separa de la capital de imperio de We'ahthurg. Es grandiosa, los muros oscuros se elevan casi hasta rozar el cielo. Sobre ellos, por encima de la parte más alta de la construcción, hay una gran esfera de energía roja que flota en el aire. En la superficie se generan cientos de relámpagos amarillos que se pierden entre las nubes grises. Es una muestra del poder Ghuraki.

Observo la tierra de polvo negro que rodea la fortaleza, me concentro y siento el poder que esconde. Está conjurada por una fuerza primitiva... Ancestral.

—¿Explotaron? —le pregunta Bacrurus a La Cazadora.

—Sí, en el asalto perdimos a doscientos.

—Doscientos soldados menos... —suelta Geberdeth—. Menos mal que frenaste el ataque.

—Lo pude hacer porque ese conjuro no funcionó conmigo. —Se queda pensativa un segundo—. Quizá fuera porque mi antiguo poder retorna a mí poco a poco. Quizá eso evitó que explotara la tierra que pisaba. —Hace una breve pausa—. Aunque también puede ser que esta no estallara porque no lo hace al sentir la presencia de un Ghuraki.

Mientras hablan, aumento los sentidos; quiero encontrar un punto débil, debo encontrarlo. Asghentter se da cuenta de lo que busco, se pone a mi lado y señala:

—Ese páramo está cargado con energía oscura. —Me indica una zona cerca de la fortaleza—. Pero observa eso. —Me mira de reojo—. ¿Lo ves?

Amplio el alcance de los sentidos y, tras un par de segundos, logro verlo.

—La energía se evapora. —Recorro el entorno con la mirada y contemplo otros puntos donde las pequeñas partículas flotan y se pierden en el aire—. No entiendo... —Lo miro—. ¿Por qué?

Mukrah se acerca y contesta:

—He perdido la llama roja y ya no puedo ser uno con las fuerzas que nos rodean. Aunque sí que puedo sentir aquello que es como yo. —Se mira la mano—. Lo que fue hecho forma con polvo convertido en roca. —Observa la fortaleza y la tierra cercana a ella—. Desconozco si tendrá relación con lo que notáis, pero a cientos de metros, debajo del suelo, hay grandes cavidades unidas por senderos que serpentean.

Antes de que nadie pueda responder, Bacrurus eleva la mano y la recubre con una capa de energía negra.

—Veamos qué hay ahí abajo. —Se arrodilla y posa la palma en el suelo. Al instante, al mismo tiempo que los ojos se le tornan de ese color, una porción de la roca que pisamos se ennegrece—. Hay túneles, pero los Ghurakis los han bloqueado. —Aunque le cuesta ver más, parpadea y fuerza su poder—. Hay otra cosa... —El cuerpo se le recubre con una brillante aura oscura—. Algo antiguo... —Me mira—. Lo han dejado para que custodie los caminos subterráneos.

—Él... —susurro y me quedo un segundo en silencio, pensando—. Él debe de haber enviado a un engendro de Abismo. Esa maldita alianza que tiene con We'ahthurg. —Centro la mirada en la fortaleza—. Saben que no pueden frenarnos, que seguiremos avanzando, pero nos quieren retrasar. —Camino hacia el pie de la colina—. Aguardad aquí. —Antes de seguir andando, añado—: Bacrurus, Mukrah, buscad una forma de entrar a esos túneles.

La Cazadora se adelanta y pregunta:

—¿Qué piensas hacer?

Sin detenerme, elevo la mano y manifiesto a Laht.

—Hablar con el enemigo. Averiguar qué nos esconde.

Gracias al cuervo sagrado veo cómo Bacrurus le pone la mano en el hombro a la Ghuraki y gracias a los sentidos aumentados oigo lo que le dice:

—Sabe cuidarse solo.

La Cazadora se mantiene un par segundos en silencio y contesta:

—Lo sé, pero debemos mantenernos unidos.

Bacrurus se pone a su lado y señala mirándola a la cara:

—Eso hacemos. Permanecer juntos. —Hace una pausa—. Todos somos uno.

La Ghuraki sonríe, se da la vuelta y camina hacia el lugar donde aguarda el ejército de seres oscuros.

—Prepararé a las tropas. Vosotros encontrad las entradas a esos túneles. Tengo ganas de arrancarle la garganta a We'ahthurg y a Shatt'sheeh.

