Capítulo 54 -El único camino-
Dirijo la espada contra el hombro de Bacrurus, pero la hoja no es capaz de cortarle la carne, el filo se quiebra cuando choca con la piel.
—Matar —dice el magnator al mismo tiempo que lanza un gancho.
La fuerza del golpe me parte la mandíbula, la cabeza gira por la inercia y tengo que pisar fuerte para no perder el equilibrio.
«Tu poder no para de crecer» pienso a la vez que le doy un codazo en el costado y le fracturo las costillas.
Lo ojos de Bacrurus se centran en mi rostro; el odio, la ira y la venganza se proyectan a través de ellos.
—¡Matar! —brama antes de darme un cabezazo y partirme la frente.
Lucho para no desequilibrarme, pero Bacrurus me da una patada frontal y me arroja al suelo.
—Bravo, siervo —dice Dheasthe, descendiendo, con una gran sonrisa surcándole la cara—. Vagalat, ¿qué se siente? —Después de posar los pies en el suelo, camina hacia mí con paso lento—. ¿Qué se siente al ser superado por el poder de Los Asfiuhs? —Se detiene a mi lado, contempla cómo se me sanan las heridas y añade con tono hiriente, deseando hacerme sufrir—: ¿Qué sientes al ser odiado por un hermano de armas? —Ríe—. ¿Qué sientes viendo que lo único que desea es matarte?
Inspiro por la nariz, clavo a Dhagul en el suelo rocoso, me apoyo en la empuñadura, me levanto y contesto:
—Siento que he de matarte.
La sonrisa se le vuelve más profunda.
—Aunque me gustaría verte intentándolo, me temo que no hay tiempo de ver cómo fracasas. Tu destino es morir para liberar a Los Asfiuhs. —Alza la mano y unos tentáculos oscuros surgen del suelo y me aprisionan—. Vi cómo te enfrentabas con esos... ¿cómo se llaman? —Chasquea los dedos.
—Conderiums —responde el ser esquelético.
—Eso, Conderiums. Me fascinan esos seres. Tan poderosos, tan capaces de manifestar una oscuridad casi infinita. —Quiero hablar, pero uno de los tentáculos me envuelve parte de la cara y me lo impide—. Lástima que no existieran antes de mi destierro. Me hubiera gustado usarlos. —Hace una breve pausa—. Tal como estoy usando a tu amigo. —Mira a Bacrurus y le dice—: Saluda a Vagalat.
Mi hermano me sacude con fuerza en el pecho. Los nudillos atraviesan los tentáculos como si estos no existieran.
—Traidor —repite un par de veces antes de golpearme la cara con el reverso del puño.
Lo miro a los ojos. Actúa así no solo por el dominio que ejerce la oscuridad en él, el poder de Los Asfiuhs lo ha corrompido y empiezo a dudar de si podré liberar su alma.
Aguantando el dolor, mantengo la mirada centrada en mi amigo y, notando como si me clavaran un puñal en el corazón, le digo mentalmente:
«Siento lo que voy a hacer... siento tener que matarte».
Durante un segundo, parece que es consciente, que brota una pequeña luz dentro de ese cúmulo de maldad que le nubla el juicio... Sin embargo, las palabras de Dheasthe vuelven a anularlo:
—Bien hecho, siervo. —Aplaude y me mira—. ¿De verdad piensas que podrías matarlo? —pregunta, señalándolo—. Ahora mismo su poder está muy por encima del tuyo. Ese inmenso potencial que arde con fuerza en su interior ya no es frenado por una mente débil. —Bacrurus gruñe—. Ahora este humano es capaz de manifestarse al completo.
Las palabras de creador de Ghurakis loco resuenan con fuerza en mi interior. Sé que son ciertas y que ha convertido a Bacrurus en una bestia sin mente capaz de manifestar un poder grandioso, uno que rivaliza con el mío y que quizá lo supera.
Cierro los párpados, busco la paz que me conecta con el silencio y cuando la hallo manifiesto el aura carmesí y destruyo los tentáculos.
—El destino aún no está escrito —afirmo, abriendo los ojos—. Aún puedo recuperar a mi hermano. —Extiendo los brazos, apunto con las palmas a Dheasthe y lanzo un rayo de energía roja que lo empuja varios metros hacia atrás.
Bacrurus alterna la mirada entre el creador de Ghurakis loco y yo. Tras un instante, en el que le desconcierta que su "amo" esté rodando por el suelo, gruñe y se abalanza contra mí.
