Capítulo 46 -Nuevos enemigos, nuevos aliados-
La perplejidad le dura poco, ladea la cabeza, sonríe y dice:
—Fascinante. Eres un ser realmente fascinante. —Extiende los dedos de las manos y me apunta con las palmas—. Aun así, no eres rival para mí. —La piel de los brazos se le torna oscura—. Estando libre de la prisión, habiendo recuperado mi cuerpo, puedo recibir el poder que me envían los creadores. —Ríe—. Si ya te sería imposible vencerme en mi estado normal, a lo único que puedes aspirar ahora es a ser humillado. —Mientras vuelve a reír, pequeños relámpagos negros le centellean alrededor de los brazos.
Una gélida brisa se mueve por la sala, congela el aire y me eriza el vello. A la vez que el viento me acaricia la piel siento como si varias manos espectrales me pasaran las frías puntas de los dedos por la espalda.
Sin moverme, buscando con la mirada lo que se mantiene invisible, afino el oído y escucho los susurros oscuros que, atravesando las fisuras de las barreras que separan los distintos planos, emergen de algún rincón lejano y oscuro. Estas voces son las mismas que me manipularon, pero esta vez no me hablan a mí, se dirigen a mi rival:
—Dheasthe, no lo mates todavía.
Otra voz, aun más oscura que la anterior, se hace oír:
—Es un ser interesante, nos servirá. —Durante un segundo reina el silencio—. Ha conseguido escapar sin ayuda de los restos de la primera creación. Podemos aprovechar el poder que anida en su interior para que siembre el caos —la última palabra se repite varias veces en un eco que va perdiendo fuerza.
Cuando el eco es casi inapreciable, escucho el susurro que produce otra voz:
—Este ser odia a los seres oscuros. Nos odia, pero también odia a los Ghurakis. Dejemos que pierda el tiempo enfrentándose con las tropas de We'ahthurg y con los caudillos que creamos prescindibles.
Tras una breve pausa, se oyen las tres voces al unísono:
—Jugaremos con él cuando acabe el último rito.
La brisa helada desaparece en el momento en que se apagan las palabras. Mientras pienso en que Los Asfiuhs son reales, en que no son solo una fuerza sin consciencia, digo:
—Me da igual lo que te ordenen tus amos. Te voy a aplastar el cráneo, aquí y ahora.
Dheasthe, el creador de Ghurakis loco, ríe y contesta:
—Aunque si por mí fuera acabaría contigo, te dejo vivir porque mis dioses quieren conocerte en persona. Me pareces interesante, pero no me gusta aquello que puede llegar a ser impredecible. —Los relámpagos que le recorren los brazos salen disparados, me golpean y me lanzan contra la pared.
Tras el impacto, el muro se hace añicos y vuelo unos metros hasta que cesa la inercia. Ruedo varias veces por el suelo antes de volver a tener el control de mi cuerpo. Una vez me freno, flexiono los brazos y me levanto.
—Pagarás por esto... —mascullo.
Me doy la vuelta y veo cómo el creador de Ghurakis loco sale levitando por el agujero que he creado al chocar contra la pared.
Dheasthe me mira complacido y dice:
—Tienes una gran debilidad, eres impulsivo y te cuesta controlarte. —Se coge las manos por detrás de la cintura y sonríe—. No eres capaz de dominar tu ser. —Se acerca un poco sin dejar de flotar—. Hubiera sido interesante comprobar cuál es el límite de tu capacidad. —La sonrisa se torna más profunda—. Lástima que eso no vaya a pasar... Al menos de momento.
Respiro con calma por la nariz. Aunque no dejo que las provocaciones me perturben, sí que me lanzo contra él. Cuando estoy lo bastante próximo, inclino el cuerpo ligeramente hacia la derecha y dirijo el puño contra la mandíbula. Después de que los nudillos impacten tengo que apretar los dientes para que no se me escape un gemido; los huesos de la mano se me han roto.
Dheasthe, viendo la cara de sufrimiento, sonríe complacido.
—No pienses que me voy a dar por vencido —mascullo.
—No hace falta, aunque te duela, ya has sido derrotado.
Apenas me da tiempo de ver el movimiento del brazo, lo mueve tan rápido que lo único que puedo hacer es encajar el golpe. Con el rostro reflejando una profunda satisfacción, me hunde el puño en el estómago y me obliga a retroceder un par de pasos. Me cuesta respirar, un dolor insoportable se apodera de mis entrañas... Pero no le va a ser tan fácil que me dé por vencido.