La última imagen que obtengo de ellos antes de que Laht se dirija hacia la fortaleza es la de Bacrurus con una leve sonrisa en la cara.

Ojeo el vuelo del cuervo sagrado y susurro:

—Fiel amigo, ve. —Muevo la mano, señalo la esfera roja y Laht grazna y se eleva.

Antes de terminar de descender la colina, manifiesto el aura carmesí y me preparo para anular en parte el conjuro al que han sometido a esta tierra, para que no me afecte y no explote mientras camino sobre ella.

«Soy silencio» pienso, a la vez que empiezo a andar sobre los granos de roca pulverizada, al mismo tiempo que me adentro en este terreno cargado con energía oscura.

Al principio, mientras doy los primeros pasos, pequeñas porciones de tierra se iluminan y parecen estar a punto de explotar. Sin embargo, el aura me aísla y consigue que el conjuro no me detecte.

Con la mirada clavada en la gran compuerta de la fortaleza, camino sintiendo cómo la energía de la tierra vuelve a calmarse.

«Descubriré qué ocultáis tras esos muros».

Después de dos minutos, en los que no me he detenido, en los que me he acercado bastante a la entrada, bramo:

—¡Muéstrate! —El brillo del aura carmesí se intensifica—. ¡Huelo el olor de tu alma desde aquí!

No obtengo ninguna respuesta, todo sigue igual, la entrada se mantiene sellada. Laht grazna, se posa en el hombro y mueve la cabeza con rapidez de un lado a otro.

«Lo sé, fiel amigo. Lo sé».

Aunque la compuerta sigue cerrada, noto cómo quien tiene el mando de la fortaleza está a punto de dar la orden para que la abran. Me detengo y observo cómo en gran parte de los muros se crean orificios redondos por los que se asoman magnatores Ghurakis preparados para lanzar conjuros.

La entrada, poco a poco, con gran estruendo, va abriéndose. Elevo el antebrazo mientras contemplo cómo queda a la vista parte del interior de la fortaleza. Laht salta, se posa en él y vuelve a fundirse con mi alma.

Centro de nuevo la mirada en la compuerta y susurro:

—Sabía que eras tú, este lugar apesta a ti.

Aun con la amenaza de los conjuros de los magnatores, aun viendo cómo me apuntan con las manos preparados por si avanzo, reemprendo la marcha. Quiero estar cara a cara con el enemigo.

Shatt'sheeh alza el brazo y lo baja de golpe.

—Retiraos. —Los magnatores dudan—. ¡He dicho que os retiréis! —mientras brama, la armadura gris que porta brilla tenuemente.

Los Ghurakis retroceden un paso y los orificios del muro desaparecen.

—Es algo innato a tu familia, confiáis mucho en vuestras capacidades —le digo, casi llegando a su altura.

Se detiene y contesta:

—¿Acaso crees que te sería fácil vencerme? —Vira un poco el cuerpo y señala la entrada—. ¿Piensas que te sería fácil acabar conmigo y arrasar la fortaleza junto a tu ejército de demonios del Erghukran?

Dejo de andar y respondo con una pregunta:

—¿Acaso crees que no podría lograrlo?

Da un paso y se queda a poco menos de dos metros de mí.

—Dudo que fueras capaz.

Aunque aquí solo estamos nosotros dos, oigo a seres que produce unas risas apenas audibles. Afino el oído y, tras escuchar las burlas un par de segundos, sé que son los espíritus oscuros de Abismo los que se mofan de mí.

Sin darles importancia, ignorándolos, me dirijo a la Ghuraki:

—Tus hermanos también dudaron que fuera capaz de vencerlos.

—Mis hermanos eran inútiles. Te agradezco que los quitaras de en medio. Así no tendré que compartir las posesiones de mi padre cuando llegue el momento en que ascienda.

Guardo silencio un instante.

—¿Ascienda...? —Su mirada es fría—. ¿Te refieres a cuando muera, o insinúas que se ha vuelto loco y que busca alzarse al plano de dioses y altos demonios?

Los músculos de la cara, que se mantienen rígidos, muestran una profunda expresión de odio.

—No tardarás en descubrirlo.

Aunque estamos a pleno día, la luz solar no es capaz de ocultar el intenso fulgor que producen las fisuras de la superficie de la luna. Observándolas de reojo, contesto:

—De eso estoy seguro. —Centro la mirada de nuevo en los ojos de la Ghuraki—. Lo averiguaré antes de matarlo. Antes de que su cadáver sea carbonizado.