—Te voy a matar, Vagalat. —Lanza el puño, pero lo freno con la palma—. Me traicionaste. —Lanza el otro puño, pero lo consigo frenar con la otra palma—. Nuestros lazos se rompieron en el momento en que elegiste a una Ghuraki en vez de a mí. —La saliva que sale del orificio de la máscara, el que está a la altura de la boca, me cae en la cara—. ¿En qué pensabas?
No digo nada, tan solo hago fuerza con las manos y lo inclino. Le doy un rodillazo en la barriga y al mismo tiempo le sacudo con la frente en la máscara; el metal se agrieta un poco.
—Libérate —le pido.
Bacrurus grita y el aura negra crece a su alrededor.
—Nunca antes he sido más libre. —Las llamas oscuras que manifiesta su alma dan forma a varios seres compuestos de sombras—. Es hora de que tú también seas libre.
Las criaturas avanzan y me clavan las garras en la espalda. Chillo y destenso las manos. Bacrurus se libera, me da un codazo en la cara, un puñetazo en el estómago y me tira al suelo. Salta sobre mí y brama mientras me golpea:
—¡Me traicionaste! ¡Te quería como a un hermano y me traicionaste!
Después de recibir varios puñetazos en el rostro, le bloqueo el brazo, lo cojo por la muñeca y le obligo a inclinar el cuerpo.
—Jamás te traicionaría —digo, dirigiendo los nudillos contra el riñón.
Grita, se libera y con las manos entrelazadas me lanza un golpe directo a la cara.
—¡Mentira! —vocifera.
Esquivo en el último momento, dejo que los puños se le hundan en la roca, le cojo la cabeza y canalizo parte del poder del alma. Antes de que la energía estalle, le aseguro:
—Nunca te traicioné... Me importas demasiado y nunca podría traicionarte.
Tras la explosión, chilla y se pone las manos en el rostro.
—Maldito —suelta al mismo tiempo que se frota la piel.
Me incorporo un poco, poso las palmas sobre sus abdominales, concentro la energía y digo apenado:
—Sé que estoy maldito... Mi maldición es no poder evitar dañar a los que amo. —Con los ojos humedecidos, a la vez que contemplo cómo el cuerpo se le regenera y cómo se cicatrizan las pequeñas quemaduras, observo cómo aún le arde la piel a causa de la explosión—. Por más que intente evitarlo, siempre tendré las manos manchadas de sangre... de la sangre de mis hermanos... de mis seres queridos.
La energía explota y lo lanza varios metros hacia atrás. Me levanto, manifiesto a Dhagul y observo cómo Dheasthe sonríe.
—Muy bueno el truco de empujarme con tu poder. —A la vez que la sonrisa cínica se profundiza, los ojos del creador de Ghurakis loco se iluminan—. Debería matarte ya. No me gusta que nadie me lance por el aire. —Se acaricia la barbilla y se muerde suavemente el labio inferior—. Aunque, por mucho que me encante la idea de arrancarte las vísceras, aún he de esperar. —Mira a Bacrurus—. Siervo, no te contengas. Usa todo tu poder y derrótalo.
El magnator, que acaba de levantarse, inclina la cabeza, aprieta los puños y masculla:
—Así sea.
Alza la mirada, la centra en mí y corre gritando. Lo miro y observo cómo se le ha trasmutado el cuerpo. La carne es ahora un cúmulo de energía negra. La corrupción ha terminado su trabajo.
—Bacrurus... —susurro, antes de frenar el puñetazo que me lanza.
—Muere —repite varias veces, lanzando golpes sin parar.
Aunque puedo esquivar y bloquear muchos ataques, al final los nudillos del magnator me alcanzan el hombro. Mientras siento cómo se me disloca, al mismo tiempo que me doy por vencido y pienso que no hay otro modo de liberarlo, intensifico el aura carmesí y le piso con fuerza la rodilla hasta que se la parto.
—He de hacerlo...
Con la mano temblándome, apunto el filo de Dhagul hacia el cuello de mi hermano y me preparo para dar la estocada. Bacrurus chilla y la isla de piedra sobre la que estamos empieza a temblar y resquebrajarse.
—Se acabó, Vagalat. —El temblor me tambalea, pero no consigue que caiga—. Ambos sabemos que hoy morirá uno de los dos. —Con la rodilla curada, se reincorpora y coge el filo de Dhagul—. Y aunque lo quieras negar, en el fondo sabes que no seré yo el que muera. —Aprieta, parte la espada de energía y me agarra del cuello—. Ya que no tienes dioses a los que implorarles, ruégale al silencio que recoja los restos de tu alma, que los recoja una vez los hayamos destrozado. —Me tira con fuerza y salgo volando hasta caer cerca de uno de los bordes de la isla.