—He recibido golpes más fuertes —digo, con la voz entrecortada.
—Lo que hace que te retuerzas de dolor no es la fuerza del golpe, es la energía de Los Asfiuhs. Nadie puede soportar el tacto de su esencia sin ser debilitado. Ellos, al igual que otros, nacieron en lo más profundo del alma oscura del ser que dio forma a la oscuridad.
Escucho cómo otra parte del muro de la fortaleza se rompe, dirijo la mirada hacia el agujero y veo a Mukrah; el hombre de piedra tiene el cuerpo recubierto por la energía de la luna roja.
—¡Vagalat! —brama, preparándose para ayudarme en el combate.
Dheasthe se eleva unos metros, me mira y asegura:
—Volveremos a vernos.
—No te vas a ir a ningún lado —replico, manifestado el aura carmesí—. No escaparás. —Extiendo el brazo, parte de la energía del alma se concentra en una esfera y vuela a gran velocidad contra Dheasthe.
El creador de Ghurakis loco suelta una carcajada, espera a que se acerque el proyectil, lo golpea con un dedo y me lo devuelve. Mi propia esfera choca contra mí, explota y me lanza unos metros por el aire.
Mientras estoy en el suelo, a la vez que me pitan los oídos, noto cómo Dheasthe se aleja. No hace falta que lo escuche para saber que se va riendo.
Me levanto y susurro:
—La próxima vez cumpliré la promesa... y te aplastaré el cráneo.
Mukrah se acerca, observa cómo se me curan las quemaduras de la piel y dice:
—Vagalat, me alegro de que hayas escapado de la oscuridad que nublaba tu juicio. —Alza la cabeza y mira la figura distante de Dheasthe—. Ese ser, ¿era el que estaba encerrado en el cuerpo del demonio de metal?
Antes de que pueda contestar, La Cazadora, sin disimular la rabia que siente, llega a mi altura, me da una bofetada, me señala con el dedo índice y espeta:
—Jamás vuelvas a usar tus poderes contra mí. Si vuelves a arrojarme de un lado a otro, juro que te arrancaré las tripas y me las comeré mientras agonizas.
Me acaricio la mejilla, paso los dedos por el labio, noto cómo se mojan con la sangre y me disculpo:
—Lo siento... No era yo...
Los ojos de la Ghuraki me muestran que está a punto de explotar, que la ira la consume y que desea golpearme con todas sus fuerzas... Sé que me porté como un estúpido prepotente y que me merezco eso y mucho más.
Mukrah posa la mano en el hombro de La Cazadora y pronuncia con calma:
—Ninguno estamos libre de cometer errores. La oscuridad es fuerte y por más que nos creamos invulnerable a las tentaciones solo somos seres imperfectos con muchas debilidades. —Se adelanta un paso y la mira a los ojos—. En tu existencia, ¿cuántas veces has sucumbido? —Al ver la expresión de la Ghuraki, añade—: Debemos ser generosos con los demás, debemos ayudarlos a evitar cometer los mismos errores una y otra vez. —Hace una breve pausa—. Luchamos contra fuerzas que son capaces de subyugarnos con tan solo susurrar una palabra.
La Ghuraki aprieta los puños y los dientes, masculla algo ininteligible y se aleja unos metros.
—Gracias, hermano —digo, viendo cómo La Cazadora se intenta calmar.
—Formamos parte de un mismo destino y por tanto debemos ayudarnos a arrojar luz en los oscuros rincones de nuestras almas. —Sonríe.
Asiento con la cabeza y le devuelvo la sonrisa.
—No sé quién fue el que me desvió de mi trayectoria, evitó que cayera en Abismo y me dirigió hacia La Gladia, pero espero saber algún día quién fue para poder agradecérselo. No te habría conocido de no ser por su intervención.
—Sea quien sea, deseo que le lleguen las bendiciones de los cielos dorados que irradian la luz cálida de los primeros soles. —Se gira, alza las manos iluminadas con la energía de la luna roja y las baja lentamente—. Ahora, destruyamos la barrera que nos impedía avanzar y lancémonos contra el corazón del territorio Ghuraki.
Mientras veo cómo desaparece el inmenso muro que se extiende por delante de la fortaleza, una súbita alegría se apodera de mí y consigue que olvide durante un breve lapso de tiempo la derrota que he sufrido ante el creador de Ghurakis loco.