Por primera vez una leve sonrisa se le marca en la cara.

—Iluso.

—Quizá, quizá lo sea. Pero es más probable que seas tú la ilusa.

Me callo y contemplo la frialdad que trasmiten las facciones.

—Me han hablado mucho de ti, "hijo del silencio". Me han contado lo mucho que disfrutabas ahorcado a niños y degollando a mujeres embarazadas. —Aprieto los puños, los dientes y tenso los músculos de la cara—. Estás condenado a morir sin ser consciente de quién eres. —Se adelanta un par de pasos y se queda casi pegando a mí—. Es una pena. Me quedaré con ganas de hacerte una vivisección para comprender tu naturaleza. —Con la mano, atraviesa el aura carmesí sin quemarse, posa la palma en el pecho y sentencia—: Si quieres llegar otra vez a mí, demuestra que eres digno de mi presencia.

Cuando siento cómo se extiende el calor por el torso, cómo empieza a arder la energía que manifiesta, le cojo el antebrazo, la miro a los ojos y suelto:

—No me voy a ir sin saber lo que sabes. —El aura carmesí se intensifica.

Aunque Shatt'sheeh quiere evitarlo canalizando más energía, es incapaz de impedir que me adentre en su mente y que me sumerja en los recuerdos.

Mientras el cuerpo se le paraliza y se torna gris, una bruma del mismo color suplanta al paisaje. En esa niebla se van creando figuras que apenas se mantienen estables un segundo.

—Tengo poco tiempo —susurro, a la vez que le suelto la muñeca y camino hacia la bruma.

Antes de perderme en la niebla, me detengo un instante, me giro y observo los dos cuerpos estáticos: el de ella y el mío. Lo hago para calcular exactamente cuánto tiempo tengo hasta que sea capaz de lanzarme fuera de su mente.

«He de apresurarme...».

Me volteo y comienzo a andar en busca de aquello por lo que he venido hasta aquí. Sé que debo darme prisa, que no tendré otra oportunidad de adentrarme en sus recuerdos. Ha cometido un error al creer que había bajado la guardia cuando escuché el comentario sobre las atrocidades que dijo que llevé a cabo, pero estoy seguro de que no volverá a pasar. No conseguiré engañarla de nuevo con tanta facilidad.

Escucho ruidos y veo cómo se forman imágenes. Me detengo, extiendo el brazo y muevo la mano. La niebla se evapora y una escena empieza a cobrar vida. Una que parece que no pasó hace mucho.

—Padre, debemos golpear —dice Shatt'sheeh, de pie, mirando a We'ahthurg sentado en un trono.

—¿Golpear? —Se levanta y desciende cuatro gruesos peldaños que elevan la parte de la sala donde se halla el trono—. ¿Para qué? —Se detiene delante de ella—. Ellos vendrán a nosotros. —Posa el dedo índice debajo del mentón y le eleva un poco la cabeza—. Vagalat vendrá a mí.

—Es solo un esclavo que supo invocar a un dios. ¿Por qué deseas tanto enfrentarte a él?

Una leve sonrisa se marca en la cara de We'ahthurg.

—Es algo más que eso. —Baja la mano, cruza los brazos por detrás de la espalda, se voltea y empieza a caminar—. Aunque debería de estar molesto porque destruyó la ofrenda que le prometí a uno de los olvidados, al percibir la fuente de su poder, al notar que está unido a la fuerza primigenia, siento que por fin he encontrado a un adversario digno. —Se detiene—. Llevo mucho esperando este momento. —Eleva la cabeza y observa una estatua de un Ghuraki esculpida en una columna—. Nunca he tenido la oportunidad de luchar usando todo mi poder.

—Pero ese esclavo es débil —dice, adelantándose.

—Cierto, de momento lo es. Por eso le he dado un aliciente para que busque su potencial.

Extrañada, Shatt'sheeh pregunta:

—¿A qué te refieres?

—No solo le he obligado a que corra. Además le he puesto algunos obstáculos en su camino. —Se da la vuelta—. Envié a Sharekhort sabiendo que estaba contaminado por el alma de Dheasthe, sabiendo que lo liberaría.

La Ghuraki guarda silencio unos instantes.

—¿Has intensificado la guerra fortaleciendo a nuestros enemigos? ¿Has preparado la liberación del creador loco? —Sonríe—. Solo tú serías capaz de llevar a cabo algo así.

