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Capítulo 24 -El peso del pasado-

Después de que salimos de su mente, me quedo unos segundos mirando el cuerpo apagado del caído y digo:

—Espero que se recupere, puede llegar a ser un gran aliado contra los Ghurakis y también contra los seres que habitan Abismo.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué habéis visto? —pregunta Bacrurus.

Mukrah mira al magnator.

—El viento de la angustia trayendo consigo nubes cargadas con las lluvias olvidadas de un pasado nocivo y cruel. Este hijo del mundo primigenio es un alma atormentada. —Hace una pausa y pronuncia con calma—: Es como nosotros, como la mayoría de los que hemos sido unidos por las grandes fuerzas invisibles que, con tan solo susurrar frases sin sonido, son capaces de crear los distintos caminos que conducen al futuro.

—Entiendo... —Las palabras del hombre de piedra hacen reflexionar a Bacrurus—. Estamos marcados, el dolor forma parte de nuestro ser, han jugado con nuestra cordura y nos han empujado al reino del sufrimiento. Hemos perdido amigos y seres queridos. —Señala al portador de la esfera—. Este caído, este primigenio, es la prueba de que los que estamos siendo unidos para emprender la guerra contra los Ghurakis y contra los seres de Abismo no somos guerreros normales. —Niega con la cabeza—. Somos más despiadados que nuestros enemigos y no dudaremos en descuartizarlos a ellos y a sus seguidores. Amamos la violencia. —Se coge los brazos por detrás de la espalda y da unos pasos—. Cierto que no disfrutamos con el dolor de aquellos que no pueden defenderse y que odiamos a los que les hacen daño. —Se mira la mano y aprieta el puño—. Pero nos encanta ver cómo se derrama la sangre de los cuerpos agónicos de nuestros enemigos. —Se acerca a mí y concluye sin ocultar el odio que siente por los Ghurakis—: Han conseguido que crezcan en nuestro interior la rabia, la ira y los deseos de venganza.

Observo al caído, miro a Bacrurus a los ojos y afirmo:

—Tienes razón, nada me gusta más que arrancar los corazones de los seres nacidos en Abismo.

Mukrah da un paso e interviene:

—Si una luna se niega a retirarse y pretende ocultar la luz en un eclipse eterno, el deber de los que son privados de los rayos del sol es destruir el astro que se interpone en el camino de la iluminación.

Al sanador le ha hecho gracia la forma en que se ha expresado Mukrah. Sonríe, se acerca al caído y le posa la mano en la frente.

—Este ser tardará en despertarse. —Nos mira—. Podéis iros a descansar, me quedaré aquí y os avisaré cuando recobre la consciencia.

Bacrurus, mientras camina hacia la entrada, dice:

—Mañana será un día duro. Debéis dormir.

—¿Y tú? ¿Qué vas a hacer? —le pregunto.

—Voy a seguir investigando. Todavía no he conseguido encontrar el lugar donde Haskhas enviaba mi energía. —Se apoya en el marco de hierro y agacha la cabeza—. La ramera Ghuraki desconoce el paradero de esa prisión, he entrado en su mente y no he encontrado nada.

—Te acompañaré —dice Mukrah—. He estado demasiadas horas atrapado en las oscuras nieblas que emanan del descanso más profundo.

Bacrurus alza la cabeza y empieza a caminar.

—Quizá tenga más suerte buscando contigo. —Sin detenerse, casi como si me leyera la mente, añade—: Vagalat, que no se te pase por la cabeza acompañarnos, debes descansar. Mukrah y yo hemos sido forzados a dormir mucho, nuestros cuerpos no echarán en falta un par de horas de sueño.

No me da tiempo a replicar, el hombre de piedra hace un gesto, que da a entender que está de acuerdo con las palabras del magnator, y sale de la sala.

El sanador se acerca a mí e insiste:

—Vagalat, Bacrurus tiene razón, debes descansar. Mañana empieza la guerra y nuestro líder debe estar en plenitud de fuerzas.

—¿Líder...? —apenas pronuncio la palabra que susurro.

El magnator se aproxima a mí y pregunta:

—¿Qué has dicho? Mi oído ya no es lo que era.

—Nada. —Sonrío—. Es verdad, ha sido un día largo y el de mañana lo será más. —Miro al caído—. Aunque no dudes en avisarme si el primigenio se despierta.