—Funciona —suelto, observando cómo mis compañeros cruzan el punto donde estaba la barrera de energía y se acercan a la fortaleza.
En menos de un par de minutos, Asghentter, Genmith, Dharta, Bacrurus, Doscientas Vidas y muchos miembros de nuestro ejército llegan a donde estamos.
Geberdeth, ignorando la presencia de La Cazadora, es el primero que habla:
—Vagalat, por los que forjaron Las Puertas de Acero, dime que aún quedan Ghurakis en esa fortaleza.
Asiento.
—Sí que quedan.
Sonríe, grita de alegría, alza las hachas y brama mientras corre hacia el interior de la construcción:
—¡Que me siga quien quiera trocear las vísceras de esos monstruos! —Varios soldados, contagiados con la euforia de Doscientas Vidas, sueltan gritos y corren detrás de él.
Asghentter, antes de centrar la mirada en mí, la alterna entre La Cazadora y yo.
—Vagalat...
—Es una aliada —digo, transmitiendo la seguridad de lo que pienso—. Los Ghurakis la han mantenido siglos encerrada y los odia tanto como nosotros.
El Primigenio duda, aunque al final pesa más la confianza que nota que deposito en La Cazadora que no el recelo. Gira la cabeza, observa cómo parte de nuestras tropas entran en la fortaleza y dice:
—Iré con ellos. Quizá encuentren algún rival demasiado poderoso —mientras termina de pronunciar la frase, empieza a caminar hacia la construcción.
Dharta me mira extrañada, no comprende la razón por la que confío en La Cazadora.
Por más tiempo que pase, a la guerrera le será difícil asimilar que no todos los Ghurakis son iguales. Quiero decirle algo, tranquilizarla, pero Bacrurus, hecho una fiera, me señala con el dedo y espeta:
—¡¿Te has vuelto loco?! Es un maldito monstruo.
Mukrah va a hablar, aunque La Cazadora hace un gesto con la mano, se adelanta y le pregunta al magnator:
—¿Soy un monstruo?
Bacrurus se pone delante de ella y suelta sin ocultar el odio que siente:
—Eres un engendro que no merece vivir. Debería arrancarte los pulmones para que no ensucies el aire que respiramos.
La Cazadora, amenazante, ordena:
—Hazlo.
Antes de que pueda intervenir, Bacrurus la coge del cuello y aprieta con fuerza. Durante un instante el magnator saborea el momento, pero de repente cae de rodillas y se contorsiona.
—¿Qué...? —dice Dharta confundida.
—¿Quieres saber qué le pasa? —pregunta La Cazadora—. Lo que le pasa es que tiene el cuerpo lleno de La Esencia de Los Siervos. —Observa los espasmos que sufre mi hermano—. Las protecciones con las que se ha envuelto son útiles para evitar el control de la mayoría de Ghurakis. Aunque lamentablemente para él yo no soy la mayoría. —Media sonrisa se le marca en la cara.
Bacrurus escupe espuma por la boca.
—¡Basta! —bramo, manifestando a Dhagul.
El grito llama la intención incluso de Genmith, que se ha mantenido ausente todo este tiempo contemplando las estrellas con un gran catalejo.
—Tranquilo, no estoy torturándolo —asegura La Cazadora—. Aunque no hubiera estado mal castigarlo un poco por intentar ahogarme. —Por un segundo se muerde el labio con suavidad, pero al momento el semblante se torna serio y añade mirándome a los ojos—: Estoy purgándolo.
—¿Purgándolo? —pregunto extrañado.
—Estoy haciendo que hierva el veneno con el que lo han contaminado. —Baja la mirada, observa a Bacrurus y se agacha cuando las venas se vuelven violáceas—. Voy a limpiarle el cuerpo para que ningún Ghuraki pueda manipularlo. —Posa la palma en el pecho del magnator y recita unas palabras en una lengua extraña.
Mientras Bacrurus chilla y pierde el conocimiento, las venas recuperan el color normal y el veneno desaparece de su organismo. Suelto la empuñadura de Dhagul y la espada se desvanece.
Mukrah, al comprobar que Bacrurus más allá de quedarse inconsciente no ha sufrido ningún daño, se acerca a La Cazadora y señala:
—Que el cielo que nos cubre sea testigo de estas palabras. Con lo que has hecho te has ganado algo más que cierto respeto. A partir de ahora, para mí, no habrá ninguna diferencia entre mis compañeros y tú. —Se gira, nos mira y asegura—: Sé que su corazón fue oscuro, incluso que sigue estando rodeado de tinieblas, pero el veneno impedía que nuestro hermano descansara, le producía horribles pesadillas y lo estaba matando poco a poco.