We'ahthurg mira hacia un lado.

—También he sellado una alianza que me ayudará a obtener lo que deseo.

Una densa niebla oscura se mueve por la sala y, poco a poco, da forma a la figura de Él.

—Cierto. —El dueño de Abismo gira la cabeza, mira en mi dirección y, aunque me ignora, percibo como si pudiera verme—. Esta alianza será beneficiosa para los dos. —El Conderium de la armadura de pinchos se materializa a su lado—. Cuando empecé a despertar, una de las cosas que más me llamó la atención fue notar que tu especie se había adueñado de este mundo. —Aun sin tener ojos, mueve la cabeza y observa las estatuas de Ghurakis que adornan la sala—. No fuisteis creados por mí ni por los dioses ni por los demonios del Erghukran. Tampoco por Los Ancianos Caminantes, ni por los seres que pueblan los reinos menores. —Hace una breve pausa—. En otro tiempo me habría sorprendido vuestra aparición.

—A nosotros nos sorprendió llegar aquí. A una creación llena de mundos — We'ahthurg se sincera.

—Imagino que sí. Tus creadores eran unos necios que desconocían lo que hay más allá de la diminuta realidad en la que existían. —El Ghuraki escucha atentamente—. El tiempo que fui obligado a no existir me ha servido para poder ascender; para ser con todo. He visto tu antiguo mundo, he estado allí. —Mueve la mano—. Observa. —Crea una esfera que muestra una ciudad en ruinas y muchos seres despedazados.

—¿Has exterminado a los creadores? —pregunta Shatt'sheeh sonriente.

—Es una ofrenda para que nuestra alianza sea inquebrantable. —Hace un gesto con la cabeza y el Conderium avanza—. Mi siervo se quedará aquí para ayudar a llevar a cabo lo que hemos planificado. —Se da la vuelta, camina y la niebla que le da forma empieza a difuminarse.

Lo observo mientras la bruma desaparece y pienso:

«¿Qué tramas? ¿Qué ocultas?».

De repente, sin que pueda hacer nada, Él se materializa delante de mí y me sujeta los brazos.

—Ya has visto demasiado.

Quiero luchar, intento moverme, pero no logro más que sentir un fuerte dolor que me empuja de vuelta a mi cuerpo. Sin poder evitarlo, soy arrastrado por una fuerza para la que de momento no represento ninguna amenaza.

Mientras me alejo de la figura sonriente de Él, pienso:

«No te saldrás con la tuya».

Cuando dejo atrás los recuerdos de la Ghuraki, cuando me hallo de nuevo en mi cuerpo, parpadeo, centro la mirada en el rostro de Shatt'sheeh y trato de moverle el brazo, de quitarme la mano del pecho. Sin embargo, una fuerza oscura y ancestral me lo impide: el poder de Abismo se ha manifestado.

—¡¿Cómo te has atrevido a entrar en mi mente?! —brama.

Concentra más energía en la mano, la detona y me lanza con fuerza hacia atrás. Sintiendo cómo me arde el pecho, aprieto los dientes, piso fuerte y logro frenarme tras unos metros.

—¿Ahora eres capaz de aparecer en La Convergencia? —pregunto, observando la figura de Él caminado detrás de la Ghuraki.

Histérica, Shatt'sheeh grita:

—¡¿De qué hablas, estúpido?! ¡¿Has perdido la razón?! ¡Claro que estoy aquí en La Convergencia!

—No lo ves... —susurro—. Ni siquiera notas su presencia...

Apoyando la mano en el hombro de la Ghuraki, Él contesta:

—Mejor que no me vea, así creerá que te ha derrotado sola. —Mueve los dedos y un fuerte viento me lanza por el aire.

Cuando caigo al suelo, me levanto y observo al dueño de Abismo alzar un brazo.

—¿Qué intentas? —mascullo.

Aunque le apunto con la palma y trato de arrojarle proyectiles carmesíes, no consigo manifestarlos. Este monstruo ha anulado parte de mi poder... Impotente, contemplo cómo Él intensifica el embrujo al que ha sometido a la tierra.

—Vagalat, disfruta de los últimos días de este mundo. —Suelta una risa espectral y empieza a desvanecerse.

—La próxima vez no lo tendrás tan fácil —susurro.

Sabiendo lo que está a punto de pasar, sintiendo cómo vibra el suelo, me cubro la cara con los antebrazos y me preparo con impotencia para la sucesión de explosiones.

