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Capítulo 20 -El poder del silencio-

Laht grazna, mueve la cabeza con rapidez y me muestra la alegría que siente por estar de nuevo conmigo.

—Ya no nos volveremos a separar nunca —le digo mientras lo acaricio.

El cuervo sagrado agita las alas, está feliz. Sonrío, he recuperado una parte importante de mi ser y ahora estoy completo.

Al principio, inmerso en un estado casi de éxtasis, apenas me doy cuenta, pero luego, tras unos instantes, soy consciente de los susurros que desde la lejanía parecen querer decirme algo. Afino el oído y les presto atención.

—Hijo del silencio —repiten sin cesar varias voces, algunas agudas y otras graves.

Después de unos segundos, mientras sigo escuchando los susurros, casi hipnotizado, me sumo a ellos y digo en voz baja:

—Hijo del silencio.

Laht grazna, ladea la cabeza, me mira y vuelve a unirse a mí en medio de un gran estallido azul. Una vez que de nuevo forma parte de la energía que da forma a lo que soy, noto cómo me reclama mi cuerpo moribundo desde el mundo de La Gladia y siento cómo empieza a atraer la representación de mi alma.

Cuando estoy a punto de abandonar el reino donde se almacena La Memoria de La Creación, un par de preguntas fugaces me recorren la mente:

«¿Y Adalt? ¿Qué ha sido de Adalt?».

Los pensamientos se silencian y siento como si impactara contra una roca. Intento moverme, pero me es imposible. Pasados un par de segundos, me doy cuenta de que ni siquiera los pulmones lo hacen. Parece que estoy atrapado, prisionero en un cuerpo sin vida, condenado a pudrirme dentro de él.

«¡¿Cómo voy a estar muerto?! —exclamo mentalmente con indignación—. Estoy aquí, sé que estoy aquí, y mi misión todavía no ha acabado».

La sensación de estar atrapado consigue oprimirme. Si pudiera gritaría, pero hasta la voz interior está siendo ahogada por la presión.

«Tengo que ser fuerte, buscar la paz, recluirme en pensamientos de felicidad para no caer en la desesperación. Acabo de reencontrarme con mi cuervo sagrado y la guerra está a punto de empezar. Aún hay mucho por hacer».

Mientras estoy sumido en pensamientos, apenas me doy cuenta de que los sentidos retornan y de que el organismo se regenera. El tabique, la nuez, los dientes, la mandíbula, el cráneo; todo sana con rapidez.

Parpadeo, primero no veo nada, luego la visión pasa con rapidez de ser borrosa a ser clara.

Sorprendido, pregunto:

—¿Cómo es posible? —Me miro las manos. Al ver la intensidad con la que brilla el aura, murmuro—: Cada vez soy más poderoso... —Me levanto y contemplo al magnator caminando no muy lejos de donde estoy. La llama que prende mi poder me empuja a gritar—: ¡Magnator! ¡Es hora de la revancha! —Aprieto los puños y sonrío; voy a probar cuán poderoso me he vuelto.

Con los sentidos amplificados oigo cómo pregunta extrañado:

—¿Ghuraki? —Se gira y no cree lo que ve—. ¿Qué clase de sortilegio te ha devuelto la vida? —Empieza a caminar hacia mí—. Si tengo que matarte mil veces, mil veces te mataré. —La risa lo posee.

Esta vez no voy a dejar que dé el primer golpe, corro y me preparo para combatir. Él acelera el paso y grita:

—¡Te arrancaré los intestinos! —Cuando está más cerca de mí, brama—: ¡No dejaré con vida a ninguno de tu especie!

Me lanza un puñetazo, lo esquivo, dirijo toda la fuerza de los músculos al puño, le golpeo la máscara y la agrieto; una pequeña porción cae al suelo dejando al descubierto parte de la cara cubierta por barba rubia.

Casi al instante, grita e intenta cogerme del cuello. Viro el cuerpo hacia la izquierda y le sacudo con el codo en el tríceps. Chilla, percibo cómo el hueso se fisura. Concentro la energía en la palma y le golpeo con ella en el estómago. Suelta un alarido, algunos abdominales explotan y sale volando unos metros.

Aunque está malherido, sé que esto todavía no ha acabado, cuando combatió por primera vez conmigo solo usó una porción de su poder.

—Magnator —digo jadeando—, puedo ayudarte a que recuperes la razón.

El silencio solo es interrumpido por el sonido del cálido viento que remueve los granos de arena.