—No te preocupes, lo haré.

Afirmo con la cabeza y salgo de la sala. Mientras ando por el pasillo me topo con unos soldados que hacen guardia. Me saludan, están confiados en que mañana la victoria será nuestra. Les devuelvo el saludo y sigo andando inmerso en pensamientos. Cuando no queda mucho para llegar al dormitorio, escucho una voz femenina que me saca de golpe de mi abstracción:

—Vagalat. —Me giro y veo a Dharta en la puerta de una de las salas de reposo para los heridos—. Me han contado lo que hiciste por mí. —Desvía la mirada hacia un lado—. Gracias. Después de cómo te traté... Después de cómo he tratado a tantos...

—Dharta, eso es pasado. —Me mira a los ojos—. Mi maestro siempre decía que el pasado no importa, que solo importa el presente y el futuro. Decía que somos lo que hacemos y que uno siempre será aquello que haga a partir del ahora. —Guardo silencio un par de segundos—. Tienes todo un futuro para ser aquella persona que te han impedido ser.

Sonríe.

—Tu maestro era sabio.

—Lo era. —El recuerdo de mi mentor me impide evitar que los ojos se humedezcan—. Era la mejor persona que he conocido. Era como mi padre.

Gira la cabeza e inconscientemente aprieta los labios con suavidad.

—Siento haberte traído malos recuerdos.

—La pena por la pérdida me acompañará el resto de mi vida y siempre habrá momentos en que se apodere de mí. —Sonrío—. Sin embargo, también guardo bonitos recuerdos. Y cuando el dolor quiera adueñarse de mi ser, recordaré lo que me enseñó y lo que hizo por mí.

—Tu maestro estaría orgulloso de lo que estás haciendo aquí.

—Gracias. Me reconforta pensar eso.

Da un paso y dice:

—Vagalat, quiero unirme a tu ejército. —Los músculos de la cara se le tensan—. No dudaré en dar la vida por un mundo sin Ghurakis. —Los ojos reflejan el odio que siente por esos monstruos.

—Dharta, tú, tu espada y tu maestría con ella, seréis bien recibidas en nuestras filas.

Una sonrisa le surca la cara.

—Estoy deseando bañar la hoja con sangre Ghuraki.

—Y yo estoy deseando verla recubierta con las vísceras de esos engendros. —Durante unos instantes, al mismo tiempo que nuestras miradas se cruzan, no decimos nada—. Intenta dormir un poco, mañana necesitarás todas tus energías. —Antes de seguir andando, me doy la vuelta y añado—: Dharta, me alegro de que estés bien.

Mientras me alejo, mientras escucho los pasos que la conducen al interior de la sala de reposo, pienso en los sentimientos que brotan desde lo más profundo y me pregunto si seré capaz de volver a amar.

Sumido en pensamientos turbios, con la culpa golpeándome el pecho, susurro con la voz entrecortada el nombre de la única mujer que he amado:

—Ghelit...

Cuando su nombre es anulado por el silencio, lo único que me mantiene alejado de los recuerdos dolorosos es el ruido que producen las llamas de las antorchas. Acelero el paso y lleno los pulmones respirando por la nariz. Es hora de dejar atrás este día, es hora de volver a guardar en el fondo de mi ser el dolor de una gran pérdida.

Cuando estoy a punto de cerrar la puerta del dormitorio, me parece escuchar susurros siniestros, susurros que desean alimentarse de mi sufrimiento. Doy un portazo y los silencio.

Ando hacia la cama, me acuesto y me fijo en el techo. Antes de que los párpados empiecen a pesarme y acabe cerrándolos, veo caminar a un extraño insecto de decenas de patas. Su paso es lento, quizá le lleve gran parte de la noche atravesar la habitación. Aun así, no se da por vencido, continúa caminando sin importarle nada más que llegar al otro extremo de la estancia.

«Nunca hay que detenerse...» recuerdo otra de las célebres frases del maestro.

Cierro los ojos y, poco a poco, dejo que el sueño se adueñe de mí. Aunque antes de dormirme, por un segundo, me parece escuchar el susurro de una voz que, aun desconociéndola, me resulta familiar. Es la voz de alguien que pronuncia con calma:

—Por fin estamos solos.

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