Al mismo tiempo que los músculos me arden y que el cuerpo me pide un poco de descanso, siento las pisadas del magnator, oigo las risas de Dheasthe y escucho el ruido que produce el ser esquelético al respirar.
Cuando Bacrurus está casi a mi lado, noto el inmenso poder del que es dueño. En este instante, aunque soy consciente de que no está aquí, veo la imagen de la mujer de piel azul.
—Eres el hijo del silencio —escucho cómo lo repite un par de veces—. Te necesitamos. —Señala a Bacrurus—. El tiempo se agota. Debes acabar con esto. Ponle fin.
La imagen se desvanece y las palabras se extinguen.
—Se acabó, Vagalat. —El magnator aprieta el puño, concentra la energía en él y mira extasiado el techo de la gruta—. Ha llegado el momento.
A través de la piedra se filtra la luz de la luna roja.
—Sí, ha llegado —suelta con regocijo el creador de Ghurakis loco.
Observo cómo desde la esfera que custodia el ser esquelético se propaga una luz oscura que comienza a dar forma a una esfera más grande y nebulosa. Al poco, unos sonidos estridentes surgen de esa bola negra y resuenan por la gruta.
—Los Asfiuhs están arañando las barreras que los separan de La Convergencia —susurro, contemplando la mirada extasiada del magnator.
—Ha llegado la hora —asegura Bacrurus—. Es el momento de liberarte, Vagalat. —Mueve la mano y unas cadenas oscuras me aprisionan.
Mientras siento la presión, noto cómo sopla una brisa y cómo esta desplaza los susurros del silencio:
—Hazlo. Debes hacerlo —insisten.
La luz de la luna roja empieza a bañar los eslabones de energía que me recubren el cuerpo.
«No hay otra salida» repito varias veces tratando de convencerme.
El creador de Ghurakis loco, con una gran sonrisa en la cara, dice:
—Vagalat, debería matarte por haberme lanzado por el aire, pero sé que te será más doloroso morir a manos de tu hermano. —Da una palmada y ordena—: Ejecútalo.
Los ojos negros de Bacrurus brillan con mucha intensidad.
—Sí, amo.
Con una sonrisa que refleja enajenación, el magnator prepara el puño para lanzarlo contra mi cara. Mientras me apunta con él, de los nudillos le surgen afiladas piezas puntiagudas de energía oscura.
—Bacrurus... lo siento.
Cierro los párpados, inspiro por la nariz y dejo que la paz gobierne mi ser; las cadenas tiemblan y los eslabones se agrietan.
—¡Muere! —brama y lanza el puño.
Abro los ojos y las cadenas explotan. Manifiesto a Dhagul, muevo un poco el cuerpo y le doy un tajo en el brazo. Al mismo tiempo que la sangre corrompida de color negro gotea hacia el suelo, me levanto y me pongo en guardia.
Cuando uno de los talones toca el límite de la isla de piedra en la que nos encontramos, siento a mi espalda el calor que surge del mar de metal líquido.
—Me has herido —dice, incrédulo—. No puede ser. —Niega con la cabeza—. No, no, no. —Me mira, me señala y grita—: ¡Eres demasiado débil!
No digo nada, me mantengo en guardia, evitando pensar en lo que estoy a punto de hacer. Bacrurus chilla y corre hacia mí.
—Perdóname, hermano —susurro al mismo tiempo que una lágrima me surca la piel.
—¡Te mataré!
Dejo que se acerque y, cuando casi lo tengo encima, ladeo el cuerpo, evito la embestida y le rajo la barriga con Dhagul. Chilla, me lanza un codazo que no puedo esquivar y me sacude con fuerza en la cara. El golpe me atonta un poco, pero no lo suficiente como para no poder contraatacar.
—Perdóname —repito, siendo consciente de que esto es la única solución: el único camino.
Esquivo el puño, me pongo delante de él y con un movimiento fugaz le clavo a Dhagul en el pecho.
—Maldito... —suelta, con el odio poseyéndolo.
—Lo sé... estoy condenado a herir a los que amo... a matarlos. —Hundo más la espada y añado con los ojos humedecidos—: Nunca te olvidaré, hermano. —Lo elevo, giro el cuerpo y lo arrojo al mar de metal fundido—. Siempre te recordaré... —digo con la voz ahogada, mientras observo cómo lo engulle el océano de fluido abrasador.
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