Las detonaciones me lanzan de un lado a otro. Intento dirigir la trayectoria para salir de este terreno maldito, pero no soy capaz de lograrlo. Lo único que consigo es fortalecer lo suficiente el aura carmesí para no sufrir daños.

Bacrurus corre, canaliza gran parte de su poder y trasmuta la carne del cuerpo en energía negra. Aunque lo sobrecarga y le arranca un chillido, es capaz de absorber parte del conjuro.

Mientras se acerca, siento cómo se concentra el poder de Abismo dentro de él. Es increíble cómo puede contenerlo sin que eso lo vuelva loco. Sin duda, el estar al lado de Dheasthe, de El Atesdurjhar y de la presencia de Los Asfiuhs ha hecho que aprenda a usar el poder oscuro sin ser corrompido.

—Espero que hayas conseguido la información que buscabas —dice, antes de frenarme y lanzarme hacia la colina.

Cuando aterrizo, lo miro y veo cómo, con los brazos apuntando al firmamento, sigue absorbiendo parte del conjuro. Después de unos instantes en los que su cuerpo cada vez brilla más, baja las manos y una gran porción de terreno estalla.

Aunque tras la explosión se genera una densa humareda alrededor de él, el humo no tarda en evaporarse dejando a la vista un inmenso cráter.

—Aplastaré la cabeza de esa Ghuraki y destrozaré el cráneo de ese engendro —murmura, algo aturdido.

Al principio se tambalea un poco, pero no tarda en caminar hacia nosotros con paso firme. Sin embargo, antes de que pueda salir del cráter y alcanzar la colina, la tierra se resquebraja y lo envuelven varios filamentos negros.

—¡Bacrurus! —Desciendo rápido, quiero liberarlo, pero una explosión me empuja hacia atrás—. ¡No me impedirás llegar a él! —Corro de nuevo y a un par de metros choco contra un muro invisible—. ¡No! —Lanzo un puñetazo contra la barrera, aunque lo único que consigo es dañarme los nudillos.

El Primigenio arroja flechas de luz contra el muro, pero este las absorbe. La Ghuraki corre y da una fuerte patada frontal que solo sirve para herirle el orgullo. Mukrah también intenta en vano fracturar la barrera.

Doscientas Vidas, sujetando con fuerza las hachas, exclama:

—¡Apartaos, mostrémosles a esos monstruos el poder de estas preciosidades forjadas por un dios!

Me echo a un lado y veo volar a Ishut'tsh y Eshut'tsh. Las veo pasar el muro y llegar junto a Bacrurus. Geberdeth dirige el vuelo y corta la mayoría de filamentos antes de atraerlas.

Libre y furioso, el magnator brama:

—¡Sois cobardes! ¡Solo atacáis cuando vuestro enemigo está débil!

Un líquido negro brota de los orificios de la tierra y se une dando forma a un ser de escamas oscuras. La apariencia es semejante a la nuestra, pero difiere en los dedos alargados y puntiagudos en las manos y en los pequeños pies sin apéndices.

—Dices que solo ataco cuando mi contrario está débil. —Los ojos de un azul oscuro brillan un poco—. Te equivocas, tú no eres con quien quiero luchar, solo eres el objeto que usaré para que mi contrincante se dé prisa.

Bacrurus aprieta los puños y se lanza contra él.

—Voy a hacer que te tragues tus palabras.

Aunque logra golpear al ser, está tan débil que no consigue más que producirle una risa.

—Inútil. —Le da un golpe en la nuca y Bacrurus pierde el conocimiento—. Los humanos son unos inútiles. —Me mira y dice—: Ven a buscar a tu mascota antes de que la dañe.

Doscientas Vidas lanza de nuevo las hachas, pero cuando estas llegan a la altura del ser este ya ha lanzado a Bacrurus por el agujero y se ha trasformado en líquido que se ha filtrado por las grietas.

Sin poder hacer nada, vemos cómo el cráter y el orificio son tapados por rocas que se desplazan por el aire y caen amontonándose.

Centro la mirada en la entrada de la fortaleza y veo a la Ghuraki complacida. Vuelvo a mirar el lugar por donde surgió ese ser y, sintiendo la frustración de mis compañeros, me doy la vuelta y sentencio:

—Haremos que se arrepienta de haberle puesto una mano encima a nuestro hermano.

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