—¿Ayudarme? —Se levanta, tiene la barriga ensangrentada y le tiembla el brazo—. No eres más que un mosquito. Un miserable insecto que desea recuperar el favor de sus antiguos amos. —Escupe, cierra los ojos y el suelo empieza a vibrar—. Tu especie no merece vivir y me encargaré de que no viva. —Las heridas y el brazo se sanan—. Nada ni nadie me impedirá arrancaros el corazón. —Abre los ojos, aprieta los dientes y camina hacia mí.

El poder que desprende es increíble. Nunca había visto a un magnator tan poderoso, ni siquiera mi maestro lo era. Es con diferencia el humano más fuerte al que me he enfrentado.

—Lo siento, pero no puedo dejarte con vi... —Me callo al notar algo en la máscara.

Siento una vibración casi inapreciable, elevo la mano y manifiesto a Laht—. Vuela —le ordeno y me pongo en guardia.

—No dejas de sorprenderme, Haskhas, sigues mostrando trucos nuevos. —Las facciones, las que se dejan ver en la porción de la máscara rota, están tensas.

No digo nada, corro e intensifico el brillo del aura. Él sonríe, levanta el brazo, genera una esfera de energía y me la lanza. Materializo a Dhagul y la bloqueo.

—Magnator, tienes que detenerte, tienes...

No puedo seguir hablando, una lluvia de esferas de energía vuelan en mi dirección. Aunque consigo bloquearlas, cuando detengo la última me doy cuenta de que tengo a mi adversario encima de mí. El magnator me lanza el puño contra la cara. Me da tiempo de cubrirla con la hoja de Dhagul, pero los nudillos impactan en el arma y la agrietan.

—¿Qué? —suelto perplejo.

—Debes morir —dice y me golpea con las palmas en la cabeza.

Los oídos me pitan. Me pongo las manos en las orejas y descubro el cuerpo. Me da un rodillazo en la barriga, me obliga a inclinarme y me sacude con el codo en la nuca. La cabeza me da vueltas y acabo de rodillas en el suelo.

—Laht... —susurro.

—¿Qué dices? —pregunta, mientras me coge la cabeza y me levanta.

Escucho graznar al cuervo sagrado; ya sabe qué es el zumbido que surge de la máscara. La pieza metálica que le cubre la cabeza lo produce para alterarle la mente, consiguiendo que, al precio de robarle la cordura, sea fácil extraerle el poder del cuerpo.

Por eso lo tenían encadenado, le drenaban la fuerza mientras no dejaban que despertara de un sueño inducido por miedo a no poder controlarlo.

—Digo que te liberarás por completo del yugo Ghuraki. —El aura brilla tanto que lo ciega un segundo.

El calor del alma me sana los tímpanos y logra que la cabeza deje de dar vueltas. Aprieto el puño y le golpeo el costado. Me suelta, lanzo la frente contra la máscara y se hace añicos.

—¡Maldito Ghuraki! —brama y da un puñetazo.

Lanzo otro, nuestros nudillos chocan en el aire y se escucha cómo crujen los huesos. Ambos apretamos los dientes, aguantamos el dolor, mientras de nuestros puños caen gotas de sangre que tiñen la arena de rojo.

—Debes recuperar la razón —digo, mientras siento cómo la mano se cura.

—Intentas engañarme, como la primera vez, para así poder drenarme y mantener cautivo a esa cosa.

«¿Cautivo? ¿A quién mantiene cautivo Haskhas?» las preguntas me despistan y no puedo evitar que me golpee el pecho.

Aunque piso con fuerza, no consigo frenar el retroceso y el esfuerzo solo logra crear dos surcos en la arena. Al final, me detengo a unos diez metros.

—Se acabó —sentencia y crea dos grandes esferas de energía—. Todavía estoy débil, me has exprimido mucho, pero aun así puedo acabar contigo.

La mirada, las facciones, el cuerpo, todo su ser habla por él; está dispuesto a morir en medio de una gran deflagración si con ella consigue matar a Haskhas. Observo el poder que contienen las esferas y me paralizo un instante.

«Es demasiado poderoso... y ha dicho que está débil...».

Siento cómo tiembla el suelo, es casi como si fuera el principio de un terremoto.

—¿Cómo te detengo? —susurro, mientras me siento indefenso, mientras empiezo a contemplar la derrota como una realidad.

Laht grazna, elevo la cabeza, lo miro y veo que el cielo pierde color. Me extraño, no sé por qué la bóveda celeste se torna grisácea. Antes de que pueda bajar la mirada escucho un siseo y me doy cuenta de que el tiempo se ha detenido. Aunque miro a un lado y a otro, no veo a nadie que pueda haber parado el movimiento de los astros y de las personas.