Mukrah tiene un don que me es difícil igualar. Casi siempre sé cómo son las personas y las intenciones que tienen, pero él, de alguna forma que desconozco, a raíz de ser testigo de una acción es capaz de percibir con claridad el camino que tomará el futuro del que la realiza.
—Si Vagalat y Mukrah confían en ti, yo me esforzaré en conseguirlo —dice Dharta.
La Cazadora contesta:
—Gracias. —Baja la mirada y observa a Bacrurus—. Estará unas horas inconsciente, pero en cuanto despierte habrán desaparecido los síntomas de La Esencia de Los Siervos.
Escucho un siseo lejano, me doy la vuelta, camino unos pasos y afino el oído. Cuando pasan unos segundos, me doy por vencido. Ya no lo oigo, habrá sido producto de la imaginación.
Genmith, cubierto por una coraza roja y portando una espada azul, se pone a mi lado y me saca de mis pensamientos. Con tono serio, dice:
—No te conozco, pero pareces buena gente, podrías ser un magnífico escudero. —Clava el arma en el suelo y señala el horizonte—. Dicen que más allá de las montañas de lava y hielo se esconde el que moldea la carne muerta para crear seres vivos. —Alza las manos y grita—: ¡Oh! ¡Oh! ¡Debemos liberar a la princesa!
Mukrah se pone a nuestro lado y sonríe.
—Ojalá que algún día podamos ayudarle a sacar su mente del profundo pozo donde ha caído. —Mira al demonio azul lanzar estocadas al aire.
Veo cómo Genmith se transforma en mendigo, cómo camina hacia La Cazadora para pedirle limosna y digo:
—Sí, esperemos que algún día recobre la cordura. —La Ghuraki, hasta que Dharta no le explica la causa del comportamiento del demonio azul, no entiende qué está pasando—. Antes no me dio tiempo de contestarte. —Vuelvo a centrar la mirada en el horizonte—. Ese ser era Dheasthe, el creador de Ghurakis loco. —Cierro los párpados y meneó la cabeza—. Me dejé llevar y lo liberé. —Suspiro y abro los ojos—. Mi poder aumenta, pero a veces no soy capaz de controlarlo... de controlarme.
Mukrah deja al silencio reinar unos segundos y pronuncia desprendiendo sabiduría:
—En un principio, cuando todo fue creado, nada se movía. Los mundos eran lugares poblados por estatuas. Los seres, aun con vida, eran incapaces de hacer nada; ni siquiera podían pensar. —Hace una breve pausa—. Los dioses no sabían cuál era la causa, creían que era producto de una enfermedad cósmica y que lo que existía estaba condenado. Sin embargo, un día, en medio de un sueño, uno de los dioses tuvo una revelación y creó lo necesario para que lo que existía pudiese ponerse en movimiento. Creó el tiempo.
»Los primeros mortales, aquellos que vivieron sin poder moverse, en un principio se alegraron, pero cuando los años fueron pasando y apareció la muerte, la mayoría deseó que jamás se hubiera creado el tiempo. —Me mira a los ojos—. Esto, aun siendo una parte de un cuento que se solía contar a los niños de mi pueblo, en su interior alberga mucha sabiduría. Al principio, cuando llegaste a La Gladia, estabas apagado, sin poder siquiera manifestar tu poder. Llegaste a La Gladia detenido, como los seres del cuento, pero pronto, te pusiste en marcha, descubriste nuevas facetas de ti mismo y te alegraste por ello. Ahora sufres el miedo que conlleva el cambio. —Se pone delante de mí y me posa las manos en los hombros—. Aunque dudes, el control sobre tu poder se va haciendo más fuerte. Cada día que pasa es un día menos para que seas capaz de manifestar la totalidad de tu fuerza. —Sonríe—. Todos confiamos en ti.
Mukrah siempre sabe cómo hacer que vuelva a tener fe en mí mismo. Le debo mucho.
—Gracias, hermano. —Respiro por la nariz, me doy la vuelta y le digo a los demás—: Acamparemos hasta que Bacrurus se recupere, luego planificaremos nuestro ataque y ganaremos esta guerra de una vez por todas.
Mientras veo cómo mis compañeros asienten, vuelvo a escuchar ese lejano siseo... Un siseo que consigue producirme un escalofrío.
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