—¿Qué significa esto? —pregunto, observando la imagen estática del magnator.

De nuevo oigo el siseo, es lejano, pero aun así lo escucho con claridad. Espero un poco y cuando no obtengo respuesta me dispongo a hablar de nuevo. Sin embargo, varias voces lanzan susurros al aire y me lo impiden:

—Hijo del silencio —dicen unas cuantas veces; son las mismas voces que me hablaron en el lugar donde se almacena La Memoria de La Creación—. Debes usar el silencio. Debes ser uno con el silencio.

—¿Usar el silencio...? —murmuro, dándome cuenta de que siempre pierdo el control.

«Soy tonto, me lanzo al combate y me dejo gobernar por la lucha. Siempre olvido que mi poder se sustenta en el silencio interior. Olvido que jamás seré dueño de mí mismo si no llego al punto de mi ser donde la paz reina y no existe el sonido».

Cierro los ojos, lleno los pulmones inspirando despacio por la nariz y dejo la mente en blanco. Siento cómo el tiempo empieza a correr y noto cómo el magnator está a punto de lanzar las esferas. Abro los párpados, elevo la mano y digo:

—Silencio.

Aunque no lo veo, sé que detrás de mí se crea un portal oscuro del que salen cientos de cuervos de energía. Esas aves negras de ojos rojos vuelan a gran velocidad, impactan contra el cuerpo del magnator y explotan.

Mi adversario chilla, las esferas que ha creado parpadean, decrecen y dejan de existir. Los animales siguen chocando contra él y consiguen que pierda el equilibrio. Cuando la espalda choca contra la arena, las aves desaparecen y el portal se cierra.

Mientras camino hacia él, mientras veo cómo el cuerpo se regenera y las heridas se curan, escucho cómo pronuncia con una voz débil:

—Has ganado, Haskhas. Has ganado otra vez.

Me detengo a su lado, observo la cabeza falta de pelo, los ojos azules y la barba rubia. Aunque transmite tristeza por la derrota, la cara también refleja que tras ella se esconde un alma torturada; una como la mía, como la de Mukrah o la de Doscientas Vidas.

—No soy Haskhas, soy el hombre que le hará sufrir. Lo destriparé y esparciré sus entrañas por la arena de La Gladia.

El rostro refleja confusión, los efectos de la máscara por fin dejan de nublarle la mente. Parpadea y dice:

—No puede ser... —Entrecierra los ojos—. Es imposible... —Guarda silencio unos segundos—. Eres humano. —Centra la visión en el cielo—. Tonto, has sido tonto. Incluso después de liberarte de esa maldita prisión Ghuraki, Haskhas no ha dejado de burlarse de ti. —Cierra los ojos, tose y ríe—. Malditos Ghurakis. —Abre los párpados—. Siento la confusión, no era mi intención matarte.

—Ni la mía dejarte moribundo. —Extiendo la mano y le ayudo a levantarse.

—No te preocupes, esto son solo unos arañazos, en unos minutos estaré como nuevo.

Le cojo el brazo, lo poso sobre los hombros, lo miro y me presento:

—Mi nombre es Vagalat.

Sin soltarlo, lo ayudo a caminar.

—Yo soy Bacrurus. —Sonríe—. Ese truco final de los cuervos no me lo esperaba, ha sido muy bueno. Pero también ha sido un golpe bajo. Me debes la revancha, estamos empatados y no quiero compartir la victoria. —Tose y ríe.

No puedo evitar sonreír, este magnator me cae bien, es un luchador nato y disfruta de la lucha tanto como yo.

—Cuando la guerra contra los Ghurakis y los demás seres oscuros acabe, tendremos tiempo de volver a luchar para ver quién de los dos es más poderoso.

—Para eso no hace falta volver a luchar. —Suelta una carcajada—. Solo con mirarnos todos sabrán que yo soy el más fuerte. —Eleva la mano y reabre el portal a las celdas de La Gladia.

«Me gusta, será un gran aliado contra los Ghurakis» pienso con satisfacción.

—Bacrurus. —Lo miro de reojo y media sonrisa se me marca en la cara—. Me encantará medirme de nuevo contigo. Aunque de momento, centrémonos en arrancar corazones Ghurakis.

—Disfrutaré arrancando corazones Ghurakis. —Ríe y luego casi paladea las palabras que pronuncia—: Lo disfrutaré mucho.

Pasamos por el portal y Laht lo cruza después que nosotros. Miro a los magnatores encadenados, escucho el sonido del pórtico al cerrarse y pienso:

«Ghurakis, vais a pagar por esto».

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